Archivo del Autor: Francisco H. González

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La leyenda del Santo Bebedor (Joseph Roth)

Ante los estertores del año que concluye apuro el cáliz de la buena literatura y así me veo leyendo La leyenda del Santo Bebedor, novelita breve o relato de Joseph Roth (1939-1894), adorador báquico, bellamente editado por Libros del Zorro Rojo, con traducción de Michael Faber-Kaiser y las inconfundibles y siempre bellas ilustraciones de Pablo Auladell.

Leyendo a Roth pienso en otras obras breves e igual de fascinantes que ésta de autores contemporáneos a Roth como Zweig y Schnitzler, obras como Morir o Mendel el de los libros.
Esta lectura conviene apurarla de un trago, para sentir todo su efecto, recrearnos en su retrogusto e incluso acabar, según sensibilidades, con la mirada vidriosa.

La edición de Anagrama, que también he manejado en la lectura, cuenta con un interesantísimo prólogo de Carlos Barral que más allá de resumir el relato, habla de las bondades de ese néctar de los dioses, que los riojanos tan bien conocemos y mimamos.

Sobre las letras y el vino, este libro de Miguel Ángel Muro es indispensable:

No entraré en detalles para no destriparle a nadie el final del relato, aunque sí puedo contar que me recuerda al cuento de la lechera de Samaniego, pues uno hace muchos planes, aún más con dinero contante y sonante en el bolsillo, caído del cielo, si bien al final la realidad y el vino se doblegan a un destino irrevocable, común para todos, aunque no todos los exitus sean parejos y algunos resulten incluso balsámicos.

Joseph Roth en Devaneos

El Leviatán
El triunfo de la belleza
Abril: historia de un amor

www.devaneos.com

Los anillos de Saturno (W. G. Sebald)

No es un mojicón, tampoco una magdalena, lo que abre la espita de la memoria de W. G. Sebald (1944-2001), sino una caminata de varios días por el condado de Suffolk, en la costa este inglesa. Una memoria, la de Sebald, que habla sin apabullar.

Me recuerda esta narración de Sebald a otra más reciente, a la de María Belmonte en Los senderos del mar, un viaje a pie, donde la caminata servía para abordar lo autobiográfico, al tiempo que daba pie también para hablar con los lugareños y de rondón tocar un buen número de temas interesantes. Lo mismo hace aquí Sebald, que contrasta el presente -aquello que ve- con las huellas que el palimpséstico pasado ha dejado, y así nos vemos leyendo sobre la pesca de los arenques, sobre la industria textil de la seda, acerca del mundo visto desde el cielo, sobre la integración del hombre y la máquina (que me trae en mientes una lectura reciente: La máquina de Joseph Walser) sobre figuras como Chateubriand, Conrad, Swinburne, Thomas Browne, Diderot y las apreciaciones de éste, por ejemplo, sobre la ciudad de La Haya.

Lo que Sebald trae del pasado en las investigaciones y lecturas que lleva a cabo es la parte más negra de la historia, refiriendo episodios en los que los muertos se cuentan por millones y donde queda claro que aprendemos poco o nada de la historia. Lo curioso viene cuando estos genocidios no son ya solo humanos, sino que incluso se nos refiere la anécdota -es un decir- de una tormenta acaecida entre el 16 y 17 de octubre de 1987 que dejó en Inglaterra, entre otros muchos daños, un saldo de 15 millones de árboles muertos.

Cuando Sebald comienza hablando de Conrad para sin darnos cuenta estar escuchando a Marlowe, en El corazón de las tinieblas, ese tipo de transiciones tan sutiles, ese viajar en el tiempo y en el espacio tan ameno y placentero a la vez, convierte la literatura en manos de escritores como Sebald en puro gozo. Y si en vez de 300 páginas Sebald se hubiera remontado a lo Chateaubriand con unas 3000 páginas, o más, de memorias ultratúmbicas, pues tan a gusto, oiga.

Editorial Debate. 301 páginas. Año 2000. Traducción de Carmen Gómez y Georg Pichler

Lecturas periféricas | Lecturas sumergidas: En la tela de araña de Sebald | Textos sobre W. G. Sebald

El mundo visto desde el cielo

El mundo visto desde el cielo

Da igual si se sobrevuela Terranova o el hervidero de luces que se extiende desde Boston a Filadelfia al caer la noche, los desiertos de Arabia relumbrantes como nácar, la cuenca del Ruhr o los alrededores de Frankfurt, siempre es como si no hubiera personas, como si únicamente existiese lo que han creado y el lugar donde se ocultan. Se ven los lugares donde viven y los caminos que los unen, se ve el humo que se eleva de sus casas y lugares de producción, se ven los vehículos en los que se sientan, pero a los propios seres humanos nunca se los ve. Y sin embargo, están presentes por doquier sobre la faz de la tierra, continúan multiplicándose a cada hora, se mueven por entre los panales de sus torres que se elevan hacia lo alto y en una proporción creciente están presos en redes de una complejidad que supera con mucho la fantasía de cualquier persona, como antiguamente las minas de diamantes de Suráfrica entre miles de tornos de cables, o bien como los vestíbulos de oficinas de las bolsas y agencias de la época actual, inmersos en la corriente de información constante que brota a borbotones de todo el globo terráqueo. Cuando nos contemplamos desde tal altura es horrible lo poco que sabemos de nosotros mismos, de nuestra finalidad y de nuestro fin, pensaba para mí mientras dejábamos atrás la costa y volábamos sobre el mar verde gelatinoso.

Los anillos de Saturno (W. G. Sebald). Traducción de Carmen Gómez García y Georg Pichter