Archivo de la categoría: 2016

Clémence Boulouque

Muerte de un silencio (Clémence Boulouque)

El duelo es ya un género en sí mismo. Estos últimos años he leído, que recuerde, Lo que no tiene nombre, La hora violeta, Idea de la ceniza, Los que miran, Mortal y Rosa. Novelas en las que los que se quedan a este lado recuerdan, sobre el papel, a los que no están: en su mayoría hijos o parejas.

Aquí es Clémence Boulouque (París, 1977) quien rinde su particular homenaje, en este caso a su padre, un mediático juez que acabó quitándose la vida, a finales de 1990, con el terrorismo -contra el que se enfrentaba y que lo tenía en el punto de mira- como una de las causas, quizás no la única, pero sí la que mayor peso tuvo en el devenir luctuoso del mismo. Un terrorismo que como se ve no solo mata directamente, sino también indirectamente, provocando muerte y mucho dolor en los que se quedan.

Clémence va al pasado, organiza sus recuerdos y de una manera muy natural y veraz, se nos ofrece en carne viva, pero ojo, no es este un melodrama que busque convertir al lector en un manantial de ojos que diría Umbral, sino que se nota un trabajo, cierto comedimiento, una selección de las palabras que logran la sintonía perfecta -y aquí creo que la labor de la traductora, Laura Salas Rodríguez, juega un papel decisivo- o quizás no haya tal trabajo y el estilo de Clémence sea este, y a la autora sin mayores alardes, sin efectismo alguno, le broten con esta cadencia los recuerdos, enhebrando una narración que va creciendo hasta el clímax, hasta el suicidio, el momento ya irreversible, aquel que sustituye el presente dolor de la pérdida, por el miedo anterior ante una realidad amenazante.

Hay frases que leídas te arponean, palabras como el Arkanoid que brindan un viaje al pasado, pero prefiero que sea el lector el que las descubra.

Nunca dejarán de sorprenderme las autobiografías de miles de páginas de tantos Funes memoriosos que lo recuerdan todo al detalle. Me reconozco más en lo que hace Clémence. Su pasado son unos pocos recuerdos, simples la mayoría, tan simples como lo es la vida: un tránsito con más sombras que luces, con algunos momentos, pocos, inolvidables, que nos dan algo de relieve, sustancian nuestra memoria y nos afirman y donde la literatura, permita quizás a Clémence darle a su padre otra oportunidad, alzarlo de la alfombra y sentarlo a su lado en el sofá, y darle a través de estas palabras huérfanas, a través de estos recuerdos, un achuchón imposible.

Periférica. 2016. 132 páginas. Traducción de Laura Salas Rodríguez.

Federico Jeanmaire

Tacos altos (Federico Jeanmaire)

Si echas una pastilla efervescente en un vaso de agua sabemos lo que sucede. Si echamos una canica también. Este libro de Federico Jeanmaire (Barradero, 1957) es una canica. Lo lees y no pasa nada, no hay burbujitas. Todo es tan sucinto, y conciso como tedioso y soporífero. El autor se gasta una prosa a lo Baricco, algo así sedoso, con almendros en flor, y también áspero, con un padre en los cielos y una madre ausente; todo ello referido con frases muy cortas, cuya única ventaja es que así el libro se hace aún más llevadero y epidérmico.

Deben saber algo que yo no sé.
Por eso.
Les pregunto
.

Los justificados -no justificados- de la novela hacen que esta pudiera arrojar la mitad de páginas e incluso tener las dimensiones de un haiku y resultar mucho más emocionante e intenso. Para contar que una joven vengando la muerte de su padre, se siente más china, pues no tiene muy claro si lo es o no, pues su existencia cabalga entre China y Argentina, y para referir que cuando la joven se pone unos tacos, se pinta el morrete y se pone un vestido ajustado, en lugar de quince años, se siente ya toda una mujer, para «todo» esto no creo que haga falta escribir una novela.

Anagrama. 2016. 168 páginas

Patrick White

El jardín colgante (Patrick White)

A Patrick White (1912-1990) le dieron el premio Nobel de Literatura en 1973 gracias a su narrativa infectada de una exótica plasticidad. No lo digo yo. Lo dijo el jurado.

Tenía curiosidad por leer al único australiano que ha recibido este galardón.

La novela me ha parecido horrorosa. No coge ritmo en ningún momento, la narración resulta deshilvanada, los personajes aparecen y desaparecen sin aportar nada, la prosa de White, quizás por su exótica plasticidad resulta plomiza y anodina a partes iguales.

Transcurre la historia al comenzar La Segunda Guerra Mundial. Los protagonistas son dos niños -niño y niña-, luego preadolescentes, que parece que van a mantener algo parecido a una amistad, pero ni eso llega a apreciarse, pues todo en la novela resulta a media cocción. Ambos quedarán varados en tierras australianas sin padres y bajo la protección de una familia, allá los dos como extranjeros, creciendo a la buena de Dios.

La traducción de Raquel Vicedo no me ha gustado mucho. Me ha resultado curioso leer por ahí términos como trola, pimplado, chumino… aunque me temo que lidiar con el original tiene lo suyo, porque White parece que hace todo lo posible para que su lectura resulte lo menos fácil y atractiva posible, tal que a muchas frases no les he encontrado ningún sentido por mucho que las lea. Y las que he entendido son naderías, sin el menor interés.

Todo esto tiene una explicación, creo. Esta novela se publicó contra la voluntad de White, el cual en vida ya había dado instrucciones de que sus manuscritos no publicados -como el presente- fueran destruidos. Pero ya sabéis como son los herederos o los albaceas, en este caso Barbara Mobbs (lo pongo en negrita para que los escritores de este país adviertan a sus herederos, si lo creen oportuno, de que no les hagan un Mobbspostmortem), que se pasó la voluntad de White por el Arco del Triunfo. Lo mejor del asunto es que esta novela formaba parte de una trilogía. A pesar de esto, Mobbs, decide publicar este manuscrito, porque según ella «es de una calidad muy alta y aunque solo se trata de la primera parte, es una obra completa en sí misma«.

Gracias a Mobbs no pienso leer nada más de White.

Alexandre Postel

La ascendencia (Alexandre Postel)

Primera novela que leo de Alexandre Postel (Colombes, 1982). Tiene otra, Un hombre al margen, que le valió el premio Goncourt a la mejor primera novela.

Postel, en La ascendencia, que así se titula la novela, se las apaña para en algo menos de 150 páginas, referirnos por boca de un joven, una historia tan rocambolesca, como absurda, pero al mismo tiempo verosímil, pues siempre encontraremos miles de excusas para no hacer lo correcto. Para contar su historia Postel mezcla suspense, humor negro, un crimen -o varios- algo de sentimentalismo a baja temperatura merced a las relaciones afectivas y efectivas entre un padre extinto y un hijo, y así, sin ningún esfuerzo, te ves leyendo el final.

La prosa de Postel me parece simplona -lo cual le garantizará el éxito-, la historia, curiosa y moderna, si por moderna entendemos, por ejemplo, que el protagonista si quiere saber cómo deshacerse de un cuerpo sin salir de casa, haga una búsqueda en internet.
El estilo de Postel, no sé cual es porque brilla por su ausencia, quizás a resultas de su glacialidad.

Me pregunto qué hubieran hecho Kafka o Poe con unos mimbres similares.

Nórdica libros. 2016. 146 páginas. Traducción de Delfín G. Marcos