Archivo de la categoría: Literatura americana

John Steinbeck
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Los crisantemos (John Steinbeck)

John Steinbeck
Nórdica
2016
64 páginas
Traducción: José Manuel Alvárez Flórez
Ilustración: Carmen Bueno

Pieza breve editada por Nórdica, con bonitas ilustraciones de Carmen Bueno, donde John Steinbeck nos detalla con mucha sutileza el mundo opresivo en el que vive la protagonista, Elisa, en un rancho, junto a su marido.

Una opresión que Elisa alivia con el cuidado de las plantas, como válvula de escape.
La entrada en su vida, durante un breve lapso de tiempo de apenas un par de horas, de un afilador, le hará plantearse a Elisa muchas cosas, y llega ésta a verse a sí misma, creo, a pesar de su adultez, como ese niño que en su minoría de edad requiere de la aprobación de sus padres para cada acción que desea acometer.

Algo así siente Elisa, al ver que son los otros, los hombres, los que deciden lo que ella, y el resto de las mujeres, pueden o no hacer, como si cada acto suyo (los que llegan a materializarse), requiriera de un refrendo.

A menudo, la frustración, la impotencia y la castración vital se rumian entre lágrimas. Así Elisa.

9788494365515

El cuaderno perdido (Evan Dara 2015)

Evan Dara
Editorial Pálido Fuego
2015
510 páginas
Traducción:José Luis Amores

Stefan Sweig en su libro “Momentos estelares de la humanidad”, en el capítulo dedicado a La marsellesa escribe “Pero a la larga, la energía innata de una obra no se puede ocultar ni desoír. Una obra de arte no puede olvidarse en el tiempo, puede ser prohibida y rechazada, pero lo esencial acaba siempre por arrebatar la victoria a lo efímero”.

El cuaderno perdido de Evan Dara se publicó en Estados Unidos en 1995, veinte años después, Pálido fuego decide traducirla (José Luis Amores) y publicarla.

Doy la razón a Sweig, El cuaderno perdido, es una obra de arte, que no debe quedar oculta ni ser desoída.

Mientras en occidente el capitalismo sea cada día más feroz y salvaje, la novela de Dara será a su vez más vigente y necesaria.

Sus más de 500 páginas, muchas de ellas, de ritmo salmódico e hipnotizante, aunque también proclives a inducir el sopor del lector, que no ponga en esta lectura lo mejor de sí mismo, muestra cómo el afán de riquezas, la avaricia desmedida, el ganar dinero a cualquier precio por parte de muchas empresas, supone el pretexto para llevar a cabo cualquier acción, por muy abominable que nos pueda parecer, pues el dinero es capaz de blanquear cualquier conciencia y rellenar cualquier bolsillo agradecido.

Una empresa será capaz de convertir una localidad americana en un vertedero tóxico, al introducir en la fabricación de sus productos, multitud de sustancias tóxicas y cancerígenas, e incluso almacenar productos de otras empresas, de otros países. Una prácticas por otra parte, opacas, escondidas tras reglamentaciones inexistentes o poco exigentes, o fácilmente moldeables, o bien luego enmarañadas con términos técnicos y luego justificadas en pos de que el progreso conlleva también pérdidas, de que si la empresa se viera abocada a cerrar, muchos se quedarían sin trabajo, sin futuro, de convencer a la población de que no hay que ser alarmista, que la clave está en la tolerancia al riesgo de cada cual.

Una miríada de voces, a lo largo de la novela, alucinadas, febriles, surrealistas, sesudas, que al final, con algo de perspectiva las vemos, todas ellas, sobre una gran tela de araña tóxica, donde la empresa, es la gran araña, que las ido matando, deformando, enfermando a todos ellos, como si este fuera su objeto, su fin, y su Gran Obra.

El posicionamiento estético de Dara salta a la vista a medida que leemos, el moral también, pues valida la máxima de George Orwell «La literatura siempre es un acto político, pues implica un posicionamiento moral». No es casual que Chomsky se convierta en un personaje de la novela, que Chomsky, un brillante lingüista, haya devenido durante estas últimas décadas en un activista, en el azote de la derecha americana (y también de la izquierda), un azote ninguneado, que no recibe, dicho sea de paso, cobertura alguna en los medios audiovisuales, alguien empeñado en ofrecernos hebras de pensamiento del que tirar, al que aferrarnos, para salir así del maniqueísmo de lo bueno y lo malo, de lo blanco y de lo negro, ese terreno, esa bipolaridad, en el que el capitalismo siempre gana, cuando te da a elegir entre dos opciones siempre nefastas: entre una patada o un puñetazo, ese es el juego de nuestra sociedad moderna, el decir que las cosas son así porque no pueden ser de otra manera, hasta que comprobamos que todo es una gran mentira, cuando vemos hoy en día, que cuando los bancos decían hace muy poco “no, esto es imposible”, años después reconocen que “no, no era imposible, más bien, era no deseable, para ellos, para sus fines, para sus intereses y que no hicieron bien las cosas y que su conducta no fue la adecuada y blablabá”.

Que en la novela, una joven de 16 años decide suicidarse cuando se sabe enferma, porque no cree que pueda tener hijos, o en el caso de tenerlos, estos puedan venir con malformaciones, a consecuencia de nacer y haberse criado en ese vertedero tóxico, resume mejor que cualquier reseña, lo que unos pocos ganan y lo que otros muchos, muchísimos, siempre pierden.

Madre Noche

Madre Noche (Kurt Vonnegut, 1962)

Kurt Vonnegut
1962
Círculo de lectores
230 páginas
Traducción: J.C. Guiral

No solo con el número de los asistentes a las manifestaciones el baile de cifras es de risa, con los muertos en los bombardeos pasa parecido. En los bombardeos llevados a cabo en Dresde en 1945 durante la Segunda Guerra Mundial, la cifra de muertos oscila entre 200.000 y 20.000. Más allá del número de muertos, lo que sucedió en Dresde fue otro acto de barbarie más sufrido por la población civil.

Uno de los bombardeados fue Kurt Vonnegut, que se encontraba en esa ciudad los días de los bombardeos, como prisionero americano y retenido junto a otros muchos, en un matadero.

Respecto a este hecho, que a Vonnegut le marcó, dejo dicho esto en el prólogo de su novela Matadero Cinco.

[…] Sólo hay una única persona de todo el planeta que ha extraído algún beneficio (del bombardeo). Yo soy esa persona. Escribí este libro, que me hizo ganar mucho dinero y forjó mi reputación tal y como es. De una manera u otra, he obtenido uno o dos dólares por cada muerto.

Madre noche arranca así:

Me llamo Howard W. Campbell, Jr. Soy norteamericano de nacimiento, nazi por reputación y apátrida por vocación.

Howard está a la espera de ser juzgado por crímenes de guerra. Lo que nadie sabe, salvo tres personas, dos de las cuales ya están muertas a esas alturas, es que Howard es un espía, y que su papel de exitoso propagandista nazi es una representación, tan lograda y minuciosa, tan eficiente en su papel que logra engañar a todo el mundo.

En la novela aparece varias veces el término paranoia, esquizofrenia, lo cual viene al caso pues cuesta entender que semejantes atrocidades pudieran llevarse a cabo, del exterminio de seis millones de judíos hablo, por parte de unos alemanes, a priori, inteligentes, instruidos, cultos, capaces de apreciar tanto el arte, la música clásica, la poesía, la filosofía, como capaces despreciar a otros seres humanos, no arios, tanto como para eliminarlos físicamente por millones.

El rol de Howard es oportuno, porque se trata de un artista, de un escritor dado a fabular, y para él este rol de espía (trabajo al que se ve abocado o al que parece no ofrecer mucha resistencia), le da la oportunidad de ser otro, de interpretar un papel, siempre en esa ambigüedad que le hace pensar al lector, hasta que punto Howard creyó o no en todas las mentiras que ira perpetrando y que difundirá luego por la radio, mentiras que muchos otros abrazarán como la fe verdadera, como el único bastión al que agarrarse, ante un mundo que iba camino de la perdición (según el régimen nacionalsocialista de Hitler), en caso de caer éste en manos de los judíos, comunistas, socialistas, negros, etc.

La historia comienza con Howard en la cárcel esperando el juicio y luego la narración va al pasado, a los años en los que Howard se halla en Alemania y un mando americano lo capta como espía, y luego lo encarcelan y lo liberan un par de veces, hasta que finalmente Howard decide entregarse a las autoridades israelitas para que lo juzguen.

El toque Vonnegut consiste en que Campbell confiese su pasado a unos vecinos judíos, una madre y su hijo que viven en el mismo edificio y que estuvieron en Auschwitz. Momento cumbre de la novela, cuando el hijo, ahora doctor, no quiere saber nada del asunto, pues él es doctor, (y se siente más que) judío, o que sionista, y no quiere impartir justicia, ni cobrarse venganza, y la actitud de Howard no hace otra cosa que incomodarlo, aunque al final logran poner a Campbell en las manos de unos judíos que lograrán así cobrarse tal preciada pieza.

Los personajes de la novela como el reverendo Lionel Jason David Jones, doctor en Cirugía Dental y doctor en Teología, el Führer negro, el conserje del inmueble donde reside Campbell especialista en substancias o Bernard B. O´Hare cuyo único afán es hacerle pagar a Campbell todo su mal, están grillados y se ponen tantas máscaras en su quehacer diario, es tal su desquicie, que aquello es un circo, porque nada es lo que parece, como tendrá ocasión de comprobar Howard cuando descubra que Helga Noth, su amor extinto y luego recuperado, con quien formaba su “nación de dos”, no es ella, sino Resi, su hermana pequeña, siempre enamorada de él, desde sus diez años, edad a la que ya peroraba como si tuviera 18 años.

Parejo sucede con Kraft, su vecino ruso, con quien y frente a un tablero de ajedrez, crean algo parecido a una amistad, una compañía necesaria para ambos, convertidos en pecios arrumbados por la historia, ambos espías, ambos rumiando su soledad en el (es)forzado anonimato.

Sin olvidar tampoco a Bodovskov quien traducirá al ruso las obras de Campbell, que encontrará en un baúl, a quien todo le va de maravilla hasta que deja de plagiar y decide crear, una originalidad artística, proclive a la crítica, que el régimen ruso cortará de raíz, con el fusilamiento del artista.

Vonnegut lleva la narración hasta el delirio con la aparición de revistas como “El Miliciano Blanco Cristiano”, la secta de la Guardia de Hierro de los Hijos Blancos de la Constitución Norteamericana, donde deja en evidencia el mal de una época y no a través del sarcasmo, sino de la fina ironía, con una miríada, inolvidable de personajes contradictorios y perturbados, que nos pueden parecen parecer normales, bajo el manto democrático, pero que ante el dictador de turno, Hitler o cualquier otro no dudarían en abrazar, su causa, por absurda que pudiera parecer.

Y esta novela quizás surja de la reflexión que Kurt Vonnegut se formula en la introducción de la misma.

Si hubiese nacido en Alemania, supongo que habría sido nazi, habría liquidado a judíos y gitanos y polacos, habría dejado botas sobresaliendo de montículos de nieve y me habría reconfortado con mis propias entrañas, secretamente virtuosas. Así suele suceder.

En dos palabras. Madre noche. Obra maestra.

Luz de agosto

Luz de agosto (William Faulkner 1932)

Publicada en 1932 poco después de El ruido y la furia (1929), Luz de agosto es entre otras muchas cosas la historia de un viaje, de una fuga, de un tránsito. La que lleva a cabo la joven embarazada Lena Grove, quien abandona su hogar (la compañía de la familia de su hermano) en busca del hombre que la dejó en una situación doblemente embarazosa.

Así, en el camino, de carreta en carreta, ayudada por las personas que se cruzan en su deambular, acabará Lena llegando a la localidad de Jefferson, donde parece encontrarse su hombre, un tal Burch.

En lugar de Burch, Lena se topa con un tal Bunch, que nada tiene que ver (parecidos semánticos a parte) con el padre de la criatura, quien a pesar de todo, prendado por la belleza, juventud y lozanía de Lena, se decide a ayudarla, llevando su bonhomía a límites desconocidos, incluso para él.

Hay ahí cierto misterio, y suspense, en pos de saber si Lena encontrará finalmente a Burch o no, si de producirse el encuentro qué sucederá a continuación, qué se dirán, si Burch huirá de nuevo o arrostrará su nueva situación o si seguirá tan irresponsable como siempre. Luego, sin apenas darnos cuenta, una vez que Lena ya está asentada, esperando dar a luz, Faulkner nos cuenta la vida de Christmas, el socio de Burch, un blanco de sangre negra, atormentado y maldito, abandonado al nacer, al descubrir los abuelos de la criatura que es de sangre negra y adoptado tras un período en un orfanato, por una familia, los McEachern, cuyo padre adoptante es alguien intransigente, duro, violento, caligrafiando su derrota con la sangre ajena, y látigo en mano, sobre la piel endurecida de Christmas, enfermizo este en sus creencias religiosas, quien entiende la violencia como una enseñanza, algo necesario y a veces piadoso e incluso catárquico.

Christmas hará uso de su voluntad, para cumplir el fatal destino que cree tener marcado a fuego a consecuencia de su sangre negra, su sacrificio ineludible. Un personaje, Christmas, quien nunca sabe qué es lo que es, ni tampoco que es lo que no es, un alma en pena, un corazón fugitivo en todo caso, a quien un negro le explicará a las claras su razón de ser (o de no ser)

«Tu eres peor que negro. No sabes lo que eres. Y más que eso: nunca lo sabrás. Vivirás, morirás y no lo sabrás nunca»

Alrededor de Lena pululan otros personajes como Hightower, un párroco defenestrado y vilipendiado por la conducta «inapropiada» de la que fue su esposa, devenido un pecio humano, arrumbado a la orilla del camino esperando el descabello, la señorita Burden, con quien Christmas convivirá y yacerá, en una relación oscura, sórdida, alimentada por los fantasmas de ambos, Bunch, asociado a Christmas en la venta ilegal de Wiskhy capaz de delatar a su socio a cambio de los dólares que ofrecen por la cabeza del asesino de la señorita Burden y en última instancia tenemos a los abuelos de Christmas, que se acercarán al pueblo intentando ver a este una vez más, antes de su ejecución, lo que nos permitirá conocer más detalles sobre Christmas y ver así por ejemplo, el engarce del subalterno Doc siempre vigilante con Christmas, a la sazón, su nieto repudiado.

La novela fluye, con la prosa subyugante de Faulkner, en manos de un narrador omnisiciente. Un juego de voces, pensamientos, reflexiones, donde podemos palpar lo que es el racismo, la incomunicación, la violencia latente, la religión opresora, el sexo maldito, las profecías autocumplidas, creando Faulkner una tensión en el relato, una atmósfera enfermiza, que deviene a ratos asfixiante.

Lena haciendo suya la cita de Saramago «El fin de un viaje es sólo el inicio de otro» se irá de Jefferson como llegó, como si su único fin fuera ese, deambular, viajar, someterse o más bien, adaptarse, a la realidad que le toca vivir en cada momento, en cada situación, sea en pos de Burch, al lado de Bunch o junto a quien quiera protegerla. Un empeño por parte de los hombres que la rodean que nunca se materializará, porque Lena no se necesita más que a sí misma para salir adelante, porque Lena es una superviviente, es la esperanza hecha carne, es esa luz que nunca se extingue, ese amanecer posterior a la noche cerrada.