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Hierba (Keum Suk Gendry-Kim)

Keum Suk Gendry-Kim, en esta espléndida novela gráfica nos ofrece el crudo testimonio de la coreana Lee Ok-sun, nacida en Busan en 1934, a quien sus padres que viven en la miseria entregan adopción pensando que así su hija tendrá un futuro. Lee, siendo apenas una niña es obligada a trabajar como mujer de consuelo, eufemismo empleado para hablar de las esclavas sexuales; de todas aquellas mujeres que el imperio japonés en su lucha contra Corea y China, secuestró y condenó a ser violadas sistemáticamente por sus soldados. La autora presta asimismo atención a las barbaridades cometidas por los japoneses en Nankin, prendiendo fuego a civiles a quienes habían bañado con petróleo, entre ellos mujeres y niños. Más de 300.000 civiles fueron ejecutados. Lee es trasladada a una base aérea en China.

El testimonio de Lee no ofrece asideros ni atisbo alguno de esperanza. Tras muchos años ejerciendo como esclava sexual, al finalizar la segunda guerra mundial, llegan las tropas rusas al rescate y se suceden de nuevo las violaciones de mujeres coreanas.

Hierba

Lee se casa, pero su marido abandona pronto el hogar. Lee es estéril por las lesiones producidas y un desafortunado empleo de un tratamiento con mercurio. Lee queda a la espera de que su marido regrese, al cuidado de los padres y familiares de él. Más tarde vuelve a casarse con otro hombre que no la ama y la pega, padre de dos niños. Pero decide quedarse, por el niño pequeño, discapacitado. Cuando el marido muere regresa al hogar, a Corea, cinco décadas después, y el encuentro no es el esperado, porque al conocer su trágica historia, su familia, lejos de consolarla y apoyarla la repudia. Y Lee decide marcharse a Gwangju (en Corea del Sur), para instalarse en una de las llamadas Casa del compartir, un refugio para las víctimas de la esclavitud sexual.

Keum realiza sus ilustraciones en negro, color que hace aún más cruda y vívida la historia. La narración se desarrolla a través de las entrevistas que Keum mantiene con Lee, explorando el pasado de esta última. Es necesario no olvidar el pasado. Cuando Lee va buscando las casas de consuelo, se las ve y se las desea porque han sido barridas. Finalmente, en 2015, Japón firmó un acuerdo, para Lee inaceptable, sobre las víctimas de explotación sexual, con el gobierno surcoreano.

Celebridad póstuma

Pero al mismo tiempo, inversamente, la suma de sus obras, conocidas solamente de los enterados en la época en que la señora de Swann patrocinaba sus tímidos esfuerzos de diseminación, ahora crecidas y vigorosas a los ojos de todos, había cobrado entre el gran público un extraordinario poder de expansión. Sin duda ocurre que sea únicamente después de su muerte cuando un escritor llega a hacerse célebre. Pero él era en vida aún y durante su lento encaminarse hacia la muerte, todavía no alcanzada, como asistía al de sus obras hacia la Fama. Un autor muerto es, a lo menos, ilustre sin fatiga. El brillo de su nombre se detiene en la piedra de su sepultura. En la sordera del sueño eterno no se ve importunado por la Gloria. Mas por lo que hace a Bergotte, la antítesis no era enteramente acabada. Existía aún suficientemente para que le hiciera sufrir el tumulto. Se movía aún, bien que con trabajo, al paso que sus obras, rebrincando como muchachas a las que tenemos amor, pero cuya impetuosa mocedad y cuyas ruidosas diversiones nos cansan, arrastraban cada día hasta el pie de su lecho nuevos admiradores.

El mundo de Guermantes. En busca del tiempo perdido. Marcel Proust. Traducción de Pedro Salinas.

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El desierto y su semilla (Jorge Baron Biza)

Eterna Cadencia
Jorge Baron Biza
2022
223 páginas

Jorge Baron Biza solo publicó una novela, El desierto y su semilla. Una edición pagada por el mismo, en 1998. En 2001 se suicidó. El padre de Jorge, el millonario terrateniente Raúl Barón Biza, en 1964, lanzó ácido sobre el rostro de su mujer Clotilde, 19 años más joven, con la que se había desposado sin haber cumplido ella los dieciocho. El día siguiente Raúl se suicidó. La víctima de la agresión, en la novela Eligia, también se suicidó. En 1978.

Jorge, en la novela Mario, parece llevar encima el peso de una cruz muy pesada. Se pregunta si no será un vulgar imitador en la copa y el balazo. Hay una abertura en el abismo que parece mirarle a los ojos, captar su atención, para finalmente devorarlo.

La novela nos sitúa cuando Eligia recibe el ácido y es vitriolizada. A partir de ese momento, la ausencia de parte del rostro se convierte en un reguero de intervenciones quirúrgicas. Jorge acompaña a su madre a Milán, donde se practican las mismas. La narración describe las peripecias de Jorge, que alterna los cuidados hospitalarios a su madre, con sus deambuleos por la ciudad al conocer a Dina, una bacante que le brinda la oportunidad de vivir acontecimientos imprevisibles y asimismo va sacando a luz, al carboncillo su otro yo, o su único yo. Para ello un cocoliche de lenguas italianas, inglesas o alemanas, tomando el pulso al habla popular y traduciendo expresiones del italiano, las vertidas por Dina, por ejemplo, de manera casi literal: ¡Cómo te tomó en giro!. En italiano; Prenderti in giro. O tomarte el pelo. Y que así traducida resulta inteligible.

Eligia se convierte en una presencia fantasmagórica, traspasada y menoscabada por la realidad, paciente por duplicado y los avances que en su rostro se practican parecen ser mínimos. La ausencia de carne, mella la identidad, como si al faltar la faz no hubiera persona. No sabemos qué piensa Eligia, porque Jorge no nos lo dice. Se nos hurta su sufrimiento y pesar. Escuálida psicología en todos los personajes. Y el espíritu de la novela es ese: rehuir lo escabroso, trágico y sentimentaloide para abundar en el absurdo de muchas de nuestras conductas, también las más violentas e irracionales. Solo de refilón sabremos algo de Eligia, de su exilio político bajo el peronismo, de quién fue su padre (Amadeo Sabattini, Gobernador de la provincia de Córdoba), su pugna con Eva Perón, su férrea determinación por no ser compadecida…

Finalmente Eligia deja el hospital, retoma la política, sus inquietudes en educación, pero algo no va y acaba suicidándose. Raúl aborda el pasado no para reconstruirlo, más bien para trata de entender lo qué pasó, la conducta de su padre, el porqué de ese odio, odio que Raúl detesta pero igual práctica y el texto se convierte en un corazón, en la posibilidad de mantener la existencia gracias a la escritura, la posibilidad de una vida que no será. El abismo así colmado.

Muy bueno.

Nebija

Nebrija (Agustín Comotto)

Se cumple este año el quinto centenario de la muerte de Nebrija (1441-1522), que ha pasado a la posteridad por ser el autor de la primera gramática castellana. Gramática que para él era verbo y entendimiento.

La novela gráfica de Agustín Comotto espléndidamente ilustrada por él mismo, centra su atención en el proceso inquisitorial que tuvo que arrostrar Nebrija con Diego de Deza como acusador.

Antes, de niño, ya le movía a Nebrija la curiosidad, quería saber cómo hablamos y nos entendemos los humanos. Su padre lo ve más como clérigo que como criador de cerdos y contando quince años acude a estudiar a Salamanca, sacándose un dinerillo copiando textos en latín.

Más tarde tendrá oportunidad de cursar estudios en Bolonia, durante cinco años, estudiando teología pero acogiéndose asimismo a otras disciplinas del saber y abriendo la puerta, a su regreso, al humanismo y el renacimiento en España.
Ejerció como secretario del Arzobispo de Sevilla, Alonso de Fonseca, muerto en 1473.

Más tarde en Salamanca consigue la Cátedra de Prima de Gramática.

Al no poder poner coto a su incontinencia sexual se impone colgar los hábitos.
En la novela apenas se habla de su familia, ni de su mujer ni de sus siete hijos.

En el proyecto la Biblia políglota (cuya labor de impresión recayó en Arnao Guillén de Brocar, quien permaneció en Logroño entre 1501 y 1510, imprimiendo obras de Diego de San Pedro, Petrarca, Jerónimo Urrea y Antonio Nebrija), en el que participa Nebrija, este quiere limpiar el latín de las incorrecciones presentes en la Vulgata (la traducción de la Biblia al latín). Lo cual para la Iglesia supone una ofensa. También que la curiosidad de Nebrija le lleve a ampliar sus conocimientos, como la geometría celeste, la cábala, o el conocimiento y estudio de otras religiones; Nebrija fue lingüista, lexicógrafo, traductor, impresor, docente, catedrático, cronista real… en contacto con faros del saber como Pedro de Osma o Abraham Zacut.

La Iglesia establecía cuales habían de ser los límites de la curiosidad, hasta dónde se debía saber; No se debe saber más de lo que conviene, era la máxima entonces, y ahí colisiona con Nebrija cuya curiosidad le lleva a dudar de todo, cuestionando por ejemplo la confesión (para él esta había de ser algo privado entre Dios y el sujeto, sin que la Iglesia operara como mediadora) y las indulgencias, que permitían limpiar al sujeto de pecados a cambio de dinero, y eran una fuente de financiación inagotable para las arcas de la Iglesia.

El proceso inquisitorial no supuso la cabeza de Nebrija, porque este contaba con apoyos importantes como los del Cardenal Cisneros. La vida de Nebrija tuvo como contexto acontecimientos históricos tales como la finalización de la Reconquista, el descubrimiento de América por Colón, o la unión dinástica de las Coronas de Aragón y Castilla y más tarde la incorporación de los reinos de Granada y Navarra.

Lo que el libro evidencia es que la curiosidad no estaba bien vista por la Iglesia (vemos la pugna de las distintas órdenes religiosas por situarse cerca del centro de poder: La Monarquía), la cual no dejaba margen para ninguna interpretación de las escrituras, y que todo aquel que sacaba los pies del tiesto acababa chamuscado en la hoguera, a no ser que tuviera apoyos y amigos que lo protegieran.

Imposible no pensar en otro espíritu libre, Castellio, azuzado por la muerte en la hoguera de Servet, que se vio obligado a emplear la palabra para luchar contra el déspota Calvino. Aquí Nebrija trata de hacer lo propio: defenderse con palabras y argumentos, aunque el resultado sea el mismo que darse cabezazos contra un muro, porque la estrechez de miras en general, y la Inquisición en particular, no atendía a razones.

Muy bueno y necesario.