Archivo de la categoría: Relatos

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Un millón de vacas (Manuel Rivas)

Viajo hasta 1990 cuando Manuel Rivas con 33 años publicó el libro de relatos Un millón de vacas (con traducción de Basilio Losada) alzándose con el Premio de la Crítica Española.
He leído muy recientemente Ella, maldita alma y creo que en los nueve años que median entre los dos libros de relatos, Rivas creció mucho como escritor, tal que muchos de estos relatos se me antojan ocurrencias que se clausuran sin mayor trascendencia. Ya sabemos que la novela y más aún los relatos cobran vida una vez que finaliza su lectura y es entonces el lector el que sigue descifrando o solazándose con lo leído. Y aquí solaz, poco.
Sabemos también que los domingos son días a menudo anodinos, que uno espera anhelante durante el resto de los seis días pero que una vez insertos en ellos, a menudo resultan insufribles. Uno de los relatos que lleva el título de El domingo, registra precisamente la zozobra de un grupo de jóvenes que no saben adonde coño ir. Un relato que encarna, en mi opinión, lo peor del libro, junto con otros como El artista de provincias, El molino o Una visita al mercado, que vuelan muy bajito y apenas se sostienen sobre alguna idea que no acaba de cuajar. Hay otros como Campos de algodón o El amigo Tom que se me antojan previsibles. En otros brilla el humor como en El león de Cuatro Vientos, aunque hubiera deseado que fuera aún más bestia, como cuando Jon Bilbao se nos desmelena. El relato que más me ha gustado, quizás uno de los que anuncia al Rivas que vendría después se titula, cual vaticinio, Prólogo.
En cuanto a los poemas que se entreveran con los relatos, esperaré a que las musas me proporcionen algún calificativo, porque leídos un par de veces no me dicen nada, ni las musas, ni los poemas.

Próxima parada: Los comedores de patatas.

Un millón de vacas y Los comedores de patatas se publicaron conjuntamente bajo el título El secreto de la tierra, en 1992.
En 2011 bajo el título de Lo más extraño se reunieron 81 relatos de Rivas escritos entre 1989 y 2011. Incluyendo tres relatos inéditos. En lo más extraño además de los relatos de Un millón de vacas y Los comedores de patatas están también otros relatos publicados en libros como El lápiz del carpintero, Las voces bajas, ¿Qué me quieres amor?, Cuentos de invierno, Las llamadas perdidas, La mano del emigrante, Ella, maldita alma.

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Las lecciones de las cosas (Luis Mateo Díez)

Las grandes fortunas pueden dedicar parte de su capital a financiar un régimen totalitario, como sucedió durante la segunda guerra mundial, cuando los industriales alemanes pusieron a disposición de Hitler cantidades exorbitantes, como bien recoge Éric Vuillard en su reciente novela El orden del día o dedicar este capital a obras sociales, como la educación.

Aquí el acaudalado es Francisco Sierra-Pambley (cuya fortuna, su herencia material, le viene de la mano de su orfandad) quien en noviembre de 1885 se reúne con Francisco Giner de los Ríos, Manuel B. Cossío y Gumersindo de Azcárate, para crear una Fundación a través de la cual crear escuelas de enseñanza gratuita dentro del marco de la Institución Libre de Enseñanza.

Luis Mateo Díez recrea en su relato sucintamente este encuentro, desde el penoso viaje que les supone a Francisco, Manuel y Gumersindo la llegada al Valle, a Villablino (León), con las nieves acechando en las cumbres y un medio de transporte que aquel entonces era el carro, agravado por la circunstancia de tener al frente a un cochero inexperto, si bien, no todo son penalidades pues al llegar a la posta de Cabrillanes, al lar de un buen fuego y mejores caldos y viandas, Gumersindo siente que en el orden de las satisfacciones sencillas se asentaba el orden de las mejores cosas de la vida, las que ocupan un espacio pequeño y un tiempo doméstico y venial.

Francisco Giner de los Ríos apuesta por otra pedagogía para superar aquello de que la letra con sangre entra o el memorismo, optando más por el naturalismo que por el racionalismo. Manuel cree que el niño debe aprender jugando (lo que me trae en mientes el libro Desenterrando el silencio. Antoni Benaiges el profesor que prometió el mar y el método pedagógico Freinet) a través de un método activo y heurístico, determinado por el esfuerzo y el trabajo personal, para que la memoria deje de ser el único instrumento de la enseñanza. !Fijémonos que esto lo dicen en 1885!

Veo a los niños rescatados de la oscuridad de la ignorancia, elevados a la libre motivación, al trabajo personal, a la recta orientación de su conducta. Los veo cuidando de su cuerpo y de su espíritu, afirma Francisco Sierra.

Me conmueve hoy oír esto, y querer y lograr llevarlo a la práctica en 1885 para que pocas décadas después el poder quedara en manos de personajes capaces de gritar aquello de «Muera la inteligencia» (que ahora parece que habría que reemplazar por Muera la intelectualidad traidora) y por ende, el regreso a la oscuridad de las cavernas durante décadas.

Publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Fundación Sierra-Pambley. Fundación Francisco Giner de los Ríos. 112 páginas. 2012.

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Manual para mujeres de la limpieza (Lucia Berlin)

43 relatos (de los 76 que publicó en vida) forman este libro de Lucia Berlin (1936 -2004) que causó sensación y recibió un buen número de halagos, tanto de la crítica especializada como del público, hace un par de años y que hizo incluso que algunos por vez primera leyeran relatos.

No creo que todos los relatos brillen ni mucho menos al mismo nivel (se trata de un amplio recopilatorio póstumo, en cuya elección de los relatos la autora por tanto no participó) pero en estas más de cuatrocientas páginas de una prosa expresiva y seductora sí que uno aprecia el humor, la agudeza necesaria en todo aquel escritor que quiera escribir bien y que precisa y se sostiene en una mirada inteligente y en un narrar que sea capaz de mostrar, tanto como de desvelar, y de hurgar en los orificios de la realidad, como es el caso de Lucia, cuyos personajes y recurriendo en gran medida a su propia experiencia y avatares autobiográficos (su múltiples matrimonios e hijos, el usó del corsé ortopédico, su alcoholismo, su existencia errabunda, que se compendian bien en uno de los relatos más extensos, A ver esa sonrisa), en su mayoría, pueblan los bajos fondos de un realismo que es aquí espejo y también ventana a través de la que se filtra una realidad proteica, mestiza, heteróclita, en la cual ambienta la autora sus relatos: lavanderías, psiquiátricos, cárceles, centros de abortos clandestinos, barracas caravanas, hospitales, consultas, playas…y en donde no se edulcora nada, más bien al contrario: tenemos a madres que según sus hijos salen por la puerta para ir al colegio, ellas hacen lo propio para encaminarse hacia alguna licorería a calmar su sed, está presente la soledad en la vejez, la enfermedad y sus secuelas, la moral correosa, la incomunicación, los abusos sexuales, el maltrato, el infanticidio… La naturaleza humana se nos muestra aquí al natural, en todo su jugo y crudeza y está sustanciada en el amor, siempre esquivo y en la lucha, como la de esas mujeres apesadumbradas que dicen estar agotadas de tanto bregar. Ahí creo que reside el espíritu de estos relatos, en la capacidad humana para sobreponerse a todo (que no sabemos si es nuestra bendición o nuestra condena), para luchar hasta el final y para buscar también el Carpe diem que da título a uno de los relatos, la alegría y la felicidad en cualquier lugar y ocasión (como acontece en los voluptuosos relatos acuáticos, donde la vida deviene -episódicamente- bonancible, ligera, bella), donde la narradora no juzga, censura, ni reprueba a sus personajes, sino que los deja hacer, errar, descomponerse, renacer si es el caso, como si los estuviera escuchando apoyada en la barra de un bar, en una conversación que bien podría ser un floreo, pero que no lo es.

En los relatos la clave está en saber rematarlos y Lucia lo hace bastante bien, porque cuando leemos relatos a menudo corremos el riesgo de finalizarlos con caras largas y un monosílabo interpelador, con un ¿y?. Sin embargo aquí Lucia buena parte de sus relatos los clausura de tal manera que logra dibujar en nuestros rostros ora una sonrisa, ora una mueca alegre, ora un velo húmedo en la mirada.

Dice Berlin por boca de sus personajes que les puede el romanticismo y creo que algo (o mucho) de ese romanticismo, contagioso, hay aquí en el enjuiciamiento de estos relatos, como si fuera menester llevar a cabo de vez en cuando una especie de justicia poética, dando relieve y sacando del anonimato a una escritora que muerta hace casi 15 años está ahora en boca de todos. Es un decir.

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Las madres secretas (Mónica Crespo)

No siempre la familia es esa estructura que da amparo, protección, seguridad y ya puestos, refuerza nuestra autoestima. No siempre una madre quiere lo mejor para sus hijos y el llorar de un bebé se puede convertir en un sonsonote infernal que llevado al extremo y desquiciados del todo abocar a los sufridos progenitores a la locura y al subsiguiente crimen, como se ve en el brutal corto La hora del baño de Eduardo Casanova.

Mónica Crespo (Bergara, 1974), que debuta con este libro de relatos que lleva por título Las madres secretas, huye del relato oficial y plantea en cada relato situaciones al límite, que me recuerdan en su planteamiento a otro libro de relatos que leí recientemente, me refiero a No aceptes caramelos de extraños de Andrea Jeftanovic.

Gamunia, el relato que principia el libro me recordaba a Tepuy relato de Jon Bilbao, donde se mantenía la tensión entre dos especies que parecen condenadas a devorarse y que sin embargo deciden ayudarse. Con un final, no obstante, que pondrá al Destino de ambos en su sitio.

Hay relatos que abrazan lo fantástico con el tratamiento de una naturaleza humana que se funde ora con lo animal, ora con lo vegetal, con mujeres que se transformarán en aves o en plantas, o que postradas en una cama se sienten como un trozo de madera inerte. También se da el caso de hombres gestantes y de la posibilidad de fundar un tiempo nuevo.

La maternidad está presente, no en su visión edulcorada, realizadora para la mujer, sino más bien como amenaza, como lastre, donde el lactante puede ser un peligro para la madre, donde el hijo puede nacer siendo un depredador, donde una madre barrunta la posibilidad de acabar con uno de sus vástagos. Se pueden añadir más situaciones, como el escenario de ser madre a través de un vientre de alquiler, y albergar esa sensación, que bien puede ser infundada, de que ese hijo nunca será tu hijo al 100% o una concertista para quien sus dos hijos pequeños y su marido se han convertido en una cárcel que le impiden ser ella misma.

Hasta la fecha el hombre ha difrutado de Una habitación propia o incluso de Torreones (a lo Montaigne) para darse al arte en todas sus manifestaciones, la mujer no, y cuando se fundaba una familia el hombre no se apartaba de su tareas habituales, tal que como se ve en el último libro de Nuccio Ordine su canon literario es casi al 100% de hombres, porque hasta hace nada las mujeres eran invisibilizadas en la literatura en particular y en el arte en general. Ahora esto está cambiando y lo que Mónica plantea en El baño es precisamente esa situación cuando la mujer, aquí una escritora, se va un hotel para poder escribir, para poder tener esa habitación propia, un irse de casa despidiendo a su familia con un Lo siento, chicos. Una situación no exenta de tiranteces porque es como ese sí, tú vete, pero atente a las consecuencias.

Si viéramos un titular en un periódico en el que se nos informara de que el escritor fulano de tal, decide dejar de escribir durante tres años para dedicarse a la crianza de su hijo o hijos recién nacidos, pensaríamos que se trata de una broma de El mundo Today. La historia de la literatura está plagada de excelsos escritores que han tenido a su lado maravillosas mujeres (según ellos) que se han encargado de todas las labores domésticas, así como de la crianza de los hijos para que sus eméritos esposos, pudieran “sacrificar” sus vidas en el altar de las letras.

Hay variedad de temas, sí, la apuesta es arriesgada, sí, pero los personajes que sustancian los relatos, como nómadas marítimos creo que no llegan a anclarse, a afincarse, a coger cuerpo, en definitiva, creo que les falta peso y contundencia, como para dejar huella, para que el rasguño se convierta en herida y la lectura en zarpazo.