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Carlos García Gual

La muerte de los héroes (Carlos García Gual)

Había escuchado recientemente un par de conferencias de Gual y este texto si probamos a leerlo en voz alta, nos deparará un resultado similar. Gual aborda en este libro el momento de la muerte de los héroes míticos y homéricos. Poco se puede aportar a la materia de cosecha propia, así que lo que Gual hace -siguiendo las recomendaciones oraculares délficas, ese «Nada en exceso» es recopilar de forma sucinta, los textos -de Sófocles, Apolodoro, Homero…- donde se describen las muertes de héroes como Edipo, Heracles, Orfeo, Sísifo, Agamenón, Aquiles, Odiseo… y lo curioso es que las muertes se prestan a distintas interpretaciones, tal que sobre una misma muerte encontramos distintas versiones.

El último apartado está dedicado a las heroínas trágicas: Clitemnestra, Casandra y Antígona, mujeres que desafiaron el papel que la sociedad les otorgaba, esa sumisión y ese silencio que debía de regir su proceder. Las tres son heroínas trágicas pues como dice Gual, esa rebeldía, ese desafiar lo establecido, les supuso sufrimiento y un final catastrófico.

Un libro, este de Gual, que permite aprender deleitándonos, y abundar más en la Odisea y en la Ilíada, con lo que Gual comenta, por ejemplo, sobre cómo Homero trata la muerte en la Ilíada, donde singulariza la muerte de más de 300 personajes que caen en el frente de batalla, donde la poesía rinde así homenaje a los mismos.

Editorial Turner. 2016. 172 páginas.

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El abismo se repuebla (Jaime Semprun)

Jaime Semprun (1946-2010), hijo de Jorge Semprún, escribió este ensayo en 1997, y casi 20 años después, lo que aquí se enuncia, lejos de mejorar, se ha agravado.

La pregunta que cabe hacerse leyendo este escenario apocalíptico -ese abismo del título hacia el que el mundo parece encaminarse- es. ¿Prometeo, quién te mando robar el fuego a los Dioses?.

Para Semprun la técnica es algo diabólico, deshumano, alienante. No hay nada bueno en ella, solo genera destrucción. La tecnología aliena, deshumaniza, despersonaliza, y en el caso de internet, evita el contacto humano presencial, propicia el aislamiento, mediante el surfeo, la navegación–y esto lo escribe hace 20 años cuando las redes sociales no existían-. Los vehículos, más allá de su función, son máquinas de matar y de matarnos.

Semprun que lo ve todo negro no se plantea ya eso de qué vamos a dejar a nuestros hijos, sino ¿a qué hijos?, como si esto se fuera a ir al garete de un día para otro.

Entre las cosas que Jaime enuncia, que sí me parecen interesantes son estas:

Hoy cada generación está marcada por un momento del consumo, por una fase de la técnica, por modas cretinizantes y universales: más que de cualquier otra cosa se es contemporáneo de ciertos productos de la industria y solo mediante la evocación de los recuerdos de telespectador se reconocerá la juventud común con la de los demás.

Esos que ahora se muestran especialmente vindicativos en la amnesia, con la identificación de la modernidad y el odio a la crítica.

Se habla acerca de cómo se va perdiendo cada día el sentido de la verdad, acerca de cómo es imposible distinguir la verdad de la mentira, de esos Filósofos a sueldo del estado, que lejos de criticar, reducen su función a justificarlo todo.

Habla Semprun de vidas inmediatas, presentistas, de humanos que viven de espaldas al pasado, individualistas, que buscan la satisfacción inmediata, lejos de un espíritu –ya anacrónico- que defienda el tesón, el esfuerzo, la memoria. Masas hedonistas, insaciables en su demanda de sensaciones nuevas, de experiencias, de novedades de toda clase. Humanos que en las drogas, hallan otra forma de alienarse, de fomentar su olvido, su desmemoria. De fondo las distopías Orwellianas, 1984 y El talón de hierro de Jack London.

Lo que hay según Semprun son sociedades de masas, homogéneas, alienadas, cuyo solaz es el ocio, el recreo, la cultura del entretenimiento inmediato, fugaz, episódico.
Se ve cómo el Estado pierde fuerza y su poder lo ocupan la mafia, las milicias, los señores de la guerra. La pobreza se condensa en la periferia, en los márgenes de la ciudad, donde anida el desencanto y la violencia, alimentando una bomba en potencia, que en el caso de París, cada cierto tiempo estalla.

Una sociedad a quien le preocupa poco el futuro, dado que todo es un ahora -la suma de momentos independientes-, y donde el pasado hay que dejarlo ahí, evitando así la continuidad y el análisis de lo que sucede, sus causas, sus consecuencias, que sí permitiría una continuidad temporal, y la búsqueda de un sentido. Habla también Semprun de la inutilidad y vacuidad de esas muestras de compadecimiento ante la desgracia ajena. Lo que hoy serían los refugiados, las víctimas de atentados terroristas, etc.

Para exponer sus argumentos y reflexiones Semprun emplea una prosa de guerrilla dialéctica que se adapta bien al desesperanzado escenario que describe, repartiendo tanto a la izquierda como a la derecha.

Pepitas de calabaza. 2016. 123 páginas. Traducción de Miguel Amorós y Tomás González López.

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Fedón o de la inmortalidad del alma (Platón)

En el ensayo Aquiles en el gineceo, Javier Gomá decía de Aquiles que este “elegía ser mortal porque la mortalidad es el precio que debía pagar para llegar a ser verdaderamente individual y merecer el título del mejor de los hombres”. En este diálogo Platón acaba diciendo de Sócrates que “era el mejor de los mortales que hemos conocido en nuestro tiempo, y además el más sabio y el más justo de los hombres”. Lo evidente es que ambos han pasado a la posteridad y Sócrates sigue siendo hoy una figura ineludible no sólo como filósofo sino también como ser humano ejemplar.

El otro día comentaba aquí otro diálogo platónico, Gorgias o de la retórica; en Fedón, la materia de estudio es la inmortalidad del alma, un tema que siempre ha preocupado al hombre desde que este tiene uso de razón y al que a día de hoy seguimos, y seguiremos, dándole vueltas, porque pocas preguntas son tan oportunas cómo querer saber qué hay en el más allá, qué sucede cuando morimos.

Sócrates defiende la inmortalidad del alma, diferenciando el alma, del cuerpo, el cual es corrompible, no como el alma, que es imperecedera e inmortal. Cuando morimos nuestro alma permanece y según cómo hayamos sido en vida nuestra alma irá a para a un halcón, si hemos sido rapiñadores, a un asno si hemos sido intemperantes, o a hormigas, abejas o seres humanos si hemos sido justos y templados. Dice Sócrates que saber es recordar y el recuerdo supone un conocimiento anterior. Si el alma se acuerda de cosas que no ha podido conocer en esta vida, es una prueba de que ha existido anteriormente. Sigue leyendo

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Vida secreta (Pascal Quignard)

Intento escribir un libro que me haga pensar al leer. He admirado sin reservas lo que Montaigne, Rousseau, Stendhal o Bataille intentaron. Mezclaban el pensamiento, la vida, la ficción y el saber como si se tratase de un solo cuerpo.
Los cinco dedos de una mano agarran algo
.

La primera lectura la considero una mera aproximación, una toma de contacto. El texto, suma de aforismos, microensayos, etimologías, autobiografía y ficción, da cuenta del ser humano, de su nacimiento y muerte, y en medio de este camino, el horizonte copulativo, y el amor, concepto sobre el que Quignard se explaya, casi tanto como lo hace sobre el lenguaje y la escritura: «La mejor manera de pensar es escribir«.

Nada rebaja y envilece tanto como dejar de ser amado.

En primer lugar, el amor es un dolor, a la edad que sea. A la edad que sea, porque lo que los hombres reconocen como amor es una segunda vez.
El dolor tan agudo de sentirse de nuevo enamorados, a pesar de la edad, el desgaste, el saber, la memoria, el pesar.
¿Qué es el amor? No es la excitación sexual. Es la necesidad de estar todos los días en compañía de un cuerpo que no es el propio.
En el angulo de su mirada.
Al alcance de su voz
.

Quignard cumple con creces el objetivo que se fija en el primer párrafo. Es este un libro que hace pensar, que incita a la reflexión, con el que uno aprende muchas cosas, aunque haya algunos párrafos más inaccesibles, más escarpados, donde ahí sí que cuesta avanzar.

Seguiré pues releyendo, pues creo que esta es la naturaleza de este texto, que me da pie para coger con ganas sus Pequeños tratados que se acaban de publicar por vez primera en castellano, en dos volúmenes, en más de 900 páginas.

Espasa. 2004. 296 páginas. Traducción de Encarna Castejón.