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Pepitas de calabaza

Sabía leer el cielo (Timothy O´Grady y Steve Pyke)

Timothy O´Grady
Fotos: Steve Pyke
Pepitas de Calabaza
175 páginas
2016
Traducción: Enrique Alda
Prólogo: John Berger

Esta novela editada por Pepitas de calabaza, con traducción de Enrique Alda, la podemos entender como la visita a un museo en cuyas paredes vemos colgadas fotos en blanco y negro. Fotos de rostros alegres, tristes, radiantes, vencidos, piadosos, perplejos. Fotos de parejas con hijos, de acantilados, de tumbas, de espantapájaros. Fotos borrosas, fotos de manos ajadas, de chozas, castros, carreteras.

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Supongamos que junto a esas fotos hubiera unos textos que dieran cuenta de lo que vemos en las fotos: los nombres de los dueños de esas caras, la ubicación física donde se hicieron las fotos, cuándo se tomaron. Seguiríamos sin entender nada. Nos haría falta un relato, un imán que juntara esas limaduras visuales, las existencias, los espacios físicos, que cogiera el cabo del pasado para contarnos una historia, que en esta novela son muchas historias, ya que la voz que narra es la quintaesencia de aquellos movimientos migratorios que tuvieron lugar en Irlanda, en la segunda mitad del Siglo XX.

El narrador es un hombre que en su postrera vejez (ese momento vital en el que el trabajo ya está hecho) recuerda lo que ha sido su vida hasta entonces. Él es uno de los muchos que tuvieron que emigrar a los Estados Unidos, a Australia, a Gran Bretaña y fue su quehacer en una tierra extraña: pavimentar carreteras, romper cemento, excavar, retirar barro, levantar muros, contar ladrillos, hacer carreteras.

Vidas en el exilio, tristes, míseras, vacías, malgastadas, sin apenas pasado al echar la vista atrás y sin futuro, ante días que se reparten entre duros trabajos y tabernas nocturnas en las que ahogar cualquier pensamiento en alcohol, donde solo la música les ofrece algo de consuelo y alegría. En el caso del narrador, también vendrá en su auxilio el amor redentor que encontrará en una mujer, en Maggie: su luz y su camino.

Ver las fotografías de Steve Pyke produce un efecto, leer las palabras de Timothy O´Grady produce otro. La suma de ambos, fortalece la narración, potencia la capacidad de evocar, y como dice John Berger en el prólogo, aunque las imágenes y las palabras no dicen las mismas cosas, ni conocen lo mismo, la suma de ambas creo que da lugar a una novela conmovedora, puntualmente cómica (El ojo de un caballo conforta. El ojo de una vaca entristece. El ojo de una oveja hace pensar que te vas a volver imbécil con solo mirarlo) cuya prosa sencilla y neta no ambiciona explicar el pasado, sino más bien mostrar nuestra soledad y nuestro tránsito -la lucha por la supervivencia- nada glorioso, en nuestro deambular por la faz de la tierra.

El pulso de la desmesura

El pulso de la desmesura (Amelia Pérez de Villar)

Amelia Pérez de Villar
Fórcola ediciones
2016
136 páginas

La voz que narra es la de Lola, en un monólogo que trata de atrapar al lector y que sin embargo languidece sin remisión desde su comienzo.

Visualmente la narración tiene la apariencia de un poema, pero sin el aliento poético de este; más bien un estertor agonizante, con una prosa mortecina al servicio de una historia banal, que va poco más allá de la anécdota y que la autora no consigue poner en pie ni insuflar algo de vida en ningún momento.

La protagonista de esta novela de la escritora, editora y traductora Amelia Pérez de Villar es una modelo que ahora se ha reciclado como artista, como una artista del vacío, pienso, que se siente ninguneada por su pareja, quien la desatiende en todos los terrenos, a ella, que quiere ser querida, amada, colmada y que también quiere ser madre. Y mientras ella monologa, se aburre, se amorra al tedio y entra en bucle, su pareja no acaba de llegar (pues prefiere estar trabajando en lugar de con ella) y ella despechada se prenda entonces de una presentador de noticias, catódico, y fantasea con estar inválida, mientras la postración, el lamento, la súplica, la insatisfacción, conforman sus coordenadas vitales, y su malestar es el de una Penélope 2.0, moderna, que hace de la banalidad, la frivolidad y sus reiterados chapuzones en naderías, su alimento vital, capaz de contagiar su hastío y aburrimiento al lector, un servidor, que hizo un paréntesis en la lectura de Herzog, para leer esta apuesta de Fórcola ediciones, y que en comparación con el libro de Bellow solo hace que mi valoración negativa hacia esta novela me lleve a plantearme a que se debe que novelas simplonas y epidérmicas (donde todo es piel y apenas hay sustancia) como la presente vean la luz, cuando habrá por ahí manuscritos maravillosos cogiendo polvo en muchos cajones; misterios del mundo editorial.

Editorial Pez de Plata Xandru Fernández

El ojo vago (Xandru Fernández)

Xandru Ferández
Editorial Pez de Plata
306 páginas
2016

Si la teleserie El ministerio del tiempo ha popularizado los viajes en el tiempo, en El ojo vago, primera novela escrita en castellano por Xandru Fernández, (Turón, 1970) editada por Pez de Plata e ilustrada por Gallota, éste sitúa a sus personajes a lo largo de dos milenios de historia en múltiples escenarios, tales como la Etiopía antigua, la Palestina de Jesús de Nazaret, la España de Felipe II, el Leningrado de Stalin, el Londres de Jack el Destripador, o el apogeo setentero de David Bowie.

El protagonista es Pérdicas, nacido en Esmirna, enamorado de Nastassia. Ella muere violentamente. Él también, y en sus muchas reencarnaciones su afán, es buscarla, declararle su amor. Un amor, que quizás no sea tal, porque Pérdicas la conoció en su mocedad, cuando era un pardillo, esos años en los que la pasión, a veces sólo es eso. Pérdicas se ve reencarnándose, sufriendo múltiples despertares, con cuerpo de hombre, de mujer, e incluso de animal (momento de la narración que me recuerda a Ánima, cuando son los animales quienes narran).

Llega un momento para Pérdicas en el que su cada nuevo yo tomará consciencia de sus vidas pasadas, y en cierto modo hay un aprendizaje, una sabiduría acumulada de varios siglos a la espalda, lo que le permite al narrador en su relato tener la perspectiva necesaria para mostrarnos cómo en estos últimos dos milenios de historia, todo se repite, bajo otros ropajes, bajo nuevas religiones, pero al final, la muerte, la violencia, la intolerancia, la intransigencia, el escepticismo, el instinto de supervivencia, el anhelo amoroso, el fanatismo, son constantes vitales, que encontraremos siempre que tratemos de tomar el pulso a esa dama maltratada que es la Humanidad.

El autor no escatima la violencia, brutal y explícita la mayoría de las veces, aliviada en cierta manera por el humor, que tampoco abunda. La búsqueda espacio-temporal de su amada por parte de Pérdicas, se verá torpedeada por el Tracio, encarnación del mal, quien también se reencarna y ambos dos, regularmente se irán reencontrando y puteándose en sus múltiples existencias y vivencias, que permiten al lector, ser testigo del nacimiento de algunas religiones (según nos refiera Pérdicas), situarse en los años posteriores a la Guerra griego turca (1919-1922) o en los albores de lucha obrera de finales del siglo XX con el activista William Morris; hechos históricos que le permiten al autor dar unas cuantas capas de barniz filosófico-social a la narración.

Esta divertida novela podría haberse dilatado varios cientos de paginas más, acumulando así muchísimas más existencias y reencarnaciones, pero como sucede con la Historia, me temo que hubiera sido más de lo mismo, y más difícil de sostener, pues tengo la impresión de que a medida que la historia se vuelve más presente -y se aleja de las gestas históricas y de un pasado barbárico- deviene tan pacífica como mortecina.

En un momento determinado Pérdicas se pregunta si todo esto que le sucede a él y a Tracio tiene algún sentido, si todo esto de las reencarnaciones, más allá de su literalidad, les lleva a alguna parte.

Sea como fuere, con sentido o sin él, a pesar de dolor, de las trágicas muertes, siempre hay algo que anima al ser humano -a esas gentes sencillas a menudo oprimidas y sin voz- a seguir peleando, a la contra muchas veces, y no es otra cosa que el Alimento De La Humanidad, ahora y siempre y por los siglos de los siglos: capital italiana palindrómica.

Magistral

Magistral (Rubén Martín Giráldez)

Rubén Martín Giráldez
100 páginas
Jekyll & Jill Editores
2016

Pensaba no escribir nada. Pensaba dejar blanco sobre blanco sobre este fondo digital. Un fracaso neutro. Lo he pensado mejor y no, hay que escribir algo, un fracaso de reseña en todo caso, porque no hay reseña (nada de posarse sobre la margarita e ir desojando el argumento, si lo hubiera), sino una aproximación a la experiencia de leer una novela como Magistral, iba a decir del tipo de Magistral, pero lo dejamos en Magistral y quitamos el tipo.

Si hubiera llegado a la novela de Rubén Martín Giráldez sin haber leído Rayuela o Ulises de Joyce, mi experiencia hubiera sido otra. Hablo de estas dos novelas porque ambas dos son eso que se llama hoy con mucha alegría una fiesta del lenguaje, ya un lugar común; un cajón de sastre, donde va a parar todo lo raruno, lo singular, lo excéntrico, aquello que rompe el molde.

Magistral es raruna, singular, y muchas más cosas. RMG no es Joyce, Magistral no es el Ulises, pero como dijo George Steiner no cabe duda de que el contraataque más exuberante lanzado por escritor alguno contra la reducción del lenguaje es el de James Joyce y por analogía algo parecido podemos decir de RMG y su pericia y destreza con el lenguaje para perpetrar una novela del todo punto hilarante, ambiciosa, laminar, potente, portentosa y demoledora.

La voz que narra, el autor de una novela titulada Magistral, quiere acabar con su lengua castellana, una lengua que en su opinión ya ha dado todo lo que tenía que dar de sí. Un planteamiento que el autor de la novela -Magistral(mente) mediante- pone en entredicho, dado que mientras para muchos escritores el lenguaje es ya casi un producto acabado, donde con cuatro movimientos de trilero, tienen un libro en el escaparate de una librería, otros como RMG, constato brutalmente que usan el lenguaje, las palabras, como materia prima para llevar su oficio de picapedrero al límite. Donde otros reproducen, dilatan, se clonan a sí mismos, RMG crea, innova, se aventura, roza lo ininteligible, se regodea en ello.

Podemos poner todas las pegas del mundo, todas las objeciones a la novela, todas nuestras limitaciones en nuestro leer al hacer nuestra denuncia, pero creo que deben ser ponderadas en su justa medida, si lo comparamos con todo lo que Magistral nos ofrece.

Pocas veces uno tiene la suerte de darse un atracón como éste. He gozado, sí. Me he descojonado, también. He tenido que volver una y otra vez sobre muchos párrafos, a fin de ordeñarlos, de sacarles el jugo, que lo tienen. He consultado el diccionario unas cuantas veces. He agradecido que Ben Marcus escribiera en inglés y no en pekinés.

Libros como el presente son un zasca en la (*)bocación lectora del lector que vaya en pos de lecturas complacientes, cómodas, arrulladoras, amables. Magistral, muerde, desconcierta, araña, tritura, desamodorra y lo más importante, (me) entusiasma.

RMG es un tragasables. Se la está jugando.

(*) bocación: palabro híbrido entre boca y vocación.