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La saga/fuga de J. B. (Gonzalo Torrente Ballester)

Leía el otro día, en Impón tu suerte de Enrique Vila-Matas, ensayos muy interesantes, uno sobre el arte termita, el de aquellos libros breves que no se entregan a los grandes temas, pero jugosos y otro sobre los libros huesos, esos duros de roer, pero cuyo tuétano y sustancia nos alimentan hasta quedar ahítos de buena literatura, podemos añadir. La saga/fuga de J. B. de Gonzalo Torrente Ballester, publicada en 1972, según Basanta «su novela más experimental y más difícil, la que le sacó del olvido en el que estaba» la considero un hueso enorme, de Patagotitan mayorum, para entendernos.
www.devaneos.comFundación Gonzalo Torrente Ballester en Santiago de Compostela

Nos encontramos ante una novela de 701 páginas, en la edición de El País que es la que he leído, repartidas en tres capítulos y una coda. Capítulos de líneas apretadas, sin apeaderos, sin páginas en blanco, lo cual nos aboca de cabeza y sin remisión a un océano de palabras, y a una travesía a nado, de unos cuantos días, sin hacer pie, donde el riesgo de hundimiento y desfallecimiento se cierne sobre nosotros en todo momento, sin llegar (en mi caso) a materializarse.

Si hay experiencias parecidas a esta que exigen mucho al lector y deparan pocas alegrías, con esta novela de Ballester (que es casi una aliteración de Bestseller, sin que esta novela lo fuera nunca) he de proclamar a los cuatro vientos que he gozado durante dos semanas de lo lindo (pues es de esas novelas que logran sustraerte plenamente y a intervalos, de todo cuanto te rodea, para luego, cuando regresas a la realidad hacerlo con la extrañeza y ensoñamiento propio de un despertar alucinado, ante una realidad que se ofrece mortecina, velada, en contraste con lo leído, tan vívido, tan luminoso, tan palpitante, a pesar de que rija el escenario de la narración una moral rígida e inquisitoria que lo impregna todo, en un terruño donde la religión se manifiesta y ordeña las conductas de todos los vecinos (divididos en galios y godos) de la comunidad, moral por cuyos orificios penetrará no obstante el sexo, esa marea imparable, en «una de las obras más eróticas de la literatura contemporánea«, según afirma Manuel Rivas, donde creo que la mujer queda reducida a un rol fisiológico, poco más que un sumidero de las acometidas varoniles), si bien me he columpiado dentro de mí mismo, yendo del cielo, a la sima, que es lo mismo pero con presiones diferentes, del cero al infinito, como no puede ser de otra manera en una novela-río de tamaña dimensión, donde unas partes son más divertidas que otras, unas más digeribles que otras, unos juegos lingüísticos más amenos que otros.

César LomberaCésar Lombera -Parafernalia- (Casa do Cabido)

La absorbente prosa de Torrente me recuerda a la que he encontrado en otros buenos tochos que he disfrutado muchísimo anteriormente como La Regenta, Fortunata y Jacinta, Los Maia, Las ilusiones perdidas, El espíritu áspero, Cien años soledad (novela con la que comparte esa narración concéntrica, y una saga de nombres, que se transmiten como arquetipos de generación en generación), etc. Prosa sin titubeos, firme, alada, arriesgada, extremada, libérrima, pletórica, musculada (pero no con el clembuterol de las palabras forrajeras, sino con inventiva, ingenio, talento, dominio pleno del lenguaje: todo aquello que alimenta el espíritu y se transmite a la pluma (o teclado) del escritor de raza, aquel Sísifo que día a día lleva su quehacer hasta los confines de la página en blanco), que plasma una realidad histórica (saltarina en el tiempo y con el correr de los siglos, desde la fundación de Castroforte por Argimiro el Efesio dos mil años antes de Cristo) desde la ficción, empleando el disparate, la ironía, el humor, la fantasía (sí amigos, Castroforte (definido por el conjunto que forman La Casa del Barco, La Colegiata, La Torre de Bendaña, La Cibidá…) en determinadas ocasiones se columpia, así que quizás debamos de hablar de telurismo flotante), los diálogos chispeantes. Realidad sita en un lugar imaginario de Galicia, en el pueblo de Castroforte del Baralla -el letrero del pueblo de Baralla, que en la narración hace mención al río, lo vi por la carretera regresando a Logroño desde Santiago de Compostela, donde pude visitar la Fundación Gonzalo Torrente Ballester que se ve en la foto, así como el menú de un restaurante en el casco antiguo en el que ofrecían la posibilidad de comer lampreas a la bordelesa– pueblo en el que las lampreas del Mendo dan buena cuenta de los muertos que van a dar a la mar -aquí río- y no solo humanos, pues también se librará, como leeremos, una batalla entre lampreas y estorninos.

Novela que se inicia con el sonsonete vocinglero anunciando el robo del Corpo Santo, que sienta luego -como parodia artúrica- en la mesa a los asistentes de La Tabla Redonda (El Rey Artús, Lanzarote del Lago, Merlín, La Reina Ginebra…) que torna más tarde en novela de misterio cuando no sabemos que J. B. será el que caerá en Los Idus de marzo, una suerte de conjunción astral. Jotabés medulares en el texto, pues hay unos cuantos varones, en concreto seis, con nombres y apellidos que empiezan con esas iniciales que están ante un posible trance fúnebre que se cernirá sobre ellos y dará pie para todo tipo de aventuras con las que Torrente se explayará contándonos los pormenores de cada uno de ellos. Personalidades de lo más diversas, desde escritores eremíticos como Jacinto Barallobre que salvó el pellejo por los pelos en julio del 36, profesores universitarios en América retornados como Jesualdo Bendaña empeñado en desmitificar aquello sobre lo que se asienta la memoria castrofortina, el Vate Barrantes del que afirmará Barallobre con sorna que a los poetas como Barrantes ya no se les lee, sino que se les estudia, el Obispo Bermúdez, el Canónigo Balseyro, el Almirante Ballantyne), hasta desdichados y enfermos de literatura como José Bastida, pergeñadores de poemas en un lenguaje inventado. Argumento de la novela que encontraremos más detallado en esta reseña de Javier Avilés.

La inventiva que exhibe Ballester -que bien se cifra sobre todo en el Capítulo III donde José Bastida irá cambiando de cuerpo, encontrándonos pues ante un Jota Be itinerante y supernumerario, proceso denominado por el narrador «estarabicalicosis«- la entiendo como espina dorsal y sangre de esta novela, pues lo que hace aquí Torrente, además de exprimirse por la vía del lenguaje -buscando los límites del mismo y saltándoselos, queriendo trascender y operar en la literatura lo que aquí se dice sobre la religión «Siempre es difícil convencer a alguien de la licitud de lo extraordinario. La gente prefiere los caminos trillados y se atiene a los textos de la ley y a las fórmulas del dogma, sin comprender que en los artículos de un Código no cabe la infinita variedad de la existencia, ni en las palabras de un dogma la inconmensurable realidad de Dios«- más allá de las creaciones póeticas que maneja Bastida en sus poemas (donde si leemos con calma apreciamos la retranca y humor del autor: Alber. Tifede. Rico jor guilenalías. Donvi. Centeale Xandre. Gerar. Dodié. Goló…humor descacharrante a su vez en situaciones como aquella en la que Lilaila guarda en un frasco de aguardiente el miembro viril de su marido muerto, a modo de reliquia, rediviva, como tendremos ocasión de comprobar, aunque haya quien piense que aquello viene a ser más bien un consolador, reprobado en todo caso por la Iglesia), más allá de tablas, cuadros, diagramas y otras presentaciones gráficas que engalanan la narración (y rompen con el devenir tradicional), es erigir una catedral de palabras, que me recuerda a otra que tengo todavía fresca, la simpar Solenoide (en la que Cartarescu aborda también como Ballester aquí, la cuarta dimensión) catedral gótica de altos vuelos literarios en la que uno entra para asombrarse primero ante el altar mayor con su retablo (aquí del SÍ) y deleitarse después (deambulando por entre modestas, pero necesarias capillas, como ramificaciones en esta «novela ancilar«, para decirlo con Rivas) con lo que algunos arquitectopicapedreros de la palabra como Torrente tuvieron a bien legar a la posteridad en nuestro beneficio, monumentos de papel que están ahí para nuestro uso y deleite, pues creas o no creas en la literatura, este libro hay que roerlo hasta dejarlo mondo y lirondo.

FIN

Gonzalo Torrente Ballester en Devaneos | Doménica

El pan a secas

El pan a secas (Mohamed Chukri, 1973)

Mohamed Chukri
1973
Cabaret Voltaire
Traducción: Rajae Boumediane El Metni
264 páginas

Mohamed Chukri (Ben Chiker, 1935) podía haber sido asesinado por su padre, haberla palmado de hambre en cualquier callejón de Tanger o Tetuán, mordido por una rata, ultimado por una enfermedad de trasmisión venérea en sus múltiples escarceos sexuales con prostitutas, podía haberse desangrado en cualquier reyerta mantenida con otros jóvenes, apalizado en la trena. Pero no. Chukri llegó a tener 20 años, y en ese momento aprendió a leer y a escribir, se convirtió en escritor, o ya lo era, pero no lo sabía hasta entonces y a sus 38 años publicó esta breve novela autobiográfica que fue censurada en su país, Marruecos, hasta el 2000.

Durante los primeros 20 años en la vida de Chukri que abarca este relato, el autor no nos burla nada, brindándonos un relato duro, descarnado, brutal, hablándonos de su misérrima existencia, en una familia donde amaba tanto a su madre, como odiaba a su padre, un hombre brutal, despótico, maltratador, borracho, holgazán, amoral, para quien tras desertar del ejército español y ser encarcelado y puesto en libertad, su único fin era torturar sistemáticamente a su mujer y a sus hijos (matando a uno de ellos). Ante esta situación Chukri que era aún muy joven para matar a ese padre al que tanto odiaba, pondrá tierra por medio y tirará para adelante, en casa de unos tíos donde descubre su sexo y el de las mujeres (que a Chukri se le antojan como una boca sin dientes, o llagas que sangran) que hay vida más allá de la miseria, mendigando luego, trabajando como porteador, prostituyéndose, durmiendo en callejones en compañía de gatos, en playas, en vagones, sobre las lápidas de las tumbas de un cementerio, en un mundo que se reinicia con cada alborada, ya que cada día es un cara a cara con la muerte.

Cuando Chukri llega a la adolescencia su deseo se inflama, se desata, y ese deseo anula todas las penurias que le asedian. Así su única religión es ya el cuerpo de una mujer, o de un joven, si se da el caso, y entre polvo y polvo, de pubis en pubis, de lupanar en lupanar, van pasando los años, hasta que un amigo le ofrece la oportunidad de ir a estudiar a Larache.

Chukri, autodidacta, vino de la calle, se crió en ella y nunca la abandonó, como tampoco a su país. El pan a secas es un testimonio excepcional para conocer el Marruecos de los años 40 y 50, bajo el protectorado Español.

Anteriormente este libro se había publicado bajo el titulo de El pan desnudo. La editorial Cabaret Voltaire, ha realizado una nueva traducción obra, de Rajae Boumediane El Metni (Marruecos, 1965) la cual según la editorial“corrige errores de la anterior y ofrece el libro en toda su crudeza, libre de matizaciones, sirviéndonos de la versión que Chukri revisó en el 2000, con ocasión de la publicación definitiva de la novela en Marruecos”

Diario de una caída (Michel Laub 2013)

Diario de una caída Michel LaubSi Francisco Umbral hubiera estado en un campo de concentración y hubiera sido escritor es seguro que al visitar cualquier plató nos hubiera dicho «Yo he venido aquí a hablar de Auschwitz«. A sus 40 años el brasileño Michel Laub escribe Diario de una caída para saldar deudas con su pasado, con su herencia y para reconciliarse con su padre, a quien va dedicada la novela. No quiere hablar Laub de Auschwitz, pero al final como judío que es, lo lleva en la sangre.
Nos dijo Gasset «Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo». Laub parte de la base de que él existe porque antes vino a este mundo su padre y antes su abuelo. Un abuelo que sobrevivió a Auschwitz, pero que como tantos otros supervivientes, Primo Levi, (cuya obra magna Si esto es un hombre, está muy presente) por ejemplo, quizá atormentado sine die, por el hecho de haber sobrevivido él y no otros, trataron de conjurar esta condena a través de la única liberación posible: el suicidio.

Laub nos presenta a su abuelo dejando el campo de concentración y poniendo rumbo hacia Brasil, donde se afincará, donde se casará y tendrá un hijo, al padre de Laub.
Ser judío se convierte para Laub en una maldición. Acude a colegios judíos donde sus profesores le recuerdan cada día las perrerías que les han hecho pasar a los judíos a lo largo de la historia, sin la menor intención de querer olvidar el asunto y teniendo siempre muy presentes quienes han sido los verdugos.
Laub acaba la niñez y la preadolescencia, a sus 13 años, hasta el copete de los nazis, de los judíos, de su padre y de sus compañeros de su colegio hasta el momento clave en el que en el, bar mitzvan, un rito judío por el que se accede a la edad adulta, los amigos del homenajeado, João, lo lanzan al aire y lo recogen tantas veces como años cumple (13), pero en el la decimotercera vez que lo lanzan, lo dejan caer y estrellarse con el firme. Ese hecho atormentará aLaub durante un buen periodo de su vida y encontrará a esa pronta edad un refugio en el alcohol, al que se aferrará luego durante décadas.

El objeto del libro es que el hijo de Laub, recién nacido, sepa algo más de su padre, de su abuelo y bisabuelo y hacia él dirige Laub sus palabras, reconociendo sus errores, tratando de desprenderse a toda costa de la herencia recibida.

El punto de inflexión en la vida de Laub tendrá lugar cuando la tercera mujer de Laub le obligue a dejar el alcohol, al tiempo que a su padre le diagnostican Alzheimer, esa muerte a cámara lenta, que no deja escapatoria, porque tanto el que se irá como los que se quedan tendrán tiempo, si quieren, de arreglar las cosas, si creen que vale la pena.

Laub toca todo estos temas familiares, exponiéndose, sin guardarse nada en la manga, convirtiendo su escritura en una expiación, abierto al optimismo, a la posibilidad de cambio y de mejora, en pos de ese borrón y cuenta nueva, ilusionado con un horizonte luminoso y brillante, donde el amor hacia su esposa, hacia su hijo recién nacido lo inunda todo.

Un libro, el de Laub, que es muy difícil no leerlo del tirón, porque su prosa transparente y vibrante engancha y emociona.