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Estanque (Claire-Louise Bennett)

A Fito no tener nada que decir le supuso sacarse de la chistera, de la gorra en su caso, una canción con el mismo estribillo. A Claire-Louise Bennett, no tener nada que decir le ha permitido publicar un libro de relatos, e incluso recibir elogios de la revista Vogue que habla de que la prosa de Claire-Louise es apasionada, salvaje […] y de otra galaxia…
Si esta prosa es de otro galaxia es muy posible que a los extraterrestres les encante, pero a los terrícolas, como a un servidor, no le ha gustado absolutamente nada. Hacía muchos libros que no leía nada tan anodino, tedioso, trivial, inane y pomposo. Todo junto y a la vez.

Este Estanque está colmado de naderías, banalidades y memeces. Hay quien osa comparar a Bennett con Lydia Davis. Nada que ver. Davis tiene talento, es ingeniosa, chispeante a ratos, y hay un discurso. Lo que hace Bennett es un discurso vacío, una prosa doméstica y cosmética, donde los relatos hablan de hornillos, lapiceras, plantas, vestidos o botes de tomate, como podían hablar de cualquier otra cosa, porque todo es azaroso.

He leído el libro traducido, por obra de Laura Wittner. No sé si el original será mejor, o todavía peor, pero la traducción, hace que la lectura sea todavía más pesarosa y tediosa.

Como regalo envenenado dejo un párrafo, que permite tomarle el pulso, o no, a la prosa galáctica de Bennett.

«Él venía a verme, y de hecho comimos algunas hortalizas que había cultivado y me dejó que estaban buenísimas, lo cual era cierto. Comíamos naranjas, también, muy seguido -de hecho comer naranjas españolas pasó a ser toda una cuestión. Es muy lindo comerlas, las naranjas, después de haber tenido sexo durante siglos. Disuelven el aire viciado y tienen un olor muy organizado, por lo que se reactiva una especie de estructura y pasa a ser perfectamente posible hacer un plan, como salir a comer a un lugar lindo».

Jose González

Ella siempre está (Jose González)

«Cuando en un libro, de poesía o de prosa, una frase, una palabra, te traslada a otras imágenes, a otros recuerdos, provocando circuitos fantásticos, entonces, sólo entonces, resplandece el valor de un texto. Al igual que un cuadro, una escultura o un monumento, ese texto te enriquece no sólo en lo inmediato, sino que te transforma en la esencia”.

Adolfo García Ortega

Si nos paramos a pensar un momento en la familia, en su pasado, y vamos remontándonos generaciones atrás, ¿dónde nos situaremos?. Hay miles de años detrás de una familia, un sinfín de generaciones familiares que nos preceden. Es por tanto la familia –otra de las pocas certezas que se van descubriendo con el tiempo; un todo con matices, dice la voz narradora- una institución que aún hoy permanece, que va cambiando, que pierde y gana miembros en su filas con el transcurrir del tiempo. Unas familias se han extinguido, ya sin descendencia, otras perduran, y luchan contra su extinción, perpetuando los genes.

Jose González tenía en La visita, su anterior, y primera novela, a la familia, como personaje central. Ahora en su última novela, Ella siempre está, la familia vuelve a ser la protagonista absoluta. Una familia, la de la novela, convencional: un padre, una madre, un hijo pequeño, una hija mayor, un abuelo y una abuela.

Podía Jose haber optado por el ensayo, por volcar ahí sus reflexiones sobre la institución, pero no, prefiere al autor, eviscerar una familia normal, una familia reconocible, donde cuando falta una abuela, se le echa mucho de menos, porque deja un hueco que va más allá de lo físico. Otro tanto del abuelo. Son pérdidas que están ahí, esperables, nunca deseables. Donde el autor se explaya más, y es la sustancia de la novela, es en la relación entre el hermano pequeño y su hermana mayor -los separan siete años-, y arranca la novela con cierto misterio con una voz velada, confusa, que anticipa cosas, a descifrar, que luego el relato va evocando, mostrando y ocultando y que una vez finalizada la novela, conviene releer, porque el final, que explicita un hecho, permite releer y entender lo anterior con otros ojos.

Me gusta cuando la narración se pliega sobre la familia -sobre los hermanos y sus padres-, cuando el ambiente se enrarece y se envicia, cuando la hermana, rebaña el suelo del Infierno, con su comportamiento, con su conducta errática, con su necesidad de sentir el dolor; un dolor que alimenta su tentativa de suicidio, que empaña su porvenir, que la enajena y desplaza de la familia uterina. Cuando hay dos hermanos, siempre está la diferencia, el contraste, la predilección, el favorito, la oveja negra; una tensión dialéctica, que se asoma sin quererlo en boca de los padres, que siempre verán primero con asombro y luego con estupor, cómo los hijos se crían igual, se les quiere igual, pero crecen distintos, cómo se pierden cada cual a su manera; un irse airado, turbulento, violento, dramático, en el caso de la hermana. Presentes están las comparaciones que laceran, que marcan, y estigmatizan. Cuando la hermana deja la familia de lado, se aboca a lo funesto, a lo trágico, cuando la compañía son prendas violentos, que le permite al autor abordar el asunto con un discurso romo.

No me gusta cuando la voz que narra se pierde y se dispersa en un discurso panóptico que en tono mesiánico pontifica. Cuando habla de ellos y de nosotros. Creo que la voz del autor sí gana, y se impone, en la distancia corta, en el detalle, en el matiz, no en la bruma que empaña un discurso etéreo; gana en el ambiente de una habitación caldeada, en el aliento en la nuca, en los dedos viscosos, en la náusea, en ese llorar sin lágrimas, en la necesidad de huir y de quedarte, en ese anhelar matar o querer morir paranoico y apremiante, en las ganas de inmolarte, sin querer saber por qué, en los lazos familiares que devienen sogas.

A ratos, Jose, consigue lo que dice Adolfo en la cita de arriba, llevarnos a los recuerdos de la infancia, de la adolescencia, del enamoramiento, de la adultez, de la paternidad, del duelo: playas, en las que naufragaremos casi todos, antes o después.

Muy cuidada la edición de papelesmínimos.

papelesmínimos ediciones. 2016. 124 páginas

Lecturas periféricas | entre culebras y extraños, Naturaleza infiel, Dos hermanos.

Tratado de la infidelidad

Tratado de la infidelidad (Julián Herbert y León Plascencia Ñol)

Me gustó la novela de Julián Herbert, Un mundo infiel. Este Tratado de la infidelidad, escrito junto a León Plascencia Ñol, suma de nueve relatos, por el contrario me ha decepcionado.

Si en aquella novela había algo visceral, que resultaba subyugante, y que dejaba con apetencia de seguir leyendo más, aquí, en esta distancia mínima en la que se mueven la mayoría de relatos, no encuentro la chispa, menos el fogonazo, y sí leo un prosa lúbrica e indolente, poco trabajada, que abunda en el sexo, explícito, de tal manera que no hay forma de zafarse de tanto culo en pompa, de nalgas duras, de tanta verga, de tanta eyaculación, de tanto ano negro, de pezones enhiestos, de clítoris palpitantes, de lolitas niponas, de boquitas carnívoras, porque aquí los humanos son maquinasdefollarbukowskianas, o de coger, que dicen por esas latitudes, y a mí eso me carga, me satura, porque lo que leo me parece banal, superficial (como ese tanteo sobre el dolor y el masoquismo), muy reiterativo; una sensación que no se alivia porque aparezca por allí mentado ni Richard Ford, ni Agamben, o esas máximas (metidas con calzador) que son mínimas, ni novias conceptuales o perfomancistas, porque precisamente estas resultan igual de banales, episódicas, fugaces. Todo lo que hay en esta novela, parece hecho para durar lo que dura un polvo, donde lo explícito anula cualquier intento de fantasear, de evocar, de sugerir, de meterte en el libro, en definitiva.

Se publicó en 2010 por la Dirección de Publicaciones de Conaculta, resultó premiado con el Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez, y ahora se edita en España, por la editorial Malpaso.

Adolfo García Ortega

El evangelista (Adolfo García Ortega)

Nada había leído de Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958) hasta la fecha; error que pienso reparar poco a poco. Lectura a lectura. Libro a libro.

Si leemos la contraportada, nos refiere que los cabecillas de una rebelión llevaba a cabo en Jerusalén y Galilea, fueron crucificados en tiempos del emperador Tiberio. Lo cual no es aplicable a Iskariot Yehudá que según nos cuentan se quitó la vida tirándose desde una muralla.

La novela aborda la vida de Jesús, El Mesías, aquí bajo el nombre de Yeshuah, más conocido como El Visionario.

Lo que leemos nos viene referido por un escriba fariseo que casualmente está en el sitio justo en el momento preciso, de tal manera que sin creer a pies juntillas en lo que dice Yeshuah, capta no obstante su interés como para decidirse a seguir sus andanzas. Por otra parte Yeshuah quiere tener cerca a alguien que dé testimonio de lo que sucede.

Sobre este marco histórico de sobra conocido, en donde hallamos a Poncio Pilato, Herodes, César Tiberio y demás autoridades romanas que se encargarán de ajusticiar a Yeshuah y de sofocar la revuelta, ayudados los romanos, por los jueces locales como Shimeon y Kaifás, el autor cuenta los hechos por boca del escriba de otra manera -y esta es la sustancia y la razón de ser de la novela- tal que los milagros no son tales, y todos esos elementos fantásticos que aureolan a Jesús, son fruto más de la receptividad del destinatario que quiere sanar y sana aunque sea temporalmente, que de las capacidades milagreras de El Visionario; así que cuando una niña vuelve de un sueño profundo, aquello tiene ya, por ejemplo, para sus seguidores, el estatuto de resurrección.

Adolfo resulta preciso, certero; lo narrado (que como si de una investigación policial se tratara se articula como una suma de testimonios: de cartas enviadas y no enviadas por el escriba, de testimonios de personajes primordiales, cartas escritas por Poncio Pilato, a lo que sumamos lo que el ubicuo escriba conoce en primera persona y otras tantas acciones que le refieren) resulta fluido, apasionante y muy godible, con elementos dramáticos, suspensivos, misteriosos, en ese periplo profuso en aventuras donde todo es un continuo moverse, hacia un final esperado por Yeshuah y por el lector, que nos permite acercarnos a la muy humana vida y obra de Jesús con otros ojos.

Una figura, la de Yeshuah que a pesar de su parquedad y de sus silencios, trasmite algo poderoso en sus alocuciones, merced a una personalidad que, como le sucede al escriba, creo que también seducirá e interesará al lector, quizás por su determinación, por su firmeza, no exenta esta de belicosidad, pues como Jeshuah afirma «él había arrojado fuego, espada y guerra contra el mundo, que había hecho tambalear el viejo Reino…».

Yeshuah es una (re)creación, de Adolfo García Ortega, muy potente, así como la de Iskariot, que le va a la zaga.

Una historia, la referida, que serviría de base, posteriormente a la religión cristiana, propalada y recogida en la Biblia: una antigua e imaginativa sucesión de desgracias, según el autor.

Galaxia Gutenberg. 2016. 269 páginas.