Archivo del Autor: Francisco H. González

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Marcianos. La crónica real que habla sobre el primer viaje a Marte y los seres que allí habitan (Sergio Algora & Óscar Sanmartín Vargas).

Marcianos es una marcianada deliciosa pergeñada a cuatro manos; las de Sergio Algora (1969-2008) a los textos y las de Óscar Sanmartín Vargas (Zaragoza, 1972) a las ilustraciones, editada por la zaragozana Pregunta Ediciones.

Los primeros 10 textos se publicaron en 2010 en la revista cultural Ciclo.
La actual edición recoge 23 textos y 25 ilustraciones (la primera ilustración corresponde al largometraje no realizado «El Planeta Hermético”) de tonos ocres y sepias característicos de Óscar con figuras sin cabeza, pero con piernas y tornco, que remiten a un cuerpo humano trunco, que fue el responsable –entre su vasta producción artística- de las estupendas portadas de Tropo hasta su quiebra.

Oscar Sanmartín Vargas

Sergio Algora que algunos recordarán como cantante del grupo El Niño Gusano o Muy Poca Gente, escribió también poesía, recopilada en la editorial Chaman Editores, bajo el título de Celebrad los días, y textos como el presente que demuestran tanto su capacidad inventiva como su prosa sugestiva. Los textos aquí presentes los hermanaría con ese libro fascinante que es Historia verdadera de Luciano de Samósata, en el que Luciano nos llevaba literalmente a la luna ocurriendo allá toda serie de peripecias al tiempo que nos presentaba a personajes de lo más peculiar. Algo parecido ocurre en Marcianos. Algora y Sanmartín nos llevan hasta Marte para darnos cuenta del primer viaje hasta allá realizado. Como la prosa es alucinada y lisérgica las ilustraciones le van como anillo al dedo, a los breves textos que no pasan cada uno de ellos una página y van en sólo párrafo y cuyo encabezado ya nos pone en situación pues los marcianos de marras llevan nombres como estos: El marciano novela exquisita, El marciano Dios cojuelo, El marciano chinita tú, El marciano finalmente fértil, El marciano olor a norte, El marciano ganancia de pescadores.

EL MARCIANO DOS AVEMARÍAS ha dejado de creer en algo. No nos quiere decir en qué. Pero está claro por su aspecto que esa creencia le consumía. Marchó de su pueblo muy joven para practicar con otros como él la fe. En qué, no estaba permitido decirlo. Ahora ha vuelto al pueblo donde ya nadie le reconoce y se puede ver todas las noches al marciano Dos Avemarías enterrando sus viejos ideales en la última palabra que quiso decir y que su fe tuvo, durante todos estos años, silenciada.

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El lugar de la espera (Sònia Hernández)

El lugar de la espera es la tercera novela que leo de Sònia Hernández, tras Los Pissimboni y El hombre que se creía Vicente Rojo y la que más me ha gustado con diferencia.

Le encuentro a la novela unas hechuras muy Vilamatianas, y digo novela cuando perfectamente podemos hablar de ensayo, pues la novela aquí es tentativa prueba acercamiento. Y digo Vilamatiana porque el corifeo de voces que forman el nosotros que narra, aunque luego cada historia se desgrane en la segunda persona, juega con las cartas marcadas del fracaso, la desesperanza, la desubicación, la invisibilidad, la imposibilidad creadora, el desnortamiento, la derrota, la desaparición, etcétera, motivos beckettianos, que alimentaron novelas como Aires de Dylan, El viaje vertical o los jugosos ensayos compilados en Impón tu suerte. Aquí, el leitmotiv es la búsqueda del (sin)sentido a cuanto les pasa, pesa, circunda, agrava y acorrala, sin que les valgan las religiones, las fórmulas matemáticas, la fe y la ciencia en vía muerta.

Si ahora los miedos son a las manadas, las agresiones sexuales, las violaciones, al acoso escolar, a la falta de privacidad (que paradójicamente cedemos sin apenas pensarlo a toda clase de aplicaciones para móviles), al terrorismo indiscriminado, al calentamiento global, a la pérdida de libertades, al excedente de la mano de obra sustituido por las máquinas, etcétera, antes los miedos de los aquí presentes, nacidos cuando el dictador estaba ya en franco declive, sino ya ultimado, eran otros: el miedo al SIDA, a caer en las drogas, a ser arrollado al cruzar las vías de los trenes anejos a sus viviendas…

Pensemos en un cuño en una mano, el sello lleva grabado la palabra “Generación”. El caso es que cuando se lleva a cabo la impresión aquello resulta ser una calcamonía, porque no hay una generación ni una seña de identidad ni un objeto que explique una infancia ni una voz que sea la de todos, porque cada voz individual aquí es un murmullo, un quejido, un lamento, un ruido de fondo indefinido, que dista mucho de ser algo armónico, más bien algo que chirría, desafinante, un zumbido, un malestar general ante una sociedad y un sistema capitalista, que nos hemos dado entre todos, que sienten que les ha dado la espalda, que los ha invisibilizado y ninguneado, que los ha reducido a ser meros consumidores, usuarios desesperanzados, aunque ellos aspiran y una y otra vez a alzar la voz, llegar a expresarse, a través del teatro, la interpretación, la escritura, las performances -lo artístico en todas sus manifestaciones; desfilan artistas como Marina Abramović, Gabriel Orozco, Adrianna Wallis, Martín Vitaliti, Oriol Vilanova…- el anhelo de remover conciencias, algo que les permita coger confianza en sí mismos, ganarse otra oportunidad, tal que el futuro, esos dos años de espera a los que se alude como un mantra, no sean un erial.

Sònia Hernández plausiblemente hace narrativa la zozobra, la inseguridad, lo precario, la imposibilidad y su urdimbre, aquilatando página a página un discurso evanescente, vaporoso que como en el ciclo del agua se evaporase para volver a caer de nuevo a nosotros. Una y otra vez.

La existencia como la adición de (la) espera y (el) desespero.

Acantilado. 2019. 176 páginas

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Cuántos de los tuyos han muerto (Eduardo Ruiz Sosa)

Cuántos de los tuyos han muerto, libro de relatos de Eduardo Ruiz Sosa (México, 1983), editado por Candaya, debería de llevar a modo de faja, una liga negra con una inscripción donde se leyese, en mayúsculas, MEMENTO MORI.

Sobre ese estado alarmado y de excepción que es la vida y también de sitio, del no lugar, Eduardo escribe once relatos y una coda, a cual mejor.

Sabía que Eduardo había escrito la novela Anatomía de la memoria y en estos relatos hay muerte y memoria, esa muerte en vida que nos sobreviene cuando comenzamos a olvidar(nos) de las cosas y de nosotros.

El interregno que media entre la nada de la que venimos y la nada a la que vamos, aquello que llamamos vida, soberana, la puebla Eduardo de fantasmas reales, de sordidez y truculencia, metiendo el bisturí entre las vísceras de una realidad que eviscerada resultará tan atroz como verdadera, así que no nos extrañe que, por ejemplo, una hija quiera envenenar a su madre, que otra hija viaje con el cuerpo (cenizas) de su madre en una maleta, que unos amigos busquen la manera de aliviar (ultimar) la existencia a un amigo que estando en la últimas va enviando a la Parca a otros, presuntamente, en mejor estado, aquel que escenifica su muerte hasta que un buen día la clave del todo, la madre que se va de este mundo sin haber confesado a los que se quedan sus deseos y dejando una estatua trunca y sin su restitución o ese hermano que busca y rebusca a su hermano desaparecido, casi a diario, en un depósito de cadáveres hasta encontrar una solución desesperada que te hace crujir por dentro.

Son estos los elementos con los que Sosa, cáusticamente, adereza unos relatos breves, ninguno supera las veinte páginas, en los que a pesar de estar una y otra vez la muerte ejerciendo de serenovigilante, los distintos enfoques, desarrollo y ejecución no dejan sensación de reiteración ni nada parecido, más bien lo contrario, una sensación de extrañamiento sorpresa perplejidad ante una voz narrativa propia (la sintaxis encabalgada, la (puntual) falta de comas y la disposición de las palabras logra vigorizar los textos), aquella que surge como una copia sin modelo.

Hablamos en definitiva de unos relatos insoslayables, de un candayazo en toda regla.

Candaya. 2019. 173 páginas