Archivo de la categoría: Friedrich Nietzsche

IMG_20240410_203910

Anti-Nietzsche (Ferdinand Tönnies, Julius Duboc, Franz Mehring)

Leí esta Semana Santa El Anticristo de Nietzsche, y hubo en ese texto unas cuantas sentencias que me produjeron repulsión. Había leído antes Aurora, Ecce homo y Así hablo Zaratustra, y no acababa de entender dónde residía el magnetismo de Nietzsche. Por lo tanto cuando en mi camino se cruzó Anti-Nietzsche no pude resistirme a leerlo yendo en búsqueda de algunas respuestas.

El libro lo componen tres ensayos escritos entre 1897 y 1899. Las fechas nos sitúan por tanto un año antes de la muerte de Nietzsche, en 1900. Los autores de los ensayos son tres filósofos: Ferdinand Tönnies, Julius Duboc y Franz Mehring. El extenso y capital prólogo corre a cargo de Venancio Andreu Baldó, responsable asimismo de la traducción.

El último ensayo, el de Franz Mehring, es un repaso a los anteriores de Duboc y de Tönnies. Franz desglosa la actividad creadora de Nietzsche en tres fases. La primera es la del artista (Nietzsche es el discípulo de Schopenhauer (el despreciador de la historia) y Wagner; Nietzsche vio las formas acabadas del genio en el filósofo, el artista y el santo), la segunda false es la del hombre de ciencia y la tercera es la que hizo popular a Nietzsche: la del desesperado de sí mismo y del mundo, el Zaratustra sin aliento, tempestuoso, vertiginoso, gimiente y fuera de sí, aquel que no puede ser de ninguna manera objeto de comprensión, sino solo de goce estético, cuya filosofía es la sublimación del gran capitalismo, lo que explicaría que hubiese encontrado un gran público, afirma Tönnies.

En su ensayo Duboc liga a Nietzsche con su maestro Schopenhauer, que cuando en 1818 afirma que el pesimismo es el único pensamiento de su obra, nadie le cree. En 1848, treinta años después, vuelve con la misma cantinela, y entonces todos le creen, a él, al profeta de la náusea universal. Para Duboc Nietzsche significa un nuevo despertar a la vida, el nuevo despertar de alguien que ha sucumbido a la sobreexcitación e hipertensión enfermiza, y ese alguien era la propia voluntad. El pesimismo había cedido su lugar al materialismo ético que se celebraba a sí mismo como el paroxismo de la libertad, materialismo ético que compartía muchas aspiraciones con la moral del superhombre. Para Nietzsche la vida era esencialmente apropiación, vulneración, violación de lo extraño y más débil, opresión, dureza, anexión, y al menos explotación. Así se explicaría el gusto de Nietzsche por Napoleón, o por naturalezas humanas depredadoras como la de César Borgia. Por lo tanto, el ser humano servicial, noble y bueno resulta para Nietzsche decadente, y un síntoma de derrumbe. No me explayo aquí (prefiero que los lean ustedes directamente en el texto) en los calificativos tan despectivos con los que Nietzsche despachó a Sócrates, Platón, Spinoza, Carlyle, Darwin o Descartes.

Parte importante del ensayo lo dedica Duroc a hablar de la conciencia. Como síntesis, podemos afirmar que para Duboc, la conciencia representa -no un fantasma moribundo, para decirlo con Nietzsche-, sino una de las mayores palancas en la evolución de la especie humana.

El ensayo más extenso es el de Ferdinand Tönnies. Está dividido en 27 capítulos. Ferdinand en los escritos tempranos de Nietzsche encuentra más sentimiento que conocimiento. Más tarde, Nietzsche ofrece palabras frescas y sonoras al indestructible optimismo de la voluntad y la fuerza. Sus éxitos van de la mano de los intentos de utilizar la teoría de la evolución para sostener el capitalismo y la libre competencia, cuya consecuencia natural es la supervivencia de los mejores, y para lo cual requeriría también la creación de estamentos, la segregación de la aristocracia y el derecho a la herencia.
Nietzsche ya empieza a diferenciar los débiles de los fuertes, a los exitosos de los malogrados y llega a la conclusión (en su libro Genealogía de la moral) de que la moral representa la voluntad de un cultivo opuesto, que en ella persiste la aspiración consciente a la represión del tipo humano de más alta calidad pues era temido hasta entonces; hasta entonces era casi lo temido y a partir del temor, se quiso, se cultivó, se alcanzó el tipo opuesto: el animal doméstico, el animal de rebaño, el animal enfermo hombre… el cristiano.
El anhelo de una vuelta a la naturaleza puede ser entendido fácilmente como cansancio de la cultura, y este como signo de una cultura enferma y envejecida.
Nietzsche se ve sorprendido por la riqueza de la sabiduría de Schopenhauer y se deja arrebatar por sus escritos chispeantes.
Los pensamientos de Nietzsche interpretan El mundo como voluntad y representación. El mundo como voluntad es en términos estéticos la música. Representación es el texto para la música. El nacimiento de la tragedia a partir del espíritu de la música lo considera Ferdinand un escrito genial. Más tarde en Humano, demasiado humano, o La gaya ciencia no encuentra Ferdinand demasiados pensamientos originales (algo en lo que coinciden los tres filósofos que aquí concurren).

En lo personal Nietzsche se va apartando del mundo y en La gaya ciencia llega a la conclusión de que la vida es esencialmente apariencia y juego… y que no tendría en absoluto ningún significado interno o moral.
La compasión trágica le parece superficial o le resulta indiferente. Más tarde, mientras aún daba vivas a la física, apareció una idea metafísica, como una estrella luminosa, a saber, el eterno retorno. Quería Nietzsche dejar de estar solo y aprender a hacerse humano.

Ahora su forma de escribir, antes abundante y suelta, se torna a su vez ampulosa y roma -entre 1885 y 1888 los escritos de Nietzsche se centran en la moral-: Más allá del bien y del mal, La genealogía de la moral, El caso Wagner, Ensayo de una crítica del cristianismo. Ferdinand cree que lo que gusta de estos libros a los lectores inmaduros es lo fluido y torrencial de los mismos, una elocuencia que se agolpa, las violentas invectivas con fuertes expresiones, la manifestación prolija de los sentimientos personales. Su expresión favorita es “decadence”.
Nietzsche critica la moral como negación de la vida, como signo de derrumbe, de cansancio… entiende por moral dar por buenas la compasión y el altruismo, y de la gran revolución económica que atraviesa los últimos siglos y cuya potencia se multiplica en el siglo XIX, que cristaliza como capitalismo y como proletarización del pueblo, no sabe nada, según Tönnies.

Su libro Más allá del bien y del mal, sirve como documento acreditativo de la adoración de Nietzsche por las naturalezas depredadoras: César Borgia y Napoleón. El autor busca una dignificación histórica de los grandes poderes sociales sin aportar nada nuevo o significativo al sociólogo.

En Genealogía de la moral, Nietzsche le da vueltas a la idea de la mala conciencia, a quién fue su creador y llega a la conclusión de que ha sido obra del hombre del resentimiento, y considera la mala conciencia una profunda enfermedad a la que tuvo que sucumbir el ser humano bajo la presión de la más radical de todas las transformaciones que nunca haya vivido -aquella transformación cuando por último se encontró atrapado el hombre por el hechizo de la sociedad y la paz- lo que sin duda vale tanto para los fuertes como para los débiles, pero que necesariamente debía oprimir más a los primeros. Aquí, entonces, la mala conciencia es solo el instinto de libertad reducido a un estado latente de violencia, la crueldad replegada del humano-animal interiorizado, cobijado en sí mismo, por temor, del aprisionado en el Estado para su domesticación.

Respecto al Anticristo, para Ferdinand carece de todo valor científico, a pesar de su aparente lógica, psicología e historia. Son las palabras poderosas, con astucia de abogado y con falsedad artística. Un libro que solo se puede leer como un ejercicio de estilo, del que no se aprende nada, de donde un pensador científico, un sociólogo, no puede extraer nada. En el texto, solo la fuerza y la salud albergarán el futuro de la especie humana. Es bueno lo que eleva, el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el propio poder. Y lo malo es lo que procede de la debilidad.

La evolución moderna hay que entenderla bajo la perspectiva de la economía y de la técnica, y según Ferdinand sorprende la ignorancia científico-social de Nietzsche.

El conjunto de doctrinas, el sistema, de Nietzsche, como lo denomina Andreas-Salomé, es según Ferdinand un aquelarre de pensamientos, exclamaciones y declamaciones, de arrebatos de cólera y de afirmaciones contradictorias y en medio de todo ello muchas chispas de ingenio, luminosas y cegadoras.

Concluye Ferdinand que como una auténtica naturaleza hamletiana, Nietzsche sucumbió a su propia tarea.

Finalmente, en el prólogo de Venancio Andreu, que lleva por título: Un canto de sirenas llamado F. Nietzsche el arco temporal es más amplio y se aborda el impacto que las doctrinas de Nietzsche tuvieron después de su muerte. Una de ellas es la apropiación que hizo de ellas el nazismo, incluso Adorno escribió que Nietzsche, contra su intención, suministró consignas al fascismo. Aunque también tuvo sus defensores, Bataille, por ejemplo, escribe que a Nietzsche le horrorizaba la idea de que se subordinase su pensamiento a alguna causa. Sin embargo vemos cómo Nietzsche se convirtió asimismo en un apologeta indirecto del capitalismo y objetivamente su filosofía supuso un fortalecimiento y justificación del capitalismo. Lukács dijo que exceptuando ciertos capítulos de la filología clásica, los conocimientos de Nietzsche, aunque muy extensos y manejados con viveza y colorido, son siempre muy superficiales y adquiridos de segunda o tercera mano.

Si hay que buscar en sus ideas una cosmovisión, según Lukács sería el “irracionalismo”, una fuga mundi antifilosófica, y en Nietzsche concurren tres tipos de huidas: epistemólogica (le es imposible al ser humano acceder a la verdad, sea en la vida cotidiana o en el complejo ciencia-filosofía), ontológica a negativo (un nihilismo que niega la existencia de determinaciones y, por ende, de causas o legalidades objetuales, tanto en el ser general, como sobre todo en el social; los elementos son el azar absoluto, la fetichización de la apariencia como verdadero ser y la fetichización de la belleza), y ontológica a positivo (fetichizaciones y reificaciones, en la línea del darwinismo social, conceptos pseudocienfícos).
El relato de Rosa Mayreder (autora de El club de los superhombres): Pipin. Ein Sommererlebnis, se nos presente como un texto literario que refleja primorosamente la psicosociología de la pequeña burguesía alemanes de finales del XIX y comienzos del XX. Si es Lukács el autor que más maneja Venancio, es muy interesante ver cómo eran recibidos los escritos de Nieztsche por escritores como Zweig, Thomas Mann, Gide, Ramiro de Maeztu, o por filósofos como Bataille o Deleuze… y cómo en tiempos más recientes, en 1972 se publicó En favor de Nietzsche, con textos de Fernando Savater, Eugenio Trías o Javier Echevarría. Parece claro que Nietzsche a nada que se le lea concienzudamente no deja indiferente.

Y creo que Nietzsche hubiera hoy incendiado las redes sociales, con esas chispas ingeniosas, luminosas y cegadores, y sería el filósofo de moda, porque sus aforismos y salidas de tono harían furor, aunque se convirtiese en una de sus últimas fugas, en un troll.

Aprovecho para recomendar, no solo la lectura de este ensayo indispensable, sino también de otras obras periféricas, editadas también en Ápeiron: Nietzsche de Malwida von Meysensburg, Nietzsche, noble y filósofo de Meta von Salis-Marschlins, autoras que junto a Lou Andreas-Salomé y Elizabeth Förster-Nietzsche conforman las cuatro evangelistas de Nietzsche.

Más lecturas sobre Nietzsche: Mis relaciones con Nietzsche de Carl Spitteler.

IMG_20240324_200102

El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo (Friedrich Nietzsche)

Nietzsche escribe El Anticristo, Maldición sobre el cristianismo en 1888, pocos meses antes de colapsar mentalmente en las calles de Turín. Con el correr de los años su posicionamiento hacia la religión se fue volviendo más radical, a la par que aislamiento fue en aumento, quedándose solo en su camino. después de publicar, paradójicamente, Humano, demasiado humano. Acompañado solo por la fecundidad de su nueva filosofía.

En el ensayo que su amiga Mawilda escribió sobre Nietzsche podemos leer:

Ahora siguieron como en rápida sucesión, los lances del destino, externos e internos, que propiciaron la segunda época. Irrumpió una amargura que arrojó una sombra oscura sobre todo lo que una vez le había sido querido, que convirtió su amor en odio, destrozó sin piedad los ideales que había tenido hasta entonces, lo enredó en contradicciones consigo mismo y privó a la exposición de sus pensamientos de la bella claridad de sus primeros trabajos. En primer lugar estaban los sufrimientos físicos, casi incesantes, que lo incapacitaban prácticamente para vivir y que lo obligaron en 1879, a abandonar la universidad de Basilea...

Mawilda estaba convencida de que el pensamiento de Nietzsche debía completarse, que no había concluido, y tras este deslizamiento hacia lo falso y lo odioso, más adelante surgiría el noble espíritu de Nietzsche. Pero el empeoramiento en la salud de Nietzsche hizo imposible confirma la tesis de Mawilda.

Este ensayo de Nietzsche finaliza con la Ley contra el cristianismo, y consta de siete artículos. Lo firma El Anticristo. En el articulado expone que el sacerdote enseña la contranaturaleza, que la predicación de la castidad es una incitación pública a la contranaturaleza o que debe llamarse a la historia sagrada, historia maldita, y que hay que emplear las palabras Dios, salvador, santo, como insultos, como emblemas criminales.

Así leídos, los siete artículos no tienen mucha sustancia. Por lo tanto hay que comenzar el ensayo por el principio, para ir leyendo los 62 capítulos que lo conforman. Antes está el prólogo, en el que Nietzsche ya advierte que su texto pertenece a los menos, porque solo el pasado mañana le pertenece. Es evidente que Nietzsche tenía un elevado concepto de sí mismo (y ahora que no nos oye, creo que dota sus escritos de cierto carácter mesiánico).

Nietzsche traza una raya; a un lado los débiles, al otro los fuertes. Lo bueno sería el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo. Lo malo es la debilidad. Los débiles y malogrados deben perecer; tal es el axioma capital de nuestro amor al hombre. Y hasta le debe ayudar a perecer.
¿Qué es más perjudicial que cualquier vicio? La compasión activa con todos los débiles y malogrados; el cristianismo.

Ya vemos cómo se ve desvelando el objeto de los ataques de Nietzsche. Leyendo lo anterior, si alguien decide llevar esto a la práctica, pongamos por caso el nazismo, no parece que haya mucho que interpretar en las palabras de Nietzsche. ¿O era solo palabrería? Un año después de escribir esto, Nietzsche, que siempre ha estado enfermo, cuya salud ha sido muy precaria, también debería haber perecido. Cuando Nietzsche colapsa, en el caso de haber tenido algún rapto de lucidez, me pregunto: ¿debería haber instado a su hermana a que lo matase, o no dejarse ayudar, a que nadie mostrase la menor compasión hacia su persona?

Nietzche en su Zaratrusta ya hablaba de un hombre superior. Pensemos por tanto en la posibilidad de una transformación, un cambio a mejor, hacia algo que nos permita elevarnos, superarnos. Reside ahí una idea de aristocratismo en Nietzsche, que considera que hay seres más dignos de vivir, más dueños de su porvenir, en contraste con el hombre-rebaño, el animal doméstico; el cristiano.
Vemos cómo poco a poco Nietzsche va encauzando sus pensamientos.

La evolución de la humanidad no parece habernos conducido a un tipo mejor. Para Nietzsche el europeo moderno es inferior al europeo del Renacimiento. Y es el cristianismo el que ha librado una guerra a muerte contra este tipo humano superior, porque ha execrado todos los instintos básicos del mismo. El cristianismo ha encarnado la defensa de todos los débiles, los malogrados; ha hecho un ideal del repudio de los instintos de conservación de la vida pletórica; ha echado a perder hasta la razón inherente a los hombres intelectuales más potentes, enseñando a sentir los más altos valores de la espiritualidad como pecado, extravío y tentación. Y pone el caso de Pascal, cuya razón se vio corrompida por el cristianismo.

Para Nietzsche el hombre está corrupto. Todos los valores en los que la humanidad sintetiza su aspiración suprema son valores de la décadence. Para Nietzsche la vida es instinto de crecimiento, de supervivencia, de acumulación de fuerzas, de poder y donde falta la voluntad de poder, aparece la decadencia. Y en los más altos valores de la humanidad falta esa voluntad, e imperan los valores de la decadencia, valores nihilistas.

El cristianismo es la religión de la compasión. Y esta surte un efecto depresivo, porque quien se compadece pierde fuerza. El sufrimiento se hace contagioso por obra de la compasión, la cual atenta contra la ley de la evolución, la ley de la selección (¿hemos de verlo bajo la luz de un darwinismo social?).

Para la moral aristocrática (la que Nietzsche práctica), la compasión no es una virtud sino una debilidad. Para una filosofía nihilista que negase la vida (Schopenhauer) la compasión es la práctica del nihilismo. Recurre a Aristóteles, el cual según Nietzsche, definió la compasión como un estado morboso y peligroso que convenía combatir de vez en cuando mediante una purga; entendió la tragedia como purgante.

Nada hay tan malsano, en medio de nuestro modernismo malsano, como la compasión cristiana. Entonces Nietzsche se ve como un cirujano empuñando el bisturí, punzando la acumulación morbosa, siendo implacable, pues así es el amor a los hombres (que él les profesa), así los filósofos, así los hiperbóreos como Nietzsche.

Para Nietzsche la castidad, la pobreza, en una palabra: la santidad, ha causado hasta ahora a la vida un daño infinitamente más grande que cualquier cataclismo y vicio. Además, el espíritu puro es pura mentira. ¿Y quién se encuentra más en las antípodas del autor? El teólogo, cuya fe consiste en cerrar los ojos ante sí mismo. Y con esta óptica deficiente hace una moral, una virtud, una santidad. De tal manera que ninguna otra óptica diferente puede tener ya valor tras hecho sacrosanta la suya propia con los nombres de Dios, redención y eterna bien aventuranza.

Afirma Nietzsche que la filosofía alemana está corrompida por la sangre del teólogo. El protestantismo es: la hemiplejía del cristianismo y de la razón.

El éxito de Kant es el éxito de un teólogo; hace de la realidad una apariencia de un mundo enteramente ficticio, el del Ser, la realidad. Y como Lutero o Leibniz fue una cortapisa más de la probidad alemana. Cada cual debe inventarse su propio imperativo categórico, su propia virtud; el bien universal e impersonal son quimeras. El instinto equivocado en todas las cosas, la antinaturalidad como instinto, la décadence alemana como filosofía; ¡he aquí Kant! Quien trata de dar forma a esta clase de corrupción, a esta falta de conciencia intelectual, un carácter científico mediante el concepto razón práctica y el sublime imperativo del “tu debes”, dirigido contra nosotros (entiéndase los espíritus libres). Todo esto no sorprende a Nietzsche, ya que considera que en casi todos los pueblos el filósofo no es sino la evolución ulterior del tipo sacerdotal, el sacerdote que se falsifica ante sí mismo, el mismo que determinaba los conceptos «verdadero y falso».

No existe el espíritu puro (aquel despojado de todo aquello tiene de mortal), no derivamos al hombre del espíritu, de la divinidad; lo hemos reintegrado al mundo animal. Se crea el concepto Naturaleza en contraposición a Dios. El término natural es entonces sinónimo de execrable. Ni la moral ni la religión corresponden en el cristianismo a punto alguno de realidad. Todos son causas imaginarias: Dios, alma, espíritu, libre albedrío. Todo son efectos imaginarios: pecado (la forma de autoviolación del hombre por excelencia), redención, gracia, castigo, perdón; una teleología imaginaria: el reino de Dios, el juicio final, la eterna bienaventuranza…

Critica también Nietzsche el concepto cristiano de Dios; un Dioses que hoy se han vuelto necesariamente buenos, impotentes para el poder, ahora que no son ya la voluntad de poder. Dios es ahora el Dios de los débiles, esto es, de los buenos. Ahora es el Dios de los pobres, los pecadores, los enfermos, y ahí tenemos a nuestro Dios salvador, a nuestro Dios redentor. En Dios está declarada la guerra a la vida, a la Naturaleza, a la voluntad de vida, es donde se diviniza la nada, santificada la voluntad de alcanzar la nada; ese Dios en el que están sancionados todos los instintos de la décadence, todas las cobardías y cansancios del alma.

En su crítica al cristianismo Nietzsche recurre a otra religión nihilista, el Budismo, donde el egoísmo está estatuido como deber. La paz serena, el sosiego, la extinción de todo deseo es la meta suprema. Concibe lo supremo como algo inaccesible, como un regalo, una gracia. Mientras, la Iglesia desprecia el cuerpo, se repudia la higiene como sensualidad, se opone al aseo (la primera medida tomada por los cristianos después de expulsar a los moros fue clausurar los baños públicos). Cristiana es la hostilidad enconada a los sentidos, a los placeres sensuales, a la alegría.

Para conquistar los pueblos barbaros el cristianismo necesita conceptos y valores bárbaros, a saber, el sacrificio del primogénito, la ingestión de sangre en la comunión, el tormento, en cualquier forma, físico o mental, y la gran pompa del culto. El cristianismo quiere domar fieras, y para tal fin las enferma, el debilitamiento es la receta cristiana para la domesticación, la civilización.

Nietzsche, al abordar la figura del redentor, se pregunta qué pasó con Jahveh, cuando pasa a ser un instrumento en manos de agitadores sacerdotales, que en adelante interpretan toda ventura como premio y toda desventura como castigo por desobediencia a Dios, como “pecado”. Un presunto orden moral por el que se invierte de una vez por todas el concepto natural «causa y efecto». La moral no es ya el más soterrado instinto vital del pueblo, sino que se vuelve antivital. La moral judeo-cristina la describe Nietzsche así: El azar despojado de su inocencia, la desgracia envilecida por el concepto pecado, el bienestar denunciado como peligro, como tentación, el malestar fisiológico infectado del gusano roedor de la conciencia.

¿Y qué significa hoy orden moral? Que hay una voluntad de Dios respecto a lo que el hombre debe hacer y debe no hacer, que el grado de obediencia a la voluntad de Dios determina el valor de los individuos y los pueblos; que en los destinos de los individuos y los pueblos manda la voluntad de Dios, castigando y premiando, según el grado de obediencia.

Y la voluntad de Dios debe ser conocida. Se requiere por tanto una revelación, es decir, un fraude literario a gran escala: la sagrada escritura. El sacerdote se torna imprescindible en todas partes. Está presente en todos los acontecimientos naturales de la vida: nacimiento, casamiento, enfermedad y muerte. El sacerdote existe a precio de desantificar la Naturaleza. Desobedecer a Dios queda bautizado como pecado, pero podemos reconciliarnos con Dios, gracias al sacerdote nos redimimos. El sacerdote vive de los pecados, tiene necesidad de que se peque…

Nietzsche manifiesta las dificultades que tuvo para leer los Evangelios, pues las historia de los santos son la literatura más ambigua que existe (describen un mundo singular y enfermo que parece salido de una novela rusa; y en la psicología de los Evangelios no hay idea de culpa, castigo o premio, la buena nueva es que no hay distancia entre Dios y el hombre, buena nueva que niega por tanto la doctrina eclesiástica judía y los conceptos de pecado, absolución, fe o redención por la fe).
Respecto a Jesús se pregunta si su tipo es hoy reconocible. No el Jesús que describe Renan, bajo los conceptos de genio y héroe. Según Nietzsche el concepto héroe es lo más antievangélico que puede darse. De hecho en los Evangelios resuena a menudo el No te resistas al mal. Apelando a la paz, a la mansedumbre… Y respecto al concepto de genio, todo el concepto de espíritu, para Nietzsche, carece de sentido dentro del mundo en el que se desenvuelve Jesús.

En cuanto a la doctrina de la redención, Nietzsche afirma que son el fruto de dos realidades fisiológicas: una extraña irritabilidad y sensibilidad al sufrimiento que no quiere ser tocada, porque todo contacto con ella provoca una reacción excesiva. El miedo al dolor desemboca en una religión del amor. Por eso el epicureísmo es la doctrina pagana de la redención. Jesús muere en la cruz, y muere como había vivido y predicado; muere no para redimir a los hombres sino para enseñar cómo hay que vivir.

El cristianismo para propalarse se vulgariza y barbariza, absorbe doctrinas y ritos de todos los cultos clandestinos del imperio romano. Y su credo se vuelve tan enfermo, bajo y vulgar como las necesidades que estaba llamado a satisfacer. Pero todo esto parece echar la vista demasiado atrás, así que situándose en el presente, por tanto a finales del siglo XIX, a Nietzsche lo domina un sentimiento: el desprecio hacia los hombres. Es indecente ser cristiano dice Nietzsche, ahora que se sabe que todo es mentira, que no hay Dios, ni Redentor, ni orden moral, que la iglesia desvaloriza la Naturaleza, que el juicio final, el más allá, no son otra cosa que instrumentos de tortura conceptuales; todo lo el mundo sabe esto y sin embargo todo sigue igual que antes. Y Nietzsche siente asco.

Para Nietzsche solo es cristiana la práctica cristiana, una vida como la que vivió el que murió crucificado. No una fe, sino un hacer. El cristianismo fue un cristiano que murió crucificado. El Evangelio murió crucificado. Y los discípulos no estuvieron dispuestos a perdonar esta muerte, como hubiera sido evangélico en el sentido más elevado, y menos a ofrecerse con dulce calma serena para sufrir idéntica muerte. Volvió el sentimiento más antievangélico: la venganza. Entonces se hizo necesario el advenimiento del Mesías, el reino de Dios, para juzgar a sus enemigos, cuando el Evangelio había sido la realidad de ese reino, su consumación. Jesús se convierte en la víctima propiciatoria. Dios inmola a su hijo para el perdón de los pecados. Se sacrifica a un inocente para perdonar los pecados de los culpables, cuando Jesús había negado toda distancia entre Dios y el hombre con su buena nueva, que queda así desmantelada. Al redentor y a la doctrina del juicio, se suma ahora la de la resurrección, escamoteando el concepto de la bienaventuranza.

Nietzsche vuelve al budismo. El budismo no promete, sino cumple. El cristianismo promete todo, pero no cumple nada. A la buena nueva de Jesús le sustituye la de Pablo, la del Jesús resucitado, la fe en la inmortalidad. ¿Y esto que supone? Vivir de forma que ya no tenga sentido vivir. El centro de gravedad de la vida se sitúa en el más allá, en la nada. El cristianismo quiere la igualdad de derechos, y libra una guerra sin cuartel contra todo sentimiento de veneración y distancia jerárquica entre los hombres, esto es, a la premisa de toda elevación y expansión de la cultura. El cristianismo es una sublevación de todo lo vil y rastrero contra lo que tiene altura; el evangelio de los humildes rebaja.

En la lectura del Nuevo Testamento Nietzsche no encuentra en el mismo nada que sea liberal, bondadoso, franco, decente.

Volviendo a Pablo, para Nietzsche éste tenía dos enemigos: médicos y filólogos. El médico mira detrás de la degeneración fisiológica del tipo cristiano, y el filólogo mirar detrás de los libros sagrados. En resumen: el médico dictamina: incurable. El filólogo: charlatanería.

Para Nietzsche la fe significa negarse a saber la verdad. El teólogo es incapaz para la filología, para leer los hechos sin falsearlos a través de la interpretación. ¿Es la cruz por ventura un argumento?. Nietzsche respondió a esta pregunta en su Zaratrusta: la sangre es el peor testigo de la verdad, envenena la sangre aún la doctrina más pura, trocándola en obcecación y odio de los corazones.

Nietzsche como todo espíritu que persiga un fin grande se declara escéptico, poco amigo de las convicciones, a las que recurre, en todo caso, como un medio. El suyo es un espíritu fuerte, libertado, no fiel, no bajo el yugo de la fe, ni de la convicción, no es un fanático. Y el hombre fiel, el que es facción, miente, al no ver lo que se ve, porque el hombre partidario miente por fuerza.

Y como hay cuestiones donde no es permitido al hombre decidir sobre verdad y falsedad, todas las cuestiones supremas, todos los problemas supremos del valor se hallan más allá de la razón humana. El hombre no es capaz de discernir por sí solo entre el bien y el mal, por esto Dios le enseñó su voluntad. Moraleja: el sacerdote no miente; en las cosas de que hablan los sacerdotes no se plantea la cuestión de lo verdadero y lo falso; estas cosas no permiten mentir.

Dedica Nietzsche varias páginas al Código de Manú. Es de su agrado; aquí las castas aristocráticas, los filósofos, los guerreros, dan la pauta a las masas; señorean en todos los órdenes valores aristocráticos, un sentimiento de perfección, un decir sí a la vida, un goce triunfante de sí mismo y de la vida; todo este libro está bañado en sol… Es un código que sintetiza la experiencia, sabiduría y moral experimental de muchas centurias; resume, ya no crea nada.

Según Nietzsche el régimen de castas, el orden jerárquico, simplemente, formula la ley suprema de la vida misma; la desigualdad de derechos, por otra parte, es la premisa de que haya derechos. La injusticia nunca reside en la desigualdad de derechos, sino en la reivindicación de igualdad de derechos. Todo lo malo proviene de la debilidad, la envidia y la venganza. Y el anarquista y el cristiano tienen un mismo origen.

El Imperio Romano era capaz de resistirlo todo. Todo no, cuando apareció el cristiano y las almas corruptas por los conceptos de culpa, castigo e inmortalidad. Pablo y el símbolo de Dios clavado en la cruz (todo lo que sufre, todo lo que está clavado en la cruz, es divino…) fue capaz de galvanizar todo lo subterráneo, furtivo y subversivo; todo el legado de manejos anarquistas dentro del Imperio, en un tremendo poder. Era necesario creer en la inmortalidad para desvalorizar el mundo, que el “más allá”, mataba la vida, que el concepto “infierno” como así fue, daría cuenta de Roma.
El cristianismo desacreditó, primero, los frutos de la cultura antigua, y de la cultura islámica, después.

Se lamenta Nietzsche de que se malograse la última cosecha cultural que se le brindó a Europa: el Renacimiento, capaz de llevar a su plenitud los valores contrarios, los valores aristocráticos. Pero Lutero llegó a Roma y todo se fue al traste, denunció la corrupción del papado, cuando era evidente que allí no quedaba ni rastro del pecado original, sino que latía la vida, que triunfaba la vida. Y el Renacimiento fue a la postre un esfuerzo fallido.

Es el cristianismo el borrón inmortal de la humanidad, la gran corrupción soterrada, cuyo ideal de santidad chupa toda sangre, todo amor, toda esperanza de vida; el más allá es la voluntad de negación de toda realidad; la cruz es el signo de la conspiración más solapada que se ha dado jamás contra la belleza, la plenitud, la valentía, el espíritu y la bondad del alma.

Considero esta breve (son, no obstante, 155 páginas muy cundidas) obra de Nietzsche una obra muy oportuna en estas fechas previas a la Semana Santa, para plantearse el lector cuál es su relación con el cristianismo, con la Iglesia, con la fe. Y si hay algo o mucho de verdad en lo que Nietzsche afirma.

En todo caso la lectura de este libro, y espero que también la ganga que es la reseña, supongan una invitación a pensar.

Traducción de Carlos Vergara. Introducción Germán Cano Cuenca. Editorial EDAF. 2024. 155 páginas

IMG_20231205_074953

Mis recuerdos de Friedrich Nietzsche (Paul Deussen)

La vida de Friedrich Nietzsche, tal como transcurrió desde el 15 de octubre de 1844 hasta el 25 de agosto de 1900, presenta tres evidentes puntos de inflexión, los cuales vienen marcados por los años 1869, 1879 y 1889: 1869, cuando, antes de concluir todavía sus estudios en Leipzig, fue invitado a ocupar un cargo de profesor en la Facultad de Filología Clásica de Basilea; 1879, cuando renunció voluntariamente a ese cargo para vivir, de ahí en adelante, como un eremita centrado en sus propios pensamientos y en su elaboración; 1889, cuando los esfuerzos que implicaba ese género de vida antinatural provocaron una parálisis repentina de sus fuerzas mentales, la cual perduró hasta su muerte, privando al sufriente de aquella consciencia clara sobre sí mismo y su entorno.

Es un buen resumen el que nos ofrece Paul Deussen. Nietzsche nació en 1844, Paul Deussen en 1845. Lo interesante del libro de Deussen es que ambos estudiaron juntos en Pforta, y así somos testigos de cómo evolucionó Nietzsche, el cual desde que es un escolar ya destacaba, no con las matemáticas, que es un negado, pero sí en el resto de asignaturas, obteniendo las mejores notas.
Nace entre ellos una amistad, con altibajos, que durará hasta la muerte de Nietzsche.
En sexto curso a ambos les une su amor por las poesías de Anacreonte. Mucho tiempo compartieron juntos y Deussen afirma que no puede imaginarse lo que habría sido de él si no lo hubiera tenido a él (a Nietzsche) a su lado esos años. Da cuenta Deussen del espíritu muy poco teatral de Nietzsche, ya que traía de casa una naturaleza profundamente seria: todo lo teatral, tanto en sentido crítico como laudatorio, le resultaba muy extraño.
El relato de la amistad, va alternándose con el contenido de 26 cartas de Nietzsche dirigidas a Deussen entre 1864 y 1887.

Con apenas 20 años Nietzsche escribe:
Ahora ya conoces mi trabajo y mi vida, que prácticamente se diluyen el uno en la otra.

Además de intereses intelectuales ambos se enamoraron de la misma mujer: Maria Stirner, sin que la cosa cuajara con ninguno de los dos.
Vemos cómo Nietzsche es un lector concienzudo a quien con veinte años interesaba mucho Homero, Sócrates, y Diógenes Laercio.
Y no encontraba sosiego alguno allí donde no pudiera ser productivo.
En 1864, no había nada de esa hostilidad hacia el cristianismo y la moral cristiana que se gestó posteriormente en Nietzsche.

Reconoce Deussen en 1864 que los seis años junto a Nietzsche ejercieron en él una poderosa influencia, pero tenía una tendencia a corregirlo y supervisarlo en todo.

Algo que se repetirá en las cartas, es la necesidad de verse en persona.

Las cartas son simplemente paisajes subjetivos. La presencia forma parte de la amistad: de lo contrario, ocupa su lugar el culto al recuerdo, escribe Nietzsche.

Le da cuenta a Deussen de sus lecturas y afirma: Leer mucho embota terriblemente la cabeza. Al estómago de mi cerebro le resulta molesto el hartazgo.

Deussen a su vez va poniendo al día a Nietzsche de su situación laboral e inquietudes filosóficas, haciendo ver lo importante que había sido para él leer a Kant y ahora a Schopenhauer.

En 1868 Nietzsche se muestra fascinado por Wagner, por haber descubierto al verdadero santo de la filología. El mayor genio y el mayor hombre de nuestra época, completamente inconmensurable.

Ya sabemos que desdecirse es humano, tan humano. Y esto lo vemos claramente en el tono que Nietzsche empleó contra Wagner en su libro El caso Wagner.

En 1869 Deussen se entera de que Nietzsche ha sido nombrado profesor de la Universidad de Basilea sin haberse doctorado, y este le da la enhorabuena, pero sin ocultar cierta envidia, pues a Deussen no le van tan bien las cosas. Nietzsche en una postal da por finalizada la relación, si bien, no fue algo irreconciliable y tras aclarar las cosas la relación continuó.

Con ¿25 años? Nietzsche escribe:

Ya soy demasiado viejo para poder ser vanidoso ¿a ti te pasa lo mismo?

En 1869 Nietzsche anima a Deussen a no encubrir las palabras con el encubridor manto de la retórica y en 1870, saluda a Deussen de que este haya encontrado el camino de la sabiduría y como aquel que ataca la cumbre a 8000 metros y lo hace solo, así Nietzsche advierte a Deussen de que a partir de ahora se sentirá más solo que nunca, como dice sentirse Nietzsche.

A su vez, Nietzsche se piensa a sí mismo como el primero de todos los filólogos ¿Es esto vanidad o no?.
O cuando escribe: yo no quiero tener razón para hoy y mañana, sino por milenios.

En las últimas cartas, las de 1887, Nietzsche se lamenta de no encontrar un editor y según Deussen hablaba de su Zaratrusta como de una Biblia de la humanidad. En 1889 encontrarán a Nietzsche en las calles de Turín en un estado lamentable e inconsciente.

Deussen concluye que si Nietzsche no se hubiera apartado a propósito del trato humano, donde alcanzó una posición tan prestigiosa, si hubiese mantenido su puesto, si hubiese fundado una familia y hubiese dejado madurar, lentamente, los frutos de su espíritu, en lugar de en soledad y con una sobretensión estética de sus fuerzas, estar embebido en sus pensamientos durante el día, forzando por la noche el huidizo sueño con narcóticos cada día más fuertes… quién sabe si todavía viviría entre nosotros, pleno de salud, pudiendo aportarnos, en lugar del torso que legó, la figura divina completa de una concepción del mundo excéntrica pero digna de un alto grado de consideración.

En cuanto a su obra considera que Nietzsche no fue un filósofo sistemático, ni con los grandes problemas de teoría del conocimiento ni con la psicología ni con la estética o ética que solo son tratados de paso. Al contrario que Schopenhauer.
La doctrina del eterno retorno le a recuerda la de los antiguos pitagóricos. Y el Superhombre de Nietzsche no deja de ser un ideal de humanidad. El propio Nietzsche se aproxima ya en su último escrito a la idea de que el superhombre no sería un Mesías […] sino un ideal de vida al alcance de todo ser humano.

Y creo que Deussen coincide con Malwida, amiga de Nietzsche al pensar que si Nietzsche hubiera vivido más tiempo, hubiera aclarado sus concepciones y completado un círculo, llevando a cabo una última transformación.

Mis recuerdos de Friedrich Nietzsche
Paul Deussen
Ápeiron Ediciones Baldó
2023
Traducción de Roberto Vivero y Venancio Andreu
152 paginas

IMG_20231203_200644

Mis relaciones con Nietzsche (Carl Spitteler)

Voy dando cuenta aquí de distintos textos que ofrecen una imagen de Friedrich Nietzche (1844-1900) desde diversos puntos de vista. Ya sea desde la amistad que durante casi dos décadas le unió a Malwida, o la que se estableció durante los cuatro años que frecuentó a Meta von Salis-Marschlins o bien desde una relación, ya no amistosa, sino de carácter laboral, la que se estableció entre un escritor y el reseñador Spitteler (también escritor).

Si a las amigas de Nietzsche el trato personal y la relación epistolar con este les supuso encarecer al filósofo por su corazón noble y bondadoso, por su incapacidad de herir a nadie, aquí las cartas que muestra Carl Spitteler (1845-1924) nos dan la visión de un artista envanecido (Hasta ahora he creído que una criatura de esta época se hacía un inmerecido honor al coger en sus manos un libro mío), que quiere no lectores sino acólitos, para quien las críticas hacia su obra se derivan de la incapacidad de los lectores, y se evidencia lo susceptible que Nietzsche era hacia las críticas recibidas, hacia aquellas palabras que no sirviesen para alabarlo. Consciente de que las masas no lo entenderían, no se privaba de calificarlas (en privado, en sus cartas, y a sus amigos) de chusma o ganado suizo.

El valor del libro radica en ver qué hay detrás del gran artista, qué le mueve y aborrasca su espíritu, cómo encaja las críticas (las encaja mal, por eso le envía a J. V. Vidmann, redactor de Der Bund, una crítica que recibirá criticando la crítica de Spitteler hacia la obra de Nietzsche), cómo actúan también los distintos agentes en el mercado editorial; vemos los problemas que tuvo siempre Spitteler para publicar sus obras, acumulando inéditos en los cajones del escritorio (a pesar de todo, Spitteler obtuvo el Nobel en 1919, por el poema épico Primavera olímpica y pudo finalmente publicar unos cuantos libros), igual que le sucedió a Nietzsche (pero en distinta medida; pero consciente de que sus últimas obras se las tendría que acabar publicando él mismo), cómo las reseñas no buscan otra cosa que aumentar la venta de los libros reseñados, o cómo se ofrecían o imponían los libros de Nietzsche para ser reseñados por personas sin formación filosófica como Spitteler, unido a Nietzsche cuando el primero se posicione a favor del libro El caso Wagner (publicado en noviembre de 1888), siendo una de las pocas voces favorables que encontrará el filósofo, quien pensaba que con este opúsculo podría bajar del pedestal a Wagner. Lo cual no sucedió e hizo que Nietzsche se fuese encontrando cada vez más solo en su camino.

Otro tema curioso aquí tratado es que el libro de Spitteler Prometeo y Epimeteo guardaba similitudes con Así habló Zaratustra, publicado dos años más tarde. Pero Spitteler no quiere tomar partido y decide mantenerse neutral, no alimentar la polémica, pero ahí queda para el que desee leer ambos libros y pronunciarse al respecto.

Carl Spitteler
Mis relaciones con Friedrich Nietzsche
Ápeiron ediciones
Año publicación: 2022
Traducción y edición de Roberto Vivero
96 páginas