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Rubén Alba

Elvira (Rubén Angulo Alba)

A pesar de lo que leamos en la sinopsis (un hombre que se debate furiosamente entre la vida y la muerte), esta novela de Rubén Angulo Alba dista mucho de ser algo parecido a la película Buried, para situarnos, pues la presunta tensión que debería poner nuestro corazón en modo centrifugado, no me parece tal.
La historia no tiene apenas chicha y tal que como se nos narra, al menos en mi caso, me ha resultado muy poco atractiva, así tanto el destino del fulano que está debajo de los palés, como los devaneos mentales-sexuales-filosóficos con los que mata su angustia, me resultan indiferentes.

Respecto al estilo del autor -¿mezcla de erudición (mentar a Platón y alguna obra clásica, no otorga a un autor el estatuto de erudito, pero bueno, en los libros que uno se autoedita cada cual califica su obra como le place) y sarcasmo?, según reza la sinopsis- no he encontrado nada en él interesante.

Me ha resultado curiosa de leer porque se cuentan en el prólogo de la novela cosas que suceden en la ciudad de Logroño, y esos paseos por la zona del Revellín y la biblioteca me resultan muy familiares.

Editorial Ochoa. 2016. 108 páginas.

Ramón J. Sender

Réquiem por un campesino español (Ramón J. Sender)

Ramón J. Sender
1950
Destino
103 páginas

Réquiem por un campesino español de Ramón J. Sender (1901-1982) junto a Los girasoles ciegos, La noche feroz y A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, son los mejores libros que he leído sobre la guerra civil española.

La novela es una obra maestra de concisión y profundidad; apenas cien páginas son suficientes para enterarnos del fatal final de Paco el del Molino, a quien el cura Mosés Millán bautiza, da la comunión, confirma, casa y finalmente da la extremaunción (a resultas de su buena fe y del poco conocimiento de la maldad humana por parte del cura), cuando el ingenuo Paco que soñaba con un mundo mejor y más justo y anidaba en su interior sentimientos de piedad y compasión que le impedían cruzarse de hombros ante la miseria rampante, constata que aquellos que habían tenido siempre el poder no lo iban a soltar de la noche a la mañana, tal que después de las elecciones y la sustracción de unos terrenos al duque, a mediados de julio de 1936, las aguas (o ríos de sangre) volverán a su cauce, y cómo los paseíllos, las ejecuciones en las tapias de los cementerios y los cuerpos luego arrojados como perros en las cunetas, pondrán las cosas de nuevo en su sitio.

El desenlace se nos va enterando mediante un romance que tiene por protagonista a Paco, el ejecutado. Un final que no acaba con la muerte de Paco, sino con el recochineo y ensañamiento postmortem de oficiar una misa en su nombre, por parte de aquellos que lo mataron o colaboraron: Valeriano, Gumersindo y Cástulo.

José María Pérez Álvarez

Nembrot (José María Pérez Alvárez)

José María Pérez Alvárez
Trifolium
2016
500 páginas

El título, Nembrot (Transmigraciones y máscaras), es acertado, porque si creemos que las palabras nos conducen al corazón de la historia, erramos, dado que las palabras a menudo son la pulpa, las máscaras que nos imposibilitan llegar a ver el hueso, así Bralt, quien cuanto más «escribe», más desleído resulta para Horacio, pues leer los libros de la Serie Rosa de Bralt, a pesar de sus tintes autobiográficos, no le aportará nada a Horacio sobre la esenciabraltiana, tal que Bralt en su «quehacer literario» lejos de ofrecerse se enmascara, en su registrar la realidad, la alteridad, y la diseca, operando como un taxidermista, sacando el jugo a las presencias reales circundantes para fijarlas luego negro sobre blanco. Bralt, «escritor» quien se ve más como un traductor (o como un plagiario, o como un falsario, o como.) que como un demiurgo, pues si todo está ya escrito, si todo lo han dicho ya otros antes, al final, la literatura sobrevive jugando con la desmemoria de la humanidad, para de ese aliento, creer(nos) que lo leído es nuevo, original, singular, pues como para decirlo con Heráclito, nos bañamos cada vez en un libro distinto, aunque el agua, fluya o no, no nos engañemos, siempre sea agua, y al hilo del escritordemiurgo, pienso que si un autor cuando entrega un libro a la editorial para su publicación, obra como tal demiurgo, como el creador de un mundo poblado de sus personajes y sus historias, pienso la tentación que asediará a menudo a los escritores al querer modificar su libro ya publicado; corregirlo, aumentarlo, minorarlo, prenderle fuego, y no sé si a esta pulsión de querer rehacer el mundo ya creado atiende que Nembrot, publicado en 2002, ahora casi 15 años después, vea un nuevo alumbramiento, con quince capítulos que en su día no se publicaron, pero que ya estaban escritos, y con otros capítulos que incorporan algunos cambios, y aquí sería interesante haber simultaneado las dos lecturas, de cara a determinar en qué medida esta obra que nos ocupa es mejor que la anterior, si la expansión es justificada, si la novela que entonces leí y me pareció notable, ahora resulta sobresaliente, o si como todos damos por bueno, de tanto que nos dan la brasa, no conviene nunca cambiar el pasado, así con los libros ya escritos.

Leo que el autor, José […] Álvarez dudaba acerca de la publicabilidad de este manuscrito. Después de leer a lo largo del presente año a Joyce, Cortázar, Bayal, Pastor, RMG, esta novela es más de lo mismo: CAZA MAYOR (y no hablo de elefantes regios ni de felinos mostrencos). El autor emplea un aluvión de palabras, durante casi 500 páginas, para referirnos no solo una historia de desamor entre dos hombres: Bralt y Horacio: líneas paralelas que ni concurren ni horadan, sino otras muchas historias que transcurren en París, Dublín, Vigo, Cangas (que me traen ecos de Rayuela, de Joyce, con capítulos gloriosos como Mollyday) donde Bralt verá asomar su homosexualidad, sin llegar a asumirla, hasta que un buen día llega a compartir techo, que no lecho, con Bralt, y es la tensión sexual no resuelta, la imposibilidad, lo que alimenta la f(r)icción de la novela de desazón, de desgarro, superado lo pornográfico (y evitando por tanto esa prosa ramplona que coge, perdón, ase todo minga por hombre), incluso lo erótico, por la búsqueda de la ternura, del afecto, del cariño, en pos de un amor ideal que busca la tranquilidad y no la sordidez, la luz y no la oscuridad, los arrumacos frente al televisor en lugar de los escarceos en urinarios fétidos e inmundos, la posibilidad de vivir una historia de amor que no resulte más trágica o dolorosa que la del resto de mortales heteros, que no sea una sima, una continua bajada a los infiernos, cada vez que se busca aquello por lo que no se debiera pagar un precio emocional tan alto.

En la narración juegan un papel importante las digresiones, sean las bolas de Horacio, bolas de papel que arroja en la papelera de la pensión a la que va a parar tras salir de la vida de Bralt, y que nos permiten acercarnos a Horacio tanto como lo permiten unos pensamientos vomitados en un papel arrugado y arrumbado, sea Uno, o Pedro, que nos retrotraen hasta la guerra civil española, donde esa guerra, y cualquier guerra, viene a ser una representación donde unos tienen el papel de víctimas, otros de verdugos y donde la historia, se reserva el papel de guionista y directora, para pergeñar una tragedia griega, ibérica en esta ocasión, donde quizás toda guerra se reduce, por ejemplo, a que un padre se vea obligado a tener que elegir el hijo que se salvará y cual será fusilado. Una guerra en la que nadie gana, en la que todos, en mayor o menor medida, pierden algo.

Decía que son casi 500 páginas donde el autor no deja de jugar con las palabras, de sacarles jugo, construyendo al estilo Joyceano otras, echando mano de un léxico profuso, expansivo, en el registro de otras voces, como los argentinismos de Bralt. Precisamente ese esfuerzo, el reto que se nos plantea al lector (hembra o no) fruto del talento autoral, recompensan nuestra lectura, tornándola una singladura gozosa y proteica, abundante en hallazgos, pues no sólo este quehacer denodado y creativo, sino los distintos cambios de rumbo, los saltos temporales (que permiten por ejemplo completar una suerte de elipsis madamebovaryflaubertiana, paseo en carro mediante), las narraciones en primera, segunda o tercera persona, son técnicas que al tiempo que hacen la narración más prolija y enrevesada, la enriquecen, merced a la mirada del autor que reflexiona y abunda mucho y bien en: la soledad herida que convierte a los humanos en lúcidos pecios, el envejecer con cierto decoro; un envejecer que se alimenta más de resentimiento que de melancolía; lo trágico del qué dirán, ese dedito acusador que señala, los prejuicios que desnortan y aniquilan, el miedo paralizante a ser y vivirse Uno mismo, la capacidad que tienen los personajes literarios de trascender y llegar a fagocitar a sus autores, la distancia nula entre vida o literatura, cuando no son la misma cosa, las existencias reducidas a una sisífada donde un buen día nos fallan las fuerzas y el pedrusco nos lamina y un humor, a ratos mágico como el desplegado en el brillante capítulo El viaje imposible (65) que se derrama y empapa todo el texto; todo esto y otras muchas cosas que se me quedan en el tintero, en mi opinión, alumbran una obra que creo que va a envejecer bien, dado que posee las cualidades que hacen devenir unas pocas obras en clásicos.

Unos libros se leen, otros como éste se habitan durante días.

Pensaba escribir esto mañana miércoles, pero enterado de que los miércoles no existen, lo hago ahora. Si Álvaro Cunqueiro creó Mondoñedo y las lecturas de sus obras evitaron su velamiento, a su vez, todo libro, cual contrato, se perfecciona, no con una rúbrica, sino a través de su lectura. Leyendo vivificamos el libro, y ese texto, ya alado, vuela hacia la inmortalidad. O no.

Acabo.

Sea la literatura una liturgia. Siendo esta novela la hostia. No comulgar es pecado.

Devaneos.com

Sendino se muere (Pablo d’Ors)

Pablo d’Ors
Fragmenta
2012
80 páginas

Pablo d’Ors (Madrid, 1963) conoce a la doctora África Sendino (1960-2008), oncóloga del Hospital La Paz, cuando este oficia como sacerdote en el mismo. A Sendino le diagnostican un cáncer de mama que resultaría letal. Ella quiere dejar su testimonio antes de morir y al conocer a Pablo unas pocas semanas antes de su muerte, ella le pide que escriba sobre ella, sobre su vida y su muerte. Los escritos que conforman sus Diarios son pueriles, deslavazados, según Pablo y comprueba además que lo que Sendino escribe no le hace justicia, que su figura, para él encomiable, no se ve reflejada en sus palabras escritas, que en nada le van a la zaga a su insigne figura. A tal fin hay que literaturizar la vida y sus postrimerías, sacarle brillo, hacerla ejemplar, ficcionar la realidad para que esta resulta más potente y esa es la misión de Pablo.

El caso es que el libro de Pablo resulta a su vez deslavazado y desleído, porque más de la mitad del libro Pablo se la pasa hablando acerca de por qué ha escrito este libro y lo que es el libro en sí -resulta ser la mínima expresión- tal que si hemos de creer que Sendino fue alguien tan especial, deviene casi una cuestión de fe, pues si nos remitimos a los hechos, a las palabras de Sendino, no podemos formularnos juicio alguno.

Sí me ha gustado lo que dice Pablo de cómo Sendino vivió su muerte, porque no la capeó, porque arrostró su tragedia, sus miedos, porque quiso estar presente hasta su final por más que sus familiares tomarán decisiones sobre su persona sin tenerla en cuenta, cuando era de hecho la única implicada en esa representación letal, lo que la conduce a escribir:

Morimos a este mundo antes de que nuestro corazón deje de latir.

Sendino defiende que hay que dejarse ayudar, que en el ayudar y en el dejarse ayudar los humanos nos reconocemos como tales, al igual que en el sufrimiento, que hay que compartir, abrirlo a los demás, para aliviarnos y que si existe el sufrimiento es precisamente para entregarlo, para no dejar al mismo tiempo de sorprendernos sobre nuestra capacidad de resistencia.

Otra reflexión interesante es lo que se dice respecto a tomar consciencia de cuándo dejamos de ser nosotros mismos, una vez que la enfermedad (in-firmitas; esa falta de firmeza, de fuerza, que nos impide estar en pie) nos merma, despoja y transforma, así como el papel que deben asumir los médicos en estos trances, de cara a humanizar estos momentos tan duros para el enfermo, para el paciente (doblemente paciente, porque en una cama de un hospital, sin apenas distracciones, la paciencia se convierte, nos guste o no, en el pan nuestro de cada día), para quien una simple conversación ayuda tanto o más, que el resto de la medicación.