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El frío (Thomas Bernhard)

Thomas Bernhard
Anagrama
Traducción: Miguel Sáenz
1996
144 páginas

En El aliento, donde acababa el anterior libro, Thomas Bernhard estaba en contacto con la muerte en su estado más crudo y después de curarse de su pleuresía, a sus 18 años deja un sanatorio para entrar en otro, en Grafenhof, aquejado de una sombra en el pulmón, lo cual le acarrea pasar algo más de un año entre enfermos, rodeado de nuevo de podredumbre, decrepitud y muerte.

Si al comienzo se deja ir, al final vence la inercia y decide vivir, pues cree que estar vivo después de la guerra es una suerte, a pesar de que su situación personal no es nada favorable dado que su madre se muere de cáncer y él se enterará de ello leyendo el periódico.

Así, sin su abuelo, y con su madre muerta, sin las dos personas por tanto que más ha querido, por ese orden, a su lado, ya sabe lo que es estar sólo; un desamparo que Bernhard no obstante ve como algo positivo, como un horizonte despejado, que no es tal, pues aunque fantasea con poder cantar, verá que no le es posible y si dejar Grafenhof, dándose él el alta, le proporcionará alguna alegría, esta incipiente ilusión se verá ahogada prontamente, toda vez que vuelva a Salzburgo, se vea mendigando un trabajo, ocultando su precaria salud, y detestando Salzburgo, sus gentes y esos oficios que sin sentido, sin finalidad, deparan a los empleados lo justo para sobrevivir.
Bernhard acaba la novela salvando su vida de chiripa, tras sufrir una embolia tras desatender los controles periódicos a los que está obligado someterse.

En su condición de paciente Bernhard dispone de mucho tiempo para leer y refiere que después de leer Los Demonios pasó una buena temporada sin leer nada, porque sabía que lo que vendría después iba a ser una gran decepción, y que le haría encontrarse ante un abismo. Que nunca había leído un libro de aquella insaciabilidad y radicalidad, que se encontraba ante una obra literaria salvaje y grande, que pocas novelas han tenido sobre él un efecto tan monstruoso.

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Dos hermanos (Bernardo Atxaga)

Bernardo Atxaga
1995
160 páginas
Ollero & Ramos

Vuelvo a releer esta novela 20 años después y me sigue gustando, mucho.

Dos hermanos es una alegoría trágica, rural, en un pueblo donde se confirma esa máxima que afirma que «pueblo pequeño, infierno grande», en donde las rencillas y los odios se transmiten de generación en generación y donde el destino es una cruz tan pesada que solo la muerte es capaz de aliviar.

Bernardo Atxaga (Asteasu, 1951) ambienta esta certera, preci(o)sa y fatalista novela en Obaba, lugar imaginario, y lo que acontece lo sabemos porque una voz interior ordena a los distintos animales: pájaros, serpientes, ardillas, que sigan a los personajes, siendo estos animales no sólo capaces de seguir el rastro de sus objetivos, sino también de saber leer sus mentes.

Con cuatro pinceladas Atxaga muestra lo trágico que es perder a una madre y a un padre antes de ser adulto, sin haber disfrutado de la infancia y tener además que acarrear con un hermano de 20 años, pero con la inteligencia de uno de tres. Si a esa situación trágica se suman, los odios, las rencillas, las envidias, las habladurías, las maledicencias, la pulsión sexual, la violencia ciega, la incomprensión ausente, de todos cuantos los rodean, entonces, Paulo y Daniel, los dos hermanos, lo tienen muy crudo.

Devaneos.com

La última hermana (Jorge Edwards)

Jorge Edwards
Acantilado
378 páginas
2016

De esa masa informe que es el pasado, la literatura en ocasiones rescata momentos estelares, gestas, personajes únicos, o no tan únicos, pero que tuvieron su momento de gloria, tal que les permite salir de su anonimato, así María.

María es una chilena burguesa y acomodada que en París, durante la Segunda Guerra Mundial, se descubre a sí misma (algo que es fruto de un ramalazo más que de una convicción) ayudando a salvar (y posteriormente a mantener) niños judíos de los nazis, cuyos padres son enviados a los campos de concentración; se verá entonces colaborando con la Resistencia, y guardando las apariencias, pues mientras Alemania llevaba adelante su plan criminal de exterminio, en París, esos que formaban el grupo de amistades de María ocupaban su tiempo en cocktails, eventos sociales y seguían con sus fastos, sus banquetes, sus frivolidades, ajenos a las bombas, a la guerra que desangraba Europa.

La emotiva y muy interesante novela de Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1938) recoge los años de la Ocupación, la Resistencia, la Liberación; momentos históricos que obran de marco temporal donde se ubica María, la cual va cambiando a medida que toma cierta conciencia social, toda vez que es consciente de que se la está jugando, de que la vida que ahora vive sí va en serio y que la paliza que a poco la ultima, también.

María se verá arropada por Claire (compañera y amiga en la Resistencia), por su fiel sirvienta Brunilda, por el sin par René, protegida por el misterioso agente Canaris. Todos ellos son sombras, figuras veladas, de quienes apenas sabremos nada y esa creo que es la esencia de la novela, que después de casi 400 páginas, apenas llegamos a conocer nada de María (persona real que atendió al nombre de María Edwards MacClure), más allá de sus logros, materializados en haber salvado un puñado de vidas, más allá de ver cómo los años la esculpen, la colman (gracias al contacto con el mundo de la cultura, con personalidades literarias como Colette, Huidobro o del cine como Buñuel, entre otros), la transforman, la llenan de recuerdos, y quien tras dejar París atrás, deja también su alma y cómo el regreso a Chile es más un fracaso, una imposición que un deseo (ella que vuelve con otro paso), doblegando así su libertad ante los sentimientos y afectos familiares, a quienes había dado la espalda toda su vida, abriendo un paréntesis que cerrará con su regreso.

Devaneos.com

El aliento (Thomas Bernhard)

Afirma Thomas Bernhard en esta novela que sin sus lecturas (Shakespeare, Cervantes, Sterne, Pascal, Montaigne, Hamsun, Schopenhauer…) se hubiera destruido. Acierta. En mi caso, de no ser por la lectura, estaría, no destruido, pero viendo El hormiguero, por ejemplo o incluso haciendo cosas aún peores.

El aliento sucede a El origen y a El sótano, dentro de su pentalogía autobiográfica.

Bernhard tiene 18 años y aquejado de pleuresía se encuentra ingresado en un hospital, ubicado en la habitación de morir, donde están confinados todos aquellos que ya sin esperanza alguna son dejados allí hasta su muerte. Bernhard es el único que saldrá vivo de allí, en un ambiente pródigo en olores, secreciones, sudores, alimentado de dolor y sufrimientos ajenos que acontecen en las postrimerías de la muerte, precedida de la enfermedad.
De ese infierno, ante ese aliento, halitosis más bien, de la muerte a diario, Bernhard aprende una lección, necesaria según él, pues le permite experimentar situaciones que de otra modo le sería imposible llegar a sentir.

Aparece de nuevo su abuelo, aquel que ha sido su mentor, su maestro, durante sus 18 años, su abuelo, un tipo poco familiar, para quien su hogar han sido siempre sus pensamientos, quien muere sin cumplir los setenta, mientras Bernhard sigue hospitalizado. Una muerte que es una liberación, al verse ahora Bernhard sólo frente al mundo, lo cual le impele a actuar, a luchar, a tomar sus propias decisiones.
Después de la muerte del abuelo Bernhard recobra, o inicia, mejor dicho, una relación con su madre que nunca había existido. Descubre el amor materno, la ternura, el placer de la charla, de compartir recuerdos, pero la muerte siempre acecha y a Bernhard le dura poco la alegría.
A su madre le diagnostican un cáncer terminal y a él, tras salir del hospital y pasar una temporada en un sanatorio de un pueblecito entre montañas (ocupando su tiempo en amenas y sustanciosas conversaciones con su compañero de habitación, sus lecturas de libros y de periódicos, con los que mantendrá ya desde entonces una relación de dependencia y repulsión, heredada de su abuelo), sale de allí recuperado de su pleuresía, pero con un problema en un pulmón, que le abocará otra vez poco después a recorrer una senda de hospitales y médicos.

Se olvida Bernhard de los placeres que le deparaba su trabajo de vendedor en el Sótano, sabe también que el mundo de la música y del canto es ya un mundo extinto.
Más decepciones para Bernhard.

Al igual que en los dos libros anteriores Bernhard tira del baúl de los recuerdos, sin escatimar nada; pensamientos e ideas que pueden generar hostilidad, como lo que dice de los médicos, pero Bernhard quiere -ese es su empeño- ser fiel a lo que le sucedió y aproximarse a su pasado, con estos apuntes, estas notas, jirones que buscan la verdad de sus pensamientos, sin tamizarlos por la ficción, sin edulcorarlos por la melancolía. Y de nuevo el estilo Bernhard resulta agudo y filoso.