Archivo de la categoría: 2021

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Hamnet (Maggie O’Farrell)

Pocas cosas son capaces de conmovernos tanto como la muerte de un hijo. La novela de Maggie O’Farrell (con traducción de Concha Cardeñoso) es, en gran medida, el relato de un duelo. La manera en la que una madre, Agnes, afronta la muerte de su retoño: el pequeño Hamnet. El padre de la criatura es Shakespeare (pero aunque se llamase John Done, el resultado sería casi el mismo, a no ser por su final, en la que realidad y ficción se (con)funden). Figura que resulta velada, alejada. Nacen sus hijos, y él para sentirse vivo ha de poner tierra por medio. Los hijos, las tareas domésticas, la cercanía de sus padres son un pozo negro en el que se ve sumido y del que necesita salir para así poder respirar y darse a su pasión: la escritura.

La crianza de los tres hijos corre a cargo de su mujer. La novela comienza con la convalecencia de su hija Judith. Parece que va a morir. Su hermano mellizo Hamnet, haría cualquier cosa por salvar su vida y entregar la suya a cambio. Literal. La narración hace confluir la historia presente, la enfermedad de Judith (la peste como contexto) con el momento en el que Agnes conoció al preceptor de latín y de aquellos polvos estos lodos.

La narración es ágil, telegráfica. Las frases son cortas (¿saben de esa sensación en la que vas quitando frases, una tras otra, y aquello “resiste” igual?). El lenguaje resulta eficaz (si la pretensión de la autora fue la de dejar el rostro del lector como una parabrisas, sin dar abasto ante un brutal aguacero). El tema elegido es uno de esos que conciernen a todo pichigato. Nada es más desgarrador que ver morir a un hijo, asistir a su final, velarlo y luego amortajarlo, para ver como desaparece entre terrones de tierra. Y luego la ausencia, el dolor, el duelo…

Si, todo esto es emocionalmente dramático, desolador, desgarrador (sumemos todos los epítetos que queramos), pero la novela, en términos literarios (más allá de la capacidad que tiene la literatura para crear personajes de ficción más reales que los propios), me ha dejado tan frío como si mi naturaleza hubiera devenido permafrost.

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Libro de las negaciones (Javier del Prado Biezma)

Libro de las negaciones
Javier del Prado Biezma
Chamán Ediciones
2021
134 páginas

Hubiera deseado buscar el marco propicio, allá frente a las Islas Cíes, pero sea que me veía por las proximidades de Reinosa, caminando hacia Fontibre, ya frente a las palabras de Catón el Viejo:

«fluvium Hiberum; is oritur ex Cantabris, magnus atque pulcher, pisculentus/ el río Ebro nace donde los cántabros: grande y hermoso, abundante en peces».

El nacimiento del Ebro

Peces había, sí, y el fulgor de los rayos vestía el agua de un color verdeazulado. Las mesas de madera en la orilla del estanque estaban libres de excursionistas y fue que allí me entregué a la lectura de los bellos poemas de Javier del Prado Biezma (Toledo, 1940).

En ellos hay una presencia notoria del mar, de su correspondiente aéreo, en manos del testigo que observa y bien provisto de palabras –venero inagotable de metáforas– y sentimiento, desgrana para el lector aquello que ve. Con destreza y suma facilidad:

Cuando a mí la retórica me brota de la yema de los
dedos,
sangre pura,
con solo clavarme los furtivos alfileres de los poros de las cosas.

Cuesta poco ver (sentir) el mar y el cielo, sentir su armonía y ritmo, empaparse del olor fermentido del pescado descompuesto, experimentar el gozo al ver faros convertidos en luciérnagas, el cosquilleo de ese deseo patente que insemina la lectura en su capacidad de evocación y sublimación; todo es objeto de deseo: el mar, la playa, pueden ser vagina, nalgas, para nuestro disfrute porque las negaciones supone aquí dar un manotazo a lo indeseado para afirmar y dejarse vencer por la llamada de las cosas, arrimarlas a nuestras caricias e intenciones, a la proximidad y la emergencia por decir (aquí las palabras se tocan, huelen, ven y escuchan), en el lenguaje subyugante de la poesía, que siempre es la forma más bella de decir y expresar, y a veces, como aquí, la encuentra (la belleza), disuelta así la angustia del poeta en el poema y el lector complacido, disuelto también en el texto, pescando con el lapicero palabras, frases que quiere atesorar para coser a su yo, porque el único milagro de la vida/ era el poder que tiene/ la carne iluminada para acabar en verbo

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El orden del Aleph (Gustavo Faverón Patriau)

Gustavo Faverón Patriu
El orden del Aleph
Candaya
2021
351 páginas

Sin haber abundado mucho como lector en la obra de Borges me veo leyendo El orden del Aleph, de Gustavo Faverón Patriau (autor de la soberbia Vivir abajo). El relato del Aleph apenas suma quince páginas, alrededor de 4736 palabras. La exégesis de Faverón son más de trescientas. A pesar de su mínima extensión el Aleph esconde un universo.

Si hay autores a los que se puede leer virgen, sin lecturas previas, otros como Borges, nos exigen haber leído muchísimo y bien antes. Así uno podrá sacar el mayor aprovechamiento a todas las referencias y lecturas previas que maneja el autor en su escritura, resultado del sincretismo, la síntesis, la destilación. Un incesante juego de espejos y replicas, de mensajes cifrados a la espera de ser descodificados.

Desmenuzar el Aleph veo que exige una labor arqueológica. Un texto que pueda adoptar la forma de un puzzle, de un palimpsesto, de un cuadro en el que el autor va dando sucesivas capas.

El ensayo de Faverón tiene esta encomienda: ver qué es el Aleph, ofrecer una interpretación (esperanzadora) a su final, reflexionar antes acerca de lo abyecto, lo inmirable (en el relato los personajes Beatriz y Carlos Argentino, pasan de ser hermanos a primos, evitando así caer en lo abyecto: el incesto); el contexto: 1945. Al holocausto judío se suma el arrojamiento de las dos bombas atómicas en Nagasaki e Hiroshima. Momento de la historia en la que parece que esta llega a su final para sucederle el Apocalipsis.

Leí en su día el Aleph con escaso aprovechamiento. Lo he leído ahora un par de veces, una antes (así lo recomienda Gustavo) de empezar el ensayo y otra después (motu propio). Nada que ver. Prueben a hacerlo. La segunda lectura ha sido plena, multidimensional, muy enriquecedora, y esto es así porque en este ensayo Faverón nos lleva de la mano por un viaje que resulta fascinante y emocionante. Y no resulta fácil tratándose de un ensayo. Quizás porque en las alforjas llevamos mapas, cuadros, comics, libros (La Biblia, Anatomía de la melancolía, La Divina Comedia, Las mil y una noches (libro que juega un papel crucial en el Aleph, tanto como Richard Burton, autor de Anatomía de la melancolía, que permite a Faveron exponer el antisemitismo de Burton), un aliento aventurero con el que viajamos por todo el orbe, condensando tiempo y espacio.

Escritura que busca sentido al Aleph, en una brillante lección de anatomía (el relato es el cuerpo a diseccionar, pero aquí y es lo valioso del ensayo no se incide en lo evidente si no que se busca lo que no se ve, lo en apariencia inencontrable) para que asumamos el relato borgeano en todo su esplendor, tal que toda esa potencialidad que el texto inagotable contiene (rayana en lo infinito) rinda al máximo al ser leído.

De la sidra, de su fabricación y de sus defectos, seguido de unas cuantas reflexiones nuevas al respecto

De la sidra, de su fabricación y de sus defectos, seguido de unas cuantas reflexiones nuevas al respecto (Luis Rodríguez)

De la sidra, de su fabricación y de sus defectos, seguido de unas cuantas reflexiones nuevas al respecto.
KRK Ediciones
2021
220 páginas

Chateaubriend y Flaubert. Leí las 2753 páginas de Memorias de Ultratumba en la traducción de José Ramón Monreal para Acantilado (manuscritas 3514). Reparo ahora en que, el mismo año, leí seguidas 3700 páginas escritas Flaubert (toda su obra, excepto el teatro y las cartas no traducidas) y más de 2500 entre biografías y estudios sobre él. Es curioso, pienso, yo, que rara vez leo libros de más de 300 páginas, he leído casi seguido este mar de páginas de dos autores nacidos con poco más de 50 años de diferencia, que vivieron a menos de 300 quilómetros de distancia, y escribieron en el mismo idioma (que ignoro). Casualidad, coincidencia, afinidad, aquí, apenas le arañan los tobillos al hecho.

Párrafo que extraigo de la novela Mira que eres. Después del maratón flaubertiano parece lógico el querer ensayar algo sobre lo tanto leído. Una destilación. Compartir el entusiasmo.

El autor, Luis Rodríguez, desea que la lectura de su ensayo (sus últimas novelas 8:38 y Mira que eres, también tendían hacía lo ensayistico) anime, incluso logre atizar el deseo de leer la señora Bovary de Gustave Flaubert y si eres escritor, las Cartas a Louise Colet. A tal fin entresaca continuos párrafos, tanto de la novela como de las Cartas.

En mi caso ya había caído sobre ambos libros anteriormente, pero creo que como afirma Flaubert son dos libros, de esa media docena, que deben formar parte de cualquier biblioteca, de cara a ser consultados casi a diario.

Lo que queda muy claro es lo que supone la escritura para Flaubert, su anhelo por hacer visible su estilo, el empeño en trabajar cada palabra, frase y párrafo, hoja a hoja. Además, en el caso de Madame Bovary, en lugar de parirse a sí mismo, o practicar la autofagia, decide crear algo nuevo, ajeno a él, fruto de su pensamiento, al margen de sus vivencias, algo cerebral e impersonal.

La gestación de Madame Bovary le trae por el camino de la amargura. Escribir es tan pesado como acarrear mármoles. Luego al leer lo escrito vienen las correcciones, la poda, la observancia de las redundancias, los malditos «que», a fin de darle a la obra ritmo, de tal manera que sus frases puedan ser leídas en voz alta sin que se resienta lo escrito. Flaubert disfruta y se tortura escribiendo, y apearse de la obra clausurada vemos que le traerá más quebraderos de cabeza, pues con la Moralidad habremos topado.

En el ensayo, muy ameno, se reparten los elogios y los denuestos. A favor: Henry James, Nabokov, Valéry o Maupassant. En contra Julien Gracq. Otras opiniones son vertidas por fuentes en las que el autor muestra su tono pessoano (por los heterónimos) más proteico.

El tiempo le ha dado la razón, mejor, la gloria, a Flaubert. Su Madame Bovary es un clásico y las Cartas a Colet fuente de inspiración para escritores. Un buen espejo en el que mirarse. El ideal a alcanzar.

Escribe Flaubert:

¿Sabes que sería una buena idea la de un individuo que hasta los cincuenta no hubiera publicado nada y un buen día aparecieran de golpe sus obras completas y se limitara a eso…?

El libro, editado por KrK -editorial que alumbró la primera y la segunda novela de Luis, La soledad del cometa (a los 51 años) y novienvre-, es una preciosidad. Se acompaña con fotografías a color de Flaubert y Louis Bouilhet.

Luis Rodríguez en Devaneos

La soledad del cometa
novienvre
La herida se mueve
El retablo de no
8:38
Mira que eres