Archivo del Autor: Francisco H. González

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El proceso (Franz Kafka)

El proceso de Franz Kafka era un libro que quería leer hacía tiempo. Es una novela inacabada, en la que Kafka comenzó a trabajar en agosto de 1914; inacabada al igual que El castillo y El desaparecido pero que se puede leer perfectamente porque el comienzo y el final lo tenemos. En el desarrollo de la novela quedan capítulos descartados en los que vemos que el protagonista de la novela, Joseph K. tiene intención de ir a ver a su madre (a o que no ve desde hace tres años), o en donde se ve lo bien considerado que K. estaba en ciertos círculos (formado por jueces, fiscales, abogados).

La contraportada de la novela dice que K. es acusado de un crimen que desconoce por jueces

No hay nada de esto en la novela. No se dice que K. haya matado a nadie. Lo que sí hay es un proceso judicial que se inicia contra él cuando un día entran en su domicilio y lo llevan a interrogar. Todo es absurdo, inverosímil (ahí lo aterrador, porque resulta precursor en el devenir de los regímenes totalitarios) porque K. clama su inocencia sin que sepa en ningún momento de qué se le acusa, cuál su delito. En sus investigaciones el lector sabe lo mismo que K. Nada. Luego se cierne sobre él, y sobre todos, una especie de amenaza fantasma, una sombra ominosa, la de un monstruo sin cabeza (un Estado sustentado en una justicia ciega, sorda y arbitraria) que en cualquier momento podría abrir su boca y devorarlo, o bien sencillamente ultimarlo con matarifes de por medio que cumplan órdenes, cualquier orden, por letal que ésta sea.

Desde las primeras páginas la circunstancia de K. resulta en extremo desasosegante, cunde el misterio, la sorpresa, la extrañeza, para luego dejar paso a la zozobra en la que se sume K. quien ve cómo a resultas del proceso su vida se verá alterada, al igual que la imagen que los demás tienen de él, pues el proceso le endosa una mancha de la que no es fácil desprenderse. K. a instancias de un tío suyo trata de aliviar su situación contratando a un abogado del que no saca nada en claro; un pintor, un tal Titorelli, que le explica (en un cuchitril mal ventilado, viciado, asfixiante, que es la atmósfera que impregna toda la narración) en qué puede ayudarlo sin que aquello le resuelva nada; el comerciante Block que pone a K. en antecedentes de lo que supone estar inmerso en un proceso, siempre en la cuerda floja, con el agua al cuello, dando muestras de en qué puede convertirse alguien dominado por la indignidad y la bajeza, siempre esperando y desesperando (como el Drogo de El desierto de los tártaros; espera en la que se consume y desbarata la existencia) o bien un capellán (que forma parte del tribunal) que en la catedral le cuenta a K. una historia que lo sumirá todavía más en la desazón, al tomar conciencia K. de que no hay salvación posible, como si la llegada a la tierra fuera acompañada de un pecado original del que los humanos no son capaces de desprenderse, algo por tanto por lo que tendrán que pagar un alto precio, cuando se les exija, en forma de proceso, por ejemplo.

Muy recomendable es leer el prólogo a la novela de Jordi Llovet.

Franz Kafka en Devaneos

El fogonero
Carta al padre

Lecturas periféricas: El otro proceso de Kafka (Elías Canetti)

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Morir en agosto (Javier Martín)

Todos los caminos conducen a Roma. Aplicado a la literatura esto viene a ser que Todos los caminos (me) conducen a Enrique Vila-Matas. Comienzo los Cuentos salvajes de Ednodio Quintero y ahí está el prólogo de EVM. Leo El reino de Tavares y ahí está el prólogo de EVM. Principio el 2020 leyendo Morir en agosto (2004) de Javier Martín y me imagino que ya se van haciendo una idea de quién es el prólogo. Sí, EVM escribe el prólogo y además es un personaje de la novela, como también lo es Roberto Bolaño, que seis años antes había publicado Los detectives salvajes, cuya estructura replica Javier. Un Javier muy dado a lo metaliterario de ahí que la presencia de EVM sea ineludible porque cuando éste un buen día pilló a las musas distraídas y a bocajarro les preguntó Que és la metaliteratura, sin titubeo alguno y cual corifeo respondieron Y tú nos lo preguntas. La metaliteratura eres tú, Enrique.

Morir en agosto supuso el debut como novelista de Javier Martín (1965, Andorra (Teruel)) y a su vez supuso también casi el debut de una editorial en sus albores. Hablo de Candaya. Este fue su segundo título editado. ¿Saben cuál fue el primero? Mariana y los comanches de Ednodio Quintero. La literatura, se ve, es un circuito cerrado.

La novela es un circunloquio de 264 páginas. Si Bolaño nos tuvo en cantar durante un sinfín de páginas en pos de Cesárea Tinajero, Javier hace aquí lo propio sin desvelar hasta el final qué sucedió con Ruth Balvey, una joven a la que Santos Puebla frecuentó durante dos veranos en su pueblo cuando tenía 13 años.

La primera parte son fragmentos de testimonios de amigos y familiares de Santos Puebla que dan como resultado una naturaleza muerta -todas lo son- un bodegón humano que no permite llegar al centro del ser de Santos, escritor con obra escasa que se relame en el durante, en la imposibilidad, en el solaz de lo inconcluso (ahí entra EVM y el discurso bartlebyiano, la escritura como algo parecido a escribir en la niebla, el espacio en el papel en el que la realidad y la ficción se confunden, aparean, amalgaman), pero a su vez con la idea y el empecinamiento de escribir una novela que le permita exorcizar su pasado y hacer la autopsia a sus recuerdos, con las limitaciones de la memoria y las asechanzas del olvido.

La segunda parte es el testimonio de Julián Ríos, «facultativo» que trató a Santos y encarrila la narración por las laderas del ensayo acomodando su discurso a la crítica a una sociedad obsesionada por la seguridad, que no acepta la muerte, ni la diferencia, que censura cualquier alteración en la conducta y aumenta el censo de locos en los manicomios. Presente la figura de Panero y ese FIN inasumible por aquellos que aspiran a la eternidad, que deshechan el lastre del pasado y el presente les parece poco más que una anécdota.

Finalmente el circunloquio concluye. Sabremos quién fue Ruth y qué pasó con ella y en qué medida esto conformó o deformó (cuando la existencia es un sumatorio de días con más fusta que fuste) al Santos escritor, a quien la literatura, a pesar de todo, salvaría del vacío, o eso dice.

Un notable debut el de un Javier que me parece que no ha publicado más novelas, regresando así a la alegría del inédito y del repliegue en el anonimato.

Primeras voluntades (José María Micó)

En la ciudad del medio del camino
ya nada mueve el sol y las estrellas.
Tú que poblaste, solo, estas esquinas,
tú que viviste aquí como vivieron
la peste negra y el amor sin mancha,
el fiero jabalí y el león sedente,
vuelves a un suelo que jamás fue tuyo.
Entras en el lugar como otras veces
y preparas de nuevo el fugitivo
y propicio consuelo que te aguarda
en la posteridad del alimento.
Subes una vez más a San Miniato.
La luz se descompone en su fachada
y pides la limosna de un recuerdo,
algo sólido y breve que desmienta
tu triste condición de caminante.

Acantilado. Primeras voluntades. 2020