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Predicciones catastróficas (José María Pérez Álvarez)

No nace esta literatura de un taller de escritura (re)creativa, no es prosa de laboratorio, no, más bien aquí lo que nos ofrece José María Pérez Álvarez a sus 65 tacos (Presidente honorífico del Sindicato Nacional de Autores Invisibles (SNAI)) al que he dedicado unas cuantas palabras con anterioridad, pues esta es la séptima novela que leo suya, la cuarta publicada en Trifolium, en ediciones como la presente muy meritorias, ya desde la preciosa portada, la calidad del papel, la tipografía y la ausencia de erratas, es esa literatura que opera –y fracasa- como parapeto contra la muerte, el vacío, la soledad; la prosa de la enfermedad, del vómito y la resaca, del infarto, de la sonrisa y la carcajada (es esta una novela hilarante y delirante: una broma continua que me place infinitamente más que otras bromas infinitas) de las noches de farra o en vela (o en cirio), de los escritores suicidas que pueblan el texto (Plath, Sexton, Ferrater), las palabras que se instilan y hollan el papel: fruto (maduro) de una vida vivida, bebida y vívida (porque como leo en el Diario Volátil de Miguel Sánchez-Ostiz y según afirma Matzneff: el pesimismo lúcido es vivificante), años que pesan y posan y de-cantan: ya sea por Sabina, Brel, Arjona o Manel, páginas plagadas de guiños a otras lecturas: Ulises, Rayuela, La divina comedia, La vuelta al día en 80 mundos, los versos de Petrarca, los apuntes del putero Charles (Bukowski), el perroFlushvirginiano, los guiños autorreferenciales como el comienzo de La soledad de las vocales, o reformulaciones de lo que aparecía en Cabo de Hornos “sin estos imponderables e incertezas la vida sería tan aburrida como una sesión parlamentaria”. Si acercas tu pabellón auditivo al libro oirás su tictac, si pas(e)as las manos por sus páginas (no leo en digital) verás que se repliegan, si te concedes el homenaje de leerlo, porque aquí ya sería reiteración hablar de fiesta (así que diremos orgía) del lenguaje verás que todo libro es un ser vivo, en hibernación, hasta que lo abres y cobra vida, porque leer es exhumar, leer es un bocaboca, leer en este caso es darte un jeringuillazo, un pelotazo de aquilatada literatura, merced a un aluvión de palabras (265 páginas) que me conquistan y me colonizan, donde cabe toda la nada: desde la grosería, hasta el exabrupto, desde la metaliteratura hasta la autofricción, desde la realidad despellejada hasta la utopía de pensar que una joven de 20 años pueda enamorarse de un señor (profesor de literatura jubilado (¿guiño Bayalino?) y escritor) de sesenta. Al revés sí. Rowling vs Twain. Una narración que es una carta, una bella confesión de amor (sea esto lo que cada cual entienda por ello) una botella con mensaje arrojada al mar, un demarraje, un dejar un pelotón -todo buen escritor es (o ha de ser) un excelso escalador- y perpetrar una Odisea (sin Penélope y con la literatura como única patria, en minúscula), un dejarse ir sobre el papel en estado de efervescencia, porque esta novela es eso: es la pastilla que echamos en el vaso y vemos consumirse sin remisión, como el amor del narrador hacia esa joven, un amor no consumado, sí consumido, como ese tatuaje que es calcamonía, porque como dice la canción Lo nuestro no pregunta por futuros, ni por stock options, podemos añadir, porque aquí no hay futuro (sino yesterdays) ni primas, sino el ER(R)E que ER(R)E del desamor, o del amor no correspondido. Decía Iniesta (el cantante) “quiero oír alguna canción que no hable de sandeces y que diga que no sobra el amor y que empiece en sí y no en no”. Aunque esta novela no empiece con un Sí, pero sí la clausure con un Sí, paradójicamente, ese sí es un rotundo NO. Como la vida misma.

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Rendición (Ray Loriga)

El jurado que premió esta novela con el Premio Alfaguara 2017, habla de novela kafkiana y orwelliana, habla de una voz humilde y reflexiva, habla de una parábola luminosa sobre el destierro, la paternidad, la pérdida y los afectos. Con unos ribetes distópicos no tenemos una novela orwelliana ni kafkiana, esa voz reflexiva del narrador me suena muy simplona, la parábola luminosa es tan transparente como hueca, y respecto al destierro, la paternidad y la pérdida, esta novela nos puede traer ecos de La carretera, cuando una pareja (allá eran un padre y un hijo) con niño postizo en un escenario bélico, debe abandonar (aquí cremar) su hogar y buscar cobijo en una ciudad transparente, donde ese ambiente distópico se despacha de cualquier manera (prefiero con creces otra distopía reciente, El sistema de Salmón), mientras que el narrador, sin estudios ni cultura, va dando cuenta de lo que ve con un tono plomizo y limitado. Es lo que podemos llamar prosatiovivo dado que el lector se monta en unos caballitos o en unas sillas voladeras y da unas cuentas vueltas, no avanza (la novela tiene 210 páginas pero lo narrado resultaría igual con la mitad de páginas pues mucho de lo narrado es forraje distópico), y el dueño de la atracción, aquí el escritor, nos ofrece una “diversión” tan breve como episódica.
El narrador desoye además lo que cantaba Springsteen en No surrender y finalmente tira la toalla.

Uno tiene que saber cuándo su tiempo ya ha pasado, dice el narrador en sus postrimerías. Habida cuenta de los parabienes que esta novela ha recibido no creo que haya espacio para la autocrítica pero quizás para Loriga -del que hacía casi 20 años que no leía nada, desde Trífero– su tiempo ya ha pasado y lo que hacen estos premios no es otra cosa que resucitar un cadáver.

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Paraíso Alto (Julio José Ordovás)

A pesar de que El anticuerpo de Julio José Ordovás (Zaragoza, 1976) no me entusiasmó dejó la puerta abierta a futuras lecturas del mismo autor. Ha sido el caso. Vi que había publicado el año pasado Paraíso Alto, y habida cuenta de que hablamos de 130 páginas, que posibilitan ser leídas del tirón y que a veces, estas distancias tan cortas deparan grandes momentos, como cuando acometí La uruguaya o El café de la juventud perdida, me decidí a leer este Paraíso Alto y no diré que tiene más de Purgatorio que de Paraíso, pero creo que la novela adolece de las mismas carencias que El anticuerpo. Siento que a la prosa de Ordovás le falta alma, aliento, músculo. No porque el autor escriba desganado sino porque la historia, que aquí son muchas historias no cogen vuelo, donde el autor se debate entre lo trágico y lo cómico, y me cuesta cogerle el punto a una novela en la cual y dado que el protagonista es un ángel nos puede evocar a obras maestras como Pedro Páramo, por la presencia de fantasmas, pues no me queda claro si en esta novela todos los que desfilan están muertos, porque su paso por Paraíso Alto parece tan traído por los pelos y tan improbable que le encontraría explicación en el caso de que acudieran allá invocados mentalmente por este ángel custodio, que vive en Paraíso Alto, pueblo deshabitado, al que acuden algunos suicidas a poner término a sus vidas. La narración es una gavilla de personajes que suben al escenario, es decir llegan al pueblo, recitan su papel, esto es: le cuentan su historia al ángel (a algunos ya los conoce como a una tía o una ex) y o bien se suicidan o desaparecen sin más. Esta novela es de esas que lees la pintoresca contraportada y crees que la novela tendrá su punto pero luego te das cuenta que lo leído resulta desleído, inerte, fantasmagórico.

Roberto Vivero

Grita (Roberto Vivero)

Hay escritores que son unos chupones, que van con el balón cosido al pie y desoyen los gritos de sus compañeros, ¡pásala! ¡cruzaba!, se sustraen al tiquitaca y a la hinchada alterada gritando ¡dalaaaaaaaaaahhhhh! !pedazo de mamón!, porque el balón es ya una prolongación de su pie y así avanza, driblando contrarios, haciendo metros, la portería cada vez más cerca, y se va de uno, de dos, de tres, de cuatro, saluda con la mano que es ya la de Dios, encara al portero y le puede tirar un caño, o bien hacerle una vaselina para que le entre sin dolor. Así hacen los cracks del fútbol, así hacen algunos escritores como Bernhard, como Vivero, que van a lo suyo, ensimismados en sus párrafos, en las repeticiones salmódicas, en su particular estilo literario (sea esto lo que sea y signifique, que tuve el placer de constatar al leer su Seducciones) en hacer un surco que recorren ellos y algunos lectores -al margen estos de modas y reclamos publicitarios- sagaces, abismados en el flujo o chorreo de conciencia del autor, en una novela como esta que le permite hablar a Vivero de todo y de nada, del ser y del no ser, de lo inerte y de lo vivo, de la maldad, de la inteligencia y la cultura (en tono paródico), de Heidegger y de Auschwitz; o no tanto hablar sobre ello como enunciarlo, airearlo, para ir hilvanando frases, párrafos, ante un mar de fondo, testigo de la futilidad humana. También se puede hablar de historia de desamor, nihilista, en tanto que parece dar lo mismo estar que no estar, ser que no ser, nacer que no haber nacido. Leo a Tavares (Enciclopedia), que recoge lo que decía Borges: que un texto literario se considera terminado y definitivo por dos razones: cansancio o fe religiosa. Me lo planteo a menudo. ¿Cuando sabe un autor que la novela ha finalizado, y debe poner el punto final, o cerrar el paréntesis? Me cuesta creer que el final viene dado por el cansancio. ¿Novela peregrina? Sí, pero uno es un peregrino de la belleza, tanto como de las novelas peregrinas pero bellas. Otra cosa, al contrario de lo que se estila que es asediar al lector con datos biográficos (incluso hay blogueros que escriben sus datos biográficos en tercera persona) del escritor, aquí, no hay nada de eso, ni foto, ni biografía, ni nada de nada, tan solo un nombre y un apellido, el del autor, el nombre de la editorial y un cuarto de kilo de la literatura que me gusta. En dos palabras: un oasis.