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El lugar de la espera (Sònia Hernández)

El lugar de la espera es la tercera novela que leo de Sònia Hernández, tras Los Pissimboni y El hombre que se creía Vicente Rojo y la que más me ha gustado con diferencia.

Le encuentro a la novela unas hechuras muy Vilamatianas, y digo novela cuando perfectamente podemos hablar de ensayo, pues la novela aquí es tentativa prueba acercamiento. Y digo Vilamatiana porque el corifeo de voces que forman el nosotros que narra, aunque luego cada historia se desgrane en la segunda persona, juega con las cartas marcadas del fracaso, la desesperanza, la desubicación, la invisibilidad, la imposibilidad creadora, el desnortamiento, la derrota, la desaparición, etcétera, motivos beckettianos, que alimentaron novelas como Aires de Dylan, El viaje vertical o los jugosos ensayos compilados en Impón tu suerte. Aquí, el leitmotiv es la búsqueda del (sin)sentido a cuanto les pasa, pesa, circunda, agrava y acorrala, sin que les valgan las religiones, las fórmulas matemáticas, la fe y la ciencia en vía muerta.

Si ahora los miedos son a las manadas, las agresiones sexuales, las violaciones, al acoso escolar, a la falta de privacidad (que paradójicamente cedemos sin apenas pensarlo a toda clase de aplicaciones para móviles), al terrorismo indiscriminado, al calentamiento global, a la pérdida de libertades, al excedente de la mano de obra sustituido por las máquinas, etcétera, antes los miedos de los aquí presentes, nacidos cuando el dictador estaba ya en franco declive, sino ya ultimado, eran otros: el miedo al SIDA, a caer en las drogas, a ser arrollado al cruzar las vías de los trenes anejos a sus viviendas…

Pensemos en un cuño en una mano, el sello lleva grabado la palabra “Generación”. El caso es que cuando se lleva a cabo la impresión aquello resulta ser una calcamonía, porque no hay una generación ni una seña de identidad ni un objeto que explique una infancia ni una voz que sea la de todos, porque cada voz individual aquí es un murmullo, un quejido, un lamento, un ruido de fondo indefinido, que dista mucho de ser algo armónico, más bien algo que chirría, desafinante, un zumbido, un malestar general ante una sociedad y un sistema capitalista, que nos hemos dado entre todos, que sienten que les ha dado la espalda, que los ha invisibilizado y ninguneado, que los ha reducido a ser meros consumidores, usuarios desesperanzados, aunque ellos aspiran y una y otra vez a alzar la voz, llegar a expresarse, a través del teatro, la interpretación, la escritura, las performances -lo artístico en todas sus manifestaciones; desfilan artistas como Marina Abramović, Gabriel Orozco, Adrianna Wallis, Martín Vitaliti, Oriol Vilanova…- el anhelo de remover conciencias, algo que les permita coger confianza en sí mismos, ganarse otra oportunidad, tal que el futuro, esos dos años de espera a los que se alude como un mantra, no sean un erial.

Sònia Hernández plausiblemente hace narrativa la zozobra, la inseguridad, lo precario, la imposibilidad y su urdimbre, aquilatando página a página un discurso evanescente, vaporoso que como en el ciclo del agua se evaporase para volver a caer de nuevo a nosotros. Una y otra vez.

La existencia como la adición de (la) espera y (el) desespero.

Acantilado. 2019. 176 páginas

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