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La pastilla de hormona (César Aira)

¿Microcuento, cuento, nouvelle, novela?.

La pastilla de hormona, publicada en el año 2000, es una de las diez novelas de César Aira recogidas en un único volumen publicado recientemente; novelas seleccionadas y prologadas por Juan Pablo Villalobos.

En el caso de ser una novela, es la mínima expresión y la más breve que he leído nunca: 8 páginas y media. La pastilla de hormona es la que se toma un tal Rosales (aunque se las han recetado a su mujer) un buen día haciendo la gracia, pues Rosales es muy juguetón, un gozón, un cachondo, un bromista, quién sabe también si un perfecto idiota. El caso es que construye su propio personaje, se distancia de sí mismo gracias al humor, se deja llevar en sus carcajadas, su cerebro es una fortaleza mental.

Aira levanta la mirada hacia el cielo y la luz que lo inunda todo:

Las ciudades modernas, con su exceso de iluminación nocturna, han corroído la tiniebla. Hoy día, ni siquiera se ven las estrellas ni ningún otro fenómeno celeste más allá de la cúpula de penumbra difusa, a la que parece pertenecer la luna misma, que compra su visibilidad con un espejismo de cercanía.

Nos falta el esperado matiz libresco, que siempre brota: Rosales no lee nunca, porque su vida transcurre por un canal diferente al de los libros y nunca se ha dado la ocasión de que ambos canales confluyeran, hasta que un día, merced al precio irrisorio de un libro acabará comprando la vida cotidiana en la antigua China. Rosales se aplica, se faja y consigue así leer media página al día, de noche, antes de acostarse, alimentando el caletre sobre el catre, pero se dispersa, mucho, jugando con la perilla de la luz, cediendo a la oscuridad, aquel clic que deje ¿a él, a oscuras? ¿a nosotros, a cuadros?

Diez novelas de César Aira | Diario de la hepatitis #10

César Aira en Devaneos:
Los fantasmas
El mago
Prins
Varamo
Diario de la hepatitis
Un episodio en la vida del pintor viajero

Eduardo Berti
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Faster (Eduardo Berti)

He leído Faster de Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) de un envión, sin entrar en boxes, a la carrera, aunque no fuera esta mi intención, porque la lectura así me lo reclamaba. He leído Faster con fruición, con entrega, con pasión, la melancolía va a cuenta del lector, al leer y contrastar mi experiencia (a pesar de ser una década más joven) con la de Berti, focalizada en los años finales de la niñez y comienzo de la adolescencia, en los postreros años setenta, en Argentina; años de la edad de piedra, como los define el hijo adolescente de Berti, aquellos años cuyos pilares y muros de nuestro mundo eran los casetes, el sonido inestable y rugoso de esa aguja arañando la piel del vinilo, los comic, las novelas de Verne, las canciones de los Beatles, los Stones. Lo que Berti comenta de las canciones de George Harrison y el poderío vigorizante de la música me lleva a lo que escribía Bouillier, en Tres circunvoluciones alrededor de un sol cada vez más negro, sobre Zappa. Aquel mundo previo a la adultez que otros autores han recogido en otras novelas, pienso en Los príncipes valientes de Andújar, en La primera aventura de Gavilanes, Días del desván de Luis Mateo Díez, Escarcha de Ernesto Pérez Zuñiga, en Ordesa de Vilas, La lección de anatomía de Marta Sanz, etc. Años donde la amistad lo es todo, aquella amistad que siempre se pretende desde la mocedad, objeto de zozobras y desvelos como le transmite a Berti su hijo, amistad que como el amor siempre enriquecen y sustancian nuestras vidas.

Fangio el famoso piloto de coches argentino, sobre el que Berti reconoce no ser un experto, les concedió una entrevista a él y a su amigo, al que oculta bajo el nombre falso de Fernán, cuando ambos escribían para una revista. Esa entrevista marcará la existencia de ambos. Viene a ser ese momento decisivo, que me lleva al primer lector de Conrad, en el que de todos los infinitos caminos que se abren en la adolescencia, se optara sólo por uno de ellos: la carrera periodística, de la cual Berti acabaría apeándose más tarde, al contrario que Fernán, para entregarse de lleno a la literatura, a la escritura y la traducción, para sentirse un impostor (a lo Cercas).

Berti ofrece en Faster la velocidad adecuada, el tono preciso, la seductora prosa, la sugestiva trama, el sentimiento atemperado, las oportunas citas ajenas y una lectura, en suma, deliciosa y fulgurante.

Editorial Impedimenta. 2019. 208 paginas

Eduardo Berti en Devaneos

El país imaginado
Un padre extranjero
Historias encontradas

Sergio Chejfec 
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5 (Sergio Chejfec)

Recién leía una entrevista que le hacían a Hernán Ronsino a cuenta de su última novela, Cameron, y en ella decía que la había escrito en una Residencia de escritores en Suiza. Después de leer la entrevista me quedé pensando cómo sería la vida de un escritor en una de estas Residencias para escritores, a qué dedicará el tiempo, en qué medida el estar allí recluido con un sólo objetivo ayudaría a su labor creadora o no (sobre esto siempre aconsejo leer el prólogo de Roberto Arlt a Los lanzallamas), de qué estatuto gozará en aquel limbo de espacio y tiempo, en fin, este tipo de cosas. Al poco, un par de días más tarde, me entero de que Chejfec publica libro. Voy a una librería del barrio y lo compro. Ejemplar número 224. No sé si es novela o son relatos o cualquier otro artefacto narrativo propio de Chejfec. La fe en literatura va de esto. Luego miro la contraportada y me entero de que el libro lo forman Cinco (escrita en 1996) y Nota (escrita en 2019). Cinco es un relato que Chejfec escribió en una Residencia de escritores. Nota es la explicación de cómo fue su estadía en dicha Residencia. ¿Curioso, no?.

Después de leer Cinco y Nota que juntos forman 5, no es que haya despejado ninguna duda, si es que las dudas son capaces de ser despejadas. Cinco, que podemos considerar un relato, pero que a mí me parece un novela, recurre a la fórmula del manuscrito encontrado. Así, el narrador, al que podemos llamar X, echa mano de los escritos de un tercero al que llamaré Y, para, alternando la primera persona (del que escribió el texto) y la tercera persona, cuando el narrador echa mano del cuaderno y lee lo que ahí pone -al tiempo que acota y subraya ciertos episodios- ir desgranando la vida de Y.

La narración es fragmentaria. Del olvido, en ese cuaderno, se sustraen episodios cruciales, como la muerte del padre de Y a manos de un rufián, un matarife que clausura de esta manera un comentario que debería de haberse saldado sin que la sangre hubiera llegado al río. Y es un don nadie, un paria, un indigente, quien desde el minuto cero ya avanza que «hoy ha comenzado el final«. Ese final lo esperará en la desembocadura de un río, en una ciudad con estuario, por la que flaneará sin formar parte de la comunidad hasta que Patricia entre en su vida y él en ella, y ella en él, como el río en el mar y viceversa, revolviendo las aguas interiores, de ambos.

Hay por ahí también un concepto, no recurrente, pero sí duplicado: la bondad. La que despliegan Patricia (que bien puede ser también María, una mujer que salva niños de morir ahogados en un arroyo) la panadera de la que se prenda Y, y la de un niño que decide acompañar a los marineros percudíos a los barcos a fin de que estos duerman la mona sin temer por sus vidas. Si la vida de Y es errática, la narración no lo es, pero elude mucho más de lo que brinda, y en estos casos uno se queda no insatisfecho pero tampoco complacido.

La Nota es bastante más extensa que Cinco y ahí Chejfec plantea (según las notas recopiladas en su cuaderno de tapas verdes) lo que podría haber sido su estadía en una Residencia de escritores (digo podría porque en la solapa se dice que es ficción), donde el poder municipal que gestiona la Residencia asemeja un Gran Hermano que parece controlarlo todo, el escritor parece una marioneta que solo sirve para cantar las glorias, cual cronista, de la ciudad donde se ubica la Residencia (que no se nombra, porque todo es metáfora de) y el narrador va y viene con el andariego director de la residencia, emplea su tiempo con conductores de autobús muy versados en materia literaria y se acaramela junto a la secretaria del centro leyendo juntos El mar de las Sirtes de Gracq.

Cuando leo los textos de Chejfec, como esta mezcla de narración y ensayo (No entiendo cómo los hambrientos no se abalanzan de inmediato sobre aquello que necesitan, el alimento, sin atender a que les pertenezca o no. ¿Qué detiene al necesitado y no al codicioso?), me lo imagino poniendo cargas explosivas a medida que avanza, con idea de dinamitar lo escrito, o en menor medida, disolverlo, porque apenas encuentro nada que retener ni fijar en mi memoria, más allá de experimentar el clímax de la narración, lo sugerente de la propuesta, ante una prosa inasible que me causa extrañamiento y que quizás no sea oscura, pero ante la que no corre tampoco uno, creo, el riesgo de deslumbramiento.

Sergio Chejfec en Devaneos

La experiencia dramática
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