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Dolor humano, pasión divina (Sor Ana de la Trinidad)

Dolor humano, pasión divina, editado por Los aciertos, nos permite un enjundioso acercamiento a la figura de la monja y escritora riojana (Alcanadre), Sor Ana de la Trinidad (Ana Ramírez de Arellano), la cual murió con 36 años, en 1613.

Su producción es breve, y consta de tan solo 19 sonetos, cuya autoría hasta hace pocas décadas quedó oculta baja la de la abadesa Cecilia del Nacimiento, con la cual coincidió durante diez años en el convento carmelita de Calahorra. Parece ser que estos sonetos fueron un regalo de despedida de Sor Ana hacia Cecilia, cuando esta última abandona Calahorra para trasladarse a Valladolid.

Los sonetos caen en el terreno de la poesía mística, en la onda de los de Fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz, a quienes sor Ana parece haber leído.

Es muy recomendable acompañar la lectura de los sonetos con las notas y la introducción que aporta Jesús Cáseda, que nos permite situarnos en el contexto histórico de la escritura de los sonetos, cuando la mujer escritora empezaba a despuntar allá por 1550, con figuras como María de Zayas, ya en el siglo XVII o Ana Beatriz Bernal, autora de la primera novela en castellano escrita por una mujer.

Cada uno de los sonetos va acompañado de su significado y valoración crítica. Creo que lo recomendable es leer los diecinueve sonetos seguidos, sacar nuestras propias conclusiones y significaciones y después contrastarlas con las sustanciosas notas de Jesús Cáseda, que nos permitirán entender mejor los elementos constitutivos de la poesía mística de Sor Ana de la Trinidad, en su uso de los símbolos, la paradoja, la metáfora espiritual, la alegoría, la evocacion, etcétera. Un universo cerrado, el de la mística, por lo que los diecinueve sonetos tienen elementos comunes (re-creándose la autora en los tópicos y lugares comunes de la literatura mística, que aparecen aquí concentrados y quintaesenciados), en su anhelo de expresar, muy fluidamente, lo inefable, alcanzar la comunión con Dios, y en los que prima y se transmite con toda su intensidad, la alegría, el dolor, la efusión, la espera, la conciencia de que la vida es un tempus fugit y para Ana fue breve, muy breve. Como colofón, sirva el verso que va en el pórtico a estos evocadores y delicados sonetos.

Y el tiempo breve pasarás en flores.

Los aciertos Ediciones. 160 páginas. 2020

Pablo Katchadjian

Amado Señor (Pablo Katchadjian)

61 formas distintas de manifestarse con el Señor, las que propone Pablo Katchadjian (Buenos Aires, 1977), en Amado Señor (editado por Hurtado & Ortega, en su Biblioteca K) , al cual su interlocutor no sabe de qué le está hablando, ni para qué, pero siente que éste le escucha, y así se lo agradece. La escritura aquí se convierte en confesiones que le permiten abrirse a sí mismo para abrirse al mundo, pues el señor aquí es algo polifacético que puede ser relámpago, vida, escarabajo, bendición, sueño olvidado…, porque allá donde el narrador, que habla por escrito, fija su mirada o su pensamiento o sus recuerdos (con sus historias familiares, todo ese palimpsesto genealógico de raíces gitanas, que tras alumbrarnos nos conforma) encuentra la manifestación de la divinidad, que adopta aquí la forma de una conciencia, una aptitud, una actuación, como si ese señor no fuera otra cosa que una proyección, una protección, a veces también una defección de sí mismo. Alguien a quien rendir cuentas del estupor y la maravilla que es la vida, de aquella incerteza que no desaparece cuando se resuelven las dudas, esa tensión entre libertad y falta de libertad a la que nos entregamos, la tensión entre la vida y destino, como si éste último fuese la muerte y la vida todo lo que hacemos, inútilmente, para distraerla o apaciguarla.

Una vivaz narración escalonada, de capítulos enhebrados, que como cuentas de un rosario, recitados cada capítulo en voz alta, quizás operen como mantra, pero que yo la siento (su Voz y su Escritura) como flujo, reflujo e influjo.

La literatura, así agraciada y transmutada, deviene Uno y Trino.

Hurtado & 0rtega. 2020. 152 páginas

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Duelo (Eduardo Halfon)

Existe en hebreo una palabra para describir a una madre cuyo hijo ha muerto: Sh’khol. Un dolor tan grande y tan específico que necesita su propia palabra, escribe Halfon en Duelo. Una pérdida, la de un hijo, que no tiene parangón.

En este libro, el autor guatemalteco tiene un propósito, saber qué pasó con un hermano de su padre llamado Salomón, que cree recordar que murió ahogado, con cinco años, en el lago guatemalteco de Amatitlán. Unas pesquisas desalentadas por su progenitor, que le insta a no remover, a dejar las cosas quietas.

Halfon incide aquí en lo autobiográfico, como en otros libros suyos, y pienso en Saturno, Monasterio, Señor Hoffman, El boxeador polaco… Hay temas recurrentes, recorridos todos ellos por la pérdida, la ausencia, el desgarro de la partida y el exilio, que pudimos experimentar en Logroño (en el Festival de narrativas Cuéntalo) cuando Halfon nos recitó Partirse en dos.

Halfon volverá de adulto a Guatemala, a pies del lago, para confirmar si allí murió su tío. En su camino se cruza una santera que le permita conectar a Eduardo con su naturaleza soterrada. Un viaje a las raíces que, como todo buen viaje, no es sólo un desplazamiento físico, y le permite al viajero entender que la pérdida es única para cual, pero común a todos los mortales, y ahí le enteran entonces a Eduardo de un reguero de niños ahogados en el lago, como si esta masa de agua tuviera una avidez de sangre insaciable.

En poco más de cien páginas Halfon nos lleva de Guatemala a su infancia en los Estados Unidos, su aprendizaje del inglés, los rifirrafes con su hermano, el temperamento de su madre, y algo que siempre anida en todos los textos de Halfon, a saber, la sutil manifestación de un sentimiento, y esto se ve cuando nos refiere la vez en que tras tener una algarada con su hermano, al que le rompe el pie, cree que su padre le va a dar una golpiza, merecida y deseada por su conducta filial nefasta, pero lo que le llueve no es un castigo corporal, sino algo peor, una foto en la que aparece su tío, con un edificio nevado a sus espaldas, un hospital, en el que moriría, sólo, y así la transferencia de una pena, de un dolor adulto que se comunica a un hijo, que pierde así su ingenuidad y candidez, para abrirse irremediablemente a la vida adulta. Son momentos como este o como el que nos depara su final, en donde se capitaliza toda la emoción que el texto va acumulando, cuando de una forma muy gráfica vemos un cuerpo entrar en el agua y encontrar ahí un bautismo, una comunión, a veces también la muerte, algo que nos comunica, en definitiva, con el más allá que hay en nuestro ser.

Libros del asteroide. 2018. 112 páginas

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Edén, Edén, Edén (Pierre Guyotat)

Leer Edén, Edén, Edén sin marcapáginas es un puto infierno, infierno, infierno. Es posible que este libro de Guyotat (escrito en 1970 con 30 anos) lo haya «leído» un par de veces, o más.
Si este libro fuese un cómic, los bocadillos serían (de) salchichas, anhelantes de orificios, sin importar cual. La lefa es el pan suyo de cada día. Los cuerpos buscan sexo una y otra vez de manera incansable, entre humanos, con canes. Tras el orgasmo vuelven otra vez a la carga. En su mayoría son relaciones entre hombres en el desierto de Argelia; la palma se la llevan dos putos, Khamssieh, Wazzag, seguido del follamaestre, el pastor (que esconde a lo Copperfield un jaramillo en su ano) y los soldados, siempre prestos para el acoplamiento. Las escenas se repiten, sin apenas variación, en este edén triplicado, que de Edén tiene poco, pues viene a ser un desierto, donde humanos y animales se la pasan copulando. Es posible que no haya nada mejor que hacer. Guyotat pone toda la carne (salchichas y morcillas humanas) en el asador, con un menú compuesto de prosa seminal/espermática, sanguínea, sudorífera, excremental, vomi-tónica. Los cuerpos son sumideros de entrada y salida. Aquí la moral ni está ni se la espera. El sexo es solo eso, no sabemos qué experimentan al hacerlo, al darlo y recibirlo, y únicamente parece atender a la satisfacción irrefrenable de ese impulso. La narración simplemente trata (y lo hace de manera sumamente explícita) de describir y encadenar estos actos sexuales hasta la saturación, sin páginas en blanco, ni interrupciones, todo en bloque; un muro de palabras sin asideros, pasando del acoplamiento al desacoplamiento sin transición. Y en este infierno lector, el céfiro viene de la mano del monumental traductor Giráldez, autor también del epílogo. No le debe haber resultado nada fácil lidiar con un Victorino como este.
Lo del fardel sexual y otras tantas expresiones aquí derramadas serán imposibles de olvidar. Considerada pornográfica en su día gracias a editoriales como Malastierras este triplete edénico lo tenemos ahora disponible en castellano para leerlo y sufrirlo como se merece. Aquí me quedo pues, tras la lectura como una vaca mirando al tren, reamorcillado, estomagado e incluso arcádico.
Y después de esto, qué.

Malas tierras editorial. 2020. Traducción y epílogo Rubén Martín Giráldez. 309 páginas