Archivo de la categoría: 2018

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Duelo (Eduardo Halfon)

Existe en hebreo una palabra para describir a una madre cuyo hijo ha muerto: Sh’khol. Un dolor tan grande y tan específico que necesita su propia palabra, escribe Halfon en Duelo. Una pérdida, la de un hijo, que no tiene parangón.

En este libro, el autor guatemalteco tiene un propósito, saber qué pasó con un hermano de su padre llamado Salomón, que cree recordar que murió ahogado, con cinco años, en el lago guatemalteco de Amatitlán. Unas pesquisas desalentadas por su progenitor, que le insta a no remover, a dejar las cosas quietas.

Halfon incide aquí en lo autobiográfico, como en otros libros suyos, y pienso en Saturno, Monasterio, Señor Hoffman, El boxeador polaco… Hay temas recurrentes, recorridos todos ellos por la pérdida, la ausencia, el desgarro de la partida y el exilio, que pudimos experimentar en Logroño (en el Festival de narrativas Cuéntalo) cuando Halfon nos recitó Partirse en dos.

Halfon volverá de adulto a Guatemala, a pies del lago, para confirmar si allí murió su tío. En su camino se cruza una santera que le permita conectar a Eduardo con su naturaleza soterrada. Un viaje a las raíces que, como todo buen viaje, no es sólo un desplazamiento físico, y le permite al viajero entender que la pérdida es única para cual, pero común a todos los mortales, y ahí le enteran entonces a Eduardo de un reguero de niños ahogados en el lago, como si esta masa de agua tuviera una avidez de sangre insaciable.

En poco más de cien páginas Halfon nos lleva de Guatemala a su infancia en los Estados Unidos, su aprendizaje del inglés, los rifirrafes con su hermano, el temperamento de su madre, y algo que siempre anida en todos los textos de Halfon, a saber, la sutil manifestación de un sentimiento, y esto se ve cuando nos refiere la vez en que tras tener una algarada con su hermano, al que le rompe el pie, cree que su padre le va a dar una golpiza, merecida y deseada por su conducta filial nefasta, pero lo que le llueve no es un castigo corporal, sino algo peor, una foto en la que aparece su tío, con un edificio nevado a sus espaldas, un hospital, en el que moriría, sólo, y así la transferencia de una pena, de un dolor adulto que se comunica a un hijo, que pierde así su ingenuidad y candidez, para abrirse irremediablemente a la vida adulta. Son momentos como este o como el que nos depara su final, en donde se capitaliza toda la emoción que el texto va acumulando, cuando de una forma muy gráfica vemos un cuerpo entrar en el agua y encontrar ahí un bautismo, una comunión, a veces también la muerte, algo que nos comunica, en definitiva, con el más allá que hay en nuestro ser.

Libros del asteroide. 2018. 112 páginas

Lacombe Lucien

Lacombe Lucien (Louis Malle, Patrick Modiano)

Lacombe Lucien es un guion escrito en 1973 a cuatro manos entre Modiano y Louis Malle, con traducción de María Teresa Gallego Urrutia, que se convertiría luego en una película de título homónimo. Buena parte de la producción literaria de Modiano se construye en torno a la memoria y la ocupación de Francia por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Aquí el protagonista es Lacombe Lucien, joven de una aldea rural francesa que quiere formar parte de la resistencia en 1944 y que al no ser admitido en la misma, contrariado, acaba fortuitamente en el lado contrario, colaborando con la policía alemana y al servicio de los nazis.

A Lucien no le alienta ningún tipo de idealismo, parece ser que la ocupación por parte de los nazis no le supone mayor quebradero de cabeza. Formar parte o no de la resistencia parece tratarse de un juego y la suerte de los judíos se la trae al pairo. El caso es que Lucien se enamora de France, la hija de un sastre judío, Horn. Este enamoramiento, que no deja de ser otro capricho más de una naturaleza veleidosa, parece despertar en el mozalbete otro tipo de sentimientos, no necesariamente compasivos.

Formar parte de la policía alemana le permite a Lucien achantar a quien desee, como hará con Horn, de tal manera que si éste no facilita la relación con su hija hará todo lo posible para que lo encierren. Ya sabemos que no hay nada más peligroso que un don nadie con un uniforme. Lucien vive ajeno al malestar y la zozobra en la que se debaten Horn su hija y la madre del sastre, con miedo a ser enviados a los campos de concentración por su condición de judíos, atacados una y otra vez en su dignidad por toda clase de palabras y acciones contra su persona.

Al final parece que el destino siempre juega sus cartas en un sentido u otro, que todo es puro azar: el ser delatado por un vecino, detenido por la policía, ayudado por quien debe ajusticiarte, o salvar el pellejo por ser objeto del enamoramiento de un mozalbete, de cabeza ligera.

El guion son apenas 150 páginas, que no resultan tan descriptivas ni introspectivas como lo son otras novelas de Modiano. Obra ésta que generó polémica cuando se publicó, pues relatos como este son una patada en la línea de flotación de la alabada heroica defensa francesa contra la Alemania nazi.

Patrick Modiano en Devaneos | Un circo pasa, El callejón de las tiendas oscuras, La hierba de las noches, Accidente nocturno, En el café de la juventud perdida, Más allá del olvido, Recuerdos durmientes, Pedigrí

Tierra de mujeres

Tierra de mujeres. Una mirada íntima y familiar al mundo rural (María Sánchez)

El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer.

José Saramago

1. La escritura se abre paso como forma de conocimiento de una misma y a su vez de altavoz para otras voces silenciadas. María Sánchez (Córdoba, 1989), conocedora de primera mano del mundo rural que habita y en el que trabaja como veterinaria (como lo fue su padre y su abuelo) reflexiona acerca de la invisibilidad y la discriminación sufridas por la mujer en el entorno rural, predominantemente patriarcal, en el que las mujeres seguían un guion fijo consistente en criar los hijos y ayudar a sus maridos en cuantas labores agrícolas, ganaderas, forestales, hubiera menester, pero cuyo trabajo, labor, faena, siempre quedaba a la sombra del hombre luminiscente, considerada una “ayuda”.

2. Si Virginia Woolf reivindicaba su derecho a una habitación propia, metáfora de una independencia que la sustrajera de los debidos roles de madre y esposa, para poder ser ella misma dentro de esa habitación tan anhelada, María con este ensayo quiere que sea la gente que vive en los pueblos quienes piensen sobre su problemática y acerca de su futuro, que no sean pensados ni interpretados ni rescatados por otros que viven en las ciudades, para quienes su acercamiento al mundo rural por parte de los autores parece atender a una moda, acomodando su discurso romo a unas etiquetas vacías de contenido que nada explican.

3. El ensayo de María es una vindicación de la vida rural en esos pueblos que para ella no son la españa vacía, pues están llenos de vida, de interacción entre sus gentes; vecinos que forman una comunidad y se auxilian y preocupan los unos de los otros, de una forma natural como se ha venido haciendo siempre.

4. No llegamos aquí ex-nihilo y María sabe que después del cordón umbilical hay otros lazos, una genealogía por detrás que nos irá conformando y explicando lo que somos. Hace falta siempre tiempo, dejar correr los años, coger distancia (la que la escritura propicia), para ver entonces a tu progenitora de otra manera, fuera ya del rol de madre y pensarla como a una niña, una adolescente, y poder entonces dar la bienvenida mediante el diálogo a sus recuerdos y pensamientos, al murmullo de los incipientes sueños, al cúmulo de alegrías asordinadas, todo aquel flujo y marea incesante de voces bajas-femeninas-silenciadas a las que María aquí y ahora quiere dar la palabra, empezando por la suya; su voz íntima, familiar, feminista, amparadora.

5. La escritura aquí es por tanto conocimiento, memoria y curiosidad por cuanto rodea a María, quien trata de asir mediante el lenguaje el mundo rural que va menguando ante su mirada, por eso su afán pasa por nombrar las cosas, y darles vida, por querer conocer su pasado hablando con sus familiares mayores y con las gentes que como aquel Cayo (el protagonista de la novela de Delibes) tienen mucho que enseñarnos y nosotros que aprender a nada que el interlocutor ponga un mínimo de voluntad y humildad.

6. Aquí la raíz es lo rural y por boca de María su voz suena auténtica y éste es -aunque hay otros muchos- su mayor logro.

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Primera silva de sombra (Eduardo Ruiz Sosa)

Presumo de los libros y los autores que no leo. Como el tiempo es limitado, hay también un arte en no leer, dice Javier Gomá, mi filósofo de cabecera.
En The Game, Baricco nos explica que los jóvenes, los llamados nativos digitales, tienen dos corazones, el que todos conocemos y el otro, a saber, esas herramientas virtuales que forman ya parte de su ser y que ellos precisan de ambos corazones.
Los que no somos tan jóvenes, los primitivos digitales, aquellos que dejamos la caverna y rumiamos el papel de celulosa con avidez, acarreamos libros de aquí para allá, al girar la cabeza vemos cómo la pila de libros sigue aumentando en las mesillas, sobre las baldas de las estanterías, que la sed, lejos de apagarse se acrecienta.

Hace un tiempo comencé a leer a Proust y me extravié por el camino de Swann, otro tanto me sucedió cuando me aventuré en El libro de los pasajes de Benjamin (dentro de sus obras completas publicadas por Abada). Su lectura permanece inconclusa, y está bien que así sea, porque finalizar un libro y dejarlo en la estantería es despedirse de él, a no ser que medie una relectura. Si queda a medias uno puede volver a él tantas veces como guste, azuzado por el peso de la ausencia y al volver, con un recuerdo a medias, la lectura y el libro son otros. Nosotros por supuesto, también. Recibí un correo en el que su sexagenario autor me refería que era tiempo de relecturas, ya saben: los clásicos: Cervantes, Baroja, Nabokov… A veces apetece eso, sustraerse al aluvión de novedades e hincarle el diente a aquello que vale la pena. O siguiendo a Gomá practicar el arte de no leer. Esa es la teoría, porque a mí el confinamiento aviva mi sed.

Ayer y hoy me he visto y desvisto leyendo Primera silva de sombra de Eduardo Ruiz Sosa, al que tuve ocasión de conocer a su paso por la biblioteca de Logroño, cuando vino a presentar junto a Paco y Olga, su libro de relatos Cuántos de los tuyos han muerto, libro con el que este que me ocupa guarda bastante relación. En esos relatos la columna vertebral era la muerte y sus distintas manifestaciones, causas, consecuencias.

En estos textos Eduardo se sitúa a veces un paso antes y otras un par de pasos por detrás de la muerte. Nos habla de la enfermedad, del paso por los hospitales, su relación con enfermos crónicos, y cómo el lenguaje, en su manera de esculpir la realidad, impone a veces unas barreras falsas como el alta médica, que no deja de ser en ocasiones un preámbulo de la muerte, o bien el poco tacto de aquel que te da unos pocos meses de vida y que no deja de interrogarse en voz alta y frente al enfermo, cómo es posible que vivas todavía, como si uno fuera un desertor de un destino que le venía impuesto por los diagnósticos, las pruebas, la experiencia médica.

Tiene Eduardo una novela, Anatomía de la memoria, que me hace ojitos (¿o es polvo de nube?) desde una de las baldas del salón. Pero todo a su debido tiempo. La memoria es algo clave en estos textos. Porque va muy ligada a la escritura, porque el empeño de todo escritor parece ser el de dejar huella de su paso por la tierra, por muy frágil y precaria que esta sea. Sin memoria no somos nada y Eduardo sabe que recordamos lo que fuimos y lo que no tenemos, a veces porque media la distancia, lejos el hogar, la familia, distancia como espacio físico y temporal en el que ubicar el desarraigo, la añoranza, la ausencia, el anhelo de volver, regresar, siempre y cuando haya alguien que te espere, ya que si no sería una errancia, un ir dando tumbos, un moverse, viajar, abrir capítulos en el libro de la vida, porque Eduardo vincula la escritura con el viaje, con el libro que vamos escribiendo, un libro abierto, ilegible, diría Cărtărescu, que quiero citar aquí, porque quizás tras haber leído su segunda parte de Cegador hace unos pocos días, sigo aún bajo su influjo.
El escritor precisa un cuerpo y en su auxilio vienen todos los escritores objeto de su filiación, que lo socorren con sus palabras, citas, ideas, pensamientos. Esto es miel sobre hojuelas. Pero siendo solo cuerpo, cualquier escritor solo sería un gusano más, la suya una escritura subrepticia. Precisa de alas y eso va a cuenta del autor. Es entonces cuando Eduardo, apoyado y luego despojado de las citas ajenas, echa a volar, rasgando entonces la membrana de su propio mundo, pasando las yemas por el filo de la ausencia del hermano muerto, de la inasumible violencia de su país de origen, no rehuyendo el recuerdo doloroso, tratando de saber cuál es su lugar en el mundo, cuál es su ausencia, su desgarro, la tumba sobre la que llorar y explicitar su pena, y vuela con un lenguaje feraz, propio de un texto selvático, laberíntico, que no habita un centro, porque todo él es centro. Y me pregunto si Gil Paz existe o es una máscara, o un heterónimo de Eduardo. No importa. Dan ganas de ir a Lisboa, de brindar emocionado con copas rotas, de llorar en París sobre una tumba de César Vallejo tan gris como su cielo, pero la ensoñación se disipa, porque me dan una mala noticia, pero sé, lo sabemos todos, porque sobrevivir consiste en esto, que de alguna manera tendré que olvidarte. Y nada más, y nada más. Apenas nada más. Siempre la pérdida, la ausencia, la memoria, el vacío, el olvido.