La vida verdadera

La vida verdadera (Adeline Dieudonné)

Leyendo La vida verdadera, debut de la novelista Adeline Dieudonné, con traducción de Pablo Martín Sánchez, (es curioso que aquí, en la ficha técnica del libro el apartado destinado al traductor venga en blanco) me rondaba por la mente el Gorgias de Platón y una de las preguntas allá formuladas, si es peor soportar una injusticia o cometerla. A esta pregunta parecen obligados a responder cada uno de los protagonistas de la novela, que son los miembros de una familia -allá en los años 90 y residentes en una urbanización- formada por el padre, la madre y dos hijos: una niña de 10 años y un niño de 6. Al final de la novela tendrán 15 y 11. La que narra es la niña, que asiste como una espectadora muda a las palizas que su padre le propina a su madre, reducida a ser una ameba; maltratada por el padre y despreciada por sus vástagos. El padre es un cazador experimentado. Su mundo se le presenta binario: cazador o presa. La niña hace todo lo posible para que su hermano Gilles mantenga su inocencia y preserve la sonrisa, lo cual no le es fácil cuando éste caiga bajo el embrujo cinegético del padre y mentor. ¡Ay, los amigos del rifle!.

La innominada niña mientras tanto irá pasando cursos en el colegio, atendiendo, con la llegada de la efervescente adolescencia al bramido de sus hormonas, ante la presencia de un vecino macizo para el que hace de canguro de sus hijos y que la enciende cuando la roza, y cediendo también a su otra pasión, ésta intelectual, la que experimenta hacia la física (la niña fantasea durante una temporada, ayudada por una amiga adulta, con hacer una máquina del tiempo (que le permitiría situarse por ejemplo antes de la muerte de un heladero que sucede frente a ella, muerte de la que en parte se siente culpable), pero más tarde verá que son cuentos y abandonará el proyecto), contando para ello con un profesor particular que le referiría su particular historia, trágica. Clases que recibe a escondidas de su padre para el cual que la hija sea un cerebrito es una especie de afrenta personal.

Como decía al comienzo, cada cual deberá establecer será víctima o verdugo, cazador o presa. El alinearse en un bando o en otro supondrá la supervivencia o no familiar, o al menos de su parte más estimable.

Adeline despliega una prosa tan facilona como efectiva y efectista para abordar los malos tratos en el entorno familiar y toda aquella violencia consustancial a la bestia paterna, permitiendo a su vez que todos los que orbitan alrededor del astro rey saquen de sí mismos lo peor de cada uno, lo que toca, cuando prima el instinto de supervivencia.

El túnel (Ernesto Sábato)

El túnel (Ernesto Sábato)

El túnel, novela de Ernesto Sábato publicada en 1948 es la historia de una obsesión, la de Juan Pablo Castel, que un día al ver a una mujer contemplar uno de los cuadros que ha pintado y reparar ella en algo del cuadro en lo que los demás espectadores parecen descartar, ve ahí el nacimiento de un vínculo entre él y ella, lo que será la génesis de una obsesión, pues a partir de entonces Juan Pablo no deja de pensar en ella, fantasea con qué le diría si la volviera a encontrar y se afana en propiciar el reencuentro.

La novela pone las cartas sobre la mesa desde su comienzo. Juan Pablo declara haber asesinado a la mujer, María Iribarne, y se encuentra en la trena. Su relato podría aportar un porqué, si bien no parece que Juan Pablo se sienta muy atormentado por lo que hizo. Al contrario que por ejemplo Raskólnikov, en el que Dostoievski nos tenía 700 páginas pendientes de si el atormentado asesino confesaba o no su crimen, buscando su redención, aquí el asesinato ya es un hecho consumado y lo que Ernesto plantea en su novela son los efectos letales que tienen ciertos comportamientos amorosos, lo que nos daría pie para reflexionar sobre qué entendemos por amor.

Juan Pablo es un pintor reconocido, elogiado por la crítica, pero no parece que haya nada que lo fije a la tierra, ningún hilo afectivo, así que su paso hasta el momento (hasta sus treinta y pico años) por este valle de lágrimas ha sido un transitar por un túnel y ahí uno solo encuentra soledad, oscuridad y silencio. Pero dentro de ese túnel Juan Pablo no deja de fantasear y cuando conoce a María, su horizonte mental se puebla de sombras, miedos, temores, inseguridades, y la relación que entabla con ella se vuelve enfermiza. No solo quiere Juan Pablo estar con ella todo el tiempo, consumar el ayuntamiento carnal, ser su presente y quizás también su futuro, sino también incluso alterar su pasado, y sus cara-a-cara se convierten por parte de él en interrogatorios, en juicios sumarios en los que analizar con lupa todo lo que ella diga, siempre buscando alguna contradicción, en pos él, de una lógica que trata de explicarlo todo con la razón, cuando Juan Pablo no entiende que una persona como María (ni como el resto) no es un electrodoméstico que viene con un manual de instrucciones y realiza sólo un par de funciones, que María tiene su vida, su pasado, su marido, sus amigos, sus relaciones, sus secretos, su bien preciada intimidad.

Juan Pablo no mantiene la distancia ni posee la lucidez necesaria para ver lo asimétrica que es su relación, si se puede considerar sus devaneos de tal; él siempre buscándola, recriminándole todo tipo de cosas, insultándola, buscando a la desesperada una y otra vez el encuentro, y ella rechazándolo, o aceptándolo a medias y a la fuerza y poniendo tierra de por medio, buscando ella una distancia que solo sirve para echar más leña al fuego de este holocausto amoroso; una distancia insalvable, que él, inerme, solo ve capaz de abolir con la muerte de ella.

En apenas cien páginas Sábato traza con maestría el delirio y malestar de un hombre enfermo de soledad, vacío, amor y desamor con una intensidad y profundidad sostenida de principio a fin.

El descacharrante episodio postal bien hubiera podido formar parte de la película Relatos salvajes.

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las brujas (celso castro)

pues resulta que hace algo más de tres semanas me enteré de que celso castro había publicado las brujas y traté de hacerme con un ejemplar y ayer al final me entró una reserva de la biblioteca en digital y ya sabes cómo detesto yo leer en digital, pero eran más fuertes mis ganas de leer la novela que mis preferencias materiales lectoras y me puse a ello y me dio por leer en voz alta, sí, y no me mires con esos ojazos que en vez de globos oculares tienes zepelines y me da la risa, y leer a celso es como sentarte en una escollera sobre una roca con los pies colgando y mirar o escuchar el atlántico y pongamos que hablo de xoel y de paso te digo que muchas ganas tengo de volver a la coruña, mientras le vas contando a tu escuchante lo que te pasa o pasea por dentro como hace el protagonista de la novela, un joven de diecisiete años, y disculpa la digresión pero tienes que verte la película de sánchez arévalo diecisiete porque es cojonuda, al que no le puede ir peor porque no tiene padre y su madre y su hermano del que recibe una golpiza tras otra mantienen una relación extraña que lo orilla y ningunea e invisibiliza y que le hacen sentir como una mierda, bueno, aún peor, porque eso ya sería sentir algo y el joven no siente nada y no porque se amorre a la ataraxia o al cómodo nihilismo adolescente sino porque recibe palos físicos y psicológicos por todas partes y no encuentra amparo ni afecto allá donde mire a no ser en su tía, la hermana de su madre, y en una joven, una tal lorena con la que tendrá sexo y que lo hará madurar a marchas forzadas porque aquí todo el mundo lleva una cruz a la espalda de un tamaño descomunal y tiene la lorena a la madre hospitalizada y traqueotomizada, y si solo fuera eso ni tan mal porque resulta que la madre de lorena es bruja o eso dicen y es normal que lo sea porque a celso le va mucho todo este rollo a lo poe a lo vaadoler o como se escriba y también las visiones los bebedizos la muerte el suicidio los cortes la sangre, la menstrual también ¡pero qué puntos tiene el colega, no me digas! la parte más oscura del alma el filo cortante de la nada la vida sajándose a sí misma, en definitiva, y el joven doliente, este humano demasiado humano, este nazareno nuestro, el potencial redimido escribe y describe su dolor para analizarlo pero aquello es una masa mórbida, ¿gelatina?, vale, pues gelatina, y la escritura, pues ya sabes cuentos, relatos y la poesía como le sucede a sebastián, amigo del narrador, solo lo alancean sumen consumen y recluyen dónde, a saber, en un hospital y luego en oza, pero una cosa te diré, -!atento!, en todo este desaguisado afectivo no hay lugar para la gazmoñería ni para la sensiblería ni para la costra literaria -y aquí habría que hablar del hermano poetiso del narrador porque aunque tú no lo sepas en el libro hay humor, todo lo negro que tú quieras pero humor al fin y al cabo- ni para la floritura sino para el fraseo hipnotizante, sí, tal cual, embriagado me veo por esa voz que cuenta y fíjate tú qué cosas pero pensaba mientras leía en lord jim, sí, el de conrad, cuando marlowe empieza a hablar y no calla y no quieres que deje de hablarte ni de contarte porque la vida está ahí, que no, que no lo está, pero tú te lo crees y pones en suspense y en suspenso tu incredulidad pero a lo bestia, en plan muy deficiente, todas esas palabras de esta historia de este relato que será todo lo truculento que tú quieras, y también triste de cojones, y vale que no es lo más alegre en estos momentos de confinamiento, pero tampoco vas a estar todo el día con el jiji y el jojo y el juju, y piensa tú por un momento en ese insecto alado que al grito de más luuuuz y a lo goethe allá que va hacia la vela y la va a palmar y lo sabe, bueno, no lo sabe pero la conciencia siempre es un aporte, una buena granizada sobre el espíritu, y no me mires con ese careto tuyo porque todo está relacionado, pues lo que te decía, que el insecto alado va hacia su final hacia su conclusión y tú, bueno yo, leo igual, con esa misma intensidad con ese nudo en la garganta y deslumbrado y con esa náusea en el estómago y con ese cosquilleo en las venas… y que no acabas de verlo me dices, que flipo mucho añades, que te la quiero meter doblada apostillas, bien, (sé) tú mismo, por mi parte y esta vez y otras hubo antes, yo aquí y ahora, bueno ayer, lo leí y sentí excelso

celso castro en devaneos sylvia entre culebras y extraños astillas el afinador de habitaciones

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Así habló Zaratustra (Nietzsche)

Hay autores como Nietzsche que me imponen respeto. Recuerdo que en la selectividad, allá por 1993, en filosofía nos dieron a elegir entre el Superhombre de Nietzsche o la Crítica de la razón pura de Kant. No sé cuál elegí. No volví a Nietzsche hasta que hace un par de años leí Ecce Homo. La semana pasada al concluir La sabiduría de lo incierto, ese gran libro de ensayos de Joan-Carles Mèlich, decidí que quería leer Así habló Zaratustra. Dicho y hecho.

Me armé de valor y de paciencia, y me puse a rumiar. Nietzsche que además de filósofo fue filólogo, entendía la lectura como un proceso de rumiaje, tarea a la que había que dedicar el tiempo y esfuerzo necesarios. La edición que he empleado es la que puso en el mercado en 2016 Alianza editorial con introducción, traducción y notas de Andrés Sánchez Pascual. Notas, casi 600, que me han sido de gran ayuda para entender mejor el texto, tanto como un par de sustanciosas conferencias disponibles en el repositorio virtual de la Fundación March a cargo de Diego Sánchez Meca.

No sé por qué motivo tenía a Nietzsche por una persona amargada, agria, hosca, gruñona, aquejada por un pesimismo enfermizo, nihilista, y finalmente demente. !Qué gran película, al hilo de esto, la de Béla Tarr y Ágnes Hranitzky!.
No sé qué idea me había hecho yo del superhombre, del eterno retorno. Para salir de dudas siempre hay que ir a las fuentes, al texto primigenio.

Me preguntaba si sería un texto accesible, pesado. Sin todo el aparato de notas creo que sería difícilmente accesible, pues Nietzsche está continuamente trayendo en su texto citas bíblicas (del Génesis, Deuteronomio, Apocalipsis, Evangelio de Juan, Evangelio de Mateo…) que adapta y deforma a su antojo -creando además unas cuantas palabras quizás por su deformación de filólogo, que le llevan una y otra vez a experimentar con el lenguaje- y también de otros autores como Goethe, o libros como Las mil y una noches y cuentos en él incluidos como Simbad el marino.

El punto de partida es que Dios ha muerto. ¿Qué puede hacer la humanidad entonces?. Zaratustra quiere conducirnos (o transformarnos) al hombre superior, aquel que ya ha sido liberado de la carga de Dios, de la herencia recibida, que no de ha purgar con nada relativo al pecado original, que forja su propio destino (!Mejor ningún Dios, mejor construirse cada uno su destino a su manera!) y moral. Que lo bueno y lo malo, la bondad, la virtud, lo justo, la piedad o la compasión, no deben interpretarse ya bajo el código religioso, en términos de castigo y recompensa, de pecado y redención.

Nietzsche se burla de esos dioses que no saben reír ni bailar, por eso él, Zaratustra, santifica la risa, ama los saltos y las piruetas, se aferra a la tierra más que al cielo, nosotros no queremos entrar en modo alguno en el reino de los cielos: nos hemos hecho hombres, -y por eso queremos el reino de la tierra.

Zaratustra al principio de su historia baja al encuentro de la plebe, y es rechazado, se burlan de él. Y cuando hablaba a todos, no hablaba a nadie, dice, vamos, como ahora en Twitter. Regresa de nuevo a la montaña, a la caverna, para al final del cuarto y último libro tener un grupo de seguidores (para los cuales será una Ley, solo para esos) de lo más variado: el rey de la derecha, el rey de la izquierda, el viejo mago, el papa, el mendigo voluntario, la sombra, el concienzudo del espíritu, el triste adivino, el asno y el más feo de los hombres.

Un Zaratustra que hace oídos sordos a las alabanzas: !Vil adulador! ¿porque me corrompes con esa alabanza y con miel de adulaciones?. Un Zaratustra nada envilecido (que detesta por otra parte la altanería, la soberbia, la falsa virtud, tras abrir los ojos después de haberse independizado del influjo pernicioso de Wagner, que le resultará tan dañino, tan perjudicial a su carrera y existencia) que no se considera como otros dioses la Verdad, que aspira a que el hombre se vea superado por sí mismo, y les ofrece esa esperanza, y quizás ahí radica toda la fuerza de su mensaje, quiere romper las tablas heredadas sobre la plebe, despertar sus conciencias adormecidas. No le es tarea fácil. Ya sabemos. La oveja no sabe qué hacer sin el pastor, no sabe qué hacer sin recibir órdenes, no sabe qué hacer con su libertad, si esta se le ofrece.

Zaratustra quiere redimir lo pasado en el hombre y piensa más que en el presente, en el futuro, en la comunidad de los hijos. El suyo es el discurso del amor: Hay que aprender a amarse a sí mismo -así enseño yo con un amor saludable y sano: a soportar a estar consigo mismo y a no andar vagabundeando de un sitio para otro.

No son sus palabras algo sagrado, inmutable, Zaratustra exclama: !yo hablo en efecto, en parábolas, e igual que los poetas, cojeo y balbuceo! y huye del espíritu de la pesadez y todo lo que él ha creado: coacción ley, necesidad y consecuencia y finalidad y voluntad y bien y mal.

Zaratustra entiende sus sermones, sus parábolas, como un regalo, como una ofrenda que se nos da y así las he recibido y metabolizado.

Y si alguien tiene la curiosidad de saber cómo suena Así habló Zaratustra, oigan, y el que quiera escuchar y entender que escuche y entienda.

Y mientras me hundo en mi ocaso, creo que proseguiré con Aurora.