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Correo literario (Wislawa Szymborska)

Con un blog literario entre manos en alguna ocasión he recibido la proposición de leer algunos libros. En estos quince años la cosa ha ido extraordinariamente bien pero ha habido algún caso de algún escritor que se ha mosqueado al no apreciar en mi reseña los elogios de los que se sentía acreedor e incluso ha llegado a pensar, con firme determinación, que mi humilde opinión podía llegar a hundir o lastrar una carrera literaria, cuando este blog no lo sigue ni Dios, tiene menos proyección que un cinexin (como afirman una editorial riojana para sí), ni siquiera hay contador de visitas ni de seguidores y mi opinión, como todas, es sencillamente una opinión más. El problema les surge a estos escritores cuando un libro lo leen unas pocas docenas de personas y sólo se toman la molestia de reseñarlo, en el mejor de los casos, cuatro o cinco personas (yo uno de ellos; el que no haya más personas que quieran leer su libro y reseñarlo es evidente que no es competencia mía) y la reseña no se acomoda a las pretensiones de su autor.

Este libro de Szymborksa (con traducción de Abel Murcia y Katarzyna Moloniewicz) es muy oportuno porque recoge un sinfín de contestaciones, en las que prima el humor, que como responsable del Correo literario, Szymborska daba a los aspirantes a ver publicados sus poemas, bajándoles los humos y sofocando su vanidad. Prima la ironía y las contestaciones son tronchantes. Sabe Szymborksa, que los escritores, ella lo era, tienen a menudo el ego desmedido y parece que todo debe girar en torno suyo, a su trabajo, a su obra, y siempre esperan el reconocimiento en todo lo que hacen, y muchos de ellos ni aceptan las sugerencias ni las críticas ni algo tan fácil de entender como que lo que han escrito a veces no vale un pimiento.
Lean a Szymborska y se echarán unas risas con estas páginas en las que brilla una inteligencia que se manifiesta claramente en esta pequeña selección de fragmentos cuya lectura he disfrutado mucho.

La verdadera literatura empieza realmente cuando los personajes vivos intrigan más que un misterioso cadáver.

El realismo no consiste en emplear un esquema trillado en miles de sketches. Todo lo contrario, se llega a él precisamente cuando se acaba el esquema y las personas que entran en acción empiezan a pensar y a sentir a semejanza, más o menos, de las personas de verdad.

El talento literario no es un fenómeno de masas.

Sí, sí, así es, las musas son amorales y caprichosas. A veces están del lado de la futilidad.

Se habla de «escritores malogrados», pero nunca de «lectores malogrados». Existen, por supuesto, montones de lectores fallidos —está claro que no le vemos a usted entre ellos—, pero no parece que tengan que pagar por ello, y sin embargo, si alguien escribe y no acaba de salirle del todo bien, la gente se pasa el tiempo suspirando y haciendo todo tipo de extraños guiños a su alrededor.

Sin embargo, no somos partidarios de proponerle lecturas, por así decirlo, «adecuadas». Tendría sentido si el jovenzuelo no mostrara ninguna afición por las letras y tuviera la intención de convertirse en uno de esos técnicos brutos. En este caso, ese riesgo no existe en absoluto. Que se busque libros por su cuenta (de hecho, ya lo hace), que aprenda a elegir por sí mismo, y si se interesa por algún libro demasiado difícil para su edad, no se preocupe, léalo usted también a hurtadillas para tener argumentos cuando haya que hablar del tema. Porque hablar de libros es algo necesario.

Así, en líneas generales, parece que se mete usted en unos problemas fuera de lugar en los inicios. Primero, debería preocuparse por saber si tiene algo que decir. Desde ese punto de vista, sus poemas son un desierto y eso ningún truco formal lo puede ocultar. «Quiero ser poeta». Ja, de nuevo empieza usted por el final. Preferimos claramente a los que simplemente «quieren escribir». Lo que pasa es que eso es algo muy serio.

Recuerde una cosa, por favor: el autor tiene que ser un espía de sus personajes de ficción, escuchar detrás de la puerta, observarlos a escondidas cuando están solos, abrir sus cartas e intentar saber sobre qué temas callan.

Somos partidarios del viejo principio de que el escritor tendría que saber de sus personajes algo más que ellos mismos. O, como mínimo, lo mismo. Eso sí, nunca menos. ¿Cómo explicar la decisión de Marek de dejar de golpe y porrazo su trabajo en la fábrica? En el relato no hay ninguna justificación de ese hecho, y eso a pesar de que se trata de un punto de inflexión en la vida del protagonista que resultará decisivo en el futuro. Hasta los más pequeños actos de una persona tienen un sinfín de motivos. Un autor debería aspirar a descubrir esos motivos, crear una especie de jerarquía según el grado de importancia, y, muy a menudo, sacar a relucir motivos que hasta ese momento habían pasado desapercibidos. La pregunta «¿por qué?» es la pregunta más importante en el idioma terrestre, y muy probablemente también en los idiomas de cualquier otra galaxia. El escritor tiene que conocerla y tiene que saber hacer uso de ella. Para empezar, intente usted enterarse de alguna cosa más de ese Marek suyo.

El tema es lo más fácil, y por sí mismo no tiene ningún valor literario. Empieza a tenerlo cuando se enmarca en una realidad psicológica y social, cuando aparece documentado por la observación y la experiencia del autor.

Si alguien bebe, lo hace entre un verso y otro. Es la cruda realidad. Además, si el alcohol fuera coautor de la gran poesía, uno de cada tres ciudadanos de nuestro país sería al menos un Horacio. Y así, nos hemos visto obligados a derribar un mito más. Esperamos que logre salir de esas ruinas sano y salvo.

La guerra de las salamandras

La guerra de las salamandras (Karel Čapek)

Čapek murió sin haber cumplido los cincuenta, pero antes de diñarla nos dejó obras como La guerra de las salamandras (con traducción de Anna Falbrová), una distopia delirante. Los primeros capítulos van en la línea de cualquier relato de Conrad, un país exótico, un capitán con gancho, salamandras juguetonas.

Como siempre lo que ha movido a la humanidad, con los Estados capitalistas a la cabeza, es la codicia y más pronto que tarde se trata de ver qué provecho darle a las salamandras, las cuales se muestran muy duchas en el arte de encontrar perlas en aguas tropicales. Luego, por intereses crematísticos las salamandras se irán distribuyendo por todo el orbe, empleadas en otros fines como mano de obra barata, sumisa y nada problemática.
La guerra de las salamandras
Čapek despliega su fértil imaginación y en su narración irá aportando distintos puntos de vista, un enfoque digamos panóptico a través de noticias de periódico, actas de asambleas, estudios conductuales y científicos de las salamandras o extractos de ensayos filosóficos con los que la humanidad trata de explicarse la proliferación de las salamandras diseminadas por todo el planeta.
La guerra de las salamandras

El punto de inflexión viene cuando las salamandras, de naturaleza pacífica, se contagian de los humanos y deciden lograr sus objetivos a través de la fuerza y el empleo de la violencia. Ese momento tiene su desenlace con la guerra de las salamandras que da título al libro.

Čapek se pitorrea de la liga de las Naciones, de los alemanes, vencidos por una salamandras, y de todos los países europeos alentados todos ellos por el mismo afán: ganar dinero sin miramientos, a través del comercio, y da igual vender plátanos que armas, y ahora todos ellos envueltos en la misma tesitura bélica.

Čapek escribió este libro en 1936, en el pleno apogeo de Hitler, y en el texto anida la desesperanza, como si lo mejor que le pusiera pasar a la humanidad fuera desaparecer, borrarnos de un plumazo del mapa, dado que no es posible un nuevo despertar, cuando dicha aurora estará (Čapek no llegara a sufrirlo) en manos de tiranos como Hitler, Stalin o Mussolini.

La guerra de las salamandras

Parece que la humanidad siempre está al borde del precipicio, el siglo XX ha sido el siglo de las guerras mundiales, las dictaduras, los genocidios. Las guerras siguen hoy, el cambio climático se agrava, seguimos camino del precipicio, al borde del colapso económico y climático, pero todo esto nos importa un pito, somos puro presente, programados para consumir sin importanos un carajo el precio a pagar.

Čapek que era un tipo listo sabía que de los horrores no se aprendía absolutamente nada. El libro, bellamente editado por la editorial Ediciones del zorro Rojo, cuenta con las preciosas ilustraciones de Hans Ticha y yo en su última página me he quedado también (con)fundido en negro.

Lean a Čapek. Busquemos amparo en el desencanto, fruto de la lucidez de este librepensador.

Democracia

Democracia (Pablo Gutiérrez)

Antes de leer Nada es crucial y con Cabezas cortadas entre manos recupero las notas de lectura de una novela que disfruté mucho cuando la leí a finales de 2012: Democracia.

Pablo escribe como los ángeles y ¿cómo escriben los ángeles os preguntaréis?. Escriben bien, creo, como entidades celestiales que son, si bien esto ya es objeto de la literatura post-terrenal.

A Pablo no le falta ambición (un escritor sin ambición sirve para escribir prospectos). Con la que está cayendo el autor se pone el mono de trabajo y pluma en mano (es un decir, pues la mayoría de escritores tiran de portátil) se afana en la tarea de describir la situación que vivimos de hace cuatro años a esta parte.

El inicio es la caída del banco de inversión Lehman Brothers. Esa burbuja inmobiliaria que nadie quería desinflar: bancos, ayuntamientos, administraciones, agentes de la propiedad inmobiliaria, hipotecados, etc, finalmente estalla. Por culpa de los derivados financieros, por la codicia de muchos, por la estulticia de otros tantos, por la nula supervisión, por el postulado que siempre se cumpliría que decía que «el precio de la vivienda siempre irá al alza» y que dejó de cumplirse, por querer cumplir sueños que se tornaron pesadillas atiborradas de desahucios y suicidios, todo se acabó yendo al garete.

El capitalismo salvaje sufrió un golpe en la línea de flotación y quienes estaban abajo, como siempre, sufrieron-sufren-sufrirán, las consecuencias en sus carnes cada día más magras, mientras que los que barajaban las cartas, cambiaron de juego, pero no ideales: seguir enriqueciéndose a toda costa.
Coger eso que está ahí delante de tus narices en un mercado liberalizado que facilita el darwinismo social.

De hecho vemos cada día que los políticos dan dinero a los bancos porque piensan que será mejor que se hunda un país con sus ciudadanos-votantes dentro, antes que unas cuantas entidades financieras privadas (ya saben, privatizamos los beneficios y ponemos todos el culo cuando hay pérdidas: es decir las socializamos), porque es mejor servir al capital que atender al capital-humano, porque es mejor desmantelar las ayudas en educación destinadas a la diversidad, proyectos PROA, entre otros, que negarle lo que piden a estas entidades financieras codiciosas, que después de hundirse por su pésima gestión, ahora nos toca reflotar, talonario en mano entre todos.

El día que el banco de inversión Lehman Brothers cae (un eufemismo porque tanto Lehman Brothers como la aseguradora AIG, eran demasiado grandes para caer y el Estado ya tenía puesto el colchón relleno de billetes de 100 pavos debajo para minimizar la caída, con la máquina de hacer billetes a todo trapo), el joven Marco, nuestro protagonista es cesado en su empresa.

Ese momento marcará el punto de inflexión existencial de Marco, quien vivirá también su personal caída, su bajada a los infiernos, su derrumbe, el socavamiento interior, la ruptura con todo lo que era su mundo, una vez dinamitada la relación laboral, la familiar y la afectiva serán piezas de dominó buscando tierra. Dispondrá entonces de toneladas de tiempo libre que la pesarán como una losa. Tiempo en el que conectará con tres anarquistas con los que abrazarse a una idea superior: La ciudad. Primero versos, luego piedras, la algarada.

Sirviéndose de la figura de George Soros, el húngaro que desde la pobreza crearía un Imperio, un hombre (des)hecho a sí mismo, filántropo y multimillonario, capaz de hundir países con sus transacciones financieras, cual trilero sobre el tapete, el autor nos presenta la cara menos amable de ese capitalismo salvaje, de aquellos que sin escrúpulos de ningún tipo y aprovechando(se de) la legislación vigente y el libre mercado especulan con cualquier cosa (apostando por ejemplo cuanto tiempo tardará en quebrar una empresa, o cual será el precio del arroz el año próximo), como quien echa una partida de monopoly en una cafetería, una tarde de domingo, sin importar qué sucede con cada una de las transacciones realizadas, siempre y cuando estas permitan aumentar los beneficios de quien las realiza o de sus inversionistas y cebar así el vellocino de oro.

Es plausible que Pablo Gutiérrez en poco más de doscientas páginas haya sido capaz de decir tantas cosas, de lograr tantas texturas, de alimentar su obra con un sinfín de matices, con hechos actuales (ahí están las cargas policiales, el movimiento 15M, Okupas, Graffiteros, guerrilleros urbanos, trepas, hijos de papá, materiales de deshecho, presentadoras televivisas exitosas venidas a menos, etc..) con iconos modernos como Bansky y otros que no lo son tanto pero que a uno le emocionan, como ver citado por ahí a Ramon Trecet (narrando con voz de bardo las epopeyas de Magic Johnson, Larry Bird, Isiah Thomas), el manejo de los Rotring, esas cositas que a los que somos de la quinta de Pablo nos emocionan.

La prosa de Pablo es musculosa (novelahalterofílica), vibrante (novelaasentimiento: este tío es cojonudo), sugerente (novelaqueincitaaescribir), crítica (novelalarealidadesotra: sobran futbolistas piscineros), esponjosa (novelabizcocho con bien de levadura que hace que crezca según se cuece o lee), gomosa (novelachicle que se pega al paladar), proteínica (novelabovril) y está llena de hallazgos (eso ya depende de cada lector), y nos lo narra todo con un ritmo que nos es imposible dejar de leer, seguir avanzando, seguir gozando.

No puedo pedir más a un libro, ni a muchas personas.

El libro me ha gustado muchísimo. Y no sólo a mí. A Lupita (la de la foto) entodavía más. De hecho se le salían los ojos de las órbitas a cada rato: no os digo más.

Pablo Gutierrez en Devaneos | Rosas, restos de alas

Blog de Pablo Gutiérrez | El adjetivo mata

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Las zonas comunes (Nicolás Dorta)

Las zonas comunes es un libro de Nicolás Dorta (Guía de Isora, Tenerife, 1978) que consta de cinco relatos: La grieta, El río, Palmira, La fuga y Árbol de Navidad. Dorta despliega sus relatos en lo prosaico, en lo costumbrista, sus personajes son personas corrientes. El reto está en lograr que los relatos no lo sean.

Presente la enfermedad en una mujer que va perdiendo la cabeza, mudada a una residencia de ancianos en La grieta (para mí el mejor relato).

El pasado es un peso, un lastre, comunicado con el presente sin alteración, como siente una mujer en Árbol de Navidad, quien ya adulta e inserta en un lienzo familiar con marido e hijos, siente que la frustración sigue ahí latente, la incandescencia de esos mundos posibles, las opciones no consumadas son ahora un ronroneo, una voz que no se acalla, que inquieta e impele a hacer cosas imprevisibles o al menos a barruntarlas, a rumiarlas como idea.

Un joven en El río recuerda el tiempo pasado en una banda de música que opera como la banda sonora de su vida, y ahí las primeras salidas del pueblo, los primeros besos, amores, la vida bullendo. Sobre todo esto, común a la mayoría, llega el cierre con un detalle importante, porque cuando alguien dice nuestro nombre en voz alta, más allá de dar cuenta de nuestra presencia actúa en este relato como una magdalena de Proust, para ir en busca del tiempo vivido.

En La fuga un hombre que vive apartado en un lugar de la isla de Tenerife (en la que se desarrollan todos los relatos) se obsesiona con los ruidos de las cañerías, las manchas en las paredes, que lo mantienen entretenido en su soledad, como si la vida se expresara en estas manchas, en estos ruidos, esa vida que se niega a desaparecer, unos pensamientos recurrentes sin principio ni final.

Palmira es el relato más largo y sorprende que siendo el protagonista del relato un escritor fajado en toda esa tarea de «limpiar» palabras, en una página leamos: La marea ha bajado hasta sus últimas consecuencias y en la siguiente página leamos: Cuando quieres a alguien lo haces hasta las últimas consecuencias. Ahora podríamos hablar de los matices, la palabra justa, y todo eso que va asociado al «limpiar» al «pulir», al «desbastar», todo aquello que hace que relatos sobre personas y situaciones corrientes o comunes no lo sean. No hay tal mudanza.

Comenta Almudena Sánchez en el epílogo que celebra el nacimiento de este autor bautizándolo como el escritor del viento. Leyendo estos relatos el único viento que he experimentado ha sido un ligero cosquilleo en las pestañas cuando pasaba las páginas de este libro tan bellamente editado como siempre por Ediciones Franz.