Archivo de la etiqueta: Julio Cortázar

La excelsitud de lo breve

En el recuerdo de mis lecturas juveniles hay cuatro novelas cortas escritas por autores que más bien solían escribir novelas largas, cuatro novelas que al cabo de los años conservan toda su carga explosiva original, como si tras estallar en una primera lectura volvieron a estallar en una segunda y en una tercera lectura y así sucesivamente, sin llegar nunca a agotarse. Son, sin lugar a dudas, obras perfectas. Las cuatro hablan de derrotas, pero convierten la derrota en una especie de agujero negro: el lector que meta su cabeza allí sale temblando, helado de frío o cubierto de sudor. Son perfectas y son ácidas. Son precisas: la mano que maneja la pluma es la de un neurocirujano. Y son también una fiesta del movimiento: la velocidad de sus páginas hasta entonces eres inédita en la literatura de lengua española. Estas novelas son El coronel no tiene quién le escriba, de García Márquez, El perseguidor, de Julio Cortázar, El lugar sin límites, de José Donoso, y Los cachorros, de Vargas Llosa.

Esto nos cuenta Roberto Bolaño en su estupendo prólogo al libro de Vargas Llosa, Los jefes, Los cachorros.

El lugar sin límites, me falta de leer, pero las otras tres sí me resultaron magníficas.

Bestiario

Bestiario (Julio Cortázar)

Julio Cortázar
RBA
124 páginas
1992

Julio Cortázar (1914-1984) escribió Bestiario, su primer libro de relatos, con 37 años. Un libro fantástico en todos los aspectos, un debut en el mundo de los relatos que me parece sorprendente, por su estilo, por la potencia de su prosa, por el significado que se nos hurta una y otra vez y exige una lectura atenta, exigente, no exenta de placer.
Son ocho relatos a cual mejor los que conforman este Bestiario.

Cortázar necesita apenas un párrafo para tener al lector abismado en la lectura. Una prueba de ello es Bestiario, el relato que cierra el libro. En la mayoría de los relatos predomina el elemento fantástico, ya sea en Bestiario con un tigre que campa a sus anchas por una Hacienda y rige, cual demiurgo, la vida de los demás; Cefalea, donde unas imaginarias mancuspias, se conjugan con una realidad febril y unos pensamientos enfermizos que concurren en una narración delirante y asfixiante. Está presente también en la narración la amenaza del Otro, del invasor, presencias innominadas, como sucede en uno de mis relatos preferidos, Casa tomada.

En Lejana, se combina la doble personalidad de una mujer que cree tener su doble en Budapest, acopiando el dolor de su otra yo mendicante, como una parte del suyo.

La muerte, materializada o no, se plasma en todo su esplendor en el terrorífico Circe, uno de mis relatos favoritos, donde el ser humano deviene en monstruo, y donde solo la aniquilación física parecer ser capaz de poner punto y final a un comportamiento que no admite enmienda ni corrección.

Carta a una señorita en París otra vez se mezcla lo fantástico y lo misterioso de forma subyugante y hay una muerte postrera que cierra el relato.

Las puertas del cielo le permite a Cortázar mostrar la dicotomía entre peronistas y no peronistas, y por encima de estos pormenores políticos y sociológicos, a Celina, la muerta, que en el cielo podrá finalmente disfrutar del baile y de la música que en vida se le negó.

Omnibus es un relato pura fantasía, donde todo son interrogantes, me temo que sin respuesta, donde queda patente no obstante ese sentimiento de amenaza, de violencia latente, de sentirse uno observado, en el punto de mira ajeno, simplemente por obrar distinto.

Rayuela

Rayuela (Julio Cortázar)

A estas alturas creo que todo lo que uno pueda decir, incluso pensar, sobre Rayuela ya lo han dicho o pensado otros. Dicho lo anterior, decir que la novela me ha gustado, mucho.

Nada había leído de Cortázar hasta la fecha y esta novela es un artefacto narrativo deslumbrante y subyugante por muchos motivos.

Lo he leído siguiendo el tablero de dirección, leyendo todos los capítulos, con la edición de Cátedra, donde el prólogo de casi 100 páginas resulta muy interesante y provechoso, y donde las abundantes notas al pie de página que hay luego en el texto, proporcionan datos de sobra sobre la infinidad de músicos, cantantes, pintores, escritores, etc, que aparecen en la novela. Aunque pienso que como sucede con los chistes, que pierden la gracia si te los explican, con los juegos de referencias y de palabras, o los coge uno al vuelo o luego, a toro pasado, tienen escaso mordiente.

Me ha gustado mucho el personaje de la Maga, su sencillez, su honestidad, su ansia de saber, de conocer, su forma de entender y vivir la vida. Contrasta su personaje con el de Horacio, su amante en París, el presunto intelectual que junto a sus amigotes hace de menos a Maga, ridiculizándola, poniendo en evidencia su falta de “cultura”. Una relación amorosa con niño de por medio, el inolvidable Rocamadour, donde Cortázar narrará la muerte del niño de una manera inolvidable, donde se cifra la habilidad de Cortázar para abundar en lo trágico sin hacer concesiones a lo sentimentaloide. Una relación la de la Maga y Horacio a su vez inolvidable, en ese arañar y desentrañar el alma humana y las contradicciones que nos constituyen, la pugna que mantenemos con el Doppelgänger, ese otro que nos posee y nos reemplaza, porque si Rayuela es muchos libros, los humanos también somos muchos humanos, mucho más que la (a menudo única) máscara con la que nos presentamos a diario, porque como dice Horacio “yo en realidad no tengo nada que ver conmigo mismo”. La vida entendida como búsqueda, como desencuentro, como incertidumbre, Horacio siempre buscando el centro, ¿el centro de qué?.

Me gustan las reflexiones de Morelli, que habla por boca de Cortázar para reflexionar sobre el acto de escribir, sobre el papel de la literatura, sobre la posibilidad de acabar con la novela desde dentro.

Rayuela es un artefacto narrativo, que rompe las reglas de la novela al uso, la narración lineal, ese FIN que tanto consuela. Rayuela es un paréntesis, un jirón, un desgarro, un juego, un cosmos jibarizado y durante algo más de una semana, mi pasatiempo favorito.

…le revienta la novela rollo chino. El libro que se lee del principio al final como un niño bueno. Ya te habrás fijado que cada vez le preocupa menos la ligazón de las partes, aquello de que una palabra trae la otra…
plaza-rayuela
Rayuela es el universo en una dimensión, el encuentro entre el cielo y la tierra, y nosotros arrieritos, que moviendo el tejo, moviendo la piedra, nuestra cruz, tratamos de dar el salto definitivo al más allá, al cielo, o al limbo, o quizás a la nada de la que vinimos.

Las páginas están llenas de música, de canciones de jazz, que suenan en vivo, o que nos asaltan desde un vinilo. Una música, un swing, que Cortázar también dice buscar en sus relatos, y que también está contenido en las páginas de esta novela, que puede resultar a ratos más o menos inteligible pero siempre fluida.

Una novela que se da el lujo de meter de rondón las palabras de Ceferino, y su nuevo orden mundial, una ida de olla literaria memorable, donde Cortázar dotado por el don de la oportunidad y la ocasión, como su Horacio, coge cosas que encuentra por ahí y las recicla, las embute en el texto, que este devora.

Más que abundar en la reseña (donde podía estar hasta mañana a estas horas, transcribiendo los múltiples párrafos que he subrayado), sirvan estas letras para animaros a leer Rayuela, a perderle el miedo a la novela, a disfrutar de Cortázar, de su inteligencia, de su humor, de su imaginación, de su sensibilidad, de la pulpa de su prosa; ese espejo donde reconocernos, espejo roto, sí, pero espejo.

Una prosa imantada capaz de aglutinar limaduras de realidad, capaz de enhebrar el universo.

Pienso en el escritor como aquel socorrista que practicando el boca a boca, salva una vida. Cortázar hace algo parecido, coge un texto, un alud de palabras, y las vivifica, y entonces el lector tiene la sensación de estar leyendo con la misma ilusión de la vez primera.

En el libro Fin de Poema, de Juan Tallón, tenemos a Pizarnik encargada de pasar a máquina Rayuela de Cortázar, ensimismada de tal manera con la lectura de la novela, al punto de hacer dejación de sus funciones de mecanógrafa y finalmente desapareciendo (temporalmente) el manuscrito en su casa, para desesperación del escritor.

Dijo Cortázar: “Bueno, hay un libro, esto es prosa, que yo salvaría, y es el Ulises. Yo pienso que el Ulises en alguna medida resume toda la literatura universal”.

Próxima parada: Dublín.