Archivo de la etiqueta: Literatura Francesa

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Perla (Frédéric Brun)

Si ayer comentaba el libro de José Luís Peixoto, quien dedicaba su particular homenaje a su padre muerto en Te me moriste, Frédéric Brun (París, 1960) hace lo propio con Perla, su madre. Perla sobrevivió al campo de concentración de Birkenau y su hijo la recuerda después de su muerte, haciéndose un montón de preguntas sobre el paso de su madre por el mismo, muchas sin respuesta, sin llegar a entender cómo los nazis fueron capaces de aunar su gusto por la cultura con el exterminio a sus manos de millones de seres humanos que a sus ojos no eran otra cosa que, como recoge Daša en Trieste, una «carga«. No descubre Brun nada nuevo, pues sus preguntas ya se las han hecho muchos otros antes y durante todo este tiempo. De hecho el autor, sin buscar ninguna originalidad, recurre a las palabras recogidas en otros libros de Levi, de Semprún, quienes intentaron aportar en sus escritos algo de luz con sus testimonios, y como dice uno de los supervivientes, pasadas ya tantas décadas, víctimas del extrañamiento, pensar en aquello y calificar lo vivido como una «realidad inverosímil«.

Brun concibe su libro como un puente hacia su madre, un ir hacia ella y al mismo tiempo la posibilidad de evocarla, de recordarla, de aproximarse a su pasado, a su dolor, dado que en vida de ella, el silencio hizo de cortafuegos del pasado y quedaron muchas preguntas sin hacer. Una madre construida a retazos.

Como quiera Brun que su libro no sea triste, el recuerdo de la madre muerta se combinará con la llegada al mundo de su hijo, lo cual siempre es motivo de alegría y esperanza y el nacimiento a su vez de esa angustia que experimenta todo padre ante la posibilidad de morir y dejar a sus hijos truncados.

Editorial Comares. 2017. 104 páginas

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Calle de las Tiendas Oscuras (Patrick Modiano)

Patrick Modiano publicó Calle de las Tiendas Oscuras en 1978, con 33 años. No llegó a España hasta 2009. Sorprende, considerando que esta novela se llevó en su día el Premio Goncourt. La publicaría Anagrama con traducción de María Teresa Gallego Urrutia.
Esta es la cuarta novela que leo de Modiano (Accidente nocturno, Un circo pasa y La hierba de las noches) y la que más me ha gustado. Modiano trabaja aquí el tema de la identidad y la memoria. Un tal Guy Roland, tratará de averiguar quién es él, dando forma y relieve a su pasado, el cual se va componiendo como las pequeñas teselas de un mosaico, recogiendo datos, nombres, fechas, fotografías, direcciones postales, que sus interlocutores le van brindando en las distintas conversaciones que mantiene con ellos. Guy va tirando del hilo, desmadejando el embrollo, tratando de armar las piezas de un muñeco muy endeble, durante los años de la Ocupación. Modiano -así nos lo hace saber por boca de sus personajes- sabe que apenas dejamos huella con nuestras vidas, que nuestras existencias son poco más que un suspiro, que en todo caso, más que llenarnos la boca con las cosas que hacemos o dejamos de hacer, son los otros, los que nos construyen, sustentan y sustraen del olvido recordándonos. Esa es la premisa. A Guy le bastaría simplemente con que alguien le reconociera, le pusiera cara. Parece cuestión baladí, no lo es y sobre este asunto, Modiano arma una novela muy notable que he leído del tirón y cuyo final es consecuente. La vida es una búsqueda, un ir al pasado, pues como dice uno de los personajes lo importante no es el porvenir, sino el pasado, y en el caso de Guy de nada le serviría ir sumando días sin reconocerse.

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Sobre el agua (Guy de Maupassant)

Guy de Maupassant emprende una travesía de 7 días a bordo de su embarcación Bel-Ami, acompañado por dos marineros. Recorre la costa francesa desde Antibes hasta Saint-Tropez. Lo escribe en 1888, cinco años antes de su muerte. Es curioso leer como en aquel entonces Saint-Tropez era una villa marinera de difícil acceso. Durante la singladura, aquejado por una soledad flotante, Maupassant aborda diferentes temas, ya sea denostar las guerras: «Hemos visto la guerra. Hemos visto a los hombres transformarse en brutales, enloquecidos, matar por placer, por terror, bravuconería, por ostentación. Cuando el derecho ya no existe, la ley está muerta, toda noción de lo justo desaparece, nosotros hemos visto fusilar a inocentes hallados en una carretera y convertidos en sospechosos porque tenían miedo. Hemos visto matar perros encadenados a la puerta de sus amos para probar revólveres nuevos, hemos visto ametrallar por placer vacas tumbadas en un campo, sin ninguna razón, por el mero hecho de disparar su fusil y por puro divertimento«, lo absurdo de tratar de imitar la naturaleza, ya sea a través de la pintura en particular, y del arte en general, los dones de la soledad que le permiten vivir libre de ataduras, sustraerse así a la servidumbres de la amistad que siempre exigen según él, correspondencia, dedicación, compartir la intimidad, al margen de los chismorreos, habladurías, cotilleos, que tanto gustan a sus compañeros, o lo que sucede cuando el individuo pasa a formar parte de la masa: «Hay una frase popular que asegura que «la multitud no razona» ¿Y cómo es que no razona la multitud si cada uno de los que la integran razonan? ¿Cómo es que una multitud hace espontáneamente lo que ninguna de sus unidades haría? ¿Por qué tiene la multitud impulsos irresistibles, determinaciones feroces, arrebatos estúpidos que nada es capaz de contener, y por qué realiza, arrastrada por tales arrebatos, irreflexivas acciones que ninguno de los individuos que la componen sería capaz de realizar? Que un desconocido lance un grito, y súbitamente se apodera de todos una especie de frenesí, y todos, movidos de un mismo impulso, al que ninguno intenta resistir, arrebatados por un mismo pensamiento, que se hace de un modo instantáneo común a todos ellos, aunque sean de castas, opiniones, creencias y costumbres distintas, se abalanzarán sobre un individuo, lo degollarán, lo ahogarán sin motivo, casi sin pretexto, mientras que, tomados aisladamente, serían capaces de arriesgar sus vidas por salvar al que están matando«. Reflexiona también sobre su profesión de escritor, sobre cómo este registra todo cuanto ve, cómo se convierte en un rapiñador desalmado, como chupa la vida de los demás, para alimentar sus obras:»Si habla, sienta a veces plaza de maldiciente, y eso porque tiene clarividencia de pensamiento, y desarticula con él todos los resortes de los sentimientos y de los actos de los demás. Si escribe, verterá en sus libros, sin poderse contener, todo cuanto vio y llegó a comprender y sabe; y no hará excepciones ni con sus allegados ni amigos, poniendo al desnudo con cruel imparcialidad los corazones de las personas a quienes ama o ha amado, llegando incluso a la exageración para conseguir un efecto mayor, sin que le preocupen nada sus afectos, y sí únicamente su creación». Apuesta Maupassant, creo que de boquilla, por la soledad, por ese retorno a un estado primigenio, al contacto más estrecho con la naturaleza, si bien tampoco puede evitar el contacto social, el reconocimiento, los saraos, las fiestas, como se verá cuando reciba la invitación de uno de sus amigos para verse.
Brilla el humor con anécdotas hilarantes y absurdas como la que se refiere a un preso en el principado de Mónaco.
Dice Maupassant que pocas cosas hay más bonitas que ver en una ciudad iluminada desde el mar. Es evidente que en el mar se viaja de otra manera, el paisaje cambia, accedemos a lugares que de otra manera nos están vetados y que no tiene nada que ver con hacerlo por carretera. Este periplo, este cúmulo de pensamientos, de ideas errantes, como afirma Maupassant, resulta ameno de leer, divertido a ratos, y nos permite conocer a Maupassant más allá de sus relatos y novelas como Los domingos de un burgués en París o El doctor Héraclius Gloss.

Marbot ediciones, 2008. 183 páginas. Traducción de Elisenda Julibert.

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La hierba de las noches (Patrick Modiano)

Esta es la tercera novela que leo de Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt), después de Accidente nocturno y Un circo pasa y siempre tengo una sensación parecida. Cuando comienzo sus novelas éstas me parecen anodinas, triviales, banales, monótonas y luego poco a poco voy reconociendo el estilo del autor francés: historias donde no sucede nada aparentemente llamativo, ni grandilocuente, donde la historia no reviste una gran complejidad, y lo que hay es una narración leve, liviana, amena, y a ratos divertida. Me sucede leyendo a Modiano lo mismo que experimento leyendo a Enrique Vila-Matas, que en sus historias encuentro siempre algo que acaban interesándome, atrayéndome, captando mi atención, en definitiva.
Aquí la historia es desentrañar un misterio, de la mano de un escritor un tal Jean, que en su día, hace casi medio siglo, conoció a una joven, Dannie. A Modiano le interesa cómo gestionamos el pasado y el presente, Cómo el pasado es un lenguaje en clave que solo puede ser descifrado transcurrido unos años. Así, Jean, el protagonista de la novela irá transmitiendo mensajes en morse como dice él que más tarde, décadas después irá comprendiendo, envuelta la narración en un velo de novela negra, con dos muertos sobre la mesa.
Si en otras novelas lo que se hace es es contarlo todo y apabullar al lector con múltiples datos y detalles de la vida de los personajes, Modiano hace lo contrario, porque sus novelas son cortas, no hay mucha paja, el narrador es tímido, pregunta poco, y cuando pregunta no obtiene respuesta, así que decide preguntar menos y observar más. En su mirar registra y anota la ciudad de París, cómo ésta va cambiando, mudando la piel a medida que se van cerrando los locales, y comercios, clausurando ciertos edificios y construyéndose otros, una geografía urbana que a Modiano creo que le interesa especialmente.

Anagrama. 2012. 167 páginas. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia.