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Cuando Kafka hacía furor

Cuando Kafka hacía furor (Anatole Broyard 2015)

Anatole Broyard
Editorial La Uña Rota
211 páginas
Traducción de Catalina Martínez Muñoz

Cuando Anatole Broyard cayó enfermo en 1988 aparcó estas memorias que ya nunca retomaría. Queda así inconcluso este libro, pero a cambio tenemos Ebrio de enfermedad (editado también por La Uña Rota) testimonio subyugante sobre lo que implica ser borrado del mapa por una enfermedad.

En este breve texto inconcluso Broyard divide estas memorias en dos partes. Sheri y después de Sheri. Sheri es la mujer con la que Anatole comparte un período de su vida, estar con ella es como trabajar a jornada completa. Entregarse a una causa, extenuante, del que Broyard cuando finalmente la deja, se libera, se siente al mismo tiempo desempleado y vacío.
Broyard ha vuelto de la guerra y encuentra en el barrio neoyorquino de Greenwich Village, un mundo en ebullición, un mundo por hacer, allá por 1946

«una guerra es como una enfermedad y cuando pasa, el enfermo, piensa que nunca se ha sentido mejor»

Broyard plasma ese sentimiento de euforia, de energía desbordante, de apogeo. Broyard ya escribía entonces e incluso le publicaban algunos artículos en revistas, y se codeaba con escritores que eran o serían famosos, tiempos en el que todos los escritores o quienes soñaban o creían serlo salían a la calle con sus cuadernos y sus lapiceros afilados, donde apuntar lo que las musas tuvieran a bien ofrecerles en el día a día.

Broyard toma clases en la New School, maravillado ante las clases magistrales de figuras como Meyer Shapiro, para quien el arte era la verdad de la vida, y la vida en sí. Un tiempo en el que la cultura era algo sagrado, el arte moderno una religión.

La parte del libro que me resulta más amena, además de la anécdota de Broyard con Carmen, es lo referido a la educación sexual de mediados de los cuarenta, donde el aborto no era legal, ni existía la píldora, donde mostrar un pezón era un delito, donde las mujeres al desnudarse se sorprendían de verse sus propios pechos.
Dice Broyard que lo único que era capaz de quitar de la cabeza de los hombres el sexo era la literatura. Esto lo dice Broyard, para quien todo lo que le sucedía era transformado en literatura. Para el resto de los mortales, el sexo (antes y ahora) seguía siendo lo único.
Años, los cuarenta, en los que según Broyard, existía el cortejo, la seducción, la espera, el esfuerzo de la conquista, y donde la mujer tenía un rol expectante, pasivo, sumiso.

«Las chicas habían sido educadas para escuchar. Esperaban a que la historia les diera permiso para expresarse. Su vida era una continua espera: a que los hombres las invitaran a salir, a tener un orgasmo, a casarse o a que las dejaran. Su silencio era otra forma de virginidad».

Acaba el libro con un retrato de los hipster. Donde advierto a los curiosos de que no se dice nada de las barbas. Unos hipster que eran transgresores, desubicados, fieros, antisistema y acabaron siendo devorados, comprados, laureados, etc… Lo de siempre.

Cuando Kafka hacía furor me ha resultado una novela divertida, interesante, mordaz, hilarante… Un fidedigno testimonio de los años posteriores a la II Guerra Mundial.

Editorial La Uña Rota 2013

Ebrio de enfermedad (Anatole Broyard 2013)

Anatole Broyard
Editorial La Uña Rota
2013
184 páginas

A Anatole Broyard le llevó toda una vida morirse. Aconteció a los 70 años, por culpa de un cáncer de próstata.

Anatole Broyard afamado crítico literario, al saber que no hay nada que oponer a la muerte, más allá de la ira y la frustración por tener que dejar este mundo, opta por defenderse con las espadas del escritor, esto es, escribiendo. De esta manera, decide que los meses que le queden sean materia prima para escribir un libro autobiográfico, toda vez que tras haber examinado con lupa todos esos libros que forman parte de ese género literario conocido como «la literatura de la enfermedad«, no haya encontrado en ellos apenas textos de calidad. Parece que la no ficción ante una enfermedad terminal imposibilitase al escritor a mostrar su vena literaria, acogotado se ve, con lo poco que le queda.

Broyard opta por tomárselo a bien, así que como dice el título del libro, esa enfermedad que sufre, lo emborracha, lo deja ebrio de vida, exultante, capaz de hacer cualquier cosa, la mayor locura, dado que todo lo que le vendría en ganar hacer le estaría permitido.

Como paciente que tendrá que dejarse ayudar por los médicos que se encargan de su caso, Broyard reflexiona acerca de cómo debería de ser el médico ideal, en un trance como el suyo, y este análisis lo hace extensible no sólo a los médicos, sino también, a los familiares y amigos de los enfermos, que ante una situación cómo esta, naufragando todos juntos y a la vez en la pena y la tristeza, a duras penas logran salir de los espacios comunes y las frases hechas, del compadecimiento y los ojos empañados, cuando quizá lo que el paciente necesita en ese trance es otra cosa bien distinta, otros aires que ventilen las estancias de una corazón abocado al precipicio, a la sima negra.

Mientras lo leía me reía una y otra vez. Al tener que explicar de qué iba el libro, pues parecía ser que me lo estaba pasando en grande, a tenor de mis risotadas, no coseché más que caras de extrañeza al referir que va de un hombre con una enfermedad terminal que tratará de aclarar sus ideas antes de irse, de hacer las cosas con clase, con estilo, de dejar por escrito, para la posteridad, quien sabe si incluso para la eternidad, que antes de morir estaba vivo. Su mujer dice que lo consiguió. Yo creo que también.

Este libro habla de la muerte desde la vida con una lucidez que horripila, desarbola y apasiona (a menudo los textos que hablan de la muerte rezuman vida).

El relato Lo que dijo la cistoscopia, que forma parte del libro, en su recta final, engarza muy bien su presente finalista con su pasado, dado que relata los últimos meses en la vida de su padre, que murió también de cancer cuando no existían los medios que hay ahora y donde a estos enfermos se les confinaba en antros miserables, junto a otros desahuciados hasta que les llegaba su hora.

La muerte es un malentendido. Si, y las palabras no arreglan nada.

Mención aparte para la magnífica traducción del fallecido Miguel Martínez-Lage.