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Hijos de Ápate (Alicja Gescinska)

Alicja Gescinska, Hijos de Ápate. Breve filosofía de la verdad, la posverdad y la mentira.

Ápate fue uno de los espíritus que salió de la caja de Pandora, pródiga en embustes. Las posverdad es un término cada vez más empleado. Como apunta Alicja no es casual que, en 2016, los diccionarios Oxford eligieran ese neologismo como palabra del año.

Término que guarda mucha relación con el relativismo cultural y filosófico del posmodernismo, que según la autora no ha traído nada bueno en ese aspecto como indicaron pensadores como Leszek Kolakowski o George Steiner.

Es evidente lo que enuncia Alicja en cuento a la difusa línea que separa conocimiento e ignorancia.

Vivimos en una era en que el conocimiento especializado ya no cuenta con el respeto del ciudadano medio. El desprecio generalizado a la autoridad ha dado también como fruto un desprecio a la figura del experto en cualquier materia, con todo lo que ello implica para el debate político y social. Si la opinión de un experto cuenta con la misma credibilidad y recibe la misma difusión que la opinión de un profano o un famoso, cada vez es más difícil distinguir entre hechos fehacientes y fantasías sin fundamento, y cada vez es más difusa la línea que separa el conocimiento de la ignorancia”

Para la autora la definición de la mentira cuenta con cinco componentes: la mentira se caracteriza por (1) la intención de engañar y manipular por medio de (2) una afirmación (3) de cuya falsedad está convencido el transmisor del mensaje; el engaño puede ir dirigido (4) a otros o a uno mismo y (5) desde un punto de vista ético, la afirmación utilizada puede ser inmoral, neutral o moral.

Y qué podemos oponer a las mentiras, a la falta de verdad. ¿La sinceridad?

Para la autora la sinceridad es esencial para el correcto funcionamiento de una sociedad. Además, la idea de que la autenticidad es un valor moral importante resuena también en una conocida frase de Sócrates según la cual una vida sin autorreflexión crítica no merece la pena ser vivida.

Parece cada día más complicado hacer valer esta sentencia.

La verdad está vinculada con la veracidad, y una vida veraz implica voluntad de transmitir la verdad.

Alicja reflexiona acerca de la democracia tal y como la entendemos, del desapego creciente hacia ella por parte de muchos ciudadanos.

Una democracia solo funciona si los ciudadanos creen en su funcionamiento.

Si los ciudadanos no creen que tienen voz, que los representantes públicos los representan de verdad, que los mecanismos de control del poder funcionan y que los medios de comunicación son dignos de confianza, la democracia deja de ser democrática.

¿Cómo afectan entonces las mentiras a nuestra convivencia?

Para Alicja, cuantas más mentiras circulen en nuestra sociedad, menos armoniosa será la convivencia.

Y recoge un caso curioso el de Michael Ignatieff, reconocido novelista, filósofo, catedrático. Cuando dio el salto a la arena política como político, la confianza en su autenticidad y sinceridad se evaporó al instante.

Afirma Alicja que la postura del público frente a los políticos se caracteriza más por el recelo que por la confianza.

Las campañas políticas hoy se nublan con falacias y mentiras muchas interesadas. Habida cuenta con la impunidad con la que dichas mentiras se vierten, conviene reparar en esto que apunta Alicja.

No debemos ver la mentira y la desinformación como elementos más de las relaciones sociales y el juego político, sino como la cizaña que contamina el diálogo y el debate.

Hemos por tanto de pararnos a pensar, qué hacemos y por qué lo hacemos así.

Tenemos que despertar a nuestro Sócrates interno y abrazar la autorreflexión crítica como objetivo de nuestra vida.

Una respuesta válida sería que aprendiésemos a dudar, al igual que nos instaba Joan-Carles Mèlich en su ensayo La sabiduría de lo incierto.

Hagamos caso a Alicja.

Si antes de salir al ágora nos atrevemos a dudar más de nosotros mismos y practicar más la introspección crítica, el debate no estará tan polarizado, pues habrá menos probabilidades de que nos enroquemos en nuestra propia razón.

Traducción de Gonzalo Fernández Gómez.

9788494552458

La belleza (Roger Scruton)

En su ensayo La belleza, Roger Scruton, el autor, parte de seis obviedades:

La belleza nos da placer. Una cosa puede ser más bella que otra. La belleza siempre es un motivo para prestar atención a lo que la posee. La belleza es el objeto del juicio: el juicio del gusto. El juicio del gusto se refiere a algo bello, y no al estado de ánimo de quien lo formula. Cuando describo a un objeto como bello, lo que describo es el objeto, no me describo a mí. No obstante, los juicios de belleza sólo pueden ser personales. No me pueden convencer sin que yo mismo formule mi propio juicio, ni tampoco puedo convertirme en experto en belleza mediante el simple estudio de lo que otros han dicho sobre los objetos bellos, sin experimentar y juzgar por mi cuenta.

A lo largo del ensayo Scruton no definirá la belleza, pero si mentará a otros que lo han intentado, como Hutcheston, para quien la belleza era la unidad en la variedad. O Kant (filósofo muy presente en el ensayo), para quien lo bello es lo que satisface inmediatamente y sin conceptos. Para el autor la belleza nos ofrece un lugar de solaz del que nunca nos cansaremos, aunque la belleza vaya desapareciendo de nuestro mundo porque vivimos como si no fuera importante. Y diferencia entre la belleza verdadera y la belleza falsa: el kitsch (que no es, en primera instancia un fenómeno artístico, sino una enfermedad de la fe), la afectación y la cursilería. Y entiende la belleza como objeto del juicio estético. Porque la contemplación nos lleva a juzgar estéticamente las cosas y a contrastarlas con nuestra experiencia.

Yendo a Kant, Scruton afirma que solo nosotros -criaturas dotadas de lenguaje, conciencia propia, razón práctica y criterio moral- tenemos la prerrogativa de la experiencia de la belleza. El autor va abordando la belleza humana como objeto del deseo, la belleza natural como objeto de contemplación, la belleza cotidiana como objeto de la razón práctica y la belleza artística como forma de significado y objeto del gusto.

Uno de los apartados más interesantes del ensayo tiene que ver con los criterios que necesitamos para el juicio de belleza. A qué atenernos para saber si algo es bello o no, como algo objetivo y no como fruto de nuestra subjetividad, y por ende, de nuestros gustos. La solución que ofrece Scruton es que necesitamos un juez fiable. De tal manera que los juicios sobre el vicio o la bondad precisarían la misma objetividad que los juicios sobre la belleza, que nos marca el camino, no de lo que somos sino de lo que queremos ser.

Un ensayo este de Scruton (traducido por Jordi Ainaud i Escudero) que nos permite abordar la belleza desde muchos puntos de vista, analizando el estudio de la belleza desde el comienzo de los tiempos, el papel que juega la belleza en el erotismo y en el arte, la profanación del arte y la religión a través de lo kitsch o el escaso interés que suscita hoy la belleza (quizás por el esfuerzo y el sacrificio que supone aspirar a ese ideal), apartada ahora por la violencia y la pornografía.

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Felizidad (Olga Novo)

Felizidad siento yo al leer los poemas de Olga Novo. Palabras que piden a gritos ser recitadas en voz alta, o bien cantadas, si nos dejamos mecer por las repeticiones que operan una suerte de musical y arropador estribillo. La transmisión de genes, la vida nueva, conecta padres e hijas, que pasan a ser madres, y en ese continuum el arado de la memoria va desbrozando recuerdos hasta el núcleo del sentimiento, porque ser madre es renaser, recibir bocados de alegría y esperanza. La poesía es el impetuoso corazón que da vida y cuida a las palabras, precisas, carnales, cenitales.

Traducción de Xoan Abeleira.

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Jugadores de billar (José Avello)

Publicada en Alfaguara en 2001, Trea recupera en 2018 la espléndida novela de José Avello. Justificadas las más de quinientas páginas, en el logrado empeño de José por describir al detalle las naturalezas humanas que conforman la narración; la del grupo de hombres que se reúne para jugar al billar en el Mercurio y cuyas existencias se irán desgranando con prolijidad.

Hilos narrativos que se van desprendiendo de la gran madeja que fue la guerra civil y un hecho sucedido en Oviedo.

Son hijos de los vencedores que atesoran un pasado obscuro, cuyos viles actos son ocultados hasta que una suerte de justicia venidera desvele un crimen pasado, ligándolo a otro presente y renovándolo.

El narrador es el cuarto amigo, anónimo, conocedor de la historia de los demás al dedillo. Así nos referirá los abismos a los que aboca el deseo insatisfecho (el que siente Álvaro hacia Verónica), las crisis de pareja (entre Manolo “Arbeyo” y Carmina), las consecuencias venenosas de la codicia (como la de Borja Molina), el amor timorato (de Floro por Adelina), la maldad en encarnada por el tío Álvaro, los abusos que mancillan dignidades.

Los saltos temporales están muy bien ejecutados y no suponen perder el hilo de la narración en ningún momento.

José maneja con destreza e inteligencia los sagaces diálogos, insufla el texto de humor e ironía, sin sustraerse al dramatismo que menudea de principio a fin, retratando los claroscuros del alma humana, la escala de grises en la que se plasman los sueños, ambiciones y anhelos de todos ellos.

Aquí las palabras tienen peso y gravedad, sentido y significado.