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Editorial Acantilado

Ciudad abierta (Teju Cole 2012)

Teju Cole
Editorial Acantilado
296 páginas
2012

Siempre es un placer estético tener entre manos un libro de la editorial Acantilado. Por otra parte, no voy teniendo mucha suerte: Fiasco, Fin, Yo y Kaminski y ahora Ciudad Abierta son algunos libros de esta editorial que he leído últimamente y no me han gustado.

Teju Cole, autor del libro, nació en 1975, es nigeriano y desde 1992 vive en los Estados Unidos. Con esta novela le ha ido muy bien, ha ganado un montón de premios literarios y muchos escritores se deshacen en halagos con él y no sé por qué, ya que esta novela me ha dejado muy frío y no le encuentro dones, patentes ni latentes, que la hagan tan especial.

Cole, que además de escritor, es fotógrafo e historiador del arte, no nos cuenta una historia, sino que su libro es un deambuleo, una colección de anécdotas, de jirones de historia, de reflexiones sobre cuestiones en boga, como el racismo, el antisemitismo, el escenario anterior a la caída de las Torres Gemelas, los movimientos integristas, el sometimiento a las tradiciones, la cuestión palestina, etc.

El protagonista es Julius estudiante de medicina que trabaja como psiquiatra residente en un hospital de Nueva York y a quien le gusta caminar, lo que le permitirá conocer la ciudad de Nueva York de otra manera; apreciar sus cielos, las aves, los árboles, los edificios, rememorar qué había antes de que se construyeran los rascacielos, los barrios que fueron borrados del mapa, bajo el peso del encofrado, cementerios de negros, extramuros, incluídos. Julius se trasladará en su periodo de vacaciones a despedir el año a Bruxelas, buscando, sin hallarla, a su abuela que reside allí, durante cuatro semanas, y así seguirá con su deambular por las plazas, entre toneladas de piedras antiguas, celebrando la ocasión que le brinda un encuentro sexual fortuito, luego en un locutorio, donde acude a consultar su correo, conoce a Faruk, que le contará su historia, las puertas que le cerraron por ser extranjero, donde surge un interesante debate sobre judíos y palestinos, sobre Malcom X y Luther King, sobre el terrorismo y la política exterior americana, y su sueño de escribir un estudio erudito sobre las lenguas de Babel.

Teju Cole

En el libro no faltan las referencias literarias (Chomsky, Walter Benjamin, Tahar Ben Jelloun, Mohammed Choukri, Finkelstein, Benedict Anderson), cinéfilas, como El espíritu de la colmena de Víctor Erice o El Padrino, pictóricas (Cézanne) y musicales (Mahler). Quizás todo ello obre la función de darle a la novela cierto refinamiento cultural, clasificarla incluso como una novela de pensamiento, si bien, todo ello es un mero esbozo, una recopilación de apuntes e historias (que dan pie para hablar sobre el racismo, la política de inmigración americana, la relación alumno-profesor sostenida y acrecentada en el tiempo, la asunción de la condición sexual y racial), que bien podrían dar pie a un ensayo, o a varios, pero que en la novela su efecto, queda diluido, de tal manera, que el problema no es que no haya una historia al uso que contar, si no que el personaje, apenas tiene ninguna entidad, podría ser Julius, o J, o un banco del parque, y al menos en mi caso, como lector, el protagonista, no me genera la menor empatía, por mucho que pueble su relato de recuerdos familiares, incluso de acciones infames, que parecían estar ahí agazapadas, esperando en la sombra, la llamada del regidor, para salir a escena.

El fogonero Franz Kafka

El fogonero (Franz Kafka 2013)


Franz Kafka
Nórdica libros
80 páginas
2013

A mí me sucede lo mismo que a Antonio Muñoz Molina con Thomas Bernhard. Tengo desde mi último cumpleaños la obra completa de Kafka en una estantería y aunque todos esos volúmenes me lanzan el anzuelo a diario, siempre hay otros libros que atropellan mi intención de meterles mano. Leí hace muchos años la Metamorfosis, y no volví a Kafka. Constato que cada vez que algún escritor famoso cita a sus maestros, no sé si por pereza o por convicción, allá está Kafka en todas las salsas.

Todo KafkaFinalmente al ver pasar ayer ante mis ojos El fogonero (editado por Nórdica este año, si bien el relato se publicó hace ahora 100 años), una obrita de apenas 80 páginas, no pude negarme, y me lo llevé a mi guarida.

A menudo, muchos autores necesitan cientos de páginas y muchos libros para demostrarnos al resto, que no tienen nada interesante que decir. A Kafka le basta juntar unas pocas cuartillas (ilustradas para la ocasión por Max) para poner todo nuestro mundo (o nuestro cerebro a trabajar a toda máquina) patas arriba. Porque en esta historia menor -la que lleva a cabo Karl, un joven que debe huir de su país, Alemania, por un lío de faldas que permitirá preservar la dignidad de sus progenitores- apenas tardaremos en sentir la angustia que supone dejar el terruño, reemplazarlo, al menos físicamente por otro, en este caso los Estados Unidos, reconocible desde el barco por la estatua de la Libertad, convertida en un ángel custodio, espada en ristre. Y algo tan banal como la pérdida de un paraguas le obligará a Karl a ingresar en las entrañas del barco, toparse con una figura humana, un fogonero, afectarse por su problemática y tratar de defenderlo, de hacer(se) justicia, a través de la palabra, enfrentado contra esa muro de carne representado por las distintas jerarquías, que juzgan el mundo desde su estatus.
Algo totalmente inopinado cambiará el curso de los acontecimientos, pero no la forma de pensar de Karl, o eso al menos cree él.

Un relato sucinto y profundo, que angustia, emociona y divierte a partes iguales.