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El pozo

El pozo (Juan Carlos Onetti)

Después de leer Los adioses quería leer la primera novela de Juan Carlos Onetti, El pozo, novela breve (apenas 30 páginas, en la edición de las Obras completas, Novelas I, de Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, publicada en 1939, cuando Onetti contaba 30 años), pero que casa muy bien con el título de la novela, porque cuando asomado al brocal de un pozo, tiramos una moneda, esperamos escuchar el !plop! del metal abrazando el agua y esa espera nos mantiene en vilo, con la cabeza devorada por la oscuridad circular. Esta novela es una caída, una bajada a los infiernos, un testimonio, una moneda que es un narrador, un hombre cualquiera, un tal Eladio Linacero dispuesto a poner en negro sobre blanco -entre las paredes de una pensión-, hechos indecorosos (una violación por ejemplo), un narrador que a los cuarenta quiere escribir sus memorias, aunque dice que no sabe escribir. Hechos vividos le sobran, dice. Al narrador, pesimista convencido, todo le parece una mierda, todo vacío, intrascendente, así desprecia la política, el amor, la amistad, a quienes le rodean, que se le antojan unos flojos, tanto que aparece por ahí el vigor alemán, ese espíritu que Hitler encarna y que el narrador enaltece (en 1939) –con muy trágicas consecuencias como tuvimos la ocasión de comprobar-, lo suyo es la espera, una especie de Drogo (Buzzati escribió El desierto de los Tártaros, un año más tarde), cuyo enemigo invisible, es un ubicuo NO, camuflado de realidad y de un presente nihilista sin atributos.

El pozo

Los adioses (Juan Carlos Onetti)

Narración enigmática -a pesar de un título muy explícito- donde las haya, la cual se ofrece disgregada, a través un narrador, que oficia de voyeur. Un hombre, en el corredor de la muerte -un sanatorio-, enfermo recibe cartas que son como el tronco para el náufrago. Dos mujeres -vínculos a descifrar-, como sombras, se ciernen sobre él. Cartas que son como la oblea para el creyente, un alimento vital, que le ayudará al hombre lidiar con los días que se amontonan sin apenas relieve: tronco existencial sin anillos.

apretando la carta con aprensión y necesidad de confianza, como si le fuera imposible prever la forma, el dolor y las consecuencias de sus heridas”.

Onetti crea una atmósfera de misterio, que bascula entre la algarabía de la fiesta, la música, canciones del fin de año y el día a día gris, mortecino, hueco y el autor nos hurta datos, pulveriza nuestra comprensión con palabras que exacerban cada instante, crispándolo, desbaratándolo, contraponiéndolo.

Era la despedida, pero él estaba alegre, intimidado, incómodo, mirándonos a mí y al enfermero con una sonrisa rápida”

“Pensaba que ella era demasiado joven, que no estaba enferma, que había tres o cuatro
adjetivos para definirla y que eran contradictorios
”.

Lo cotidiano y fungible, impregnan y golpean a los personajes con una fusta de pesimismo invisible.

Siempre habría casas y caminos, autos y surtidores de nafta, otra gente que está y respira, presiente, imagina, hace comida, se contempla tediosa y reflexiva, disimula y hace cálculos.

Los personajes disueltos en el anonimato universal de lo arquetípico son representaciones, símbolos, ¿de qué?. No sabemos. Más dudas, más confusión (Onetti​ manifestó a menudo que escribía para sí mismo, y que a pesar de que muchos consideraran su literatura muy difícil de leer y traducir, a él en cambio le parecía muy sencilla).
La afilada mirada -la del narrador-, se ve acrecentada por la invención. Lo que sus ojos no ven, su mente lo construye. Porque si los sentidos nos traicionan, una narración, referida a través de alguien que aprehende la realidad desde la barra de un bar, captando información de aquí y de allá o mediante lo entrevisto en cartas leídas a hurtadillas, solo puede abundar en la especulación, en la suposición. Tan falso entonces como verosímil: una contraposición que traza círculos amplios, donde cabe todo.

Estoy manejando el volumen de Onetti Novelas I, que editó Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores, así que, afortunadamente, tengo Onetti para rato. Estos adioses, paradójicamente, son una bienvenida al universo Onettiano.