Archivo del Autor: Francisco H. González

www.devaneos.com

Las madres secretas (Mónica Crespo)

No siempre la familia es esa estructura que da amparo, protección, seguridad y ya puestos, refuerza nuestra autoestima. No siempre una madre quiere lo mejor para sus hijos y el llorar de un bebé se puede convertir en un sonsonote infernal que llevado al extremo y desquiciados del todo abocar a los sufridos progenitores a la locura y al subsiguiente crimen, como se ve en el brutal corto La hora del baño de Eduardo Casanova.

Mónica Crespo (Bergara, 1974), que debuta con este libro de relatos que lleva por título Las madres secretas, huye del relato oficial y plantea en cada relato situaciones al límite, que me recuerdan en su planteamiento a otro libro de relatos que leí recientemente, me refiero a No aceptes caramelos de extraños de Andrea Jeftanovic.

Gamunia, el relato que principia el libro me recordaba a Tepuy relato de Jon Bilbao, donde se mantenía la tensión entre dos especies que parecen condenadas a devorarse y que sin embargo deciden ayudarse. Con un final, no obstante, que pondrá al Destino de ambos en su sitio.

Hay relatos que abrazan lo fantástico con el tratamiento de una naturaleza humana que se funde ora con lo animal, ora con lo vegetal, con mujeres que se transformarán en aves o en plantas, o que postradas en una cama se sienten como un trozo de madera inerte. También se da el caso de hombres gestantes y de la posibilidad de fundar un tiempo nuevo.

La maternidad está presente, no en su visión edulcorada, realizadora para la mujer, sino más bien como amenaza, como lastre, donde el lactante puede ser un peligro para la madre, donde el hijo puede nacer siendo un depredador, donde una madre barrunta la posibilidad de acabar con uno de sus vástagos. Se pueden añadir más situaciones, como el escenario de ser madre a través de un vientre de alquiler, y albergar esa sensación, que bien puede ser infundada, de que ese hijo nunca será tu hijo al 100% o una concertista para quien sus dos hijos pequeños y su marido se han convertido en una cárcel que le impiden ser ella misma.

Hasta la fecha el hombre ha difrutado de Una habitación propia o incluso de Torreones (a lo Montaigne) para darse al arte en todas sus manifestaciones, la mujer no, y cuando se fundaba una familia el hombre no se apartaba de su tareas habituales, tal que como se ve en el último libro de Nuccio Ordine su canon literario es casi al 100% de hombres, porque hasta hace nada las mujeres eran invisibilizadas en la literatura en particular y en el arte en general. Ahora esto está cambiando y lo que Mónica plantea en El baño es precisamente esa situación cuando la mujer, aquí una escritora, se va un hotel para poder escribir, para poder tener esa habitación propia, un irse de casa despidiendo a su familia con un Lo siento, chicos. Una situación no exenta de tiranteces porque es como ese sí, tú vete, pero atente a las consecuencias.

Si viéramos un titular en un periódico en el que se nos informara de que el escritor fulano de tal, decide dejar de escribir durante tres años para dedicarse a la crianza de su hijo o hijos recién nacidos, pensaríamos que se trata de una broma de El mundo Today. La historia de la literatura está plagada de excelsos escritores que han tenido a su lado maravillosas mujeres (según ellos) que se han encargado de todas las labores domésticas, así como de la crianza de los hijos para que sus eméritos esposos, pudieran “sacrificar” sus vidas en el altar de las letras.

Hay variedad de temas, sí, la apuesta es arriesgada, sí, pero los personajes que sustancian los relatos, como nómadas marítimos creo que no llegan a anclarse, a afincarse, a coger cuerpo, en definitiva, creo que les falta peso y contundencia, como para dejar huella, para que el rasguño se convierta en herida y la lectura en zarpazo.

www.devaneos.com

El arte de la ficción (James Salter)

Si no conoces a James Salter te recomiendo leer su Años luz porque es una maravilla. Novela que me recordaba a otra obra maestra, Herzog de Bellow, al que Salter hace mención una cuantas veces en estos ensayos, que son unas conferencias transcritas que Salter impartió frisando los noventa años, poco antes de su muerte.

Comenta Antonio Muñoz Molina, quien me puso en la pista de Salter con un artículo suyo que públicara en su día, que lo que engrandece a Salter es que al contrario que otros escritores que se vanaglorian con arrogancia de su cultura, Salter por el contrario se deleita aprendiendo con las lecturas que lleva a cabo. Estos ensayos transmiten bien el regocijo que supone el placer de la lectura.

Comienza Salter hablando de la lectura de cómo unas pocas páginas son capaces de sumirnos con toda nitidez en el escenario de la novela leída, y cita El amante de Marguerite Dumas. Habla de la búsqueda de la perfección por parte de Flaubert, siempre buscando la palabra justa, exacta, su relación con su alumno Maupassant, que le daría a leer su relato Bola de Sebo (inexcusable no leer este ensayo de Jaime Fernández). Una escritura cuyo éxito se dirime en los detalles pues como he oído decir a Juan Villoro en un entrevista «una coma puede tener un valor ético, un valor que cambie el sentido de la narrativa».

Siempre ahí la zozobra al dar el escritor en ciernes algo de leer al que puede ser nuestro primer lector, como le sucedió a Conrad.

Salter se pregunta por qué escribir (pregunta recurrente entre escritores). Él dice que pude ser quizás buscando el reconocimiento, el halago del lector, pero que al final se escribe por el placer de escribir llevando a las últimas consecuencias lo que dijera Paul Léautaud.

«No escribo para los lectores. Escribo para mí

Salter recomienda seguir el consejo de Paul, que decía que había que seleccionar muy bien nuestras lecturas. Sus Diarios a Salter le interesaban porque ahí el francés se entregaba a los chismorreos sexuales. Salter leer a Faulkner, a Bellow, se pregunta hasta qué punto un escritor sabe que está escribiendo una obra maestra. No cree que El guardián entre el centeno (Salinger) o Matar a un ruiseñor, nacieran con esa pretensión, al contrario, por ejemplo, que La montaña mágica.

Habla Salter de su oficio, del tesón que le supone escribir, día a día, y sobre todo la necesidad de reescribir mucho, hasta que lo escrito no resulte insulso, sino vibrante, intenso. Habla Salter del estilo, el cual va aflorando según él a medida que uno se va despojando del estilo que se copia de otro escritores al comenzar a escribir. Un estilo que hace que un escritor sea reconocible leyendo unas pocas páginas. Encarece Salter a Nabokov a Isaak Emanuílovich Bábel. En estos casos da igual el argumento de las obras, pues prevalece el estilo, el arte de narrar, o el arte de la ficción que da título al libro.

Aquí quedan expuestas unas pinceladas del libro, pero lo interesante es hacerse con un ejemplar y leerlo y disfrutarlo como se merece, pues creo que tanto el escritor como el lector encontrará aquí un buen número de reflexiones sustanciosas sobre preguntas que seguro todos nos hemos formulado alguna vez en un rol u otro.

Amberes

Amberes (Roberto Bolaño)

Digo que leo un libro que transcurre en un camping (Camping Estrella de Mar). Una vez haciendo el Camino de Santiago plantamos la tienda de campaña y cuando volvimos de dar una vuelta por el pueblo, después de haber cenado, teníamos a un fulano dentro. Iba con sus jefes y estos no paraban de roncar así que ocupó nuestra tienda. Le dejamos hacer, me cuenta mi amigo. En otra ocasión, al lado nuestro había una pareja de jóvenes que se pasaron toda la noche follando en su tienda, y yo masturbándome en la mía. Tienes muy buena memoria lubrica digo, o una imaginación excitada, añado. Mira el título mi amigo y la pregunta ineludible llega. ¿De qué va?. Verás, es difícil de explicar, porque no hay un argumento al uso. Pero no todos los libros tienen porque tener un argumento ¿verdad? como dice Vila-Matas, digo buscando su aprobación. Encogimiento de hombros. Además, añado, como afirmaba también Valéry los libros que nos aportan algo son los libros difíciles de leer. Más encogimiento de hombros, o quizás una consecución del anterior.
La novela es como querer hacer literatura sobre un guión de una película. Hay un jorobado, una joven prostituta de 18 años, un escritor inglés, un muerto, un camping un personaje llamado Bolaño, que escribió esta novela con 27 años, en 1980.
A Bolaño no le gustan ese tipo de historias que van por una vía de tren, siempre a la misma velocidad por un camino ya prefijado. Bolaño descarrila, fragmenta su narración, la desmigaja, como el que da de comer a las palomas, aquí nosotros. Se lo pone difícil al lector, sin concesiones. Juega con TNT: la ininteligibilidad.
Decía Bolaño unos cuantos años después de haber escrito esta novela que a la hora de escribir siempre debía prevalecer el sentido común. A pesar de que esta novela sea experimental, arriesgada, y deje de lado los caminos más trillados de la novela decimonónica o más convencional, se deja leer. Pessoa viajaba para desprenderse de países, Bolaño escribe, o eso me parece, para desprenderse de toda idea preconcebida.
Bolaño no había perdido el juicio, era un perfecto desconocido, un sin papeles en el mundo de la literatura galardonada, y ya había puesto aquí la primera piedra fundacional sobre la que edificaría su iglesia, o más bien su universo, que luego iríamos habitando sus lectores.