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La ciudad feliz (Elvira Navarro 2009)

Elvira Navarro La ciudad feliz portada libro

En esta novelita corta publicada por Mondadori Elvira Navarro (1978) escribe dos historias o relatos que convergen por los pelos. Sara es el nexo, si bien se leen de modo independiente.

En la primera, nos cuenta la historia de un niño chino que es arrancado como una flor del tiesto, en China, para instalarse en España junto a su familia: su hermano, su madre, su padre, su abuelo y su abuelastra.
Como no podía ser de otro modo, en un alarde de originalidad, su familia monta en España algo parecido a un restaurante, que comienza siendo un asador de pollos, para luego irse poco a poco aventurándose con nuevos platos a medida que ven que la cosa funciona.

El niño, que atiende al nombre de Chi-Huei, debe ponerse las pilas pronto, aprender las costumbres ibéricas, el castellano y otras tantas cosas más hasta mimetizarse con el entorno circundante. La autora opta por la introspección y consigue transmitir bastante bien lo que puede sentir un niño cuando se traslada a otro país, a otra civilización, lo duro que es empezar de cero, el sentirte extraño, el tener que luchar más que el resto contra las circunstancias por ser extranjero, el muro de la incomprensión ante el que a menudo nos estrellamos, casi a diario. En los devaneos mentales de Chi-Huei y sus enzarzamientos dialéticos con su madre se consume parte de la historia, que se apaga como una cerilla y pasamos a otra historia.

Una niña en la preadolescencia cuando va a comprarse un bolso de Hello Kitty, decide entregar su dinero a un vagabundo. Ese hecho marcará un antes y un después en su vida. Porque ese vagabundo es un precipicio al que asomarse, ese otro mundo por el que se muere de ganas de conocer. Sería entonces un Vagamundo.
Y así, ambos, el vagabundo y la niña llegarán a tomar a contacto y parece que vaya a ver sexo porque él es un hombre que la espía, acecha y ronda y ella casi una mujer curiosa que quiere experimentar y crecer y porque quizá crea que el sexo aceleraría su aprendizaje y de esa manera madurase antes de tiempo. Tras una parrafada del padre de la criatura ante los personajes de esta historia que parece sacada de una teleserie, aquello, la novela, el relato, la micronovela, se acaba.

Es patente la voluntad de Elvira Navarro de ofrecernos a nosotros lectores, que nos metemos en vena, tinta un día sí y al otro también, algo apañado, vistoso, bien presentado, con unas historias que si lees la sinopsis tienen muy buena pinta. A saber:

«Los personajes que deambulan por este libro buscan restaurar una identidad rota; la necesitan para poder caminar por un mundo que ha dejado de hacerles felices».

Me he perdido algo. Chi-Huei, Sara, Julia y el resto, son jóvenes de unos catorce tacos. El vagabundo tiene veintitantos.

¿Restaurar la identidad rota? ¿Un mundo que ha dejado de hacerles felices?. ¿Quién ha escrito esta sinópsis?.

La escritora construye su historia con una prosa limpia, cuidada, en apariencia sencilla pero rebuscada al mismo tiempo, que tiende hacia la introspección, al detalle, para describir la mirada de un niño o de los adolescentes ante un mundo que extrañan y desconocen o el empeño de un vagamundo en no ser catalogado, etiquetado, libérrimo a más no poder.

La novela de Elvira Navarro es de las que se leen tan rápido como se olvidan, dado que no he encontrado en ella nada reseñable.

Después de haber leído estos días Naturaleza Infiel o Matate Amor las expectativas del menda son cada vez más altas y ya todo me sabe a poco.

Ninguna necesidad (Julián Rodriguez 2004)

Ninguna necesidad Julián Rodríguez

Julián Rodríguez
Editorial Mondadori
128 páginas
2004

Un buen día estaba leyendo un libro de Imre Kerstz, Fiasco, y juro que lo intenté y me fajé, pero después de unos cuantos días lo devolví a la estantería. No es que estuviera condicionado por el título, que creyera que contenía la semilla de algo que se autocumpliría. Lo que me trabajó el higado hasta llevarme a la lona, obligándome a tirar la toalla fue que el bueno de Imre, iba encadenando en su escritura paréntesis en cascada, guardando el significado en el interior de algo similar a una matrioska. Yo quería leer, y aquello parecía una clase de matemáticas con sus paréntesis (corchetes no) y al final cada frase era un jeroglífico, un laberinto de puertas (paréntesis) que se abrían y cerraban y me recordaba mis años mozos, cuando hacía psicotécnicos, contando paréntesis y dando cuenta ante mí mismo de mi buena agudeza visual. Desde entonces los paréntesis me sientan mal a las púpilas, así que cuando Julián Rodríguez, a la sazón autor del libro, empezó por ahí (seis paréntesis en dos páginas primerizas) saltaron todas las alarmas. Como la novela es cortita, 113 páginas, algunas con un par de párrafos y con los capítulos que hacen mención a cada día de la semana separados por páginas en blanco, lo que es la chicha del libro da para un par de horas, así que los paréntesis han resultado un mal menor.

Nada había leído de Julián Rodríguez y a todo escritor hay que darle una oportunidad (aunque la falta de tiempo juegue en nuestra contra). El libro no me ha disgustado, no hay razón para ello, aunque en ningún momento ha removido en mi interior el caldo espeso de los sentimientos, ni ha depositado su lectura zarzas en mi corazón: no digo más (que en cualquier momento saco el Bolígrafo de gel verde y la lío). Vamos, que ni fu ni fa. ¿Ataraxia?. Parecido. Ningún escalofrío, ninguna carcajada, ningún brillo especial en la mirada, mientras iba leyendo las andanzas de El Muerto, narradas por ese amigo suyo con el que compartió tiempo y vivencias.

El Muerto, va camino de serlo, y su amigo, el narrador de la historia, va al hospital. Allí le dicen que su amigo está en la antesala del más allá, cioé, le queda una semana para palmarla. Así que en una semana, tiempo más que suficiente para crear el mundo (hasta que el Papa diga que el Mundo no se creó en 7 días, demos por bueno el plazo) y también para que en ese lapso de tiempo transcurra una historia, que se alimenta no obstante del pasado, de los recuerdos que afloran en las fotos que el narrador se lleva de la casa del Muerto.
Ahí están el pueblo, la playa, los viajes, los aviones, y demás piezas de recambio de la maquinaria humana.

El libro está lejos de resultar sentimental. Se va al otro lado, al desapego emocional y parece que los seres humanos salieran o hubieran vivido en búrbujas, como los tripulantes de la película Alien. La pérdida de un ser querido convertido en un ejercicio de memoria, en un acto de reflexión, un alto en el camino, que no les impedirá al resto seguir viviendo sus vidas o sus muertes (como casi todas las muertes).

Blog de Julián Rodríguez

Alberto Olmos

Ejército Enemigo (Alberto Olmos 2011)

Cuando oigo hablar de la novela perfecta (que a menudo se emplea para calificar una novela) me descojono. Estoy de muy buen humor últimamente y sandeces como esa me llevan a la carcajada. Me pregunto en qué consiste la novela perfecta. Supongo que será algo parecido al polvo perfecto, al amanecer perfecto, a la estocada perfecta, al padre perfecto, a la siesta perfecta, al pareado perfecto, a la misa perfecta. Quién establece los indicadores. Quien fija los baremos. Quien analiza los resultados.

No existe la novela perfecta. Existen palabras en un papel. Negro sobre blanco.

El autor hace lo que puede, lo que roba a la realidad, lo que araña del pasado y añade lo que su cerebro segrega y luego el lector hace el resto, remata la faena. Hay lectores perezosos, indolentes, que no quieren experimentos ni sorpresas, amentes de lecturas grises como sus vidas y otros que se entregan, que se ofrecen, abiertos a experimentar nuevas sensaciones, los gastrónomos literarios para entendernos.

Cuando leo a Alberto Olmos siempre pienso que el hombre lo hace a medio gas, sin darlo todo, conteniéndose, como si escribiera con el freno de mano echado (sin animarse a desplegar esa prosa potente más a menudo, como sí sucedía en El Talento..) y no será porque Olmos no se explaye y explicite a gusto, en algunos momentos del libro, en especial en materia sexual, donde Olmos se despacha agusto creando un paisaje naturalista embutido de pollas, coños, masturbaciones, sexo anal, sexo oral, cintos, carne fresca a granel, rezumante de semen, de oquedades saciadas, donde el protagonista Santiago se nos va por la vía seminal un día y al otro también. Me gustaría leer un libro de Olmos donde el protagonista tuviera la mala leche (y esa prosa magnética) que destila en su blog, Lector Mal-herido, donde ahí si que no hay freno de mano y todo fluye sin mirar atrás.
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