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El fuego secreto de los filósofos

El fuego secreto de los filósofos (Patrick Harpur)

Patrick Harpur
Atalanta
2006
459 páginas

Este libro, una suerte de historia completa de la imaginación, me ha resultado muy interesante, tanto lo que Patrick Harpur nos refiere, como la manera que tiene de hacerlo, pues el autor pone en entredicho cosas que tenemos asumidas como la teoría de la evolución de Darwin al que pinta como un paranoico que tras su periplo marítimo y su clasificación de las especies no quiso volver a saber nada más de la Naturaleza siendo la suya desde su regreso una náusea existencial.

Harpur apela a volver la mirada hacia nuestro interior, tal que a pesar de la calidad de vida de la que disfrutamos, de nada nos sirve si no cuidamos nuestra alma, en una sociedad desacralizada donde derribamos a los Dioses sin reemplazarlos por algo mejor. Un vacío que parece alimentar el nihilismo, el vacío, la depresión, la enfermedad del alma, en definitiva.

Más allá de compartir o no muchos de los planteamientos de Harpur, en su afán por polemizar y desmontar creencias arraigadas, el libro es interesante en su vertiente didáctica, dado que se aprende mucho con esta novela, donde William Blake tiene una presencia destacada, lógico cuando Blake equipara lo real a lo soñado, cuando esta vida es un paso hacia el más allá y donde el autor de los Libros proféticos, quien se comunica con el Otro mundo, este mundo le parece una sombra del Otro.

Respecto a la imaginación Harpur se queja de que hemos perdido la perspectiva, la capacidad de «ver a través de», ya que la perspectiva se convierte en la verdadera visión del mundo, y confundimos el mundo con la visión que tenemos de él. Nuestra mente se ha vuelto tan literal que la única realidad que conocemos es la realidad que conocemos, la cual excluye los dáimones a quien Harpur dedicó su libro Realidad daimónica. Harpur nos viene a decir que hay algo más allá de la realidad que vemos, algo que tiene que ver más con la fantasía, lo oculto, lo imaginado, esa potencia mental, que convertiría nuestro cerebro en pedernal. Hete ahí el fuego.

Sí que he advertido algunos errores tipográficos, que en una editorial como Atalanta que cuida estos detalles al máximo me sorprenden para mal, pero que seguro que en las próximas ediciones que tenga este libro serán corregidas.

Una ambición en el desierto

Una ambición en el desierto (Albert Cossery)

Albert Cossery
Pepitas de Calabaza
Traducción de Federico Corriente
208 páginas
2013

¿Cómo es posible que una historia con un argumento mínimo que transcurre en un paraje desértico, resulte tan apasionante de leer?.

Albert Cossery (1913-2008) sitúa la historia de esta novela editada por Pepitas de calabaza, con traducción de Federico Corriente, en el emirato de Dofa, un lugar donde (al contrario que en los Emiratos vecinos) no hay petróleo, lo que lo ha sustraído de la codicia externa e interna; tal que la pobreza y la indigencia son bienes de dominio público.

¿Cómo es posible que en un paraje que no tiene nada que ofrecer, alguien quiera emprender una revolución, sembrar el pánico, poner bombas?. Esto piensa Samantar dotado de una gran inteligencia y de una filosofía de vida que para un occidental, hijo del consumismo le resultará inexplicable.

¿Cómo es posible que en lugar de amorrarse a cualquier acción revolucionaria que trate de dar la voz a los desheredados, Samantar busque por todos los medios, hacer la paz, trabajar por ella, desactivar la revolución incipiente, por sus propios medios?. ¿Por qué Samantar no ve ninguna gloria en aquel que se inmola, en pos, según dicen del bien común, cuando a fin de cuentas es mayor la pulsión de morir que la de vivir, cuando volar por los aires con todos los que te rodean, no deja de ser otra cosa que un acto solitario y aristocrático, que no constituye sacrificio alguno?

La grandeza de esta estupenda novela es su capacidad para burlarse de todo e insuflar de humor corrosivo la narración para cuestionarse esos grandes dogmas revolucionarios, donde uno a menudo dice sí a todo, sin reflexionar sobre nada de aquello que está en juego, cuando a menudo lo que hay detrás de toda revolución es muerte, destrucción, la quiebra de la paz, y una riqueza que rara vez se sustrae al poderoso y revierte en el pueblo.

De entrada, Samantar echa pestes de las anacrónicas octavillas que manejan los revolucionarios a los que tilda de analfabetos, unas octavillas que la mitad de la población analfabeta despachará sin miramientos. Lo que hay en juego para Samantar es si su pueblo, pobre y mísero, saldría ganando algo con una revolución que aupara en el poder a alguna potencia extranjera, o a algún tirano ambicioso, cuya ideología mercantil atrofiara el alma de los pueblos, como el suyo, sometiéndolo a estructuras de vida más alienantes e inhumanas, mucho peor que la peor de las miserias.

Samantar es un contrarrevolucionario convencido de que el afán de atesorar bienes materiales, la codicia, la ambición desmedida, corroen el alma humana, tal que el ser humano deja de ser consciente de su paso por la tierra, así que lo que está en juego no es quién esté en el poder, sino la capacidad o no de tomar las riendas de sus míseras existencias materiales, y volcar su tiempo en el recreo, el solaz, el ocio, la conversación, el humor vivificante.

Cossery describe con maestría los parajes que pisan sus personajes, donde prima el calor en las tardes tórridas y sofocantes; los colores que brindan un desierto de aura mítica y el ponto vinoso donde se otean petroleros en la distancia; el sexo que vivifica y reduce la ambición de vivir a los confines de un catre.

Cossery maneja una prosa mórbida, fragante, luminosa, suntuosa, humorosa, en beneficio del lector, que no puede menos que verse arrastrado por esta tormenta de arena, donde todo resulta confuso, endiabladamente enrevesado, pero donde al final, todo resulta ser más sencillo de lo que parece, tan sencillo como querer llevar una vida digna y en paz. ¿Digna de qué, replicaría Cossery?. Con estar visto basta, diría.

Próxima parada: Mendigos y orgullosos.

Pepitas de calabaza

Sabía leer el cielo (Timothy O´Grady y Steve Pyke)

Timothy O´Grady
Fotos: Steve Pyke
Pepitas de Calabaza
175 páginas
2016
Traducción: Enrique Alda
Prólogo: John Berger

Esta novela editada por Pepitas de calabaza, con traducción de Enrique Alda, la podemos entender como la visita a un museo en cuyas paredes vemos colgadas fotos en blanco y negro. Fotos de rostros alegres, tristes, radiantes, vencidos, piadosos, perplejos. Fotos de parejas con hijos, de acantilados, de tumbas, de espantapájaros. Fotos borrosas, fotos de manos ajadas, de chozas, castros, carreteras.

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Supongamos que junto a esas fotos hubiera unos textos que dieran cuenta de lo que vemos en las fotos: los nombres de los dueños de esas caras, la ubicación física donde se hicieron las fotos, cuándo se tomaron. Seguiríamos sin entender nada. Nos haría falta un relato, un imán que juntara esas limaduras visuales, las existencias, los espacios físicos, que cogiera el cabo del pasado para contarnos una historia, que en esta novela son muchas historias, ya que la voz que narra es la quintaesencia de aquellos movimientos migratorios que tuvieron lugar en Irlanda, en la segunda mitad del Siglo XX.

El narrador es un hombre que en su postrera vejez (ese momento vital en el que el trabajo ya está hecho) recuerda lo que ha sido su vida hasta entonces. Él es uno de los muchos que tuvieron que emigrar a los Estados Unidos, a Australia, a Gran Bretaña y fue su quehacer en una tierra extraña: pavimentar carreteras, romper cemento, excavar, retirar barro, levantar muros, contar ladrillos, hacer carreteras.

Vidas en el exilio, tristes, míseras, vacías, malgastadas, sin apenas pasado al echar la vista atrás y sin futuro, ante días que se reparten entre duros trabajos y tabernas nocturnas en las que ahogar cualquier pensamiento en alcohol, donde solo la música les ofrece algo de consuelo y alegría. En el caso del narrador, también vendrá en su auxilio el amor redentor que encontrará en una mujer, en Maggie: su luz y su camino.

Ver las fotografías de Steve Pyke produce un efecto, leer las palabras de Timothy O´Grady produce otro. La suma de ambos, fortalece la narración, potencia la capacidad de evocar, y como dice John Berger en el prólogo, aunque las imágenes y las palabras no dicen las mismas cosas, ni conocen lo mismo, la suma de ambas creo que da lugar a una novela conmovedora, puntualmente cómica (El ojo de un caballo conforta. El ojo de una vaca entristece. El ojo de una oveja hace pensar que te vas a volver imbécil con solo mirarlo) cuya prosa sencilla y neta no ambiciona explicar el pasado, sino más bien mostrar nuestra soledad y nuestro tránsito -la lucha por la supervivencia- nada glorioso, en nuestro deambular por la faz de la tierra.

La soledad de las vocales

La soledad de las vocales (José María Pérez Alvarez

José María Pérez Álvarez
2008
Bruguera
155 páginas

José María Pérez Álvarez, Chesi, (O Barco de Valdeorras, 1952) ganó el III Premio Bruguera (editorial que desapareció en 2010) con esta novela nada complaciente, poblada de pecios humanos arrumbados en el vientre de la pensión Lausana cuyo letrero se ve diezmado, como constata el innominado protagonista, que se solidariza con la soledad de esas vocales aisladas, una soledad que viste su porvenir, el suyo y el de los que le rodean: un escritor en ciernes, un tapicero serbio, un pintor enfermo, una exnadadora; el reverso de una felicidad doméstica, una realidad que se alimenta de alcohol, de desamparo, una intemperie interior compartida, bajo el techo de una pensión donde sobrevive el protagonista, un alcohólico anárquico, ateo, apátrida o sin más patria que el lugar que hollan sus pies; pensiones malolientes, sin más conquistas que el cuerpo de prostitutas con las que yacer, o unas bragas usadas en las que hocicar y revivir en la enfermedad.

Es una poética feroz, un vértigo exacerbado el que nos brinda Chesi, que cual derviche girostático hace que su prosa abunde en la reiteración y vaya en círculos, que son ondas, en su argumentación, la de un borracho muy sobrio y lúcido que antes de desaparecer, antes de disolver(se) su memoria en alcohol, levanta acta de su inadvertido pas(e)o por la faz de la tierra, de los genes recibidos: los ojos maternos, las manos peludas pequeñas paternas, su colección de pensiones; un desciframiento de la realidad a través de enumeraciones detalladas como la ristra de nadadoras de élite, que parecen ser el último esfuerzo antes del último estertor etílico.

Es muy posible que la literatura no sirva para nada, es posible que los libros sean la versión moderna de los antiguos trilobites que nos llegaron en gotas de ámbar, es posible (como se dice varias veces en la novela) que el olvido sea otra forma de inmortalidad o que un texto escrito sea una botella con un menaje lanzado al futuro.

Esta novela no ofrece consuelo, ni esperanza, más bien es un espejo roto, ante el que es difícil sostener la mirada, pues el reflejo es una imagen demudada, vulnerable, frágil, patética, la de un mundo en descomposición que hiede.

Novela que se alimenta de literatura, de Kafka, de Faulkner, de Mann y que hace guiños también a novelas patrias como fragmenta. Humor descarnado el que ofrece Chesi, plasmado en situaciones absurdas como el intercambio de dentaduras o los parabienes que unas bragas absurdas obran sobre un enfermo.

A fin de cuentas, como se dice en las citas que principian la novela, el nacimiento es un error irreparable, la muerte también lo es, y el tránsito, la vida -esa enfermedad mortal- es más de lo mismo. Así las cosas, la soledad de las vocales y su no muy lejano apagón es también el nuestro.