Archivo de la categoría: Literatura Francesa

El monte análogo

El Monte Análogo (René Daumal 2006)

René Daumal
177 páginas
Editorial Atalanta
2006

La singularidad de la novela es que se publicó inacabada allá por 1944. Parece ser que lo que pudo sacar adelante antes de morir René Daumel (1908-1944) es la mitad de la novela, que fue lo que se publicaría. El resto del libro son esquemas de trabajo, capítulos sueltos, recomendaciones para alpinistas principiantes, y un microensayo titulado Unos cuantos poetas del siglo XXV, donde se mofa de distintas corrientes poéticas, como el lirismo matemático, por ejemplo.

Tenemos pues un final abierto, un final el cual se quiso obtener a pie de cama del enfermo de tuberculosis, mientras Daumel agonizaba, pero sin mucho éxito al perecer este.

El título ya produce asombro e hilaridad. El Monte Análogo: novela de aventuras alpinas no euclidianas y simbólicamente auténticas. El desarrollo de la narración es disparatado y fantástico.

El periplo es una historia de aventuras a lo Julio Verne (como un viaje al fondo de la tierra, a la inversa) pero con una mayor carga filósofica, religiosa y metafísica, toda vez que el acto de escalar, se conciba más que como un ejercicio físico que como algo espiritual, al abandonar las regiones inferiores y entrar en contacto con lo divino, en una empresa tan imposible y fantástica como subyugante.

Daumel reviste toda la narración con mucho humor, ya desde el título y luego con el encuentro entre el protagonista, quien escribe un artículo en una revista hablando del Monte análogo, y un lector de dicho artículo que creerá este a pies juntillas, un tal Sogol (palíndromo de Logos) quien lo convence para realizar la empresa juntos.

Inician la aventura, el inventor el narrador, la mujer de este y media docena más de aguerridos aventureros quienes deciden ponerse en camino, a bordo de un velero y logran llegar al Monte Análogo, tras echar por tierra las teorías euclidianas, que me recuerda la isla de Lost, la cual también quedaba fuera del mapa, por los campos gravitatorios que la rodeaban.

Dos relatos fascinantes, la Historia de los hombres huecos o la de la Rosa-Amarga cifran la capacidad de invención de Daumal, trufada además toda la narración de detalles mitológicos, filosóficos, metafísicos, muy ingeniosos, divertidos, hilarantes y sorprendentes, que dejan un regusto amargo al acabar de leer este libro incompleto, porque uno es consciente de la potencia de la narración, y de lo que podría haber sido de haberse llevado a buen puerto.

Creo que vale la pena iniciar la escalada de este Monte Análogo, embarcarse en esta empresa fantástica, porque aunque no lleguemos a la Cumbre, la lectura, ese durante, mientras dura, me ha resultado apasionante

Diario

Diario 1887-1910 (Jules Renard)

Jules Renard
304 páginas
Editorial: Debolsillo
2009

Leyendo Nada que temer de Julian Barnes, descubrí al escritor francés Jules Renard. Barnes acaba su novela yendo a la localidad donde murió Renard, rindiéndole así su particular tributo. Luego Jaime Fernández, autor de El poeta que prefería ser nadie y de la muy recomendable blog En lengua propia, me habló de los Diarios de Renard, animándolos a leerlos. Dicho y hecho.

Renard como nos explican en el prólogo parece haber quedado al margen de las corrientes literarias en las que se enclavan grandes autores franceses, que han alcanzado la posteridad como Victor Hugo, Balzac, Flaubert, etc.

De Renard nos quedan un sinfín de agudos aforismos. Estos Diarios recogen los años que van de 1887 a 1910, desde los 23 años hasta el año de su muerte, a los 46 años.

Estos diarios recogen bien ese anhelo de Renard de hacerse un hueco en el mundo de las letras, objetivo que consigue a medida que sus obras son cada vez más conocidas, son llevadas al teatro, y consigue ser condecorado y formar incluso parte de la Academia Goncourt y ser alcalde de su pueblo, Chitry.

Todo el diario es literatura, porque para Renard el acto de escribir es toda su vida y sus reflexiones giran una y otra vez en torno a conceptos como la vanidad, la soberbia, la gloria, el talento, el reconocimiento, todo aquello que da relieve a un escritor y deja a otros muchos en la sombra, sin el reconocimiento a sus obras que algunos deberían tener. Y se mueve al mismo tiempo Renard en la contradicción permanente, porque si no quiere otra cosa que pasar a la Historia de las Letras, vive en la certeza de que nunca llegará a nada, jamás será nada.

Los diarios son sinceros y Renard una vez escrito, y dicho lo dicho, no parece hacer nada para corregirse, para enmascararse, para rectificar o dulcificar sus opiniones y reflexiones sobre distintos asuntos. Con respecto a sus hijos, no se ve ni de lejos como el padre ideal, sino más bien como alguien distante, afanado en escribir, en vivir no a través de sus vástagos, sino a través de sus libros, que es otra forma de inmortalidad. No esconde tampoco Renard el sentimiento antisemita que rodea los círculos literarios en los que se mueve a finales del siglo XIX. La lealtad hacia su mujer, sus no infidelidades, es su manera de corresponderla, de quererla.

Muestra Renard también muy a las claras, su ego, su vanidad, su necesidad de que le reconozcan, de que admiren su inteligencia, su talento en cada obra que pergeña, su necesidad de ganar dinero, de tener riquezas, que le permitan llevar una vida desahogada, y sobre estos asuntos nos deja para el recuerdo aforismo hilarantes, agudos y muy lúcidos. Reconoce también Renard lo fácil que es ser socialista de salón, teórico, porque él reconoce no tener el arrojo necesario para entregar su vida a los demás, para renunciar a todo lo que tiene para beneficiar a quienes están mucho peor que él.

Son diarios que muestran además cómo es el mundo literario de ese último cuarto de siglo del Siglo XIX, y todas las zancadillas y trampolines en el que todos los artistas se mueven, sus deseos de entrar en la Academia francesa o en su defecto en la Academia Goncourt.

Respecto a la idea que Renard tenía de sus diarios, lo resume así:
«Leo páginas de este Diario: a fin de cuentas es lo mejor y más útil que he hecho en la vida»

Gracias a ese empeño, quizás un acto de soberbia consistente en pensar que su vida era relevante, tanto o más que sus libros, hoy podemos leer y disfrutar de estos Diarios de Renard («cartas a mí mismo que os permito leer«) que como los buenos libros no se agotan de una sola vez y deben estar siempre a mano, para recurrir a ellos una y otra vez.

Madame-Bovary

Madame Bovary (Gustave Flaubert, 1856)

Editorial Planeta-DeAgostini
Prólogo y traducción de Juan Bravo Castillo
2001
445 páginas

Lamento haber tardado tanto tiempo en leer esta obra maestra. La compleja y poliédrica figura de Emma Bovary, siglo y medio después de la publicación de la novela de Flaubert sigue dando mucho de qué hablar.

Emma Bovary resulta fascinante, por obra y gracia de la portentosa prosa de Flaubert, que logra mediante una historia, poco o nada espectacular, subyugarme durante casi 400 páginas. La vida de Emma es una historia de inconformismo, marcada por la tragedia final que es su muerte.

Emma no se siente a gusto en ninguno de los roles que la sociedad, imponía a las mujeres a mediados del siglo XIX. Se casa con Charles, de quien pronto descubrirá que no está enamorada, y que ni siquiera el amor que éste le tributa le sirve para nada. Tendrán una hija que criará una nodriza y que tampoco despertará en Emma, salvo algún arrebato maternal, ningún instinto, ni deseo de ejercer de madre de su hija.

Emma se cree destinada a vivir algo grande, hermoso, majestuoso, y la vida que lleva es un cárcel, una jaula dorada, si se quiere, pero algo muy pequeño, gris, anodino, incapaz todo ello de saciar sus aires de grandeza, su cosmopolitismo, su ansía de riquezas, de viajes, de vestir las mejores galas, de nadar en la abundancia.

Y Emma intentará escapar de su cárcel, a través del flirteo primero y del adulterio después con dos hombres que la seducen, y la invitan a soñar, sin que aquello no pase de ser eso, un sueño, un anhelo, una pretensión inútil, toda vez que sus amantes consideren demasiado arriesgado obligar a Emma a que esta deje a su marido para irse con ellos, ya sea con Léon, Rodolphe o finalmente de nuevo con Léon, con quien tiene una segunda oportunidad, que no prosperará tampoco.

Flaubert describe con maestría todo ese torbellino de sentimientos encontrados, deseos, anhelos, inquietudes, frustraciones, sueños, que pugnan en el interior del alma humana, no solo en el corazón de Emma, de ahí la grandeza del texto, de ahí su paso a la posteridad.

Flaubert logra una labor de introspección de tal calado, de tal precisión, de tanta fuerza y lirismo desgarrador, que ha sido un deleite perderme en las páginas de este libro, avanzar en la historia, lamentar un final, marcado por la «fatalidad» (o más bien por la imposibilidad de Emma de vivir una vida plena) así de trágico como de inevitable.

Cómo aprendí a leer

Cómo aprendí a leer (Agnès Desarthe 2014)

Agnès Desarthe
164 páginas
2014
Editorial Periférica

Agnès, la autora de esta novela, al final de la misma llegará a la conclusión de que ahora que es una reconocida escritora es cuando ha aprendido finalmente a leer, cuando solemos pensar que hemos de seguir el camino inverso: que cuando uno lo ha leído todo, entonces está capacitdado a explayarse sobre el folio en blanco.

Agnès, dotada entre otras muchas cosas de muy buena memoria, va ofreciendo una cronología lectora, dándonos a conocer sus lecturas desde que tenías apenas cinco años. Hay cuentos, lecturas escolares obligatorias y poco después las lecturas que le aconseja su padre.

Agnès, como el resto, debe encontrar su senda en esto de las letras, ir haciendo camino, tomando unas trochas y dejando otras, esto es, ir probando con unos autores y desechando otros, sin tener en muy en cuenta las opiniones de los otros.

De joven Agnès muestra cierta reticencia ante los grandes de las letras galas, como Flaubert, Balzac, Maupassant, Proust o se siente defraudada al leer a Madame Bovary y prefiere otro tipo de lecturas, de autores rusos, lo que explica que a los 15 años cuando arribe a Moscú allí se encuentre como en casa, incluso mejor, pues le tira más todo aquello que la exuberancia y placidez de los años 70 franceses. A los rusos hay que sumar las gozosas lecturas de Faulkner, Camus y en especial de Isaac Bashevis Singer.

Agnès tras estudiar con la élite francesa logrará encontrar su sitio como traductora, y las páginas dedicadas a este bello oficio (como las anécdotas sobre la traducción de las obras de Ozick) me han encantado. Si ante un hecho objetivo cien personas distintas lo describirían de un modo distinto, a la hora de traducir sucede algo parecido, donde cada traductor debe llevar a cabo una segunda reescritura, donde cada palabra traducida dará lugar a un texto distinto.

Para los que pensamos que la literatura es la alquimia de las emociones y queramos conocer algo mejor los resortes que mueven todo este proceso creador alrededor de la escritura y en especial de la lectura, esta novela de Agnès cumple con creces su cometido. Cada uno tenemos nuestras primerizas lecturas a cuestas, aquellas obligatorias y a la vez denostadas y las que nos pusieron en la senda y nos hacen hoy, décadas después, coger un libro con el pulso acelerado, con emoción, como un navegante camino del nuevo mundo.