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Null Island (Javier Moreno)

Conviene no dejar un libro a medio leer sobre la mesilla, viene a ser como un gatillazo, para decirlo con el espíritu de la novela. El libro emite un zumbido, un lastimero ay de abandono, más molesto que los guasaps entrantes superada la medianoche. Me alzo, cojo el despertador, el libro y una manta y voy al salón. Las 4:40. Desvelado, no voy buscando la visa para un sueño, ya pasado. Oigo el silencio. Todo negro ahí afuera. Meto los carámbanos de carne bajo la manta, pero leer sigue siendo para mí, aún hoy, una labor menestral, a saber, pasar las páginas, sentir el cálido aliento del texto, la combustión de la prosa, la literatura como tierra promisoria, la expectativa como zanahoria…

Javier Moreno (Murcia, 1972) publica en Candaya Null Island. Por aquí han circulado Click, Alma, 2020, Acontecimiento. Seguiré leyendo a Moreno en tanto en cuanto me siga poniendo como aquí el intelecto primero esponjoso luego erecto, fortalecido (en términos de recepción de la lectura hablaría de una onda expansiva), en la medida que sus textos se ubiquen en las antípodas de una prosa alopécica, erial de papel al que Moreno contrapone aquí su esperado y feraz discurso, tocando distintos palos de las ciencias (astronomía, matemáticas, física…), las cuñas etimológicas, los aforismos (La hipotaxis es, al fin y al cabo, la apnea del pensamiento), las reflexiones de todo pelaje –descubre, ese hombre, que la vida, en efecto, no es más que la anestesia de la infancia, de esa enfermedad y ese éxtasis que es la infancia– las continuas digresiones merced a los sueños, la imaginación elástica de la que brotarán ideas, cual esquejes de las Obras de Levé, el empeño por desbordar los límites de la prosatiovivo, del tren de la bruja donde leer, simplemente, esperando el escobazo, el fin del viaje. Me gustaría escribir una novela en la que no ocurra nada, pero que obligue al lector a ser leída de forma compulsiva decía GHB a cuenta de Nemo. Javier Moreno crea un personaje, un escritor, que quiere sacar adelante, o despeñar, su novela sin tener que recurrir a los personajes, prescindiendo de ellos. ¿Se puede? Sabemos por EVM que el concepto de argumento está sobrevalorado. Moreno lo sabe y sube la apuesta de GHB (que también aparece en este libro) y le tira un órdago al lector (bajo la hipótesis de que hubiera alguien al otro lado del libro).

Moreno se convierte en un émulo de Philippe Petit subido al alambre, hollando el vacío. El uno de la literatura contra nadie. Acojonante, piensa. Tiene todas las de perder. Allá arriba la entropía se descojona del equilibrio imposible del escritor funambulista, aquel que ve las torres tan lejanas que siente el vértigo de lo imposible, pero Moreno Petit avanza, es todo posibilidad, potencia pura, la realidad un decorado, su escritura unas gafas de realidad virtual con las que ir moviendo historias, anécdotas, vigilias con las yemas de los dedos como los protagonistas de Minority Report. En el vórtice de la ingravidez, en los márgenes celestiales del texto, se dan cita realidad y ficción, sueño y vigilia, lo subjetivo y lo objetivo, el impulso sexual como principio rector, la impotencia como trama, pero simplemente un señuelo, porque no va detrás de un clímax, de un orgasmo, sino que va disponiendo las distintas cargas explosivas (la gran voladura en mente): un polvazo trabucado por aquí y la presunta enfermedad, una infidelidad por allá, Soria y su olmo viejo por acullá, las compras virtuales y Amazon, Google Earth, Wikipedia, portales de contactos, WhatsApp, toda esta arquitectura virtual (en la que vamos sedimentando tiempo y deslocalizando afectos, mermados estos a base de delegar nuestro sentir no en el habla sino en uniformadores emoticonos de toda clase) del más allá integradas aquí, en la narración de forma plausible, helando la sangre con un bloqueo, zozobrando en la espera de un guasap no leído ni respondido, eviscerados todos nosotros en las ávidas manos de un gran hermano que bebe nuestra sangre y linfa con aspecto de metadatos.

El escritor se exhibe, valga la paradoja, escondiéndose bajo toda clase de máscaras, practicando además una suerte de escapismo de sí mismo, houdinizándose. Dejemos a Moreno Petit allá arriba, divagando, orbitando (imposible órbita lineal), roturando entre las nubes (aliento universal de un escritor que cabe en un bolsillo) su prosa de textura científica y lírica (si ambos epítetos son compatibles, que lo son a la vista (de pájaro o dron) está), lectura que me retrotrae a la ingravidez experimentada cuando leí Momentos humanos de la tercera guerra mundial de DD.

Moreno no es que vaya a más. Sencillamente se propulsiona, creo.

Candaya. 2019. 220 páginas

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¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? (Lorrie Moore)

Aquellas redacciones escolares en la que te planteaban un tema: la amistad, la familia, la naturaleza… Digamos que la alumna fuese Lorrie Moore (Glens Falls, 1957) y optase por hablar de la amistad y volviera a la américa fronteriza con Canadá a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, y fuese también Berie Carr la protagonista de la novela y su mejor amiga fuese Silsby Chaussée, Sils. Berie está en París con su marido Daniel, entregados ambos al ocio refinado, al dolce far niente, paseando entre jardines, visitando museos, disfrutando de la gastronomía, como los sesos que ingieren y que operan como una magdalena de Proust, dejando en el cedazo de la memoria las pepitas, aquellos hechos significativos que marcan y conforman lo que vendrá después.

Moore irá contrastando el momento presente en París de Berie con los años de la infancia y adolescencia en la ciudad de Horsehearts, cuando las dos amigas trabajaban en un parque de atracciones y pasaban todo el rato juntas, un sororismo que les hacía compartir su tiempo, el mismo espacio, su intimidad, su confianza, sin miramientos ni restricciones. Acuden a conciertos, beben, fuman, rehúsan el LSD, escuchan canciones (algunas claman por la intervención policial contra el furor universitario en Kent, como Ohio de Neil Young), gozan de una libertad a la que sus padres a pesar de su rectitud (y no presencia) no logran poner coto, atesoran experiencias que podían haber resultado dramáticas, viven y experimentan, en definitiva. Sils queda embarazada, aborta.

Como si la amistad fuese un producto afectivo aquejado también de obsolescencia programada, el tiempo las irá separando. Berie y Sils dejarán de ser uña y carne. Berie marchará a estudiar fuera y cuando regrese pasados unos años en un encuentro de antiguos alumnos comprobará lo que la vida ha hecho con ellas, con ella, porque Sils sigue igual en su gota de ámbar, tan agradable como siempre, mientras que Berie se ve y se siente junto a Sils otra, dotada con las armas que da la experiencia, más maleada, endurecida, engalanada con el saco roto del ingenio, de la sinceridad sin concesiones y atada en el presente a Daniel.

¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?, publicado en 1994 y editado ahora en Eterna Cadencia con traducción de Inés Garland es un magnífico, vívido y sucinto (176 páginas) ejercicio de nostalgia que presenta múltiples capas, trascendiendo el marco temporal en el que se inserta, porque lo que caracteriza esta clase de historias es su atemporalidad; la manera que tenemos de relacionarnos, las expectativas que se depositan en el futuro, el efecto corrosivo que el paso del tiempo ejerce sobre la naturaleza humana, la necesidad de echar la vista atrás, hallar luz entre tinieblas y encontrar entonces amparo en el pasado, dentro de aquellos momentos agradables, únicos, irrepetibles, en aquel río en el que Berie y Sils se bañaron, ahora lo saben, una sola vez y moviéndose ahora Berie entre aguas movedizas. “Voy a esperar a Daniel, creo: dejarlo ir y hartarse, confundirse, correr por el bosque oscuro de sí mismo. ¡El amor es perenne como la hierba! Voy a esperarlo, mi corazón en epílogo, tejer y destejer, tal vez como siempre ha sido. Voy a esperar hasta que no pueda esperar más”. No sabemos cuánto más podrá esperar o desesperar Berie.

Lectura fácil y necesaria

Bienvenidos sean los premios como el Nacional de narrativa otorgado este año a Cristina Morales por su Lectura fácil y necesaria. Lo comenté por aquí a mediados de diciembre del pasado año para ir poco después a poblar mi Sumun 2018.

Leo que las librerías y las bibliotecas se ven desbordadas por un alud de lectores (ojo a los alunizajes) que quieren leer la novela de Cristina y pienso en la letra de Viva Sueciadeberíamos decir más veces/ te deseo lo que te mereces