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Carnicería seguida de Jaque al heredero (Roberto Vivero)

Huyendo de las fiestas bernabeas arribo a la atestada Playa de los Capellanes, los guiris leen a Fossum, los nacionales a Castillo, yo a Roberto Vivero, su Carnicería, editada en un mismo volumen en Ápeiron ediciones junto a Jaque al heredero, mientras otros adultos matan el tiempo y las playas escondiendo sus colillas cenicientas en la arena. Leo esta Carnicería y mis ojos en las corvas transitan del papel a la arenaescurribanda, al sudariocelestial y mi visionado rothkiano va tornándose de rojo sanguíneo, mientras tengo la sensación de que me han puesto dos anzuelos, uno en cada pezón, y me van arrastrando por la gravilla, tirando de ambos, desollándome (esperanzado) en cada párrafo, astillada mi percepción en cada página, porque la literatura creativa y radical de Vivero aniquila y azuza, y aquí leer es: amoragado recibir un zarpazo tras otro como en un combate de boxeo o esgrima verbal, servido con un humor negro con concertinas, el que mantienen Juan y Sonia, pareja venida a menos. Ella en la línea ascendente y él en la decreciente. Él que fue escritor porque publicó una novela y ahora escribe (o lo intenta) guiones, que están juntos para poder odiarse y echarse los trastos a diarios, en una guerra fría ya tan gélida que las palabras, invectivas y reproches son proyectiles que no alcanzan su objetivo. Prosa abandonada en los brazos de una (pro)pulsión ultraviolenta (¡ay, Sandra!), humanos aquí poco más que pedazos de carne (poco más que vísceras, músculos y sangre), nihilistas, desfilando por el escaparate de una realidad enjaulada y rugiente (el comienzo de la novela es cuando Juan al bostezar oye un rugido, y no le sorprende del rugido en sí, sino que este no le sorprenda), iluminada con neones de morgue; cuerpos prestos para el despiece y el asedio y la violación del templo que es el cuerpo, como sucede cuando la funnygamesca pareja en su carrusel de fechorías vaya al encuentro de La flautista; con diálogos excéntricos que se balancean en la periferia e ingravidez del lenguaje y mandan a paseo lo convencional, y centripetan mi interés, para hollar otros mares, porque vivero lo llaman pero océano es

Jaque al heredero (Roberto Vivero)

Jaque al heredero forma un díptico junto a Carnicería y resulta menos salvaje que este último. Como el título ya nos hace presumir la novela gira en torno o sobre el ajedrez, y la convivencia de un grupo de veteranos y afamados ajedrecistas junto a un niño de incipiente talento que parece ser el heredero, a medida que se van disputando una serie de partidas. La novela abunda en lo que es el ajedrez tratando de desentrañar su esencia con mimbres filosóficos. Existencias que giran en torno a un tablero, vidas que no son tales más allá de los confines del mismo. Aquello tan prístino, tan lógico, tan regido por la moral y la ética se demuestra que no deja de ser un espejismo, una quimera, una ilusión, una farsa (partidas amañadas, abusos sexuales a una de las jugadoras cuando niña, dinero por perder, chantajes, el sexo como una arma cagada de futuro…) un andamio sujetando una fachada hueca como el niño, a su pesar, tendrá ocasión de comprobar al escuchar lo que no debe, aquello que no le estaba destinado a esa edad y así ya ultrajado, su mundo succionado. (con)fundido en negro.

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Chilean Electric (Nona Fernández)

Muy grata me fue la lectura de La dimensión desconocida de Nona Fernández (Santiago de Chile, 1971). Chilean Electric es un libro anterior, escrito en 2015 y publicado en España por Minúscula editorial a finales de 2018.

Andaba leyendo Años de mayor cuantía de Tomás Sánchez y casualmente cuando éste hablaba en su libro de las sombras chinescas se me cruzó o me arrolló el sucinto libro de Nona, el cual curiosamente tiene mucho que ver con la luz, la luz eléctrica, pues el libro arranca con el episodio referido por la abuela de Nona a ésta, relativa al momento en el que en Santiago de Chile hubo por vez primera luz eléctrica, allá por 1883.

Dice Tomás que para que haya sombras chinescas, para ver algo en lo iluminado, tenemos que mantener lo demás oscurecido. Me pregunto si al igual que nuestra atención en un texto se fija en aquello que va tachado, la escritura que suscita nuestro interés no es también aquella que opera como una sombra chinesca, aquella que en la luz reinante, en la sobrexposición y abundancia de datos por doquier, aquella que logra oscurecer lo que sea necesario para poder así ver algo en la luz.

Iluminar con la letra la temible oscuridad, afirma Nona. Quizás este sea el fin último de todo escritor. Nona, como hacía en La dimensión desconocida dedica un espacio a hablar de la dictadura chilena, de los pacos, de sus excesos, los desaparecidos y nunca más hallados, y ahí aparece un ojo colgando del rostro de un niño, recuerdo que se quedará grabado ya por siempre en la memoria de Nona. También habla de Allende (Más pasión y más cariño). Se ve que no vale con asesinar a alguien, sino que la limpieza sigue después de muerto, borrando toda foto, toda voz, todo vestigio del mismo, en un afán titánico por abocarlo a su inexistencia absoluta.

El límite entre novela y ensayo (la electricidad como síntoma de progreso, que permite ver más y mejor y trabajar más horas, producir más, alimentar el cíclope consumista y a su vez abocarnos a la contaminación lumínica, que nos impide por ejemplo contemplar los cielos y sus estrellas), realidad y ficción se (con)funden y Nona descubre que lo que la abuela le cuenta sobre la iluminación de la Plaza de las Armas, debió de haberlo soñado, o leído en algún lado, pues ella nacería 25 años más tarde.

Nona ilumina la oscuridad, no solo la dictadura, también esas guerras libradas (con Perú) que solo arrojan cadáveres, o sobre aquellos que llegan a Chile, como los peruanos, a elaborar sus comidas, encargarse de sus hijos, que hacen en Santiago de Chile su particular Lima, su reducto. Esto es lo que ilumina Nona, aquello en lo que pone el foco, con una prosa luminosa y palpitante, que plasma bien lo vívido y circundante, aquello que ve, concierne y afecta a la autora, y a nosotros con ella, a través de su lectura.

Editorial Minúscula. 2019. 111 páginas

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Viviane Élisabeth Fauville (Julia Deck)

Publicada en Francia en 2012 se traduce al castellano ahora, editada por Eterna Cadencia, la novela Viviane Élisabeth Fauville, novela de la francesa Julia Deck (París, 1974), con traducción de Magalí Sequera.

Es recomendable leer las 118 páginas de la novela de una sentada, porque así lo demanda ésta, dado que el principal punto fuerte de la narración es el factor sorpresa y el ambiente de misterio y suspense que la novela va creando, que exige no solo dejar en suspenso la incredulidad del lector con respecto a la realidad, sino también de lo que está leyendo, pues la narradora, Viviane Élisabeth Fauville -mujer aburguesada que rebasa por la mínima los cuarenta, con una hija de pocos meses, y un marido que la acaba de abandonar por otra mujer más joven- se confiesa asesina de su psicoanalista y lo interesante es ver la evolución de la narración hasta su sorprendente giro final.

La voz que narra pasa de la primera a la segunda y a la tercera persona e incluso se maneja un usted que pareciera como si alguien leyera lo que la narradora ha escrito, con esta delante y se lo estuviera refiriendo. Todo esto induce a la pretendida confusión, mezclando realidad e irrealidad, cordura y locura, sueño y vigilia, de tal manera que no sabemos si la narradora es una voz confiable o si nos la está metiendo doblada.

Salvando las distancias, la novela de Julia Deck me trae en mientes las novelas de Patrick Modiano y toda la cartografía parisina que éste despliega en su universo narrativo, pues aquí Viviane se la pasa caminando (no flaneando, porque aquí sí hay un objetivo claro que orienta los pasos) por las calles, plazas y bulevares de París, tratando de esclarecer los hechos por sí misma, en busca de otras personas afectadas en mayor o menor medida por la muerte del psicoanalista y arrostrándolas, encarándolas, librando incluso si es el caso un cuerpo a cuerpo.

Viviane Élisabeth Fauville, es una primera novela muy bien trabada, sinuosa, extraña, sugerente, que en su brevedad resulta precisa y contundente.

Eterna Cadencia. 2019. Traducción de Magalí Sequera. 118 páginas.

El murmullo del mundo (Tomás Sánchez Santiago)

El murmullo del mundo (Tomás Sánchez Santiago)

Desde el viernes por la mañana acarreo este libro de Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957) como el enfermo que arrastra su tanque de oxígeno. A fin de cuentas un buen libro -como el presente- ha de cumplir para el lector el mismo fin. De habitación en habitación, de la cama al sofá, del sofá al orejero, de un inmueble a otro, de la ciudad al campo, el libro siempre entre manos. A qué tanto trajín, se preguntarán (bajo la hipótesis de que ahí haya alguien), cuando este no es un libro de novela negra, en el que no hay que poner cara al asesino, ni desentrañar ningún crimen. Quizás, para decirlo con Amaral, porque leyendo estos Diarios iba en busca de la emoción perfecta, a lomos de un interés que me arrastraba de página en página sin remisión. Sucede esto cuando el escritor logra lo que persigue, a saber: El escritor, ese timador que tiende puentes más o menos sólidos con palabras propias o robadas para llevar al lector hasta un lugar imprevisto y allí, zas, darle el sablazo emocional.

Ahora que escribo esto recorro el libro adelante y atrás haciendo una paquitochocolaterada y veo en el texto manchas de sangre de un dedo, el índice, que me tajé partiendo cebolla (en ese momento no estaba leyendo a Tomás), un dedo dicho por otra parte que es ya más puntero que índice, pues anteriormente, meses atrás, le había dado un tajo en el lado opuesto partiendo jamón. Lo curioso es que el libro está subrayado y hollado con anotaciones de todo tipo y veo otras manchas rojas que pertenecen al culo de un lapicero, así que quizás veo sangre donde no la haya.

El murmullo del mundo, título que me resulta muy sugerente, publicado por la editorial asturiana TREA agrupa tres libros de diarios publicados anteriormente: Para qué sirven los charcos, Los pormenores, La vida mitigada, a los que se añade un cuarto: Muda de siglo, que recogen anotaciones que van desde 1984 hasta 2016.

Los cuatro libros de diarios presentan textos heteróclitos, dispares, libro que viene a ser un cajón de sastre donde cabe todo sin ceñirse a un molde. ¿La eternidad que surge de lo confuso?.

Hay citas de otros autores que Tomás ha leído. Muy sagaces por cierto, como esta de Renard:

Uno prodiga alabanzas sobre otro tal como mete sus ahorros en un banco: para que le sean devueltos con creces.

Otros textos bien pueden ser aforismos: La madurez es solo es estado en que hacemos creer a los otros que no nos conviene hacer aquello que en realidad ya no podemos.

Quien tiene buena memoria está más cerca de la muerte.

A cierta edad uno debería poder elegir también el árbol por su sombra, no por sus frutos.

La necesidad de las fechas en la vejez; la de los hombres en la infancia.

Se registra aquello que se lee, lo que yace en un pintada.

No a la pena de muerte, ni a la muerte de pena.

Tomás puede ponerse en plan Bernhard:

Estas liturgias ostentosas gustan mucho en una ciudad cuyo empeño mayor sería que cada ciudadano fundarse una cofradía propia, con hábito y normas llenas de gesticulacion para pasear de acá para allá cristos y vírgenes de continuo. Las concentraciones de danzas regionales, los bailes de gigantes de cartón, las marchas ciudadanas reivindicativas encabezadas por dulzaina y tamboril, las romerías ya desecadas por el intervencionismo municipal, todas esas maneras ruidosas de visibilidad folclórica se tienen aquí mucho en cuenta, en esta ciudad «oscura como un trueno», como lo denominábamos en aquel poema remoto que hoy, a la vista de esto se nos antoja tristemente reciente.

Hay comentarios sobre nuestra forma de actuar, de relacionarnos con el medio:

Nuestro hiato con la naturaleza permanece.

Tomás huye como de la peste del ruido, lo vocinglero, lo aparatoso, así se encarece lo paciente, lo silencioso, aquello casi invisible.

Leo a Tomás y creo que le va al Diario esa voz que es un murmullo quedo, el arcón mínimo en el que guardar con mimo palabras recoletas, talladas a buril.

Observo dos reiteraciones, quizás un despiste, quizás algo intencionado, como sucede con El delito de estar solo.

Tomás, con sorna, le da la vuelta a la tortilla:

Oigo a menudo protestar de cómo les dejaremos el planeta a los jóvenes pero podríamos invertir la queja: qué jóvenes vamos a dejar a nuestro planeta.

Leo, los dominios del gris y yo entiendo, los domingos del gris y con esas la mente se me va, pues son deslices fecundos.

No parece que a Tomás todo esto de la globalización, de estar conectados a todas horas sea santo de su devoción.

…de quienes no necesitan para ser felices la obligación de estar enganchados al planeta entero por Internet. Porque la verdadera sabiduría, pese a quien pese, sigue sin identificarse con la información.

Sí, sobra ruido:

El mundo de este fin de siglo va siendo un gran parque infantil donde nada estará prohibido salvo poner en cuestión la falta de serenidad, la falta de reflexión y la falta de silencio.

Salgo al ruido del mundo. No lo entiendo. Su murmullo a veces me da miedo.

En algunos diarios priman los objetos, que tienen alma y memoria. Lo inerte y lo insignificante cobraban vida y valor si su mirada las atravesaba dice Tomás de Aníbal Núñez. Tomás hace lo propio, pues donde uno ve un objeto, Tomás va más allá, pues vienen a ser lámparas mágicas que con la fricción del lenguaje obra maravillas. Ese mundo de las pequeñas cosas que sostienen el mundo..

…ese otro alcance corto, húmedo y cordial que da la cercanía de cuanto acompaña la aventura de los días de diario.

La visión del campo, de la naturaleza, que aquí se aprehende y vierte me recuerda a los deliciosos textos de Antonio Cabrera en El desapercibido.

El libro son ires y venires (físicos: Burgo de Osma, León, Zamora, La Bañeza, Madrid (El Prado), Toro, Salamanca, Villacariedo, Urueña, Rabat, Los Ancares, Soria, Logroño, cañón del río Lobos, localidades portuguesas, el Norte…) sobre lecturas (No tengo otro refugio: el otoño lleno de luces propias, de pasos y miradas y lecturas en calma) y sobre la escritura. Sobre sus lecturas, en algunos momentos tengo la sensación de estar pasando las yemas por las cuentas de un rosario alborozado al hallar ahí a José María Pérez Álvarez, a Bayal, a Quignard, a Renard, a Rulfo, a Duras, Ribeyro

En cuanto a la escritura:

¿Por qué escribir? Para perderle el miedo a las palabras.

¿En qué creer fuera de las palabras?

El ruido sereno e inseguro de unas cuantas palabras cargadas de incómodo plomo.

Cuidado, delicadeza, verdad. Alegría. Al escribir.

Las palabras tienen revés.

Seguir escribiendo, entre los tirabuzones de las palabras.

Pero los verdaderos poetas, imprevistos y a solas, siguen escarbando con su rumor de uñas sobre la piel del lenguaje y de espaldas al ruido.

…el solitario corredor de fondo, ese que seguiría escribiendo así le cortasen las manos, aún si le oscureciesen el porvenir.

Ya no me interesa escuchar lo que yo suscribo sino lo que me rectifique.

Invisibilidad, discreción agachadiza. Vida literaria poco ruidosa.

…la coherencia centrípeta de la narrativa al uso […] Contemporáneo frente a clásico, o más bien válido frente a inservible.

Leer para salir de dudas:

Los tempranos gorriones de la deshora, los perros sedientos, los colegiales insubordinados y el temblor del cielo duplicado en esas aguas inesperadas nos revelan de pronto para qué sirven los charcos.

Cosas que uno lee y ratifica.

La necesidad de una asignatura que fuese Educación para la tecnología, ya que se fragmenta lo grave y lo urgente.. Esto me recuerda a lo que leí en esta entrevista a Tavares: Podemos cambiar la vida si tenemos una especie de arquitectura filosófica en nuestra cabeza. Yo tengo claro por ejemplo que tenemos que decir dos o tres síes y muchos noes. Esto es decisivo porque nos hemos transformado en seres humanos disponibles, seres humanos sin, siempre disponibles para hacer, recibir, responder a un estímulo, y siempre respondemos.Yo no tengo Facebook ni nada. Un mail ¡y ya es un poco demasiado para mí! Si estás siempre diciendo sí a cualquier estímulo exterior estás poniendo todas las cosas al mismo nivel: la comida, el amor… lo conviertes todo en un paisaje plano y es peligroso. Puedes estar haciendo algo esencial y un minuto después estar contestando a un email muy periférico.

Convertirlo todo en transacción, incluso la memoria: Ensalada Doña Rosita.

Tiempo efímero: fundar y clausurar son a menudo acciones consecutivas que se dan la mano.

Tomás habla el idioma de los perdedores. Dedica páginas a los amigos y conocidos que se mueren; entradas en el diario que son una suerte infausta de obituarios. Confirmar lo que ya sabemos, que hay presencias que solo llaman la atención cuando se van.

Lo tecnológico anula nuestras capacidades de sentir a través de los sentidos, lo hermético nos priva de oler, tocar, sentir…

El lenguaje deriva hacia la etimología y Tomás registra palabras, decires, que le llaman la atención, o bien entra en los dominios de la etimología, como sucede al abordar la palabra emborrachar.

Toda tu vida fue servir. Resume a la perfección el rol de nuestras abuelas, nuestras madres.

Hable y diga, cuenta Tomás que decía una señora al teléfono cada vez que contestaba.

Escriba y cuente, le podemos decir a Tomás cuando se presente con estos Diarios bajo el brazo. Y mucho y bien cuenta Tomás.

Aquí quedan registradas tan solo unas impresiones, unos apuntes, unos pocos, aquí hay más. Pero hagan las cosas bien y vayan al grano, a la fuente, al libro, a los Diarios, a las palabras carnosas y ab(and)ónense a su lectura.