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La negación de la luz (Juan Antonio Masoliver Ródenas)

La negación de la luz de Juan Antonio Masoliver Ródenas (Barcelona, 1939) recoge dos poemarios, La negación de la luz y El cementerio de los dioses. El título expone lo que luego leeremos, poemas que comienzan negando la luz, la existencia, la memoria, irrigados de sangre fúnebre, donde el poeta invoca el amor, la niñez, la juventud perdida y que tratará de recuperar regresando al pasado, evocando anatómicamente senos, nalgas, el vello del pubis femenino, cifrando así el deseo que fue y ya no es, el semen en la mano de entonces, “la demencia más dulce”, palabras con las que encontrar el camino de salida del laberinto de la memoria; el poeta busca en la escritura y no se encuentra, dice, y sus palabras son palabras al viento, que caen sobre el papel, con la gravedad de un pasado pétreo, lapidario, donde suenan cascabeles de osarios y donde el no futuro es solo un presente dilatado, agostado, mustio, sin horizontes, que frente al espejo se empaña con un aliento desvaído, luctuoso, ante la muerte que ronda por la periferia de la existencia y el poeta teje la existencia de ausencias, de nada, de olvidos, entrevistos en toda su plenitud, imaginando cielos de arena, desiertos de agua, saciándose de nada, comulgando ante el sagrario del cuerpo de la amada, extinta y calcinada ya por el tiempo.
No es lo que dijiste, pero es lo que oí, dice el poeta. No es lo que está escrito pero es lo que he entendido, en el espejismo del poema; la voz que he leído, la de un poeta comprometido con su verdad.

Juan Antonio Masoliver Ródenas en Devaneos | La inocencia lesionada

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La inocencia lesionada (Juan Antonio Masoliver Ródenas)

Juan Antonio Masoliver Ródenas
2016
Acantilado
134 páginas

El título, La inocencia lesionada, es explícito. Crecer es lesionarse, pero Masoliver va más allá. No es solamente ver cómo tu cuerpo crece, cómo los fluidos corporales se afanan en salir, y los cuerpos lúbricos buscan entonces colmarse mediante la masturbación o en oquedades ajenas.

La lesión viene porque en esta historia hay un pedófilo. Un profesor que bajo su aura de autoridad y respeto, hace con los chiquillos lo que le place, que es abusar de ellos. Y de ellas, también. De ahí la lesión. El abandono del mundo infantil, es un desgarro, una pérdida de la inocencia, arrancada de cuajo. Esto sucede en los años 50, durante la década siguiente al final de la guerra civil, en el Masnou, un pueblo costero próximo a Barcelona.

El autor pone el acento en el sexo, pues como esas plantas tropicales que con el calor se abren, florecen y apabullan con su presencia y aroma, así los cuerpos adolescentes, ya poblados de vello púbico y público, pues los jóvenes no saben cómo domesticar sus ansias de otro modo que mediante masturbaciones en grupo, o exprimiendo a un joven perruno, como si fuera un limón, para deleite de sus amigos y amigas, es por eso que hay en estas páginas muchas tetas mamarias, y mucho buscarse la pilila y el coñito, entre hermanos, entre amigos de la pandilla. La vida como escozor, como frotamiento.

Además del sexo, no falta tampoco otra pulsión muy humana, la violencia y los rencores, las rencillas, entre ganadores y perdedores, los vencedores y los humillados en la guerra. Los que se arriman al poder y los que siguen en sus trece.

Interesante me resultan las reflexiones del autor sobre el acto de escribir, que no es otra que acotar, decidir dónde empezar una historia y dónde acabarla, pues escribir no es otra cosa que abrir y cerrar paréntesis.

Aprecio también el humor trágico que se gasta Masoliver en alguna escena, como la mantenida entre Ramón y su madre, con padres muertos o ausentes por medio. Magnífico ejemplo de aquello que conduce al ser humano al llanto, a la impotencia, a la tristeza, a la soledad, y a menudo a la locura, ante una sociedad de esparto, espanto y esperpento.