Archivo de la categoría: Literatura Española

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La ventana inolvidable (Menchu Gutiérrez)

La ventana como umbral, el espacio entre fuera y dentro. Entre interior y exterior. En esta idea incide Menchu Gutiérrez en La ventana inolvidable. Novela que es también un umbral hacia el ensayo. Novela que suma fragmentos, narraciones e indistintas voces para abundar en la idea de la ventana como lugar desde el que observamos o somos observados; los ojos de una casa, la ventana de un avión, de un coche, de un tren; cristales que nos presentan, acercan o alejan la realidad o la arrastran. Las ventanas son la puerta abierta al pasado, a los recuerdos, a la niñez. Ventanas que lo son también las pantallas del portátil en el que escribo, o chateo, o hago una videoconferencia. La que emplea el escritor del texto para parlamentar con sus lectores. La ventana del féretro y la búsqueda de una contraseña hacia el más allá. La ventana como espejo, cuando los pájaros encuentran la muerte en el azul vítreo. El asfalto vacío como un espejo sin azogue. Un espíritu animista que espolea la narración. Una mirada reflexiva hacia las cosas. Un paso más al dado por Menchu en su anterior novela La mitad de la casa. Ventanas a las que el confinamiento cargó de sentido y valor, como el órgano más sensitivo de la casa. Referencias literarias a Maupassant y su locura, a Beckett y sus silencios, a Séneca y la gestión del ruido, a Gracq y la espera o a Oscar Wilde, en su encierro en la cárcel de Reading, en otra variante de Penélope en su quehacer sisifiano.

Pensaba en una novela en la que había leído un fragmento sobre ventanas y espejos. Di con ella, con El retablo de no de Luis Rodríguez.

Sentado en la silla del hospital, miró la ventana, le pareció que el mundo se alejaba; elevó la mirada, le pareció que el techo era una bóveda, sin esquinas. Miró la cama, como si contemplara su propio nicho. Volvió a mirar la ventana. Las ventanas sirven para mirar de cerca, pensó; los espejos, no, los espejos sirven para mirar lejos. Miró la cama, y se fue.

Bueno.

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Una noche en Amalfi (Begoña Huertas)

Me entero ahora de la muerte de la escritora Begoña Huertas. Hace diez años leí Una noche en Amalfi. Que descanse en paz.

Si el otro día la historia de Fernando Clemot en su libro El Golfo de los Poetas transcurría en La Marina, en Italia, ahora, en el libro de Begoña Huertas, seguimos en Italia, en esta ocasión en el sur, en la Costa Amalfitana.

Hasta allí se va una pareja, Lidia y Sergio a pasar unos días de vacaciones, tras haber dejado el churumbel con la madre de este. Una vez toman posesión de su morada en un B&B un tanto dejado de la mano de Dios, alejado del fragor turístico, pero al que sí llegan los mosquitos que pican y hacen de las suyas.
Lidia se traslada poco después de su llegada a Amalfi a hacer unas gestiones (sabemos que hoy todo es urgente, para antes de ayer, que si no tenemos cobertura nos da el perrencón, que una estancia sin wifi es un camposanto, que si no enviamos un documento de trabajo a la central a pesar de estar de vacaciones nos crujen, etc…).

Luego Lidia desaparece y empieza lo bueno.

La novela de Begoña tiene 154 páginas y lo que consigue en ellas es desasosegar, merced a una atmósfera asfixiante. La situación es verosímil. Tu pareja desaparece y tú que haces ¿esperar? ¿ir a buscarla? ¿devanarte los sesos pensando qué ha pasado? ¿acudir a la policía? ¿dar por buena la ayuda ofrecida por un desconocido medio paranoico y recorrer Amalfi en pos de la amada a horas intempestivas?

Lees el libro y así obtienen las respuestas.

Sabemos que el alma humana tiene zonas de sombra. Es necesario. No todo debe quedar expuesto. Somos humanos, no vasos de vidrio. Con eso juego Begoña. Con la imagen que los demás tienen de nosotros, una imagen que no tiene por qué ajustarse a la realidad ni en lo más mínimo. Con esos espejos deformantes juega la escritora y lo hace bien, porque el libro te lleva sin remisión hasta el final, porque quieres leer a toda costa para saber el final, para saber qué pasa con Lidia, con Sergio, con el amigo misterioso.

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Totalidad sexual del cosmos (Juan Bonilla)

Cada vez me resulta más interesante la lectura de biografías. Digo esto después de haber leído: Señor de las periferias de Jesús Montiel; Valéry. Tratar de vivir de Benoît Peeters con traducción de Mateo Pierre Avit; Maupassant y el otro de Alberto Savinio o Abandonar Costa Boacii. Ciorán una época de fragmentos de Oriol González, por citar solo algunos títulos que me han interesado.

Juan Bonilla, en Totalidad sexual del cosmos, recupera la figura de la mejicana Nahui Olin (1893-1978).

Biografía novelada con la que irá desbastando a Nahui, sacando su figura de la piedra marmórea del olvido, devolviéndola corporeidad y atributos, cara y cuerpo, la figura de una artista: poeta y pintora. Mujer que hizo de su capa un sayo, llevando más allá los límites que la sociedad imponía a toda mujer, y aquí: a la hija de un militar, a la esposa de un marido homosexual, a la madre de un niño prontamente muerto y por eso fue criticada, vilipendiada, cubierta de insultos.

La novela trata de limpiar su nombre de tanta mugre e ignominia sobre ella vomitada. Una prueba de amor.

Juan ofrece un relato hipnótico, cadencioso, una historia que me resulta voluptuosa, para contarnos una vida fragmentada en capítulos briosos, que se abren con un Ahora; presente en el que se irá cifrando la metamorfosis, el decurso de una existencia tan intensa, vívida como vivida.

Agradezco como lector la recuperación de mujeres como Nahui (una perfecta desconocida para mí), a quien Juan resucita en toda su complejidad y totalidad (aún a sabiendas de que esto resulta imposible) de un cosmos sexualizado.

Muy bueno.

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Lágrimas de frontera (Diego Lázaro Niso)

Diego Lázaro Niso (Logroño, 1975) debuta como novelista con Lágrimas de frontera, novela histórica de 500 páginas que nos sitúa en los años de la invasión de la península ibérica por parte de los árabes, en el año 935, en una pequeña aldea riojana: Becia, a la que llegan unos malhechores que se llevan a las muchachas, previo el ardid, con la intención de venderlas a un mercader árabe, aprovechando que los hombres del pueblo han ido a cazar para proveerse de alimento y poder hacer frente al invierno.

En la novela histórica, a menudo prima más el qué que el cómo, importa más qué se cuenta que cómo se cuenta, empero, siendo esto así, la narración avanzará sin que el lector encuentre apenas resistencia, a la vez que no decaerá tampoco el interés, porque si las muchachas son secuestradas, los mozos del pueblo saldrán inmediatamente en su búsqueda, yendo a vida o muerte tras ellas.

Se sucederán en la novela una serie de acontecimientos (enfrentamientos con lobos, el auxilio de un curandero local, enfrentamientos sangrientos con los secuestradores, celadas y ardides, travesías por montañas nevadas o en el límite con los dominios árabes…) hasta la resolución final.

Diego maneja una prosa eficaz, resuelve bien las secuencias de acción, que son la mayoría, mueve a sus personajes continuamente y los hace interaccionar con diálogos que evitan que la historia encalle y que asimismo sirven para que la novela tenga sus momentos de introspección, en lo tocante a la manifestación de sentimientos de toda clase, ya sean amorosos, de flaqueza o desesperanza o bien movidos por la sed de venganza.

Lágrimas de frontera es un debut ambicioso, del que Diego sale airoso. En sus próximas novelas el autor seguro que nos ofrecerá novelas aún más interesantes y complejas.