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Héroes (Ray Loriga)

Leí hace un tiempo El asesino de canciones y pensé cómo sería un libro hecho sólo con letras de canciones y releí ayer Héroes de Ray Loriga -y me dieron la una, y las dos, y casi las tres de la madrugada, sin poder luego coger el hilo del sueño: es lo que tiene abrir la caja de Pandora de la memoria-, que había leído por vez primera a los 18 (Loriga la publicó a sus 26 anos), y comprobé que Loriga no es Lichtenberg, ni Pascal -aunque los jóvenes personajes de esta novela sepan permanecer muy tranquilos en una habitación, trasegando con birras y otras sustancias, dejando que la música sea su porvenir sonoro- ni tampoco Heráclito, que dijo que no nos bañamos dos veces en el mismo río, como tampoco leemos dos veces el mismo libro, porque nunca somos los mismos y nada tiene que ver una lectura a los 18 que a los 43 tacos, pero no te preocupes, dentro de algunos años lo verás todo de otra manera.
Dentro de algunos años habrá otro que lo verá todo de otra manera por mí
, dice uno de los personajes. Bien. El otro era aquel que espigó muchas de las frases lapidarias de esta novela para copiarlas en los lomos de la carpeta de clase, repetidas luego como un mantra, frases que parecían sacadas de las canciones de Springsteen de su The River, del Nebraska, como ese Johnny 99 frito en la silla eléctrica, con personajes que tenían a Dios muy presentes en sus plegarias, frases que leídas 25 años después sigo recordando, lo cual no me pasa ni con los aforismos de Lichtenberg, ni con Pascal, más que nada porque no los leí entonces (La metáfora es mucho más inteligente que su autor, y esto sucede con muchas cosas. Todo tiene su profundidad. Quien tiene ojos ve todo en todo), como sí hice con Loriga (y con Springsteen, pues en aquel entonces de vinilos uno creía que “We busted out of class had to get away from those fools/ We learned more from a three minute record than we ever learned in school”). Hay un tema de Springsteen del 87, Brilliant Disguise en el que canta: Tonight our bed is cold/ I’m lost in the darkness of our love/ God have mercy on the man/ Who doubts what he’s sure of. Sí, es muy difícil estar seguro de algo cuando todo parece ser un disfraz brillante –So tell me who I see/ When I look in your eyes/ Is that you baby/ Or just a brilliant disguise, como esta brillante y enmascarada novela, puerta abierta hacia aquellos maravillosos años, que seguramente no lo fueron tanto, pero reconforta y apacigua pensar que sí.

¿Qué quieres decir exactamente?

Nada. Precisamente se trata de no decir nada exactamente. Ahí está la gracia. Las piezas redondas rebotan y ser redondo y rebotar es como ser una pelota de tenis, y nadie quiere ser una pelota de tenis, es mucho mejor ser una gancho de carne que una pelota de tenis.

¿Y eso por qué?

Porque una pelota de tenis no puede agarrar nada ni tiene con qué agarrarse.

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Rendición (Ray Loriga)

El jurado que premió esta novela con el Premio Alfaguara 2017, habla de novela kafkiana y orwelliana, habla de una voz humilde y reflexiva, habla de una parábola luminosa sobre el destierro, la paternidad, la pérdida y los afectos. Con unos ribetes distópicos no tenemos una novela orwelliana ni kafkiana, esa voz reflexiva del narrador me suena muy simplona, la parábola luminosa es tan transparente como hueca, y respecto al destierro, la paternidad y la pérdida, esta novela nos puede traer ecos de La carretera, cuando una pareja (allá eran un padre y un hijo) con niño postizo en un escenario bélico, debe abandonar (aquí cremar) su hogar y buscar cobijo en una ciudad transparente, donde ese ambiente distópico se despacha de cualquier manera (prefiero con creces otra distopía reciente, El sistema de Salmón), mientras que el narrador, sin estudios ni cultura, va dando cuenta de lo que ve con un tono plomizo y limitado. Es lo que podemos llamar prosatiovivo dado que el lector se monta en unos caballitos o en unas sillas voladeras y da unas cuentas vueltas, no avanza (la novela tiene 210 páginas pero lo narrado resultaría igual con la mitad de páginas pues mucho de lo narrado es forraje distópico), y el dueño de la atracción, aquí el escritor, nos ofrece una “diversión” tan breve como episódica.
El narrador desoye además lo que cantaba Springsteen en No surrender y finalmente tira la toalla.

Uno tiene que saber cuándo su tiempo ya ha pasado, dice el narrador en sus postrimerías. Habida cuenta de los parabienes que esta novela ha recibido no creo que haya espacio para la autocrítica pero quizás para Loriga -del que hacía casi 20 años que no leía nada, desde Trífero– su tiempo ya ha pasado y lo que hacen estos premios no es otra cosa que resucitar un cadáver.