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Las constelaciones oscuras (Pola Oloixarac)

El éxito de una novela guarda relación con el interés que una lectura nos suscita y se acrecienta a medida que leemos y esta novela de Pola Oloixarac (Buenos Aires, 1977) lo ha hecho muy escasamente, aunque supongo que hará las delicias de los programadores.
No me llama nada la atención, más bien me aburre, la jerga tecnológica-biológica-genética-informática que maneja la autora. Los personajes que pululan por la narración son poco menos que holografías. Si nos acercamos hasta ellos y pasamos la mano, los traspasaremos pues no hay carne, su sangre es una corriente de bits, su razón de ser un universo de ceros y unos. Quizás el objetivo de la historia sea este: desmaterializar la narración, que tenga más de éter que de raíz.
A ratos, como su comienzo, el libro me despista, cuando leo ciertas páginas que me recuerdan a Ospina, por su opulencia selvatica y natural. Hay también opulencia sexual: las mujeres se nos presentan como flores abiertas, dispuestas y prestas a ser inseminadas o polinizadas.
Hay virus biológicos y virus informáticos, hackers, nerds, el mundo como una canica en manos de unos demiurgos informáticos, unos cuantos latinajos y muchas palabras en inglés, que supongo que así le darán a la novela un aire más vanguardista, más moderno, y cierto aire clásico (merced a una lengua muerta) pero que a mí me parecen un brindis al sol.

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Apegos feroces (Vivian Gornick)

Apegos feroces. Novela publicada originariamente en 1987 y ahora por Sexto Piso en 2017, con traducción de Daniel Ramos Sánchez. El título le va pintiparado al espíritu de la narración. Esos apegos feroces son los que Vivian Gornick (Nueva York, 1935) ha experimentado toda su vida hacia su madre. Una relación posesiva, obsesiva, feroz; lo que sucede cuando al cordón umbilical le suceden hilos de sangre (me viene en mientes The ties that bind de Springsteen) o nudos correderos, que impiden a una hija abandonar el nido, definirse, ser una misma. Vivian camina por las calles de Nueva York, ciudad convertida aquí en un personaje más, junto a su madre, y en esos deambuleos, charlan, dialogan, rememoran, se tiran los trastos a la cabeza, a medida que pasan de una plaza a otra, de una calle o manzana a otra, de un barrio a otro. La ciudad les trae recuerdos de cuando ambas eran jóvenes y vivían en El Bronx. Hay un hecho crucial, la muerte del padre de Vivian cuando esta es una niña y su madre frisa los cuarenta. Muerte capital en sus existencias, pues como Vivian explica, en aquel luctuoso momento, en escena no está la ausencia de su padre, el vacío que éste deja, sino el duelo de su madre, monopolizando el aire y el espacio que respiran Vivian y su hermano. Vivian recuerda su infancia y adolescencia, los chismorreos, la moral como juez rector del comportamiento femenino (capitalizado en la figura de Nettie), la comunidad de inmigrantes: italianos, irlandeses, judíos que poblaban su barrio, los inmuebles, la luz tamizada que se filtra por las ventanas, la ropa colgada en zigzag por los patios interiores, las juntas de inquilinos ayudando a los desahuciados. La narración explicita el empeño de Vivian por ocupar su espacio, por sustraerse a la férula materna. Vivian vive amores y en todos ellos, por un motivo u otro fracasa en su empeño. Su madre le arrostra que no vivió su vida, que simplemente la dejó pasar. Vivian, a pesar de haber recorrido medio mundo y haber hecho lo que ha querido, tiene una sensación parecida, como si la existencia no acabará de enraizar, de agarrar, de coger peso y profundidad, como si todo lo que uno vive quedará a faz de tierra, presto para ser aniquilado de un manotazo. Hay libros que te crees y otros que no. Estos recuerdos de Vivian: su sentir, su frustración, su imposibilidad, sus devaneos amorosos, sus desencuentros, enconos y reconciliaciones filiales me los creo hasta la médula, porque no hay artificio, sí compromiso con la verdad (la suya), solo una narración que es linterna alumbrando el punto ciego de nuestra existencia, siempre bisagra entre ir y quedarse, entre alzar el vuelo o seguir entre las faldas de la madre, entre la infancia y la adultez, entre la adultez y la senectud, entre la compresión o el rechazo, esa ¿tierra baldía? entre el amor y el odio.

Un habitar más fuerte que la metrópoli

Un habitar más fuerte que la metrópoli (Consejo Nocturno)

Me ha resultado interesante lo propuesto por Consejo Nocturno en este ensayo editado por Pepitas de Calabaza. Ensayo que aborda problemas actuales como el auge de estas metrópolis que vienen a ser como cascarones vacíos, llenas de gente, que no las habitan (lo importante no es ocupar, sino ser el territorio; La política que viene se discierne, por tanto, por la recuperación del nexo fundamental entre habitantes y territorios), que no llegan a relacionarse ni a interactuar, más allá de darse la hora llegado el caso.

Siempre muy presente el capital que rige nuestras vidas y las reifica, la tecnología intensiva, google (se comenta que en breve ya no usaremos este buscador para buscar, sino que le pediremos: ¿cuál es la próxima cosa que debo hacer?), el avance de los drones, que permite tenernos todavía más controlados, siempre cediendo nuestra la libertad a cambio de una mayor presunta seguridad. Se dan ejemplos de ciudades como Singapur, con programas que le darán al gobierno una visión sin precedentes de cómo funciona el país en tiempo real.

Se recurre mucho en estos escritos a las palabras de Agamben (Lo abierto, El uso de los cuerpos. Creo que no hubiera venido mal al final del libro un índice onomástico o una bibliografía, de los muchos libros y autores que se citan: Kafka, Canetti, Illich, Fernando Coronil, Marx, Rigouste, Foucault), que también recogía Marc Badal en un ensayo suyo que leí recientemente (Vidas a la intemperie) donde se hablaba del genocidio rural perpetrado en Rusia que supuso la abolición del campesinado. Consejo Nocturno apela a agregar formas-de-vida íntegras que actúan en una autonomía absoluta, es decir, sin relaciones de gobierno, sustraídas a las relaciones mercantiles y al nihilismo metropolitano, tejiendo vínculos comunales de juramento y de cooperación mutuos y la autodeterminación no de necesidades, sino de deseos, inclinaciones y gustos […] la comuna es lo que viene en el momento en que una miríada de formas-de-vida se agregan material, espiritual y guerreramente en un «Nosotros» y comienzan así a hacer juntas.

Pepitas de Calabaza. 2018. 126 páginas.

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Mi vida al aire libre (Miguel Delibes)

Lo que más me sorprende en esta vida o autobiografía al aire libre de Miguel Delibes (1920-2010) es que no se filtre en ningún momento nada que tenga que ver con el quehacer literario del autor. Solo en un momento Delibes cuenta que Santiago Rodríguez Santerbás, se refería a él como un cazador que escribe. Nada más. Me sorprende porque no es habitual una autobiografía en la cual un escritor sea capaz de orillar algo que es consustancial o que simplemente lo conforma como es su oficio de escritor. Aquí Delibes a sus casi 70 años echa la vista atrás para poner negro sobre blanco todas las actividades que ha llevado hasta entonces y que ha realizado al aire libre, a saber, su destreza natatoria en los baños practicados en los ríos, la piscina, el mar, sus pinitos en el futbol y el fulbito, sus tanteos con el pingpong y el tenis, sus palizas encima de una bicicleta (hubo un tiempo, antes de que existieran las redes sociales las cuales le permiten a un novio romper con su novia por guasap, en las que un enamorado como Delibes era capaz de hacerse casi cien kilómetros en bicicleta (entre Molledo-Portolín y Sedano) !por aquellas carreteras y con aquellas bicicletas! para ir a ver a su amada unos días), sus caminatas por la ciudad o por el monte en busca de las cumbres, solo o acompañado de sus perros, y algo que todos los que hemos leído a Delibes conocemos de sobra, su afición por la caza y por la pesca (Diario de un cazador, Las perdices del domingo, Con la escopeta al hombro, mis amigas las truchas), sin que según afirma Delibes no sabría por cual de las dos decantarse. La narración se entrevera con recuerdos épicos de los logros filiales, como ese hijo que en un carrera les dio sopas con ondas a un puñado de profesionales. No todo lo que se refiere son actividades deportivas, Delibes refiere también su relación con las motos, la adquisición de una Montesa, que en aquel entonces brillaba por su ausencia, la autonomía que les otorgaba, la posibilidad de hacer varios cientos de kilómetros en unas pocas horas.

Delibes fiel a su estilo maneja en estas vivencias una prosa precisa, sencilla, un lenguaje rico, que me depara una experiencia fruitiva, vivencias que permiten entender mejor cómo era nuestro país hace apenas seis décadas, y donde ya se va apreciando un cambio, a medida que el progreso lleva aparejado una mejora de la calidad de la vida, Delibes habla, referido a lo cinegético, cómo algo se reblandece, cómo esa caza dura, austera, muda allá en los años 70 en algo más llevadero, menos exigente, más confortable, tal que se madruga menos, no se come al aire libre sino a mesa puesta, se regresa antes para ver el partido en la tele, en definitiva se va enmolleciendo, algo que podría ser extensible al resto de la sociedad. Apela Delibes, en suma, a disfrutar de esas actividades que podemos realizar bajo la bóveda celeste, aunque sea a medio gas, a media ración, pues ahí está, podemos pensar, la fuente de la vida y lo afirma Delibes que cuando escribió este libro contaba casi 70 años, y que todavía viviría otros 20 años más.

Miguel Delibes en Devaneos | Señora de rojo sobre fondo gris, Los santos inocentes , El disputado voto del señor Cayo