Archivo de la categoría: Crítica

Jérôme Ferrari Editorial Mondadori

El sermón sobre la caída de Roma (Jérôme Ferrari 2013)

Jérôme Ferrari
Editorial Mondadori
2013
175 páginas

No me gustó Donde dejé mi alma, del galo Jérôme Ferrari. El sermón sobre la caída de Roma, aunque haya ganado el Goncourt en 2012, más que un sermón me ha resultado un coñazo.

Los mismos males que aquejaban Donde dejé mi alma, están presentes también aquí, en esta novela, que es anterior. Ahora, en lugar de una tragedia interior y una reflexión vacua sobre la violencia, Jérome nos da la tabarra con lo que supone el fin de una civilización, la extinción del mundo que hemos conocido. Así que se pone manos a la obra y nos engarza tres historias, a cual más aburrida. La palma se la lleva aquella que nos relata como dos jóvenes corsos dejan su pueblo para ver mundo y una vez en la facultad parisina, abandonarla, para volver a su pueblo y regentar un bar, donde los parroquianos se emborrachan, echan la partida, se embrutecen, mientras camareras con calculadoras entre las piernas, acarician los genitales de los comensales, a modo de bienvenida.
Ferrari no sabe si ponerse lírico o burro, y opta por lo segundo, por impactar con el mal gusto, lo soez, empleando una prosa pobre y errática, que da el golpe de gracia a una novela que ni me ha divertido, ni entusiasmado.

El contraste entre ese mundo actual que se cae a pedazos, en manos de jóvenes superficiales, y ese mundo de comienzos del siglo XX, habitado por Marcel y sus hermanos, un mundo doloroso, enfermo y cruel, donde cada día vivido era una batalla, solo sirve para poner en evidencia que el presente es algo tan leve y efímero como un parpadeo.

Jérôme Ferrari

Esos devaneos que Jérome se trae sobre el fin de la civilización, sobre la caídita de Roma, revestidos bajo la piel de una novela, aburren desde las primeras páginas, ya que no coge el tono en ningún momento y su prosa parece de cartón piedra, una cháchara con delirios de épica y grandeza (y nulos efectos), que no lleva a ninguna parte. Pasar de un homicidio pre-castración a los últimos estertores de San Agustín, sin apenas transición, es todo cuanto preciso para decidir que de Jérome voy servido.

Si alguien está interesado en las Señales que precederán al fin del mundo, que lea a Yuri Herrera. Ese libro sí me ha gustado. Y si la cosa va de Bárbaros, lean el ensayo de Baricco. Amen. Podéis ir en paz.

Editorial Acantilado

Ciudad abierta (Teju Cole 2012)

Teju Cole
Editorial Acantilado
296 páginas
2012

Siempre es un placer estético tener entre manos un libro de la editorial Acantilado. Por otra parte, no voy teniendo mucha suerte: Fiasco, Fin, Yo y Kaminski y ahora Ciudad Abierta son algunos libros de esta editorial que he leído últimamente y no me han gustado.

Teju Cole, autor del libro, nació en 1975, es nigeriano y desde 1992 vive en los Estados Unidos. Con esta novela le ha ido muy bien, ha ganado un montón de premios literarios y muchos escritores se deshacen en halagos con él y no sé por qué, ya que esta novela me ha dejado muy frío y no le encuentro dones, patentes ni latentes, que la hagan tan especial.

Cole, que además de escritor, es fotógrafo e historiador del arte, no nos cuenta una historia, sino que su libro es un deambuleo, una colección de anécdotas, de jirones de historia, de reflexiones sobre cuestiones en boga, como el racismo, el antisemitismo, el escenario anterior a la caída de las Torres Gemelas, los movimientos integristas, el sometimiento a las tradiciones, la cuestión palestina, etc.

El protagonista es Julius estudiante de medicina que trabaja como psiquiatra residente en un hospital de Nueva York y a quien le gusta caminar, lo que le permitirá conocer la ciudad de Nueva York de otra manera; apreciar sus cielos, las aves, los árboles, los edificios, rememorar qué había antes de que se construyeran los rascacielos, los barrios que fueron borrados del mapa, bajo el peso del encofrado, cementerios de negros, extramuros, incluídos. Julius se trasladará en su periodo de vacaciones a despedir el año a Bruxelas, buscando, sin hallarla, a su abuela que reside allí, durante cuatro semanas, y así seguirá con su deambular por las plazas, entre toneladas de piedras antiguas, celebrando la ocasión que le brinda un encuentro sexual fortuito, luego en un locutorio, donde acude a consultar su correo, conoce a Faruk, que le contará su historia, las puertas que le cerraron por ser extranjero, donde surge un interesante debate sobre judíos y palestinos, sobre Malcom X y Luther King, sobre el terrorismo y la política exterior americana, y su sueño de escribir un estudio erudito sobre las lenguas de Babel.

Teju Cole

En el libro no faltan las referencias literarias (Chomsky, Walter Benjamin, Tahar Ben Jelloun, Mohammed Choukri, Finkelstein, Benedict Anderson), cinéfilas, como El espíritu de la colmena de Víctor Erice o El Padrino, pictóricas (Cézanne) y musicales (Mahler). Quizás todo ello obre la función de darle a la novela cierto refinamiento cultural, clasificarla incluso como una novela de pensamiento, si bien, todo ello es un mero esbozo, una recopilación de apuntes e historias (que dan pie para hablar sobre el racismo, la política de inmigración americana, la relación alumno-profesor sostenida y acrecentada en el tiempo, la asunción de la condición sexual y racial), que bien podrían dar pie a un ensayo, o a varios, pero que en la novela su efecto, queda diluido, de tal manera, que el problema no es que no haya una historia al uso que contar, si no que el personaje, apenas tiene ninguna entidad, podría ser Julius, o J, o un banco del parque, y al menos en mi caso, como lector, el protagonista, no me genera la menor empatía, por mucho que pueble su relato de recuerdos familiares, incluso de acciones infames, que parecían estar ahí agazapadas, esperando en la sombra, la llamada del regidor, para salir a escena.

Fernando Clemot Paralelo Sur ediciones 2008

Estancos del Chiado (Fernando Clemot 2008)

Fernando Clemot
2008
Paralelo Sur ediciones
200 páginas

Con Fernando Clemot he seguido el camino inverso. Leí primero sus novelas, El Golfo de los poetas y El libro de las maravillas, ambas muy recomendables, y ahora he leído su libro de relatos, considerado el mejor escrito en 2009 (ganó el Premio Setenil en 2009), y publicado por Paralelo Sur ediciones, titulado Estancos del Chiado..

El libro lo componen once relatos, clasificados en tres apartados: Mitologías, EL jardín de la memoria y Ocasos. Seguí la recomendación de Jordi Gol en el prólogo, con vistas a apreciar esa evolución hacia una literatura más compleja e introspectiva, en la escritura de Clemot.

Los relatos son de lo más variopinto, algunos son retazos personales, así el protagonista sufre porque le han practicado una fimosis siendo mocete, mientras quema las horas del verano matando cortapichas, en otro, Árbol de familia, seguirá la pista de su abuelo Jacinto, un picaflor que irá sembrando su semillita por el mundo en esos años convulsos, o nos iremos a Lisboa a los estancos del Chiado, donde como en el juego de la oca, de estanco en estanco, el protagonista irá libando el néctar dulce del deseo y la hiel, más tarde, de la culpa, o unas fotos, en Bautizos de primaveras pasdadas, que arrastran el fango del pasado, dejando limo en las pestañas y acíbar en el alma. Ahí es nada.

Otros relatos como Cazadores de ganado nos retrotraen a la I Guerra Mundial con un militar alemán resentido porque le asignan la vil misión de matar reses y pastores, una buena metáfora de lo que son todas las guerras: carne para la picadora.

En Un cuarenta y cinco de largo, lo que pinta mal acaba en sonrisa, en este paraíso de la picaresca, que fue, es y será siempre esta piel de toro.

En Terrazas de otoño, un caballero andante, o más bien caminante, que busca acomodo en una terraza, presume cortejo, mientras lee a Cesare Pavese y se queda en ascuas, cuando confunde cual molino con gigante, las briznas del deseo, con la evidencia del tocateja.

En Levante el peso de la culpa requiere una expiación y una explicación, dejarle al protagonista que nos cuente algo, y alivie así su pasado de una carga ignominiosa y lacerante.

Y los tres relatos que más me han gustado son: El príncipe del Vómero, donde el actor cómico Totò y un golpe de azar le permitirá a nuestro protagonista, en tierras itálicas, alcanzar su terrón de fama personal, única e intransferible.

En una Dame Sans merci, es Eça de Queiroz, quien se ve abrumado por esa irrealidad manifiestamente real, aturdido por la presencia de Cesario Verde, poeta, no tan notable como Eça, recobrado por Pessoa. Relato donde brilla con sustancia el desasosiego. Y finalmente Orgullosamente apasionado, donde unas cartas ajenas, le permiten al tabucchiano Pereira ser testigo mudo, de los afanes sexuales y epistolares del dictador Salazar.

Nos encontramos ante un puñado de historias bien escritas, unas más apasionantes que otras, capaces de evocar el pasado, en donde brilla el lirismo que caracteriza al autor, la elección de un léxico variado, con una prosa firme, serena, melancólica y proteica (que afianzará en las dos novelas después publicadas), que sustancia sus historias y que logra sugerir bastantes cosas en muchos de estos relatos, como me ha sucedido con Estancos del Chiado, pues no hace mucho, este verano, estuve por Lisboa, y a poco muero de sed, buscando un restaurante en la Rua Nova da Trindade, tras subir cientos de escaleras, porque un relato como este me permite bucear en el pasado, reciente o no, y lustrar así los recuerdos, hacerlos brillar, para que nuestra memoria y por ende nuestra vida, se esponje y afiance.

Fernando Clemot en Devaneos

Estancos del Chiado
El golfo de los poetas
El libro de las maravillas
Polaris

Mark Adams

Dirección Machu Picchu (Mark Adams 2013)

Mark Adams
2013
Editorial Xplora
351 páginas

XPLORA es una editorial valenciana independiente formada por un grupo de amantes de los viajes, el deporte, la montaña y los libros, que comenzó su andadura el año pasado, que tiene si no me equivoco seis libros ya en su catálogo. Uno de ellos es el del americano Mark Adams, titulado Dirección Machu Picchu.

Si hay libros que crean la ilusión en el lector de que somos más inteligentes, hay otros libros, como el presente que nos hacen parecer menos espabilados de lo que somos y corren el riesgo de alienarnos. Mark Adams no es Patrick Leigh Fermor. Una página de El tiempo de los regalos o de Maní, le da mil vueltas a las 351 páginas de este libro, que a pesar de lo que diga National Geographic, en su portada, a mi parecer, ni es divertido ni es inteligente.

Mark Adams es editor de una revista de viajes. Cansado de ver los toros desde la barrera, tras empaparse de la historia de Bingham III, y dado que en 2011 se cumplían 100 años del descubrimiento de Machu Picchu por Bingham, Mark, decide coger su maleta, despedirse de su mujer y de sus tres hijos por unas semanas, y hacer el mismo recorrido que 100 años antes hizo Bingham.

Hay en la blogosfera bitácoras de viajes estupendas, infinitamente más divertidas y apasionantes que la historia que despacha Mark, que apenas daría para un artículo de una docena de páginas en cualquier revista de medio pelo. No sé por qué razón, algo anecdótico, consigue materializarse de tal manera, que acaba convertido nada menos que un (mal) libro.

Mark se traslada a Perú. Contrata a John, australiano, curtido en mil batallas, que le hará de guía, y cuyas batallitas, son lo poco interesante del libro. De hecho, un libro escrito por John tendría mucha más gracia que el de Mark, ya que éste es tan negado escribiendo, que cuando se pone en plan chistoso resulta repelente. Casi todas las metáforas que emplea son locales, así que los lectores europeos (si es que alguien más, además de un servidor, ha leído este libro) no creo que captemos la sutileza de comparar una montaña andina con un Walmart, aunque al final hace alguna concesión y así, tenemos esa estampa visual en la que una trocha frondosa se asemeja en su sube y baja a un índice bursátil, a la baja, camino del colapso. En fin. Ejem.

Lo mejor del libro es cuando Mark parafrasea a Bingham, y podemos leer algo de lo que este escribió cien años atrás. Eso, sumado a las anécdotas de John, algo de barniz histórico donde aparecen por ahí un puñado de extremeños sádicos (Cortés, Pizarro..), ciudades perdidas entre la fronda selvática, huesos de presuntas vírgenes y unas cuantas reflexiones de saldo sobre temas varios, Indiana Jones incluído, dan como resultado un libro cuya dispersión y escaso mordiente, aburren a más no poder.

Si Binghman «descubrió» o no Machu Picchu, al final, es una excusa para publicar este libro y hablar de Binghman, cuyas conclusiones, las de Mark, hubieran tenido cabida en un par de párrafos postreros, en el artículo antes citado. Además, para Mark parece que lo más trascendente del asunto es dejar al lector con la duda de si bajo el sombrero de John, se esconde una melena o una bola de billar como cráneo, pero amigos, para salir de dudas, hay que hacer este vía crucis y leerse el libro, que es tan penoso (es un suponer) como hacerse de rodillas el Camino Inca. Después de leerme algo así, y haber sufrido tanto, me queda la duda de si soy un turista o un aventurero, en el mundo de las letras viajeras.

Hubiera estado bien que el libro incorporara fotos, bien de Bingham, en blanco y negro, o de Mark, pues la prosa de Mark es tan pobre y blanda, que a duras penas uno consigue visualizar lo que éste entiende por ejemplo por sublime.

A modo de despedida, y para no extenderme más con un libro que no lo vale, dejo algún párrafo que permite entender a qué me refiero cuando digo que la prosa de Mark es pobre

«comimos barritas energéticas de quinua y vimos pasar por el desfile por debajo de nosotros: jubilados estadounidenses con camiseta a juego; hombres hablando español con chaqueta y corbatón: turistas japoneses avanzando en silencio y en fila india, cada uno llevando una bolsa de Prada; cinco estupendas mujeres vestidas como en los años 70, caminando en grupo unidas y parando con frecuencia para rellenar con hierba los huecos entre las piedras, susurrando conjuros al mismo tiempo. Una pareja universitaria, con sonrisa nerviosa y pupilas dilatadas, intentando mirar en todas las direcciones a la vez. Cuatro excursionistas, llegados de Camino Inca, hablando alemán. Uno de ellos llevaba una gorra de ciclista multicolor, un chaleco sin mangas, de vinilo color rojo desabrochado hasta el ombligo y pantalones cortos de azul satinado. El padre Calancha se hubiese cagado encima». (página 217)

En Manhattan había oído suficientes conversaciones pretenciosas sobre finanzas para saber qué esperar mientras ascendía la pequeña colina que conducía nuevamente al patio de la escuela. Y efectivamente, allí estaba: Mr. Super Deluxe Travel Guy. Reconocí sus botas, eran las más caras que había; el dependiente de una tienda deportiva cercana a mi casa me había recomendado comprarlas únicamente en el caso de que fuese a intentar subir el Everest. Sin oxígeno suplementario. El americano estaba gritando por su teléfono móvil mientras caminaba tratando de encontrar el punto con mayor cobertura» (página 192)

Después de semanas de conversaciones centradas en rocas, mulas, movimientos intestinales y la tendencia ocasional de las mulas a hacer deposiciones como rocas, unos pocos minutos de charla urbana y adulta, era como deslizarse en una bañera de agua caliente con el New York Times del domingo. Katie y yo hablamos sobre libros en los que nadie moría de frío o se caía en una grieta. Hablamos sobre países que ambos habíamos visitados, restaurantes en los que los dos habíamos comido, y sobre películas que ella había visto y yo esperaba ver algún día cuando mis hijos se fuesen a la universidad y tuviera de nuevo la ocasión de quedarme más de las ocho y media de la noche.(página 194)