Archivo del Autor: Francisco H. González

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Los Muchos (Tomás Arranz Sanz)

Me pregunto si los jurados leen los libros que premian. Si los leen en su totalidad, si leen unas pocas páginas, o si no los leen en absoluto. Los Muchos, esta novela de Tomás Arranz Sanz (Valladolid, 1959) resultó finalista del Premio Nadal de Novela 2015. Más allá de su calidad literaria, que es muy discutible, tras finalizarla puedo dar fe de su lectura y también dar fe de erratas, que las hay abundantes, tantas como errores ortográficos. Pongo algunos ejemplos:

Bruna tomó mí mano; en aquel paramo; me di cuenta que; pues entonces, él que se va soy yo; esta vez, la gente ni miro; Si, aunque duela reconocerlo; no se, que todo esté limpio; explícate porqué me han bajado al piso; Será huidizo, raro, que se yo; habíamos intimando tanto; !Que si cojones!; habían enviado dias antes; ¿usted que sabe?; cachaba; ¿Que había obtenido?; Edgar Alan Poe…

¿No es también una desfachatez por parte de una editorial, aquí Ediciones Camelot, publicar o poner en el mercado un producto defectuoso? ¿Lo es un libro con más de 60 erratas o debemos tragar con todo lo que nos echen?. ¿No existen los correctores? ¿Existen pero es mejor no contar con sus servicios?. Y por la parte del autor, si Vila-Matas dice que lo importante no es escribir, sino reescribir una y cien veces, en esos lances, en esas reescrituras, ¿no toma uno consciencia de sus múltiples errores y los aborta antes de publicar su novela?. ¿Qué explicación hay? ¿Desidia? ¿Incompetencia?.

En cuento a la novela me recuerda a Lección de alemán de Lenz. Allá un alumno tenía que escribir una redacción escolar autobiográfica, y el no hacerlo y dejar el folio en blanco le acarreaba un castigo. Aquí, al protagonista de la novela le permiten quedarse en Cuba, si pone por escrito sus andanzas desde que se fue hasta, su regreso a la isla dos décadas después. Reynaldo, que así se llama este vivales, escribe la historia de su vida y no nos encontramos ante Odiseo regresando a casa en busca de su Penélope, sino a un pichanauta cuya vida es un sumatorio de experiencias sexuales de todo tipo. Reynaldo es un cogedor, un chingador, un follador nato que tumba todo lo que se le pone a tiro de piedra (o de pene) y la novela en su mayor parte pasa por explicitar las relaciones sexuales -siempre con mujeres de toda edad, físico, condición y clase social- que este mantiene en Cuba, luego en los Estados Unidos, más tarde en España, ya sea en Madrid, Vitoria o Valladolid. Un Reynaldo que solo sabe vivir de las mujeres, alguien que como él afirma se gana el pan con el sudor de su miembro. Un Reynaldo que no nos engañemos, no quiere trasteros sino traseros, no relaciones sino felaciones, no oficios sino orificios, no llamadas a medianoche sino mamadas a medianoche…pero no esperemos de la narración algo parejo a la vida de un Casanova (cubano), pues le falta la clase y la erudición de éste y así la narración deviene reiterativa y cansina en sus planteamientos, por mucho que cambie el escenario y la narración resulte al menos fluida, aunque los diálogos dejen bastante que desear (la he leído en un lapso de 24 horas, aunque ya sabemos por la publicidad que «la potencia sin control…«) pues el personaje tiene un espíritu forrado de gore tex y todas las inclemencias sentimentales que le acontecen, le resbalan, por mucho que hable de remordimientos por sus acciones hacia las mujeres que va dejando en la estacada o llegue a tatuarse el nombre de su madre ante un arrebato de melancolía filial.

A este Reynaldo no hay por dónde cogerlo y no es que me caiga bien ni mal, es que su suerte -o mal fario- me acaba resultando indiferente, lo que dice mucho sobre mi implicación en los ires y venires del sinsorgo de Reynaldo.

Si Tomás hubiera apostado por el humor en todo momento y a lo bestia la novela la hubiera disfrutado mucho más, pues sí he disfrutado algunos momentos tronchantes, Leocadia mediante. Hay en la narración una crítica al gobierno cubano, cifrado en la huelga de hambre diaria en la que vive el pueblo, así como la sangría poblacional diaria de todos aquellos jóvenes cuyo único sueño es dejar la isla. Aparece también la crisis española, apuntada de forma muy superficial.

En esencia esta lúbrica novela es un folletin, o más bien un fungible folletón en toda regla.

Parad la guerra o me pego un tiro

Parad la guerra o me pego un tiro (Jacques Vaché)

Crea un mito y échate a dormir.

Es mucho más interesante todo lo que se ha escrito sobre Vaché que lo que este libro publicado por El Nadir ediciones, con traducción de René Parra, aporta al mundo de la literatura, que es casi nada.

Hay unos poemas mediocres, unos relatos con muy poco mordiente, unas cuantas ocurrencias surrealistas y unas cartas antibélicas escritas durante la refriega de la Primera Guerra Mundial que son lo mejor del libro, lo cual tampoco es decir mucho.

El caso es que como André Bretón se obsesionó en vida con Vaché, a EVM (ando leyendo Artistas sin obra de Jean-Yves Jouannais cuyo prólogo escribe EVM pues este libro de Jean-Yves refiere EVM que le fue muy provechoso al escribir su Bartleby y compañía. El libro de Jouannais ofrece datos interesantes como la circunstancia de que de no ser por Bazlen y Montale (y habría que añadir ahí a Joyce), Svevo sería hoy un perfecto desconocido. Y lo sigue siendo aunque ahora es un desconocido famoso) le pasó otro tanto con Vaché postmortem y de aquellos polvos estos lodos. Pues eso, que ahora yo me veo leyendo a este bartleby que murió sin haber publicado nada y que lectura a lectura de su obra, la figura de Vaché se expande por mitosis.

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Hyperion (Friedrich Hölderlin)

Leer a Hölderlin ha sido toda una experiencia.

Hölderlin inflamado de romanticismo recrea en este texto, por voz de su personaje Hiperión, esa Grecia arcádica, tan fragante y luminosa que uno leyendo este texto, la huele y la visualiza. Y dan ganas de coger un vuelo, seguir los pasos de esos Peregrinos de la belleza y perderse eremíticamente en una de esas islas…

Hiperión se debate entre el amor que le ofrece su amigo Alabanda y el de su amada Diotijma, un amor que no le impide vivir, a ratos, como un eremita, alejado del mundanal ruido, en plena conexión con la naturaleza, coleccionando puestas de sol, cultivando sus pensamientos, nutriéndose con el alimento que le proporciona el mar, en el que su mirada se pierde.

La duda y la angustia que Hiperión siente le propulsionan, le alzan sobre su inacción e incluso desatan su espíritu belicoso, a través de una guerra, en pos de la libertad de Grecia, que purifica y barbariza a partes iguales.

En la recreación de esa Grecia mítica, Hiperión se centra en la figura mítica del pueblo ateniense, resultando como contrapunto su pueblo alemán (al que regresa) bastante peor parado.

Me gusta lo que leo sobre aquellos pueblos que maltratan a los artistas, «!ay!, donde la naturaleza divina y sus artistas son tan maltratados, desaparece el mayor encanto de la vida, y cualquier otro astro es preferible a la tierra. Allí los hombres, a pesar de haber nacido todos en la hermosura, se vuelven cada vez más salvajes y yermos; crece el espíritu de servidumbre y con él, el zafio envalentonarse; con las preocupaciones aumenta la borrachería; y con el lujo el hambre y el temor por la subsistencia».

Hiperión es la búsqueda de la belleza, ensalzada, a través de la poesía, la cual media entre el hombre y lo sagrado, entre el hombre y sus sueños, un lirismo inflamado convertido en obra de arte.

El siguiente paso sería hacer una nueva lectura más profunda, a fin de validar lo que dice el traductor de esta obra, Jesús Munarriz, «si profundizamos en el libro, si se tiene la suerte, como yo la tuve, de desmenuzarlo palabra a palabra y frase a frase, de releerlo infinidad de veces puliendo y afinando mi versión, uno va descubriendo que además de la historia amorosa, hay en Hiperión una multiplicidad de sentidos y significados que trascienden la narración para entrar en el mundo de la filosofía, de la reflexión histórica y política, de las grandes preguntas del hombre ante el mundo.»

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Autobiografía sin vida (Félix de Azúa)

La sociedad es en todos los sitios una conspiración contra la personalidad de cada uno de sus miembros.

Ralph W. Emerson

Como leía en El retablo de no, ante la realidad, ante este presente, podemos formularnos la siguiente pregunta: ¿qué es todo esto sino un gigantesco y rotundo «no»?. O bien, como sucede en uno de los ensayos de esta Autobiografía sin vida de Azúa, defender y gritar un “rotundo sí”, porque cada instante terreno es eterno y lo seguirán siendo siempre que no me dé por inmortalizarlos.
En esta particular autobiografía sin vida -pero muy vital-, Azúa hace un recorrido por los derroteros históricos desde las primeras manifestaciones artísticas pictóricas en la cueva de Chauvet hasta la edad moderna y el dominio de las pantallas. Están presentes Hegel, Duchamp, Goya, la poética y la poesía, la literatura y la filosofía del arte, Rimbaud, Eliot y Benet, los crucifijos escolares, el cristo agonizante arrumbado sobre un lecho de madera carcomido ya por el vacío, también la muerte del arte, Hölderlin, Rothko, James Lee Byars, Sófocles, los signos sustrayendo la realidad, la humanidad escindida de la naturaleza y convertida entonces en espectadora panóptica, que ve, crea, recrea y representa las naturalezas, ya muertas. El autor no olvida al Ario ni al Proletario, los baños de sangre del siglo XX, los genocidios, la razón de Estado convertida en una máquina de exterminio bien engrasada, Marat asesinado en una bañera y ya la muerte inmortalizada convertida en objeto de consumo, la mercancía doliente llamada turismo expandiéndose como un magma imparable por las calles de ciertas ciudades gramaticales italianas en contraste con las vitales ciudades francesas que palpitan entre el tráfago de los mercadillos anejos a las catedrales, novelistas del siglo XX a quienes les dolía la desaparición de la poesía, opugnando su prosa de escalador. Azúa plantea interrogantes y su discurso que no es nada halagüeño, me resulta realista, agudo y necesario. No ve la botella medio vacía. Ya se la ha bebido y ha tirado el caso en el contenedor de vidrios. Luego hay esperanza. Su prosa salutífera hace bien al espíritu y creo que también al cuerpo que requiere ahora -en este preci(o)so instante- obrar de flâneur a fin de rumiar lo leído, para volver y releer más adelante estos ensayos, cuando avance algo más en el Diccionario de las artes del mismo autor, que me ha venido muy bien para entender mejor lo que dice de Hegel, de Duchamp, así como ciertas ideas, que como lego en filosofía del arte me sitúan ante el umbral de un sinfín de puertas que tocar y espacios por recorrer jubiloso. Los hombres se procuran el habla dijo Sófocles. Tipo listo. Procurémonos nosotros a su vez buenos libros -como el presente- y que el destino nos haga -o deshaga- a su (tramp)antojo.

Literatura Mondadori. 2010. 168 páginas.

Félix de Azúa en Devaneos | Nuevas lecturas compulsivas