Aleksandra Kun

Los palimpsestos (Aleksandra Lun)

Aleksandra Lun
Minúscula
2015
165 páginas

Debuta Aleksandra Lun (Gliwice, 1979) con esta mínima novela, sorprendente y desternillante a partes iguales. El protagonista es Czeslaw Przesnicki, escritor polaco fracasado e internado en un manicomio en Bélgica. Sus problemas mentales le permitan al escritor introducir en su relato a toda suerte de escritores como Hemingway, Conrad, Cioran, Ionesco, Nabokov, Cercas, Gombrowicz, Schulz, Beckett, escritoras como Kristof e incluso personajes como el Doctor Pasavento Vilamatiano, o derivas literarias como el vuelo bartlebiano hacia el abismo del olvido.

«Soy autor porque deseo hacer preguntas. Si tuviera respuestas, sería político».

Esta frase de la novela podría resumir el espíritu esta novela que plantea muchas preguntas que tienen que ver con el hecho de que un escritor decida escribir una novela en una lengua que no es su lengua materna como hace Aleksandra que es polaca y escribe esta novela en castellano. Sobre este hecho podemos reflexionar en qué medida este ejercicio permite renovar la lengua sobre la que se escribe cuando no es la propia. A Czeslaw escribir en antártico no le acarrea otra cosa que problemas cuando los escritores nativos no ven con buenos ojos que un inmigrante venga a quitarles, según ellos, el pan.
En el caso de Aleksandra creo que es imposible determinar si quien escribe es española o no, aunque lo importante no es esto, sino es el resultado de la novela, que es muy satisfactorio.

El disparatado y corrosivo humor que se gasta Aleksandra, su falta de pretenciosidad, lo original de la historia y lo concreto de la propuesta, hacen de este artefacto narrativo una delicia.

www.devaneos.com

Moira (Julien Green)

Julien Green
242 páginas
2015
Automática Editorial

Julien Green (1900-1998) plasma a la perfección en esta notable novela, reeditada por Automática Editorial, en lo que puede derivar ese puritanismo exacerbado que lleva a su personaje, Joseph, emboscado éste en la lectura de las sagradas escrituras, a su perdición. Una perdición que no viene a través de los placeres mundanos, de todo aquello que en su opinión son vicios: el alcohol, las drogas, el sexo, el ocio, sino dando rienda a su belicosidad, a esa rabia y frustración que lo asola y lo devora, que lo torna furioso, en un debate casi diario consigo mismo, luchando entre lo que cree que tiene que ser su destino: ser pastor de la iglesia y lo que su naturaleza humana le manifiesta en cada acción.

Joseph deja su casa en el campo, en la Norteamérica de 1920, a sus 18 años para entrar en la Universidad, y allí es el bicho raro, objeto de mofa por su proceder anacrónico, por su puritanismo llevado al extremo. Encuentra consuelo en David, un joven que siente también la llamada del Señor, de una manera menos violenta, más realista que la suya, entendiendo David que no todos sienten ni viven la religión con esa intensidad, y que la manera de hacer llegar la palabra de Dios a los demás no ha de hacerse con una fusta en la mano, sino más bien a través de la seducción, lo cual tendría que ver con la palabra, la acción y el ejemplo.
Joseph se desespera por ejemplo leyendo a Shakespeare, pues le resulta de mal gusto, vomitivo, obsceno, sin apreciar lo que el dramaturgo logra en sus obras al desentrañar el alma humana.

La presencia de la joven Moira será el detonante de una historia que se cierra fatalmente.

La descomposición

La descomposición (Hernán Ronsino)

Hernán Ronsino
Eterna Cadencia
2014
144 páginas

La descomposición, Glaxo y Lumbre conforman La trilogía pampeana del argentino Hernán Ronsino. Comencé leyendo Glaxo. Me gustó. He leído ahora La descomposición y pienso seguir con Lumbre.

Me preguntaban mientras me veían leer esta novela que de qué iba. ¿De qué va la vida?. ¿De qué va la memoria, el olvido, de qué vamos nosotros?.

Algunas novelas no tienen un argumento al uso y un final que cierre la narración y lo explique todo. En La descomposición hay personajes, personas más bien, porque Ronsino construye personajes con muy pocos mimbres, suceden cosas, hay afectos, pasiones, envidias, intrigas, sexo, pasión, tragedia y una muerte postrera, inopinada.

Hay un mundo siempre en descomposición, que se derrama como la ceniza entre los dedos, y una literatura que trata de apuntalar algunas anécdotas, de fijar las cosas que pasaron, preservándolas así del óxido del tiempo.

Creo que el empeño de Ronsino consiste en no contar una historia lineal al uso, sino en mostrar jirones de historias, flecos de los que ir tirando, enlazando algunos de ellos, llevando al lector -como si su prosa fuera una máquina del tiempo- del presente al pasado, incesantemente y quizás por eso el libro está repleto de páginas sólo rellenadas por la mitad, como si esos espacios en blancos, esos respiradores, sólo fueran elipsis, aquello que nos toca a nosotros completar, ante, quizás, la imposibilidad de narrar.

«La letra de las letras se dispersa, poco a poco, disgregándose, hasta volverse incompresible. Una mancha aguada, gris. Sin forma».

Fruta podrida

Fruta podrida (Lina Meruane)

Lina Meruane
Eterna Cadencia
208 páginas
2015

Dicen que en la casa de Descartes olía a muerto porque el padre de la filosofía moderna creía sólo en lo que veía, así que se afanaba en abrir en canal los cadáveres y hurgar en su interior.
Meruane, la autora chilena de esta novela, rehuye también lo especulativo y se ciñe a lo que ve.

Digamos que la vida es una enfermedad terminal. Digamos que la vida es una enfermedad degenerativa. Enfermedad en todo caso.

Meruane hurga en la enfermedad, en la podredumbre, vivisecciona a sus personajes, busca sus fluidos, sus humores, sus menstruaciones y nos presenta su orina, sus vómitos, su fiebre y esa angustia que consume y devora.

Dos hermanas viven juntas. Una, la Mayor trabaja en una fábrica, como responsable de los pesticidas que permiten que las frutas no se echen a perder, que muestren un aspecto magnífico aunque sea todo fachada. A su lado la pequeña, diabética, siempre al borde de la muerte, con tendencia al abandono. Y esa es, en parte, la tensión que alimenta el relato. La Mayor no quiere que la Pequeña se deje ir. Todo el empeño de la primogénita pasa por lograr que la Pequeña sobreviva, aunque sea en contra de su voluntad.

Culmina el irregular y bastante deslavazado relato con un alegato en contra de un sistema sanitario que se empeña en salvar vidas a toda costa, bajo la premisa de que la salud ajena es un bien de todos, orillando la eutanasia, el suicidio, la libertad personal en definitiva.