Archivo de la categoría: Libros

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Tú (Charles Benoit)

En la portada: Acabo de leerlo. Tengo el corazón a punto de explotar y el corazón me va mil. ¿Llamo a urgencias?.
En la contraportada: !Tú me enganchó desde la primera página!. Es uno de los libros más fuertes que he leído y no hay manera de sacármelo de la cabeza.
Tú es como si te pegaran un puñetazo en plena cara y te gustará.
Tú me ha dado de lleno. Cómpralo cuando lo veas en la librería, va a dar mucho que hablar.

Toda esta suerte de loas lo curioso es que no va proferida por ninguna persona, ni si quiera por alguna plataforma libresca como Goodreads o por algún medio como New York Times o GQ. Luego podemos pensar perfectamente que todo esto es obra del mismo que ha elaborado la sinopsis de la contraportada, que se ha tomado un par de zarzaparrillas y se ha venido arriba.

Lo mejor del asunto es que el libro de marras no es Crimen y castigo, que sí que te podría hacer explotar la cabeza. Esta novelita de Benoit tiene tan poco vuelo como desarrollo. Nos habla de un joven en 4º de la ESO que vive con sus padres (que siempre le están dando la murga con las comparaciones de cómo eran ellos con su misma edad, con la monserga de que baje la música y haga los deberes…), y su hermana pequeña, que está enamorado de una chica a la cual no se lo dice, que ha tenido varios problemillas y estallidos de ira anteriormente que ha solventado a puñetazos en las paredes y en los cristales, que está en el punto de mira del típico matón del instituto, el cachitas deportista, que librará el pellejo del susobicho gracias a la ayuda de un chico nuevo, un crack en los estudios, un friki en todo lo demás, el cual concentra en su persona el meollo de la novela, porque es ni más ni menos que un psicópata en potencia capaz de manejar y manipular a todos, tanto jóvenes como adultos, tocando las teclas adecuadas y metiendo el dedito en la llaga, j******* a todo el personal. ¿Por qué lo hace?. Las cositas de la banalidad del mal, ya saben.

Afortunadamente la novela (dirigida a alumnos de 3⁰ de la ESO) solo son 142 páginas, con bastantes diálogos, frases muy cortas y tan poca sustancia que se lee en un suspiro y que acaba cómo empieza. El eterno retorno a la nada.

¡Ah!, y no se dejen engañar, es más fácil quedarse dormido leyendo este peñazo que su corazón se ponga a mil, a no ser que sean víctimas de un sueño erótico, pero esa ya es otra historia.

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Enero (Sara Gallardo)

A finales de los cincuenta del pasado siglo (y recuperada ahora por Malas Tierras), con menos de 28 años, la argentina Sara Gallardo publicaba Enero.

Va a llegar el día en que mi barriga empiece a crecer, piensa Nefer, recién comenzada la novela. Sin cumplir los dieciséis Nefer queda preñada, no del hombre por el que bebe los vientos (siroco), ni de un príncipe azul, sino de un carnicero que la viola, en esos momentos en los que la sangre se arremolina y el alcohol lo echa todo a malperder: de aquellos polvos estos lodos. Si a la Yerma de Lorca el no poder tener descendencia la atormentaba, a Nefer, el tener un hijo indeseado la aboca a la misma situación, la de querer borrarse del mapa, presa de la angustia.

Nefer vive con su padre, madre y hermanas en una casa con techado de paja en un villorrio, entregados todos a las tareas agrícolas, agropecuarias, domésticas, al servicio de una familia adinerada, en unas tierras masticadas por el sol. La joven rumia su ingravidez en soledad, sin nadie a quien confesarse, sumida en sus pensamientos aciagos.
Se le abren tres vías: suicidarse, abortar o ser madre. Sara Gallardo opta para Nefer por la que sería la vía más común en aquella época.

Sin llegar a la cima que Gallardo alcanzaría con Eisejuaz, Enero es una novela primeriza pero interesante, en la que la autora nos introduce ya en su capacidad para hacer rechinar las costuras de su prosa en la creación de sus personajes y la recreación de unos paisajes muy faulknerianos.

Malas tierras. 2019. 119 páginas

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Correo literario (Wislawa Szymborska)

Con un blog literario entre manos en alguna ocasión he recibido la proposición de leer algunos libros. En estos quince años la cosa ha ido extraordinariamente bien pero ha habido algún caso de algún escritor que se ha mosqueado al no apreciar en mi reseña los elogios de los que se sentía acreedor e incluso ha llegado a pensar, con firme determinación, que mi humilde opinión podía llegar a hundir o lastrar una carrera literaria, cuando este blog no lo sigue ni Dios, tiene menos proyección que un cinexin (como afirman una editorial riojana para sí), ni siquiera hay contador de visitas ni de seguidores y mi opinión, como todas, es sencillamente una opinión más. El problema les surge a estos escritores cuando un libro lo leen unas pocas docenas de personas y sólo se toman la molestia de reseñarlo, en el mejor de los casos, cuatro o cinco personas (yo uno de ellos; el que no haya más personas que quieran leer su libro y reseñarlo es evidente que no es competencia mía) y la reseña no se acomoda a las pretensiones de su autor.

Este libro de Szymborksa (con traducción de Abel Murcia y Katarzyna Moloniewicz) es muy oportuno porque recoge un sinfín de contestaciones, en las que prima el humor, que como responsable del Correo literario, Szymborska daba a los aspirantes a ver publicados sus poemas, bajándoles los humos y sofocando su vanidad. Prima la ironía y las contestaciones son tronchantes. Sabe Szymborksa, que los escritores, ella lo era, tienen a menudo el ego desmedido y parece que todo debe girar en torno suyo, a su trabajo, a su obra, y siempre esperan el reconocimiento en todo lo que hacen, y muchos de ellos ni aceptan las sugerencias ni las críticas ni algo tan fácil de entender como que lo que han escrito a veces no vale un pimiento.
Lean a Szymborska y se echarán unas risas con estas páginas en las que brilla una inteligencia que se manifiesta claramente en esta pequeña selección de fragmentos cuya lectura he disfrutado mucho.

La verdadera literatura empieza realmente cuando los personajes vivos intrigan más que un misterioso cadáver.

El realismo no consiste en emplear un esquema trillado en miles de sketches. Todo lo contrario, se llega a él precisamente cuando se acaba el esquema y las personas que entran en acción empiezan a pensar y a sentir a semejanza, más o menos, de las personas de verdad.

El talento literario no es un fenómeno de masas.

Sí, sí, así es, las musas son amorales y caprichosas. A veces están del lado de la futilidad.

Se habla de «escritores malogrados», pero nunca de «lectores malogrados». Existen, por supuesto, montones de lectores fallidos —está claro que no le vemos a usted entre ellos—, pero no parece que tengan que pagar por ello, y sin embargo, si alguien escribe y no acaba de salirle del todo bien, la gente se pasa el tiempo suspirando y haciendo todo tipo de extraños guiños a su alrededor.

Sin embargo, no somos partidarios de proponerle lecturas, por así decirlo, «adecuadas». Tendría sentido si el jovenzuelo no mostrara ninguna afición por las letras y tuviera la intención de convertirse en uno de esos técnicos brutos. En este caso, ese riesgo no existe en absoluto. Que se busque libros por su cuenta (de hecho, ya lo hace), que aprenda a elegir por sí mismo, y si se interesa por algún libro demasiado difícil para su edad, no se preocupe, léalo usted también a hurtadillas para tener argumentos cuando haya que hablar del tema. Porque hablar de libros es algo necesario.

Así, en líneas generales, parece que se mete usted en unos problemas fuera de lugar en los inicios. Primero, debería preocuparse por saber si tiene algo que decir. Desde ese punto de vista, sus poemas son un desierto y eso ningún truco formal lo puede ocultar. «Quiero ser poeta». Ja, de nuevo empieza usted por el final. Preferimos claramente a los que simplemente «quieren escribir». Lo que pasa es que eso es algo muy serio.

Recuerde una cosa, por favor: el autor tiene que ser un espía de sus personajes de ficción, escuchar detrás de la puerta, observarlos a escondidas cuando están solos, abrir sus cartas e intentar saber sobre qué temas callan.

Somos partidarios del viejo principio de que el escritor tendría que saber de sus personajes algo más que ellos mismos. O, como mínimo, lo mismo. Eso sí, nunca menos. ¿Cómo explicar la decisión de Marek de dejar de golpe y porrazo su trabajo en la fábrica? En el relato no hay ninguna justificación de ese hecho, y eso a pesar de que se trata de un punto de inflexión en la vida del protagonista que resultará decisivo en el futuro. Hasta los más pequeños actos de una persona tienen un sinfín de motivos. Un autor debería aspirar a descubrir esos motivos, crear una especie de jerarquía según el grado de importancia, y, muy a menudo, sacar a relucir motivos que hasta ese momento habían pasado desapercibidos. La pregunta «¿por qué?» es la pregunta más importante en el idioma terrestre, y muy probablemente también en los idiomas de cualquier otra galaxia. El escritor tiene que conocerla y tiene que saber hacer uso de ella. Para empezar, intente usted enterarse de alguna cosa más de ese Marek suyo.

El tema es lo más fácil, y por sí mismo no tiene ningún valor literario. Empieza a tenerlo cuando se enmarca en una realidad psicológica y social, cuando aparece documentado por la observación y la experiencia del autor.

Si alguien bebe, lo hace entre un verso y otro. Es la cruda realidad. Además, si el alcohol fuera coautor de la gran poesía, uno de cada tres ciudadanos de nuestro país sería al menos un Horacio. Y así, nos hemos visto obligados a derribar un mito más. Esperamos que logre salir de esas ruinas sano y salvo.

Democracia

Democracia (Pablo Gutiérrez)

Antes de leer Nada es crucial y con Cabezas cortadas entre manos recupero las notas de lectura de una novela que disfruté mucho cuando la leí a finales de 2012: Democracia.

Pablo escribe como los ángeles y ¿cómo escriben los ángeles os preguntaréis?. Escriben bien, creo, como entidades celestiales que son, si bien esto ya es objeto de la literatura post-terrenal.

A Pablo no le falta ambición (un escritor sin ambición sirve para escribir prospectos). Con la que está cayendo el autor se pone el mono de trabajo y pluma en mano (es un decir, pues la mayoría de escritores tiran de portátil) se afana en la tarea de describir la situación que vivimos de hace cuatro años a esta parte.

El inicio es la caída del banco de inversión Lehman Brothers. Esa burbuja inmobiliaria que nadie quería desinflar: bancos, ayuntamientos, administraciones, agentes de la propiedad inmobiliaria, hipotecados, etc, finalmente estalla. Por culpa de los derivados financieros, por la codicia de muchos, por la estulticia de otros tantos, por la nula supervisión, por el postulado que siempre se cumpliría que decía que «el precio de la vivienda siempre irá al alza» y que dejó de cumplirse, por querer cumplir sueños que se tornaron pesadillas atiborradas de desahucios y suicidios, todo se acabó yendo al garete.

El capitalismo salvaje sufrió un golpe en la línea de flotación y quienes estaban abajo, como siempre, sufrieron-sufren-sufrirán, las consecuencias en sus carnes cada día más magras, mientras que los que barajaban las cartas, cambiaron de juego, pero no ideales: seguir enriqueciéndose a toda costa.
Coger eso que está ahí delante de tus narices en un mercado liberalizado que facilita el darwinismo social.

De hecho vemos cada día que los políticos dan dinero a los bancos porque piensan que será mejor que se hunda un país con sus ciudadanos-votantes dentro, antes que unas cuantas entidades financieras privadas (ya saben, privatizamos los beneficios y ponemos todos el culo cuando hay pérdidas: es decir las socializamos), porque es mejor servir al capital que atender al capital-humano, porque es mejor desmantelar las ayudas en educación destinadas a la diversidad, proyectos PROA, entre otros, que negarle lo que piden a estas entidades financieras codiciosas, que después de hundirse por su pésima gestión, ahora nos toca reflotar, talonario en mano entre todos.

El día que el banco de inversión Lehman Brothers cae (un eufemismo porque tanto Lehman Brothers como la aseguradora AIG, eran demasiado grandes para caer y el Estado ya tenía puesto el colchón relleno de billetes de 100 pavos debajo para minimizar la caída, con la máquina de hacer billetes a todo trapo), el joven Marco, nuestro protagonista es cesado en su empresa.

Ese momento marcará el punto de inflexión existencial de Marco, quien vivirá también su personal caída, su bajada a los infiernos, su derrumbe, el socavamiento interior, la ruptura con todo lo que era su mundo, una vez dinamitada la relación laboral, la familiar y la afectiva serán piezas de dominó buscando tierra. Dispondrá entonces de toneladas de tiempo libre que la pesarán como una losa. Tiempo en el que conectará con tres anarquistas con los que abrazarse a una idea superior: La ciudad. Primero versos, luego piedras, la algarada.

Sirviéndose de la figura de George Soros, el húngaro que desde la pobreza crearía un Imperio, un hombre (des)hecho a sí mismo, filántropo y multimillonario, capaz de hundir países con sus transacciones financieras, cual trilero sobre el tapete, el autor nos presenta la cara menos amable de ese capitalismo salvaje, de aquellos que sin escrúpulos de ningún tipo y aprovechando(se de) la legislación vigente y el libre mercado especulan con cualquier cosa (apostando por ejemplo cuanto tiempo tardará en quebrar una empresa, o cual será el precio del arroz el año próximo), como quien echa una partida de monopoly en una cafetería, una tarde de domingo, sin importar qué sucede con cada una de las transacciones realizadas, siempre y cuando estas permitan aumentar los beneficios de quien las realiza o de sus inversionistas y cebar así el vellocino de oro.

Es plausible que Pablo Gutiérrez en poco más de doscientas páginas haya sido capaz de decir tantas cosas, de lograr tantas texturas, de alimentar su obra con un sinfín de matices, con hechos actuales (ahí están las cargas policiales, el movimiento 15M, Okupas, Graffiteros, guerrilleros urbanos, trepas, hijos de papá, materiales de deshecho, presentadoras televivisas exitosas venidas a menos, etc..) con iconos modernos como Bansky y otros que no lo son tanto pero que a uno le emocionan, como ver citado por ahí a Ramon Trecet (narrando con voz de bardo las epopeyas de Magic Johnson, Larry Bird, Isiah Thomas), el manejo de los Rotring, esas cositas que a los que somos de la quinta de Pablo nos emocionan.

La prosa de Pablo es musculosa (novelahalterofílica), vibrante (novelaasentimiento: este tío es cojonudo), sugerente (novelaqueincitaaescribir), crítica (novelalarealidadesotra: sobran futbolistas piscineros), esponjosa (novelabizcocho con bien de levadura que hace que crezca según se cuece o lee), gomosa (novelachicle que se pega al paladar), proteínica (novelabovril) y está llena de hallazgos (eso ya depende de cada lector), y nos lo narra todo con un ritmo que nos es imposible dejar de leer, seguir avanzando, seguir gozando.

No puedo pedir más a un libro, ni a muchas personas.

El libro me ha gustado muchísimo. Y no sólo a mí. A Lupita (la de la foto) entodavía más. De hecho se le salían los ojos de las órbitas a cada rato: no os digo más.

Pablo Gutierrez en Devaneos | Rosas, restos de alas

Blog de Pablo Gutiérrez | El adjetivo mata