La vergüenza (Annie Ernaux)

La vergüenza (Annie Ernaux)

Annie Ernaux ya había escrito otros libros que abundaban en lo autobiográfico: Memoria de chica, No he salido de mi noche o El uso de la foto. En La vergüenza, con traducción de Mercedes Corral Corral y Berta Corral Corral, pone su atención la autora en un hecho acontecido en 1952, cuando ella tenía 12 años.

Como en ese cuadro en el que hay un motivo principal que centra nuestra atención y otros muchos elementos accesorios, periféricos, que orbitan alrededor del mismo y que iremos desvelando poco a poco bajo la atenta mirada, así opera Ernaux en esta novela. El motivo principal es el recuerdo que ella, entonces una niña, tiene de su padre intentando matar a su madre una día de junio, con un hacha, en el colmado-hogar donde viven. Tras aquel momento de locura las aguas volverán a su cauce y no se volverán a repetir más elementos violentos como aquel, pero no podrá quitárselo Ernaux de la cabeza, al instalar en ella ese hecho inaudito y atroz un sentimiento de vergüenza.

Echando mano de fotografías y recurriendo a la memoria la autora se retrotrae hasta 1952, tratando de conocer cómo era su identidad de entonces, empleando para ello los vestidos de la época, las canciones que escuchaba, los libros que leía, la fuerte presencia de la religión en las aulas del colegio privado al que acudía; la sensación de pertenecer a una clase social distinta al de sus compañeras, sintiéndose al margen; lo mismo le sucederá con la edad, ya que los 12 años marcaban la barrera entre la infancia y la adolescencia, entre el cuerpo de un niña y el de una mujer, aspecto que en aquel entonces le parecía tan deseable como inalcanzable.
Ernaux analiza la sociedad en la que vivía en 1952 en Normandía, muy preocupados todos ellos por el qué dirán, por guardar las formas, por no dar que hablar, por no apartarse del rebaño, en un colectivo muy dado a censurar y a reprobar todo aquello que se saliera del molde de lo “normal” (embarazos fuera del matrimonio, madres solteras, abortos…) cincelada la moral con el buril de la religión. Aunque por otra parte no estaba mal vista la violencia hacia los hijos, entendida como parte de una educación que había de ser estricta y severa.

Un viaje que realizará Ernaux junto a su padre, en autobús, durante un par de semanas, llegando hasta Lourdes, antes del hecho de marras le permitiría a la niña tomar conciencia del otro mundo que existe más allá de las cuatro paredes de su casa, el barrio, la ciudad, la moral, descubriendo en las habitaciones del hotel el uso del lavabo, los retretes, el yogur en los restaurantes…

Con La vergüenza Ernaux hace público aquello que le pasó, pesó y posó y le acompañó por tanto a lo largo de toda su vida, tal que en 1996 decidió extirpar ese recuerdo para poder analizarlo a través de la escritura, con la publicación del presente libro, muy en la línea de sus otros libros autobiográficos.

Delibes en bicicleta

Delibes en bicicleta (Jesús Marchamalo)

Este año se cumple el centenario del nacimiento de Miguel Delibes. La industria editorial pone en el mercado libros como el presente. Un libro ilustrado por Antonio Santos muy corto, un texto el de Jesús Marchamalo (Tocar los libros) que parece más propio de un reportaje en un suplemento dominical.

El título hace mención a una de las pasiones de Miguel Delibes, el ciclismo. Hubo otras, como la literatura, la familia, la caza… En esta suerte de microbiografía Marchamalo comenta la primera vez que Delibes anduvo en bicicleta, la obtención del premio Nadal en 1948 y su posterior entrevista con Pío Baroja, cuando ganó la oposición a la Cátedra de Derecho Mercantil, su preferencia por trabajar con el bullicio de los niños en casa, gritos, carreras y la algarabía a la hora de la merienda o cuando se hacía cien kilómetros en bicicleta (¡con aquellas carreteras y aquellas bicicletas!) para ir a visitar a su novia y posterior esposa, y su pérdida a una edad temprana.

Yo creo que vale siempre la pena ir a las fuentes y recomiendo encarecidamente la lectura de Mi vida al aire libre, o bien leer Señora de rojo sobre fondo gris, maravillosa novela sobre el duelo, o esa tensión entre lo rural y lo urbano tan bien recogida en El disputado voto del señor Cayo, o aquellas Viejas historias de Castilla la Vieja que cifraban bien la pasión cinegética del sabio Miguel Delibes.

La sombra de Delibes, al igual que la del ciprés, sigue siendo hoy afortunadamente todavía muy alargada.

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Cosmos (Witold Gombrowicz)

Cosmos publicado en 1965 es un libro que me produce extrañeza, incluso rechazo, como las películas de Haneke, por eso me resultan adictivas. A medida que uno va leyendo va acumulando los interrogantes. Lo que Gombrowicz plantea parece una tomadura de pelo, una charada, una chaladura. Dos jóvenes polacos: Witold y Fuks, en una casa de huéspedes comienzan a desvariar fijando su atención en cosas absurdas: un pájaro ahorcado, un palito ahorcado, otro gato ahorcado (aquí Witold es protagonista en una serie letal (o inerte) que va generando ¿el azar?) embutido todo ello en algo que podemos calificar como misterioso. En la casa hay un puñado de personajes extravagantes. La palma se la lleva Leon. El yo narrador, Witold, es una montaña rusa. Va de lo macro a lo micro. Del fuera adentro. Del terrón al cielo. De una boca, la de Lena, a la de Katasia. De un ahorcamiento a otro. El hilo de su pensamiento es una goma que jugando le asesta reiterados zurriagazos. Establece Witold una conexión especial o incluso espacial con Leon: Berg. Leon está como las maracas de Machín y habla su propio lenguaje, como eso que hacíamos con las palabras cuando éramos críos y cambiábamos unas letras por otras o añadíamos terminaciones haciendo de la aliteración un arte. Me pregunto cómo sería para Sergio Pitol (al que Gombrowicz buscó tras leer su traducción al castellano de Las puertas del paraíso) traducir una ida de olla, tan dada a la experimentación con el lenguaje como la presente.

Cosmos es una novela, si esto es una novela, coral. El autor se lleva a sus personajes de excursión a la montaña: tres parejas de luna de miel, una pareja que lleva casada dos décadas, dos jóvenes desnortados y un cura perdido y desorientado que pasa a formar parte del grupo. Los diálogos de Gombrowicz así como las situaciones que crea son hilarantes de puro absurdas, su humor es muy particular y cuesta entrar, pero luego ya no hay escapatoria. Sobre este absurdo zigzagueante flotan pensamientos, afirmaciones !Cuando no tienes lo que amas, entonces ama lo que tienes¡, palabra de Leon. Te alabamos señor.

Creo haber escuchado en una conferencia que la palabra cosmética tenía la misma raíz semántica que la palabra cosmos que en griego significaba orden. Así tal Gual lo cuento.

Pero aquí no hay cosmos, orden ni concierto, por mucho empeño que ponga Witold en ordenar las concordancias, las relaciones, las sinergias, los ahorcamientos, sí desvarío, obsesión y desconcierto. Y un lector atropellado cuyos ojos como canicones son los de un emoticón plenos de asombro ¿o es estupor? con las neuronas hechas chicle de mascar. Y un final que nos deja !atención¡ ante un pollo. No, ahorcado no, pero sí muerto, en un plato. Ufff.

Sabemos que todos los caminos de la literatura conducen a EV-M y creo que fue a través del mismo como di con Gombrowicz. Y me da que esto va a ser el principio de una bonita amistad.

…al finalizar la lectura ya en la ducha mientras sacaba la diestra para abrazar el bote de gel miraba a mi derecha y veía un mosquito ascendiendo por la ventana le costaba lo suyo ascender y al poco rato volvía a caer que era un deslizarse y no sabía si echarle una mano o un dedo algo que de no hacer con precisión quirúrgica podría acabar con él espachurrado y prestaba atención a su esfuerzo denodado y veía lo fácil que sería acabar con él lo mismo de fácil que nos resulta a nosotros caer fulminados bajo el mazo del destino y el secador apagó el rumiar de mis pensamientos y cuando se disipó el vapor se desveló el misterio en el cristal de la ventana en posición oscilobatiente pues no se apreciaba mas que el edificio de enfrente inmaculado y pensaba entonces y ahora que Gombrowicz jugaba en su Cosmos al ahorcado con nosotros y que solo él sabía qué palabra tenía en mente y que nosotros por mucho que lo intentáramos al leer no haríamos más que ir dando palos de ciego…