Archivo de la categoría: Literatura uruguaya

El discurso vacío

El discurso vacío (Mario Levrero 2007)

Mario Levrero
2007
Caballo de Troya
169 páginas

Llego a esta novela de Levrero después de leer Últimas noticias de la escritura de Chejfec, donde se habla de este libro, con el que Levrero se obliga a ejercicios de cambio de caligrafía como un modo de mejoramiento del propio carácter moral y de las virtudes de su creación.

No tengo claro que a Levrero estos ejercicios de caligrafía le mejoraran su carácter moral ni las virtudes de su creación, pero en tanto en cuanto la razón de un escritor es escribir y si es lo de los que saben que todo lo que escriban verá la luz, Levrero se puede permitir una novela como esta, sin apenas argumento, donde a modo de diario el autor irá plasmando su día a día, tanto caligráfico como existencial, y ante textos como este siempre me pregunto ¿dónde acaba la cháchara intrascendente y empieza lo trascendente?.

Es esta una pregunta sin respuesta.

El libro presenta momentos interesantes, pero esto no es algo claro de ver, sino que atenderá más bien a los gustos del lector, que en esta novela y en cualquier otra, encuentre algo en el texto que de una u otra manera le interpele y le permita rellenar este, aparentemente, discurso vacío.

De todo lo dicho en la novela, me interesan las reflexiones que Levrero (con su particular humor) se hace acerca de la convivencia con su mujer, sobre como maridar la necesidad de estar acompañado, con su necesidad de que respeten su soledad, en pos de la paz y la tranquilidad, anhelante de un silencio benéfico. También la necesidad de ese Levrero creador y autoral, de «ver mi nombre, mi verdadero nombre y no el que me pusieron, en letras de molde. Y más que eso, mucho más que eso, quiero entrar en contacto conmigo mismo, con el maravilloso ser que me habita y que es capaz, entre muchos otros prodigios, de fabular historias o historietas interesantes«.
Y muy jugosa es su reflexión final, el epílogo, sobre lo que acontece cuando uno llega a cierta edad, donde «uno deja de ser el protagonista de sus acciones: todo se ha transformado en puras consecuencias de acciones. Lo que uno ha sembrado ha crecido subrepticiamente y de pronto estalla en una selva que lo rodea por todas partes, y los días se van nada más que en abrirse paso a golpes de machete, y nada más que para no ser asfixiado por la selva: pronto se descubre que la idea de practicar una salida es totalmente ilusoria, porque la selva se extiende con mayor rapidez que nuestro trabajo de desbrozamiento y sobre todo porque la idea misma de «salida» es incorrecta: no podemos salir porque al mismo tiempo no queremos salir, y no queremos salir porque sabemos que no hay hacia dónde salir, porque la selva es uno mismo y una salida implica alguna clase de muerte o simplemente la muerte. Y si bien hubo un tiempo en que se podía morir cierta clase de muerte de apariencia inofensiva, hoy sabemos que aquellas muertes eran las semillas que sembramos de la selva que hoy somos.

Este epílogo, es para mí sin duda lo mejor de la novela, en la que Levrero ejerce de funambulista, caminando durante 169 páginas sobre el alambre, suspendido sobre un vacío que se afana en devorar la paciencia del lector.
Y al final, Levrero logra llegar al otro lado y nosotros con él.
Aplausos.
Levrero, aquel ilusionista

La ciudad invencible

La ciudad invencible (Fernanda Trías 2014)

Fernanda Trías
Demipage Editorial
2014
131 páginas

A los amantes de las reseñas-resumen hay os va una:

Cuatro mudanzas, una separación, una muerte.

La protagonista de la novela de Fernanda Trías (Montevideo, 1976) llega a Buenos aires desde Uruguay. Una vez allí se suceden las mudanzas (cuatro), escapando al mismo tiempo de su ex, La Rata, unas mudanzas que van secundadas de trabajos precarios que la protagonista asumirá con entereza y que no empañarán su mirada curiosa.

En su deambular por las calles irá digiriendo la ciudad bonaerense, esa torre de Babel de múltiples nacionalidades que la cimentan y amalgaman, un deambular en los comienzos muy limitado, circunscrito a recorrer unas pocas calles, siendo el horizonte lo que da de sí la vista encaramada sobre la barandilla de un balcón, perdida la mirada en los techos ajenos.
Un deambular que no será un turisteo por los lugares típicos de Buenos aires, sino que la autora fija su atención en los detalles, en lo mínimo, como el personaje de Marita, quintaesencia de lo que podría ser un pecio humano, con una prosa que corre el riesgo de deslizarse por lo banal, por la sucesión de anécdotas estériles y artificiosas, hasta que prontamente la narración coge el tono oportuno, la sintonía perfecta, con la cual es muy fácil sintonizar, donde uno tiene la sensación de que no sobra nada, de que todo el relato está muy medido y calculado, y que como la sensualidad que impregna esta novela/diario/autoficción, la narración es una insinuación, una promesa, literatura de la buena, que nos invita a pensar (a extrapolar significados) al tiempo que leemos, porque la prosa de Fernanda Trías resulta muy sugerente, trabajada y evocadora.

Poco más le puedo pedir a esta novela que hace del optimismo vital su esqueleto y del hecho de vivir algo gozoso, que vale la pena apurar hasta el final.