Archivo de la etiqueta: 2015

El poeta que prefería ser nadie

El poeta que prefería ser nadie (Jaime Fernández)

Jaime Fernández
Hermida Editores
200 páginas
2015

Antes de nada quiero recomendar la página web de Jaime Fernández, En lengua propia. De esa página el autor ha seleccionado 19 ensayos que son los que luego ha publicado, Hermida Editores, bajo el título de El poeta que prefería ser nadie.

Quizás sea ir a contracorriente gastarme 15 euros en comprar un libro cuyo contenido está en la red de forma gratuita. Será que el que suscribe es un romántico, que prefiere seguir leyendo los libros en papel, y gastarse un dinero en comprar un libro, si cree que éste vale la pena. Este libro lo vale. Cada euro.

A los que conozcan la web no les descubro nada nuevo, a los que no, estos ensayos creo que les sorprenderán, para bien. Es este un libro que me parece interesante tanto para los lectores, si queremos trascender de ser lectores voraces a lectores veraces y de lectores vacacionales a lectores vocacionales. Mis aspiraciones van por ahí, quizás por eso, este libro lo he leído con calma, frase a frase, sentencia a sentencia, subrayando todo cuanto me ha parecido interesante. Es cierto que el autor parafrasea a otros escritores ya clásicos, pero también es verdad que el autor se moja, dando su parecer por ejemplo sobre lo que él entiende que debe ser un buen lector, o sobre la industria editorial sólo interesada ésta en el número de lectores, y no tanto en qué se lee, y quienes leen, o cómo leemos, los que lo hacemos, o reflexiones muy interesantes sobre el futuro del libro ante el poder arrollador y subyugante de la imagen en todas sus manifestaciones.

Los escritores encontrarán también en este libro las mismas preguntas que ellos se habrán formulado muchas veces al encontrarse ante el folio en blanco, ante el adjetivo a utilizar, o ante la importancia o banalidad de lo escrito, siempre debatiéndose entre la inseguridad y la confianza en su trabajo y ante la renuncia y el sacrificio que les supone este oficio, cuando deviene una pasión, una forma de vida, y si no que le pregunten por ejemplo a Kafka, para quien era casi inconcebible sacar adelante su proyecto narrativo, o vital, y estar al mismo tiempo casado.

Según las lecturas que uno atesore en su zurrón al leer este libro, creo que la experiencia puede resultar todavía más intensa. Si has leído Bartleby, Dublineses, Madame Bovary, El Quijote, Jakob von Gunten, y los muchos libros y autores sobre los que habla Jaime, este juego de referencias, de intepretaciones, de significados, hace la lectura aún si cabe, más sustanciosa.

Yo no he leído todos los libros ni todos los autores que se nombran, ni mucho menos, pero creo que un libro de estas características, que no es otra cosa que un homenaje hacia la literatura, sirve entre otras muchas cosas, además de para aprender deleitándonos, a incitarnos a seguir leyendo, y a mí al menos, me apetece seguir con los Diarios de Renard, con los Apuntes de Canetti, con la correspondencia entre Kakfa y Felice y con las Conversaciones con Goethe, entre otras lecturas que tengo en mente, para el futuro.

Y ya por último y como colofón decir que este libro, aunque le pene al autor (que me figuro que no), divierte y mucho, y su lectura resulta amena y gozosa, merced a su estilo limpio y directo, y un análisis de la materia que profundiza lo necesario para no caer en lo académico, que logrará ensimismar y entusiasmar al lector, que por unas horas (en mi caso) anhela estar en un cuarto insonorizado como Proust o alejado del mundanal ruido, donde poder así leer en calma, como Montaigne, concienzudamente y aprender -mucho- leyendo esta muy recomendable colección de ensayos.

Cuando Kafka hacía furor

Cuando Kafka hacía furor (Anatole Broyard 2015)

Anatole Broyard
Editorial La Uña Rota
211 páginas
Traducción de Catalina Martínez Muñoz

Cuando Anatole Broyard cayó enfermo en 1988 aparcó estas memorias que ya nunca retomaría. Queda así inconcluso este libro, pero a cambio tenemos Ebrio de enfermedad (editado también por La Uña Rota) testimonio subyugante sobre lo que implica ser borrado del mapa por una enfermedad.

En este breve texto inconcluso Broyard divide estas memorias en dos partes. Sheri y después de Sheri. Sheri es la mujer con la que Anatole comparte un período de su vida, estar con ella es como trabajar a jornada completa. Entregarse a una causa, extenuante, del que Broyard cuando finalmente la deja, se libera, se siente al mismo tiempo desempleado y vacío.
Broyard ha vuelto de la guerra y encuentra en el barrio neoyorquino de Greenwich Village, un mundo en ebullición, un mundo por hacer, allá por 1946

«una guerra es como una enfermedad y cuando pasa, el enfermo, piensa que nunca se ha sentido mejor»

Broyard plasma ese sentimiento de euforia, de energía desbordante, de apogeo. Broyard ya escribía entonces e incluso le publicaban algunos artículos en revistas, y se codeaba con escritores que eran o serían famosos, tiempos en el que todos los escritores o quienes soñaban o creían serlo salían a la calle con sus cuadernos y sus lapiceros afilados, donde apuntar lo que las musas tuvieran a bien ofrecerles en el día a día.

Broyard toma clases en la New School, maravillado ante las clases magistrales de figuras como Meyer Shapiro, para quien el arte era la verdad de la vida, y la vida en sí. Un tiempo en el que la cultura era algo sagrado, el arte moderno una religión.

La parte del libro que me resulta más amena, además de la anécdota de Broyard con Carmen, es lo referido a la educación sexual de mediados de los cuarenta, donde el aborto no era legal, ni existía la píldora, donde mostrar un pezón era un delito, donde las mujeres al desnudarse se sorprendían de verse sus propios pechos.
Dice Broyard que lo único que era capaz de quitar de la cabeza de los hombres el sexo era la literatura. Esto lo dice Broyard, para quien todo lo que le sucedía era transformado en literatura. Para el resto de los mortales, el sexo (antes y ahora) seguía siendo lo único.
Años, los cuarenta, en los que según Broyard, existía el cortejo, la seducción, la espera, el esfuerzo de la conquista, y donde la mujer tenía un rol expectante, pasivo, sumiso.

«Las chicas habían sido educadas para escuchar. Esperaban a que la historia les diera permiso para expresarse. Su vida era una continua espera: a que los hombres las invitaran a salir, a tener un orgasmo, a casarse o a que las dejaran. Su silencio era otra forma de virginidad».

Acaba el libro con un retrato de los hipster. Donde advierto a los curiosos de que no se dice nada de las barbas. Unos hipster que eran transgresores, desubicados, fieros, antisistema y acabaron siendo devorados, comprados, laureados, etc… Lo de siempre.

Cuando Kafka hacía furor me ha resultado una novela divertida, interesante, mordaz, hilarante… Un fidedigno testimonio de los años posteriores a la II Guerra Mundial.

La desaparición del paisaje

La desaparición del paisaje (Maximiliano Barrientos 2015)

Maximiliano Barrientos
2015
Editorial Periférica
268 páginas

La voz del escritor bolivariano Maximiliano Barrientos (Santa Cruz de la Sierra, 1979) hay que sumarla a la de otros compatriotas escritores: Rodrigo Hasbún, Liliana Colanzi, Edmundo Paz Soldán, Christian Vera, Fabiola Morales, Anabel Gutiérrez, Saúl Montaño, Julio Barriga, Humberto Quino, etc.

Barrientos, en esta estupenda novela hace un ejercicio de reconstrucción, en pos de armar las piezas que en el pasado vamos dejando desperdigadas por el camino y que la memoria se afanará en atesorar e ir montando como si de una película se tratara, donde no faltan las elipsis.

El protagonista es Vitor, quien tras la muerte de su madre y antes de la de su padre decide dejar el país, Bolivia y mudarse a los Estados Unidos. Una vez que los dos yacen bajo tierra, Vitor regresa, tras un lapso de más de una década fuera del país.

Vitor tiene como propósito recuperar su relación con su hermana Fabia -a quien encuentra sola y embarazada- con el hermano de su padre, con María, que ejerció de madre de Vitor y Fabia tras la muerte de esta.

Un camino pedregoso y empinado el que deberá recorrer Vitor porque nadie da la bienvenida a quien huyó, a quien se dio a la fuga, a quien dejó el marrón a los demás, sin dar señales de vida, convertido en un fantasma.

Barrientos hábilmente dosifica los silencios y la información, acerca de lo que sucedió el 15 de agosto de 1987, cuando Vitor era un niño y su padre alguien presa del alcohol y de la furia. Una adicción que facilitó la salida del entonces niño.

La vuelta al pasado trae de la mano recuerdos de juventud que Vitor quiso olvidar y no pudo y que trata de exorcizar en el presente, aunque sea recurriendo a la violencia. Recuerdos que conllevan avivar las llamas del deseo junto a la que fue su pareja antes de desaparecer. Siempre con la duda, siempre pensando cuánto de aquel pasado ha llegado hasta nuestros días, en qué medida aquellos que fuimos entonces, seguimos siendo ahora. ¿Qué hubiera sido de todos ellos si él no se hubiera evaporado?. Es ahí donde Barrientos se las ingenia para lograr con escuetos diálogos y poderosas imágenes y atmósferas, emocionarme e ir contando su historia, reconstruyéndola, encauzándola, una historia, la de Vitor, que es una historia de muerte, imposibilidad y supervivencia, donde generación a generación las enfermedades familiares se repiten, y los caracteres clónicos, impiden las reconciliaciones, y propician los reencuentros a destiempo, donde «el polvo somos», Vitor lo sufrirá de forma literal al final de la novela, cuando constate de paso que todo cuanto conocía ha sido barrido, el paisaje, y también las figuras que lo poblaban, bajo una noche oscura, helada y hermosa.

La pecera

La pecera (Juan Gracia Armendáriz 2015)

Juan Gracia Armendáriz
Editorial Demipage
2015
400 páginas

Miguel es alcohólico. Vive en una pecera etílica, el alcohol es la cota de malla, que le protege de la intemperie, de la realidad, la bebida es el velo que emborrona el presente, hace imposible el futuro y deja el pasado convertido en algo fangoso. Miguel ha escapado siempre de los compromisos que devienen en matrimonios, en parejas formales, en hijos, en tardes frente al televisor. Hasta que se topa con Ana. Los dos juntos, amarran entonces sus soledades, sus tragedias personales, sus borracheras, sus heridas abiertas y brindan por el futuro, por la esperanza, por los puentes que ella está decidida a crear para los dos, con un perro, a falta de un hijo, como testigo, pero Miguel sigue bebiendo, porque ve vida en la bebida, y de ahí no sale, se enroca con la botella en alto, mientras Ana va perdiendo la paciencia hasta que acabe dejando ambas adicciones, el alcohol y a Miguel. Y Armendáriz, el autor de esta novela, se despacha a gusto durante cuatrocientas páginas, con las andanzas de Miguel, profesor universitario de literatura, acogido a una baja por enfermedad, depresión mediante, sublimada como un limbo laboral durante el cual colmar su pasión etílica. El sentido del humor, el patetismo de Miguel, sus pensamientos, o delirios, arrojan páginas apabullantes, inflamadas, exacerbadas, delirantes, explicitando un desencanto que resulta encantador, subyugante, sin componendas, sin censuras, todo dicho a las bravas, con una prosa que muerda, araña, patalea y embiste, ya sea con el moro euskaldun, con el comando contra la literatura y la diatribas sobre todo lo que esta, la literatura, supone y acarrea, con una Vargas Llosa como víctima de la saga Saw, con dedos, pero sin dientes, acerca de las mujeres que leen a Bukowski pero follan como robots, para quienes el sexo es un trueque de calambres, mientras Miguel sigue en caída libre y donde Ana ve en él un casteller con el que salvarse y salir de ese bucle de alcohol, vómito y degradación, toda vez que sienta o llegue a creer que la pérdida de la dignidad es un camino de no retorno. Es Miguel un espejo deformado, pero un espejo en definitiva, que refleja nítidamente la realidad en la que nos movemos, la hipocresía rampante, la mediocridad en todos los ámbitos, donde el presente es algo tan contingente y precario que vivir o morir a veces es cuestión de horas, de minutos.