Si otras novelas y ensayos de Alessandro Baricco me han gustado, esta última me ha decepcionado. La historia se desarrolla en Italia, pero mentalmente, tal como se nos cuenta, no puedo menos que situarla en alguna localidad mexicana, con caciques, calles de tierra y prostíbulos, pues me resulta muy Pedroparamesca.
A Baricco le gusta innovar, pero a veces la jugada no sale bien. Apuesta por el erotismo, y si en ello confía el éxito de su empresa, le sale un coitus interreptus. La historia es muy simple. Una joven de 18 años deja Argentina para venir a Italia donde contraerá matrimonio -un matrimonio apalabrado por ambas familias cuando la mujer aún era menor de edad- con el Hijo. El caso es que cuando la Esposa joven arriba, el Hijo, que se fue a pasar una temporada a Londres, no está. La espera la lidia la Esposa joven siguiendo las instrucciones de la Madre del Hijo, que la inicia en esto del folleteo, la enseña a tocarse, a explorar su cuerpo y oquedades, a derretir a los hombres y la instruye en todas aquella artes que le vendrán muy bien cuando se quiera follar al Tío, restregarse con la Hija o cuando al ver que el Hijo pródigo no acaba de llegar, acabe empleándose en un lupanar local.
Si la historia erótica es un rollo, cuando el narrador -digresión va, digresión viene- reflexiona sobre lo que lleva escrito -y nosotros leído-, o nos cuenta cositas de su amante o similares, dan ganas de finalizar la lectura porque la narración ya no es solo insulsa, sino además plomiza e irritante.
Los personajes son tan irreales, abstractos y faltos de chicha -y paradójicamente, tan tópicos- que sus devaneos sexuales me la traen al pairo y sus vidas y milagros aún más, y cuando Baricco se viene arriba y escribe párrafos como este, entonces ya, ¡acabáramos¡
Por otra parte, en aquella casa interrumpida, en el secreto de nuestras liturgias demenciales, asediados por nuestras poéticas enfermedades, éramos personajes huérfanos de cualquier clase de lógica.