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Maternidades

Ya sea en novelas o relatos, estas cinco autoras reflexionan en ellas sobre la maternidad, la cual se aborda en estos textos no como algo dulce, agradable, confortante, reparador, sino como algo amenazante, perturbador e incluso descorazonador.

Las madres secretas (Mónica Crespo)
Casas vacías (Brenda Navarro)
Distancia de rescate (Samanta Schweblin)
No, mamá no (Verity Bargate)
Boulder (Eva Baltasar)

Boulder (Eva Baltasar)

Boulder (Eva Baltasar)

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Así habló Zaratustra (Nietzsche)

Hay autores como Nietzsche que me imponen respeto. Recuerdo que en la selectividad, allá por 1993, en filosofía nos dieron a elegir entre el Superhombre de Nietzsche o la Crítica de la razón pura de Kant. No sé cuál elegí. No volví a Nietzsche hasta que hace un par de años leí Ecce Homo. La semana pasada al concluir La sabiduría de lo incierto, ese gran libro de ensayos de Joan-Carles Mèlich, decidí que quería leer Así habló Zaratustra. Dicho y hecho.

Me armé de valor y de paciencia, y me puse a rumiar. Nietzsche que además de filósofo fue filólogo, entendía la lectura como un proceso de rumiaje, tarea a la que había que dedicar el tiempo y esfuerzo necesarios. La edición que he empleado es la que puso en el mercado en 2016 Alianza editorial con introducción, traducción y notas de Andrés Sánchez Pascual. Notas, casi 600, que me han sido de gran ayuda para entender mejor el texto, tanto como un par de sustanciosas conferencias disponibles en el repositorio virtual de la Fundación March a cargo de Diego Sánchez Meca.

No sé por qué motivo tenía a Nietzsche por una persona amargada, agria, hosca, gruñona, aquejada por un pesimismo enfermizo, nihilista, y finalmente demente. !Qué gran película, al hilo de esto, la de Béla Tarr y Ágnes Hranitzky!.
No sé qué idea me había hecho yo del superhombre, del eterno retorno. Para salir de dudas siempre hay que ir a las fuentes, al texto primigenio.

Me preguntaba si sería un texto accesible, pesado. Sin todo el aparato de notas creo que sería difícilmente accesible, pues Nietzsche está continuamente trayendo en su texto citas bíblicas (del Génesis, Deuteronomio, Apocalipsis, Evangelio de Juan, Evangelio de Mateo…) que adapta y deforma a su antojo -creando además unas cuantas palabras quizás por su deformación de filólogo, que le llevan una y otra vez a experimentar con el lenguaje- y también de otros autores como Goethe, o libros como Las mil y una noches y cuentos en él incluidos como Simbad el marino.

El punto de partida es que Dios ha muerto. ¿Qué puede hacer la humanidad entonces?. Zaratustra quiere conducirnos (o transformarnos) al hombre superior, aquel que ya ha sido liberado de la carga de Dios, de la herencia recibida, que no de ha purgar con nada relativo al pecado original, que forja su propio destino (!Mejor ningún Dios, mejor construirse cada uno su destino a su manera!) y moral. Que lo bueno y lo malo, la bondad, la virtud, lo justo, la piedad o la compasión, no deben interpretarse ya bajo el código religioso, en términos de castigo y recompensa, de pecado y redención.

Nietzsche se burla de esos dioses que no saben reír ni bailar, por eso él, Zaratustra, santifica la risa, ama los saltos y las piruetas, se aferra a la tierra más que al cielo, nosotros no queremos entrar en modo alguno en el reino de los cielos: nos hemos hecho hombres, -y por eso queremos el reino de la tierra.

Zaratustra al principio de su historia baja al encuentro de la plebe, y es rechazado, se burlan de él. Y cuando hablaba a todos, no hablaba a nadie, dice, vamos, como ahora en Twitter. Regresa de nuevo a la montaña, a la caverna, para al final del cuarto y último libro tener un grupo de seguidores (para los cuales será una Ley, solo para esos) de lo más variado: el rey de la derecha, el rey de la izquierda, el viejo mago, el papa, el mendigo voluntario, la sombra, el concienzudo del espíritu, el triste adivino, el asno y el más feo de los hombres.

Un Zaratustra que hace oídos sordos a las alabanzas: !Vil adulador! ¿porque me corrompes con esa alabanza y con miel de adulaciones?. Un Zaratustra nada envilecido (que detesta por otra parte la altanería, la soberbia, la falsa virtud, tras abrir los ojos después de haberse independizado del influjo pernicioso de Wagner, que le resultará tan dañino, tan perjudicial a su carrera y existencia) que no se considera como otros dioses la Verdad, que aspira a que el hombre se vea superado por sí mismo, y les ofrece esa esperanza, y quizás ahí radica toda la fuerza de su mensaje, quiere romper las tablas heredadas sobre la plebe, despertar sus conciencias adormecidas. No le es tarea fácil. Ya sabemos. La oveja no sabe qué hacer sin el pastor, no sabe qué hacer sin recibir órdenes, no sabe qué hacer con su libertad, si esta se le ofrece.

Zaratustra quiere redimir lo pasado en el hombre y piensa más que en el presente, en el futuro, en la comunidad de los hijos. El suyo es el discurso del amor: Hay que aprender a amarse a sí mismo -así enseño yo con un amor saludable y sano: a soportar a estar consigo mismo y a no andar vagabundeando de un sitio para otro.

No son sus palabras algo sagrado, inmutable, Zaratustra exclama: !yo hablo en efecto, en parábolas, e igual que los poetas, cojeo y balbuceo! y huye del espíritu de la pesadez y todo lo que él ha creado: coacción ley, necesidad y consecuencia y finalidad y voluntad y bien y mal.

Zaratustra entiende sus sermones, sus parábolas, como un regalo, como una ofrenda que se nos da y así las he recibido y metabolizado.

Y si alguien tiene la curiosidad de saber cómo suena Así habló Zaratustra, oigan, y el que quiera escuchar y entender que escuche y entienda.

Y mientras me hundo en mi ocaso, creo que proseguiré con Aurora.

El curioso incidente del perro a medianoche

El curioso incidente del perro a medianoche (Mark Haddon)

El incidente del perro a medianoche de Mark Haddon (traducción de Patricia Antón de Vez) nos sitúa ante un niño con el síndrome de Asperger. Él es la voz narradora. Vemos y sentimos por tanto lo que él ve y siente. El niño o mejor, adolescente, pues cursa bachillerato en un pueblo próximo a Londres, atiende al nombre de Christopher. El perro de su vecina, Wellington, aparece muerto y Christopher se dedica a investigar dicha muerte. El desvelamiento de los acontecimientos le llevan a Christopher a descubrir otra verdad, que tiene que ver con su madre, para la cual la relación con su hijo siempre ha sido difícil, problemática. Su padre tiene otra pasta y con él se lleva mejor.

Christopher es un fenómeno con las matemáticas, con la ciencia en general, y le encanta desvelar enigmas, resolver problemas matemáticos, decodificar la realidad a través de la ciencia, del conocimiento adquirido con los libros, de la lógica. Tiene sus manías, detesta el color amarillo, no le gusta que le toquen, ni estar en sitios rodeado de gente. No sabe mentir y sus respuestas siempre son directas y sinceras. El texto se ve acompañado de emoticonos, gráficos, problemas matemáticos, planos, mapas; todo aquello que Christopher maneja en sus pesquisas.

En Christopher no hay lugar para la imaginación, la fantasía, la inventiva, y la realidad se le muestra tal cual es; incapaz de entender el comportamiento de su madre, los desvelos de su padre, la faramalla de la vida adulta: los matices, el doble sentido, el sinsentido, la ironía, la debilidad, la impotencia, la frustración y violencia que flota en el ambiente familiar tocándolo superficialmente, inmaculado él en su inocencia y pureza, la de un espíritu prístino que se sabe en las postrimerías del libro, ahora sí, valiente, tenaz, capaz incluso de alzar la mirada del ombligo del presente y derramarla hacia un futuro que comienza ya a entrever entre las bambalinas del anfiteatro de su vida.

La vergüenza (Annie Ernaux)

La vergüenza (Annie Ernaux)

Annie Ernaux ya había escrito otros libros que abundaban en lo autobiográfico: Memoria de chica, No he salido de mi noche o El uso de la foto. En La vergüenza, con traducción de Mercedes Corral Corral y Berta Corral Corral, pone su atención la autora en un hecho acontecido en 1952, cuando ella tenía 12 años.

Como en ese cuadro en el que hay un motivo principal que centra nuestra atención y otros muchos elementos accesorios, periféricos, que orbitan alrededor del mismo y que iremos desvelando poco a poco bajo la atenta mirada, así opera Ernaux en esta novela. El motivo principal es el recuerdo que ella, entonces una niña, tiene de su padre intentando matar a su madre una día de junio, con un hacha, en el colmado-hogar donde viven. Tras aquel momento de locura las aguas volverán a su cauce y no se volverán a repetir más elementos violentos como aquel, pero no podrá quitárselo Ernaux de la cabeza, al instalar en ella ese hecho inaudito y atroz un sentimiento de vergüenza.

Echando mano de fotografías y recurriendo a la memoria la autora se retrotrae hasta 1952, tratando de conocer cómo era su identidad de entonces, empleando para ello los vestidos de la época, las canciones que escuchaba, los libros que leía, la fuerte presencia de la religión en las aulas del colegio privado al que acudía; la sensación de pertenecer a una clase social distinta al de sus compañeras, sintiéndose al margen; lo mismo le sucederá con la edad, ya que los 12 años marcaban la barrera entre la infancia y la adolescencia, entre el cuerpo de un niña y el de una mujer, aspecto que en aquel entonces le parecía tan deseable como inalcanzable.
Ernaux analiza la sociedad en la que vivía en 1952 en Normandía, muy preocupados todos ellos por el qué dirán, por guardar las formas, por no dar que hablar, por no apartarse del rebaño, en un colectivo muy dado a censurar y a reprobar todo aquello que se saliera del molde de lo “normal” (embarazos fuera del matrimonio, madres solteras, abortos…) cincelada la moral con el buril de la religión. Aunque por otra parte no estaba mal vista la violencia hacia los hijos, entendida como parte de una educación que había de ser estricta y severa.

Un viaje que realizará Ernaux junto a su padre, en autobús, durante un par de semanas, llegando hasta Lourdes, antes del hecho de marras le permitiría a la niña tomar conciencia del otro mundo que existe más allá de las cuatro paredes de su casa, el barrio, la ciudad, la moral, descubriendo en las habitaciones del hotel el uso del lavabo, los retretes, el yogur en los restaurantes…

Con La vergüenza Ernaux hace público aquello que le pasó, pesó y posó y le acompañó por tanto a lo largo de toda su vida, tal que en 1996 decidió extirpar ese recuerdo para poder analizarlo a través de la escritura, con la publicación del presente libro, muy en la línea de sus otros libros autobiográficos.