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El mago (César Aira)

Si el Mago de la novela fuese un personaje de la Marvel éste sería un superhéroe afanado en hacer un mundo mejor, contrapesado en sus quehaceres por otro superhéroe maligno de parejos poderes. No es el caso.

Si el Mago de la novela fuese algo parecido a un Dios, pues su magia es milagrera, no un artificio, sino un don natural muy poco explotado por él, no rondaría por Moñito de Seda sino que acudiría a un Got Talent en el Monte Olimpo y a las primeras de cambio le invitarían a cruzar la pasarela que lo conduciría de nuevo a su casa, porque daría muy poco juego y todo su potencial -por su forma de ser y de (no) actuar- se quedaría en agua de borrajas.

Nuestro Mago, el mejor Mago del mundo, que no es Mago, sino un ente mágico capaz de todo, no hace nada, pues como aquellos que afirman que si se va al pasado es mejor no tocar nada, porque todo cambiaría, el Mago se devana los sesos sin éxito buscándole alguna utilidad práctica y crematística a su don. Se amolda a ser un mago del montón para no destacar, copia lo que otros hacen, sin emplear los artificios de esos, pero lleva ya dos décadas ahí en la brecha y quiere dar el salto.

Lo invitan entonces a una convención de magos en Panamá y pasa lo esperado. El Mago se ahoga en un vaso de agua, todo se le hace cuesta arriba, reina el absurdo, su mente infinita no lo socorre en detalles mínimos que lo ayudarían. No sabemos cómo opera su mente, su conciencia, y ahí está lo jugoso de la novela, pariendo Aira unas situaciones que mezclan lo absurdo con lo patético y lo fantástico, metiendo de matute alguna puya contra los políticos saqueadores, magos también en lo suyo, capaces de hacer magia con el dinero ajeno, desapareciéndolo ante los ojos de la ciudadanía.

En las postrimerías del relato hay una observación muy interesante que tiene que ver con la literatura, con lo que es un libro malo o bueno, el hecho de que la gente no escriba por superstición, porque cree que hay que hacerlo bien. Ese creo que es el gran truco de magia de César Aira (Coronel Pringles, 1949) en esta novela: el querer hacernos ver que escribir es fácil, que lo puede hacer cualquiera, que se trata de poner una palabra detrás de la otra, de ir sumando frases, que no tiene ningún misterio. Lo tiene, pero si alguien tiene el inmenso talento de Aira, la literatura entonces (como acontece aquí) es magia y goce, y si ésta no transforma el mundo, al menos enriquecerá y sustanciará nuestra realidad, que ya es mucho.

Literatura Mondadori. 2002. 143 páginas.

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Testimonio en Chicago (Allen Ginsberg)

El libro recoge el testimonio de Allen Ginsberg (1926-1997) ante el juez, enclavado en las manifestaciones que se llevaron a cabo en la ciudad de Chicago en 1968, cuando se organiza el Festival de la Vida, en contraposición a la convención Demócrata que se va a llevar a cabo. Aquello degenera, se suceden las algaradas, la policía reparte zumo de porra y unos cuantos, ocho, van a parar ante el juez. «Los ocho de Chicago«, que luego serán siete, pues uno de ellos irá directamente a la cárcel, acusado de desacato durante el juicio.

En las réplicas de Ginsberg éste explicará su ideario, practicará los ejercicios de yoga y mantras (exacerbando los ánimos de la acusación) con los que comulga, al tiempo que recitará poemas de William Blake y los suyos propios como Aullido, pues el fiscal quiere encontrar en ellos algo pernicioso, subversivo, en la creencia de que lo que se dice en sus poemas, se puede llevar a la práctica y que la voz de los poemas es la misma voz de Ginsberg. Ginsberg sale bien parado porque aguanta con templanza las afrentas de todo tipo que recibe y se explica con mesura, explicando su mensaje de paz, amor, yoga, espiritualidad y poesía.

Es necesario leer el prólogo de Fernanda Pivano para entender el contexto. Martin Luther King había sido asesinado en abril del 68, Kennedy en el 63, la gente se tiraba a las calles a protestar por la política americana en la guerra del Vietnam, los movimientos de izquierdas ocupaban las calles plantando cara al gobierno que acaba de aprobar ad hoc leyes como la Anti-Riot Act, también conocida como “Rap Brown Law” la cual consideraba que una revuelta era toda reunión de tres o más personas en la que una de ellas amenaza o daña al resto. Lo más llamativo del caso es la figura del juez que llevó el caso, un tal Hoffman, tipo curioso el cual anteriormente había dado luz verde a la publicación de El almuerzo desnudo de William Seward Burroughs , pero que aquí, se salta la ley a la torera, hace de su capa un sayo, se ríe de los acusados, los insulta, se mofa de ellos, cuestiona su sexualidad, les empluma un aluvión de actos de desacato que supone que los acusados sean declarados inocentes por el jurado popular pero acaben en la cárcel, algunos casi tres años, por los continuos desacatos ante el juez, desacatos que son actos triviales, menudencias, pero que para Hoffman endiosado y cegado aprovecha su papel para vengarse y ensañarse con los acusados, demostrando que la justicia, además de ciega, es vil, parcial, aberrante y rencorosa.

Como se afirma en el juicio lo que estaba encima de la mesa es el derecho a expresarse libremente. Algo que sigue candente, con leyes mordaza y similares. En esa tensión, que se piensa irresoluble, entre libertad y seguridad, en donde la idea que se nos vende es que ambas son inversamente proporcionales.

Gallo Nero. 2012. 120 páginas. Traductora Julia Osuna. Prólogo de Fernanda Pivano.

La noche en que caemos

La noche en que caemos (Alejandro Morellón)

Hay autores que fían sus relatos a un léxico abundante y deslumbrante como Escapa (Mientras nieva sobre el mar) u Olgoso (Los demonios del lugar). Otros demuestran su fértil imaginación como Chirinos (La manzana de Nietzsche) o Pàmies (Si te comes un limón sin hacer muecas) y otros sacan a pasear su lado más salvaje como Sergi Puertas (Estabulario), Valeria Correa Fiz (La condición animal) o Jon Bilbao (Estrómboli). En el caso de Alejandro Morellón, su estilo me parece una incógnita para la que no tengo, de momento, ecuación. Leyendo esta gavilla de relatos que forman La noche en que caemos (ganador del 51º premio Fundación Monteleón Libro de cuentos 2013) tenía todo el rato la sensación de que las narraciones se sucedían a medio gas, que precisaban algo más salvaje, más bestia, algo que me removiera de veras, pero una vez finalizada la lectura creo que el estilo de Morellón es este, el de un terror o desazón asordinado, como se manifiesta en relatos como La noche en que caemos (ese elemento espacial me trae en mientes el fantástico relato de De Lillo, Momentos humanos de la tercera guerra mundial) o La herida, aunque sí es cierto que hay también alguna concesión a una vis más burra y humorística en Una máquina excelente. El palíndromo de Nadia es un experimento curioso, que me recuerda en aquello de jugar con la temporalidad de la narración al relato Wife in reverse de Dixon. En Plato de sopa sin retorno parte de la sorpresa nos la hurta el mismo título. Ta i sí que me ha sorprendido, pero una vez pasamos de lo real a lo fantástico el relato ya va como gallo sin cabeza o como un taxi sin paradas, que viene a ser lo mismo. Cuando el niño era niño me recuerda a una novela que leí hace nada de Moyano (La hipótesis de Saint-Germain), que abordaba también la inmoralidad. El relato de Morellón ofrece muchas posibilidades pero no las explota, pues juega con pólvora mojada. Diana sigue sin venir me recuerda bastante a otro relato de Morellón, a El estado natural de las cosas, con un final que cambia la estratósfera por el abrazo con ese manto gaseoso y postrero que es la atmósfera.

No sé si la novela con la que Morellón quedó finalista del Nadal, Y he aquí un caballo blanco, verá la luz algún día.

Una cosa más antes de acabar. No entiendo por qué motivo este libro tiene una letra tan chica (algo así como una Arial 9) cuando hay unos márgenes generosos que podrían reducirse y que permitirían así aumentar algo más el tamaño de la letra sin que se sumasen muchas más páginas, lo cuál tampoco creo que fuese un mayor problema, pues el libro tiene apenas 140 páginas.

Las reseñas de todos los libros citados están en el blog, por si queréis echarle un ojo. O los dos.

Eolias ediciones. 2013. 140 páginas.

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84, Charing Cross Road (Helene Hanff)

¡Qué grandeza de libro contenida en tan poca extensión¡. Había leído alguna novela anteriormente como Contra el viento del norte basada también en un intercambio epistolar (en aquella ocasión era un intercambio de correos electrónicos), pero allí lo que se dirimía era si al final los dos tórtolos epistolares llegarían a verse las caras y los cuerpos. Aquí no media el amor, sino el afecto que surge entre una americana amante de los libros y de las palabras y los distintos empleados de una librería de segunda mano sita en Londres. Surge un intercambio de misivas avivado por el genio y descaro de ella, Helene, la cual va construyendo una relación con buena parte de los destinatarios de sus cartas, al ir estas secundadas por viandas que son muy bien recibidas en el Londres racionado de la posguerra.

Lo jodido es que la vida pasa, las cartas van y vienen como los años, la parca va haciendo su trabajo y al final solo quedan los buenos recuerdos y la añoranza de lo que no llegó a consumarse. Novela que me ha resultado muy triste, a la par que luminosa, porque Helene nos muestra la vida sin edulcorantes, una realidad aderezada con humor y mucho empuje.

Un valor añadido es lo relacionado con lo libresco: los subrayados que Helene Hanff (1916-1997) lleva a cabo en los libros que le gustan para los posibles futuros lectores, los libros malos de los que se desprende sin miramientos, los comentarios sobre las novelas -como las de Austen- que lee, las traducciones que cercenan libros dejándolos sin sustancia alguna, el no comprar un libro que no haya leído antes (algo que a mí me resulta muy difícil de cumplir), y su amor hacia el libro como un objeto imperecedero y de culto, ahí quedan las descripciones de las encuadernaciones, del tacto de las portadas, de los lomos de piel…; unos cuantos detalles, en suma, que me han complacido enormemente.

Anagrama. 2002. 126 páginas. Traducción de Javier Calzada.