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La linterna sorda (Jules Renard)

De la misma manera que hay editoriales que ponen en el mercado ediciones muy cuidadas y prolijas, otras editoriales este aspecto lo descuidan hasta llegar a límites sonrojantes.
La linterna sorda lo edita Ediciones Baile del Sol. La portada del libro es horrorosa. En ella se ve al autor, Jules Renard, pixelado. El nombre del autor y el título del libro parecen hechos con Wordart. Más allá de esto, luego en la introducción, un tal Genaro Estrada, que además del prólogo hace la traducción, se casca un «excrutador«. Más adelante, ya como traductor, habla de un ratón que «Roza mis suecos, les muerde su madera…«. En Canarias dirán suecos, cuando hablen de zuecos, pero al escribirlo toca escribirlo bien.

Respecto al libro en sí, este es un ramillete de aforismos, microrrelatos y algún relato de más aliento. Aquí sucede lo de siempre, la gran pregunta. ¿Se debe publicar todo?.

De Renard leí con mucho agrado sus Diarios. Aquí, en este batiburrillo algo de lo bueno de allí lo encontramos aquí; está esa mirada, esa confrontación entre lo que pensamos y lo que decimos, como si el lenguaje hablado y escrito, no fueran más que máscaras. Está la reflexión continua sobre la escritura, como ese hombre de letras que gustoso moriría de literatura, donde hay un diálogo curioso, porque a ese hombre de letras que no fuma, no bebe, no juega, no tiene queridas, quienes le increpan, dicen de él que no es un hombre, y lo apuntalan luego con un «es un hombre…de letras» o ese Eloi que cree haber escrito una obra maestra, al recibir los elogios de sus escuchantes, los cuales le colman, pero que al mismo tiempo lo atormentan, si no se ve en el futuro capaz de mantener el nivel, de ser capaz de generar ya por siempre obras maestras.

Renard parece ser un tipo que miraba y miraba bien, que escribía sobre lo que conocía y ese ambiente rural en el que se movía lo plasmó en las Historias naturales, donde la voz a los animales. Alguna me ha gustado como esta:

LA MARIPOSA

Carta amorosa plegada en dos, que busca la dirección de una flor.

Cuando habla de una familia de árboles me gusta esto: «Su muerte es prolongada y conservan a sus muertos en pie, hasta que caen hechos polvo».

Hay en el resto de libro unos cuantos textos como estos arriba enunciados, que demuestran el ingenio del autor, su humor, su ironía, pero de la misma manera, destellos aparte, otros muchos relatos -la mayoría- son naderías, esbozos, que no aportan nada para el recuerdo.

El problema a la hora de acometer la obra de un autor es que según por donde le entremos, a veces, no nos quedan luego más ganas de seguir abundando en él. Dicho esto, recomendaría ir a sus Diarios, pues ahí Renard brilla, en esta La linterna sorda, Renard no brilla, parpadea y la sensación que queda al leer esta obra de Renard es la de quedarnos sin pilas justo cuando más nos hace falta la linterna.

Ediciones Baile del Sol. 116 páginas. 2011. Traducción de Genaro Estrada.

Diario

Diario 1887-1910 (Jules Renard)

Jules Renard
304 páginas
Editorial: Debolsillo
2009

Leyendo Nada que temer de Julian Barnes, descubrí al escritor francés Jules Renard. Barnes acaba su novela yendo a la localidad donde murió Renard, rindiéndole así su particular tributo. Luego Jaime Fernández, autor de El poeta que prefería ser nadie y de la muy recomendable blog En lengua propia, me habló de los Diarios de Renard, animándolos a leerlos. Dicho y hecho.

Renard como nos explican en el prólogo parece haber quedado al margen de las corrientes literarias en las que se enclavan grandes autores franceses, que han alcanzado la posteridad como Victor Hugo, Balzac, Flaubert, etc.

De Renard nos quedan un sinfín de agudos aforismos. Estos Diarios recogen los años que van de 1887 a 1910, desde los 23 años hasta el año de su muerte, a los 46 años.

Estos diarios recogen bien ese anhelo de Renard de hacerse un hueco en el mundo de las letras, objetivo que consigue a medida que sus obras son cada vez más conocidas, son llevadas al teatro, y consigue ser condecorado y formar incluso parte de la Academia Goncourt y ser alcalde de su pueblo, Chitry.

Todo el diario es literatura, porque para Renard el acto de escribir es toda su vida y sus reflexiones giran una y otra vez en torno a conceptos como la vanidad, la soberbia, la gloria, el talento, el reconocimiento, todo aquello que da relieve a un escritor y deja a otros muchos en la sombra, sin el reconocimiento a sus obras que algunos deberían tener. Y se mueve al mismo tiempo Renard en la contradicción permanente, porque si no quiere otra cosa que pasar a la Historia de las Letras, vive en la certeza de que nunca llegará a nada, jamás será nada.

Los diarios son sinceros y Renard una vez escrito, y dicho lo dicho, no parece hacer nada para corregirse, para enmascararse, para rectificar o dulcificar sus opiniones y reflexiones sobre distintos asuntos. Con respecto a sus hijos, no se ve ni de lejos como el padre ideal, sino más bien como alguien distante, afanado en escribir, en vivir no a través de sus vástagos, sino a través de sus libros, que es otra forma de inmortalidad. No esconde tampoco Renard el sentimiento antisemita que rodea los círculos literarios en los que se mueve a finales del siglo XIX. La lealtad hacia su mujer, sus no infidelidades, es su manera de corresponderla, de quererla.

Muestra Renard también muy a las claras, su ego, su vanidad, su necesidad de que le reconozcan, de que admiren su inteligencia, su talento en cada obra que pergeña, su necesidad de ganar dinero, de tener riquezas, que le permitan llevar una vida desahogada, y sobre estos asuntos nos deja para el recuerdo aforismo hilarantes, agudos y muy lúcidos. Reconoce también Renard lo fácil que es ser socialista de salón, teórico, porque él reconoce no tener el arrojo necesario para entregar su vida a los demás, para renunciar a todo lo que tiene para beneficiar a quienes están mucho peor que él.

Son diarios que muestran además cómo es el mundo literario de ese último cuarto de siglo del Siglo XIX, y todas las zancadillas y trampolines en el que todos los artistas se mueven, sus deseos de entrar en la Academia francesa o en su defecto en la Academia Goncourt.

Respecto a la idea que Renard tenía de sus diarios, lo resume así:
«Leo páginas de este Diario: a fin de cuentas es lo mejor y más útil que he hecho en la vida»

Gracias a ese empeño, quizás un acto de soberbia consistente en pensar que su vida era relevante, tanto o más que sus libros, hoy podemos leer y disfrutar de estos Diarios de Renard («cartas a mí mismo que os permito leer«) que como los buenos libros no se agotan de una sola vez y deben estar siempre a mano, para recurrir a ellos una y otra vez.