Paraguas en llamas

Paraguas en llamas (Jordi Mestre)

Por la San Juan los de Pepitas de calabaza han abierto en Logroño una librería muy mona. De buena gana me hubiera plantado allá con mi vehículo y hubiera hecho un alunizaje pero las dimensiones de la calle no dan para ello, así que hube de pagar religiosamente los dos libros que me llevé, este de Jordi Mestre y otro de Emerson, Sociedad y soledad, un título que por sí solo ya me seduce. El libro de Jordi Mestre, Paraguas en llamas, va con prólogo de Enrique Vila-Matas y para mí lo que escribe EV-M va a misa. Leí el citado prólogo y ahí se alaba el humor de Mestre que tuvo un blog http://miraquehefet.blogspot.com en el que iba metiendo entradas (entre 2005 y 2014) y que al fallecer en 2016, EV-M entendió que todo lo que estaba en la nube debía tomar tierra y precipitarse como libro. Dicho y hecho, Pepitas mediante. Y luego no me dirán que la edición no tiene algo de alquimia, de milagro.

Librería de Pepitas de Calabaza en la Calle San Juan 38 de Logroño

Me lo he pasado pipa con el humor que se gasta Mestre. A menudo, mientras leía tumbado en el sofá, en la cama, en la esterilla, en el chinchorro y me carcajeaba me preguntaban de qué te ríes –no con cierto recelo e incluso con sospecha, como si la risa ajena fuera una amenaza, fantasma, en todo caso- y entonces pasaba a leer en voz alta y las carcajadas se duplicaban, triplicaban, incluso cuadruplicaban, y no sé si esto atiende a que en mi casa somos todos unos cachondos o a que el confinamiento nos está haciendo puré la masa madre cerebral.

Celebro la libérrima escritura de Mestre. Cuando uno tiene un blog como el suyo en donde no hay ni rastro del número de seguidores ni nada parecido, la escritura se convierte en un monólogo interior que se va tejiendo en la nube y del que si llega alguna apreciación o denuesto será por la vía del comentario. Se equivocaba la Carrá cuando “cantaba” aquello de que para hacer bien el humor hay que venir al sur. Mestre es catalán y lo borda. Se presenta como un buen observador y lo era, basta con leer sus escritos, cuajadito de agudas observaciones de todo tipo, del tipo que mira de otra manera, que saca jugo de lo prosaico (los compañeros del colegio, las bodas, la convivencia parejil, las vacaciones, los misterios chinos, las carreras en taxi de lo más poéticas, las despedidas que siempre acaban por materializarse, la llegada de los churumbeles, las obras en el hogar de ¿un tipo simple que nunca entendió nada?. Ja, por aquí), lo manido, lo trillado, contrastando la realidad con una imaginación desatada auxiliada por un humor, atributo de la inteligencia, que nos espolea y expolia los lugares comunes para cimentar su obra, en la que hay continuas referencias a los libros leídos, entresacando párrafos curiosos, a las películas vistas, a personajes que muestran su cara más patética, más humana, nada aquí de heroísmos, sino cobardías, tiempos muertos, mujeres que van y vienen y se quedan como la Nueva, amigos que fallecen, novelas cuya escritura se comienza y se aborta casi de inmediato como el que se asusta al coger distancia y ver el tamaño de la montaña a ascender y le invade la indolencia, la pulsión sexual desactivada tras el coito, así quedan esbozos, líneas maestras, sinópsis de las novelas que podían haber sido, pero sí hay anécdotas que adquieren la categoría de relatos, algunos geniales como las biografías que Mestre, muy futbolero, le dedica por ejemplo a Rummenigge o cuando se nos habla de la crotalogía y quedamos no sé si más felices que unas castañuelas pero sí con una sonrisa dibujada en el rostro, a no ser que sufras el síndrome de Moebius. A fin de cuentas como nos advirtiera Sábato, Vivir consiste en fabricar futuros recuerdos, aunque no sean alegres ni significativos, remataría el gigante ruso.

Está muy bien esto de los blogs, a la vista está, pero comparto lo que afirma Mestre sobre el papel, a mí dame el papel, aunque sea para limpiarse el culo.

El papel

Gentes que entienden de ello me aseguran que las redes sociales ganan terreno día a día y que sus usuarios abandonan en masa los medios de comunicación tradicionales: la radio y hasta la televisión y, sobre todo, la prensa escrita. Dicen que la celeridad de Twitter y otras redes es irresistible y que las noticias se anuncian en décimas de segundos al mundo entero. Y es verdad, veo que la estupidez y la mentira nos llega ahora a una velocidad inimaginable para quienes, como yo, preferimos la falsedad y la tontería reposada de los viejos diarios de siempre. En el papel sabemos leer entre líneas y creemos entender quién engaña a quién y para qué; entre las breves líneas de Twitter uno sospecha que jamás hay nada escrito. O sea, que todo ha cambiado. Y que todo es lo de siempre, pero ya ni el papel nos queda. A ver quién se limpia el culo con un iPad.

Sonreír alarga la vida y libera estrés, dicen (aunque no se fíen porque lo más seguro que detrás de tan alegre afirmación haya algún lobby humoroso). Yo creo que después de leer a Mestre amén de desestresado he ganado también unos cuantos minutos de vida. ¡Dios, es todo tan paradójico! porque crees que pierdes el tiempo leyendo un libro y resulta que acabas ganándolo.

Albergo una duda, ¿venció finalmente Mestre a Paradiso?. Yo también lo tengo por ahí, sin leer, en algún estante viviendo el sueño de los justos.

Pepitas de calabaza. 2019. 280 páginas

Sutileza en la penuria

No os burléis de la mitología de los griegos porque se parezca tampoco a vuestra profunda metafísica. Deberíais admirar a un pueblo que en este caso particular impuso una parada a su vigorosa inteligencia y que tuvo por mucho tiempo suficiente tacto para huir del peligro de la escolástica y de la superstición sofística.

Aurora. Friedrich Nietzsche. Traducción de Pedro González Blanco. José J. de Olañeta Editor.

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Relato soñado (Arthur Schnitzler)

¡Qué buena almohada es la duda para una cabeza equilibrada!

Montaigne

Con otras novelas que he leído de Arthur Schnitzler tomé conciencia de la sagacidad con la que la el autor austriaco abordaba todo aquello que guarda relación con nuestra condición humana. En Morir, la manera en la que un hombre arrostraba su final creyendo que su esposa le acompañaría en este trance pero finalmente desligándose ésta de aquel destino fatal. En El teniente Gustl el flujo de conciencia del narrador nos acercaba a su precipicio, sopesando también el suicidio. En Tardía fama la fama se convertía en algo episódico que inflamaba al acreedor de la misma para luego dejarlo con un palmo de narices visto que el reconocimiento y la fama son flor de día y que al contrario que los afectos, este sentimiento que por el autor sienten los jóvenes, en especial uno, se agostará a las primeras de cambio. Relato soñado, es una novela al igual que las anteriores breve, poco más de cien páginas, que fue llevada a la gran pantalla en 1999 por obra de Kubrick bajo el título de Eyes Wide Shut, con una duración de dos horas y cuarenta minutos que recuerdo haber visto sin que me dejara apenas ningún recuerdo. Sí que hubo mucho ruido porque en aquella odisea sexual Nicole Kidman se desnudaba.

Publicado en 1926, Schnitzler, al que Freud consideraba su doble literario, reflexiona en esta introspectiva novela sobre los sueños, el deseo y la muerte. El médico austriaco Fridolin –que en manos de cualquier programa del corazón, apostillaría encontrarse “felizmente casado” y ubicado ya en el punto en el que le sobra todo lo que va después del Te quiero (ella), Yo, también (él)- padre de una hija de seis años le confiesa a su mujer Albertine una aventura que no llegó a consumar en un lugar de veraneo. Albertine por su parte le hace partícipe a su cónyuge de una situación análoga que experimentó con un marinero, un juego de miradas abortadas abruptamente, por ende, su matrimonio puede determinarse como algo casual, fruto del azar (por mucho que uno luego se amolde a lo de “mi media naranja” “el amor de mi vida” y demás enunciados que dejan todo atado (en apariencia) y bien atado y también precario, cuando el deseo viene a ser como poner puertas al mar, un flujo imposible de domeñar.

Fridolin acude con su mujer a un baile de máscaras y al sentirse observados e incluso deseados, él siente ahí una puerta (no sabe si giratoria) que lo conduce hacia un estado que lo sume en la inquietud, removiendo sus cimientos. En su día a día como médico Fridolin se mueve por distintos domicilios y no le faltan oportunidades de poder iniciar aventuras amorosas con distintas mujeres a las que se les antoja o así se puede ver él a sí mismo como una suerte de príncipe azul. Un día, al acabar su labor y sin ganas de volver con su familia se topa con un amigo de juventud que le comenta con mucho secretismo que va a ir en unas horas a tocar el piano a un lugar donde las mujeres se muestran con toda su voluptuosidad, mientras él tocará con una venda en los ojos, que hace falta una contraseña: una palabra, para poder acceder al inmueble… todo esto a Fridolin al escucharlo le resulta irresistible y tras hacerse con el adecuado atuendo y velado el rostro con una máscara allá que irá con el alma en vilo. No dura mucho en el inmueble, pero sí lo suficiente para sentir el aguijón del deseo, la punción de lo inasible, cifrado en el cuerpo de una mujer que sabiendo que no pertenece a ese ambiente se le arrima y le anima y conmina a irse, si no sólo sí con ella.

Las aguas podrán volver a su cauce ya desinflado el deseo y subsumirse Fridolin entonces en la cotidianidad del hogar, en la mansedumbre de los días clónicos y los menesteres prosaicos, abandonar su cabeza en el tibio regazo de su esposa y ver crecer alborozado a su hija, pero aquella pulsión ahora certeza lo sabe que no deja de ser una naturaleza muerta, pues su ser antes y luego buscará el momento oportuno para desbocarse de nuevo a lomos del impetuoso corcel del deseo.

Acantilado. Traducción de Miguel Sáenz. 2012. 136 páginas.

9788416291748

El incendio de la mina El Bordo (Yuri Herrera)

Yuri Herrera es uno de mis autores favoritos. He leído y comentado sus novelas: Trabajos del reino, Señales que precederán al fin del mundo y La transmigración de los cuerpos, su libro de relatos Diez planetas y ahora su tratamiento de la no ficción en El incendio de la mina El Bordo, hecho que sucedió el 10 de marzo de 1920 y en el que murieron al menos 87 mineros, en el distrito minero Pachuca-Real del Monte, formado por diez niveles.

Casi un siglo después Yuri reabre un caso cerrado con muchos interrogantes. Cuando se produjo el incendio, salieron a la superficie unos cuantos mineros y se cerraron las bocas de los tiros para seis días reabrir las bocas, y encontrar que allá dentro había siete mineros vivos, que por tanto habían sido sepultados vivos. No se sabe cuántos más pudieron morir con la decisión de cerrar las bocas de los tiros. Cuando ante el juez que instruye el caso el perito da su versión de los hechos exime de cualquier responsabilidad a la compañía minera y lo que pasó fue un accidente provocado en todo caso por alguno de los mineros. El juez asume esa versión sin abundar más en el asunto, echando prontamente tierra sobre el asunto: una especie de doble muerte o asesinato. La compañía indemniza a las familias que pueden acreditar el parentesco con los mineros que han muerto y luego “con el fin de que no fuera a desarrollarse alguna epidemia por el paso de tanto cadáver por la ciudad de Pachuca” deciden enterrarlos a todos juntos en un lote propiedad de la Compañía, que actúa casi con total impunidad, ante lo cual las familias no pueden decir ni mu, tratando a los muertos como si fuesen de propiedad de la Compañía, de tal manera que las familias no pudieron enterrar los cuerpos donde hubieran querido. De igual manera que una lápida en piedra con los nombres de los muertos sirve para honrar su memoria, quizás este texto albergue el mismo anhelo, poner de relieve a los muertos aquel día, para que el mundo, aunque sea un siglo después sepa de su existencia y trágico final.

El perito García agrupó los nombres de los cuerpos identificados de acuerdo a la posición y sueldo que ganaba cada uno: “Antonio López de Nava, sotaminero, $6.00; Valentín Magos, Pedro Estrada, TeodoroLandero y Carmen Gutiérres, encargados de contrato, $3.50; Marciano Trejo y Juan Sosa, coleadores, $3.00; Cruz Vega, Jesús Acosta, Francisco Lara, Vicente Guillén, José Patricio y Eulalio Valerio, perforistas, $2.40; Juan Barrios, bombero, $2.50; Luis Garfias, calecero, $2.00; Francisco Magos, ayudante de perforista,$1.80; Domingo Hernández, Erasto Chávez, Aristeo Reyes, Francisco Ortiz, Marcos López, Francisco Cortés, Esteban Martínez, Donaciano López, José Trejo, Toribio Ruiz, Guadalupe Pérez, Vicente Peña, José Valdovinos, Hilario Cruz, Jesús Pagola, Amado Pagola, Luis González, Zenobio López, Genaro Nava, Agustín González, Fidencio Ortega, José Terrez (a éste en otro lugar se le identifica como Torres), Miguel Álvarez, Ángel Montaño, Benjamín Morales, Amador Torres, Simón Arrasola, José Jiménez, Félix Delgado, Juan Fernández, Jesús Martínez, Bartolo Corona, Leobardo González, José Montiel, Fidel Guerrero, Melquíades Ortiz, Bartolo Lozano, Isaac Villanueva, Pedro García, Juan Bolaños, Aurelio Juárez, José Mendiola, Margarito Torres, Cleofás Molinero, Cesáreo Bolaños, Bonifacio Romero, Toribio Velásquez, Francisco Velásquez, Guadalupe Lozada, Anastasio Luna, Antonio Molinero, Bartolo Corona, Tomás García,Gilberto Banda y Miguel Martínez, peones, $1.80”.

Editorial Periférica. 120 páginas.2018.